La sucia e irresistible erótica del poder

La sucia e irresistible erótica del poder

Cuando alguien no dimite, ya sea inocente o no, no lo hace por ningún sentido de justicia personal, lo hace porque le resulta imposible abandonar el privilegio del poder. El poder es el objetivo en sí mismo, no una herramienta para mejorar la situación de otras personas o instituciones.

En 1999 el Atlético de Madrid jugó un partido de competición europea contra el Amica Wronki, un desaparecido equipo polaco construido a base de dinero de la empresa de electrodomésticos Amica, con sede en un pequeño pueblo en los alrededores de Poznan . La agencia de viajes española que organizaba el desplazamiento del equipo madrileño se puso en contacto con mi mujer y conmigo para que trabajáramos como intérpretes para los directivos, los jugadores y el pequeño grupo de aficionados que se desplazaba con ellos. Aceptamos ya que no es muy frecuente tener la posibilidad de trabajar como intérprete para equipos de fútbol y futbolistas de alto nivel -era la época de Hasselbaink- y como experiencia podía ser curiosa.

Lamentablemente, Jesús Gil no vino a Polonia porque le habían retirado el pasaporte ya que estaba pendiente de alguno de los muchos juicios a los que se enfrentó; y, de esta manera, me quedé sin conocer a uno de los personajes más pintorescos de la realidad española. Pero sí que vinieron otros muchos directivos, no tan famosos pero sí igual de pintorescos.

La primera noche de la estancia del Atlético de Madrid en Poznan, donde se hallaba alojado el equipo, los directivos de ambas instituciones fueron a cenar al restaurante más caro de la ciudad, donde comieron ostras y langostas. Durante los discursos de bienvenida y agradecimiento, los máximos directivos presentes de ambas instituciones hicieron hincapié en los fuertes lazos que hermanaban a España y Polonia, jóvenes democracias católicas unidas por un Papa polaco. Tras los parlamentos, los directivos de cada equipo se enfrascaron en conversaciones en sus respectivos idiomas sin hacer mucho caso a los del otro equipo.

No había nadie de la familia Gil aquel día. Era un momento difícil para el equipo a nivel institucional ya que no se sabía a ciencia cierta cuál sería el futuro de ésta. Así que la conversación de los directivos presentes giró en torno a cómo conseguir hacerse con el control del equipo. Tras la cena, el representante de la agencia de viajes española, según él mismo me comentó después, propuso a los directivos del Atlético de Madrid ir a un prostíbulo. Aceptaron todos menos uno, el único que viajaba con su esposa.

Ninguna persona está por encima de ninguna institución. Seguramente ninguno de los directivos que se encontraban ese día sentados a la mesa continúan hoy en día en sus puestos. Entonces, ¿por qué confabulaban para continuar en sus cargos y/o mejorarlos? ¿Realmente consideraban que su presencia en el At. de Madrid era imprescindible? Por lo que decían, estoy seguro de que les importaba bien poco el equipo y la afición. Lo que les ponía era el poder.

Cuando escucho a un cargo político decir que no dimite porque es inocente me acuerdo de esos directivos, quienes no estaban interesados en su equipo sino en ser tratados como ellos suponían que se trata a las personas con poder. Cuando alguien no dimite, ya sea inocente o no, no lo hace por ningún sentido de justicia personal, lo hace porque le resulta imposible abandonar el privilegio del poder. El poder es el objetivo en sí mismo, no una herramienta para mejorar la situación de otras personas o instituciones. En cuanto formamos parte del poder, consideramos que merecemos que nos paguen viajes y nos hagan regalos, o, peor todavía, visitar prostíbulos como hicieron esos directivos. Todo a cargo de la institución representada. Es esa sensación de impunidad, de estar por encima del bien y del mal, la causa de que dimitir sea tan difícil.

Dimitir o no dimitir no es sinónimo de tener la conciencia más o menos tranquila sino que es el reflejo del carácter de la persona acusada. Si no se dimite, tan solo se demuestra que se tiene demasiado apego a los beneficios del poder. Y yo, de esas personas, no me fiaría nunca.

Como siempre, la solución es limitar el tiempo en cargos públicos, porque tarde o temprano, muchos políticos empiezan a creer que lo que gestionan es una propiedad suya y que el poder les autoriza a disfrutar de beneficios inmorales por encima de la ciudadanía . En el ámbito de la empresa privada que el dueño o los accionistas hagan lo que consideren oportuno.