Merkel, vestida para matar

Merkel, vestida para matar

Merkel es presumida. Las cadenas y collares cortos que elige, muestran una marcada fijación por lo que ella considera favorecedor en su 'justa medida'. Ni cuelgan ni ahogan ni destacan.

Ni austera, ni masculina ni puritana. La mujer que les gustaría ser a más de un presidente de la UE, calibra con tanto detalle su imagen como su estrategia política. Angela Merkel tiene claro que su aspecto y su actitud deben resultar coherentes con la cruzada redentora que lidera para regocijo de los mercados y de la economía de su propio país. Cómo iba a obligar a cuadrarse a las 'cigarras' mediterráneas si no adoptase un uniforme al que recurrir para identificar sus exigencias. O cómo obviar las demandas de flexibilidad que los gurús económicos le lanzan sin una coraza que transmita que no habrá cambio de rumbo. De la misma manera que en una película, el vestuario sirve para ambientar y enfatizar los estados de ánimo, la canciller echa mano de su armario para representar el papel con el que ha fantaseado toda la vida, el de una moderna Catalina la Grande -a la que recuerda colgada en un poster en su despacho privado-. Con la poderosa alemana que reinó en Rusia durante 34 años, comparte no solo padre luterano sino la obsesión extrema por llevar a cabo su misión, un neoimperialismo evangelizador que sea asumido como la única doctrina posible. Y en ese plan, cada pieza, incluido el atuendo, trata de encajar con precisión.

Así, la blazer sin cuello en azul sanitario que se enfundó en la cumbre europea del 24 de mayo en Bruselas es una de esas piezas a las que recurre para enfatizar su negativa a 'mutualizar' la deuda vía eurobonos y que ha repetido en más de una cita europea como si fuese fetiche. Sin cuello también y en tejido con caída, la chaqueta rosa empolvada con que paseó en barco con Rajoy por el río Chicago hace un mes mientras sonreía planificando un ejemplarizante escarmiento. Cuando Merkel abre el armario por las mañana y elige tan quirúrgico modelo, se viste para 'matar'. La guerra económica --ay, de los que pensaban que la tercera guerra mundial sería química-- precisa un uniforme de campo que permita camuflarse con el enemigo y eso Angela lo ha entendido perfectamente.

 

 

La chaqueta estilo quirúrgico está ligada a las cumbres europeas. Fotos: GEERT VANDEN WIJNGAERT y GUIDO BERGMANN / GTRESONLINE.COM.

Para ayudarla en la labor cuenta con la diseñadora alemana Bettina Schoenbach, quien desde su taller de Hamburgo convierte las piezas clásicas en una declaración de principios ."Todos usamos la ropa para un fin. Tiene un impacto en el comportamiento y sirve para subrayar el poder de una mujer", apunta Schoenbach en el The Wall Street Journal. Y claro, coser una chaqueta con superpoderes, que infunda seguridad y firmeza, tiene un precio nunca inferior a los 750 euros --un dato sobre el supuesto low cost que practica--. Bettina le aconseja pantalones rectos, blazers con tres o cuatro botones, bolsillos diagonales preferentemente y cuellos minimal o inexistentes. Que la contengan, como un recordatorio sobre la necesidad de no ceder a provocaciones. De nada sirvieron los consejos del compatriota Karl Lagerfeld animándola a usar chaquetas más abiertas y pantalones con un corte más definido con el que intentaba sacarla de su estilo castrense. En su defensa salió otro diseñador patrio, Wolfgang Joop, que la cita como fuente de inspiración al ser "fuerte y valiente" y asegura que "la nueva funcionalidad está de moda".

 

Ataviada como una moderna Catalina la Grande, la reina rusa por la que siente admiración. Foto: NIEBOER / PPE.

Ahora es cuando surge el debate eterno sobre por qué tiene que adoptar un atuendo masculino una mujer que pretenda ser respetada, o temida, por los hombres. ¿Para no desviar la atención sobre lo esencial, como defienden algunos? ¿Porque ella se encuentra más cómoda enfundada en el rigor? La elección del vestido de tafetán de escote pronunciado con que asistió a la ópera de Oslo en abril de 2008 contradice esas versiones. La líder europea lo luce con tanta naturalidad que cualquiera diría que se lo pone para cenar a diario. Lo cual no encaja con las teorías sobre la masculinidad de Merkel, que parten del error de atribuir racionalidad y frialdad al carácter de los hombres, mucho más proclives a justificar sus impulsos con argumentos fabricados a posteriori y con mayor tendencia a caer en la vanidad que las mujeres. Cualquier mujer puede identificar en sí misma, la antropológica tendencia a cuidar de los suyos --los alemanes en este caso-- y garantizarles un futuro cuando ya no esté, empleando la sangre fría necesaria para lograrlo.

Merkel es presumida. Las cadenas y collares cortos que elige, muestran una marcada fijación por lo que ella considera favorecedor en su 'justa medida'. Ni cuelgan ni ahogan ni destacan. Sus preferidos, un collar de cuentas de ambar que usa como amuleto y una cadena de plata que paracer encerrar un significado más íntimo. El collar de ambar está ligado a momentos cruciales, como los pulsos internacionales o a los partidos de la Eurocopa sin ir más lejos. Sutil hasta en sus supersticiones.

 

El collar fetiche de ambar al que se aferró durante el Alemania-Grecia de la Eurocopa evidencia que Merkel es tan supersticiosa como un torero. Foto: GERO BRELOER / GTRESONLINE.COM.

Dejarse llevar por las tendencias no entra en el guión. Un cambio en su estilo supondría la constatación de que se ha producido un giro en su política, ya sea claudicando ante la flexibilidad o extremando su tozudez. De hecho, cuando ganó las elecciones en 2005, lo primero que hizo fue cambiar su aspecto. Se puso en manos del peluquero de las estrellas en Berlín, Udo Walz, una especie de Llongueras alemán que cuenta que pide cita como Frau M. para hacerse un corte, reinterpretación del estilo tazón, bob o garçon que dirían las revistas de moda, por el que paga más de 100€ y le asemeja a Julie Andrews o a la sra. Fletcher según la mires. Fue entonces también cuando contactó con su diseñadora de cabecera. Y desde hace siete años no ha modificado un ápice su estilo. Como tampoco ha consentido mudarse de su casa a la residencia oficial. Así puede ver cada mañana el Museo de Pérgamo, frente al que vive, muy cerca también de la antigua frontera que separaba el Berlin Oriental en el que creció, del occidental. Si sus antecesores pudieron apropiarse de impresionantes joyas arquitectónicas sirias, turcas, griegas y romanas sintiéndose salvadores del patrimonio cultural, cómo no va a ser capaz de ella de meter en cintura a un puñado de vividores, debe pensar mientras se abrocha hasta arriba los botones de sus famosas casacas y calcula el momento exacto para destensar la cuerda.