No, ser mamá no siempre es 'natural'

No, ser mamá no siempre es 'natural'

Como hija independiente y dotada de una trayectoria considerada ejemplar, pensaba que sabía controlar todos los mandos de mi existencia y que podía planificarla a mi antojo. Hasta el día en que la medicina me anunció que mis posibilidades de quedarme embarazada se aproximaban a cero.

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La maternidad se considera como algo automático, pero ¿realmente es ese el caso? ¿Con qué nos confronta? ¿Qué deberíamos entender de ella?

¿Os habéis preguntado lo que vive una madre a la que le cuesta ser o sentirse madre? ¿Os habéis imaginado las dudas, los cuestionamientos, la culpabilidad y el miedo al fracaso que le provocan un nudo en la garganta y la hacen vacilar?

Por supuesto, la maternidad no es un paso obligado. Pero para quien la desea, los problemas para quedarse embarazada o las dificultades para sobrellevar la llegada del bebé pueden convertirse en una desestabilización total de lo que una mujer pensaba ser, saber y conocer. De repente, te descubres frágil, desfallecida, amputada de una parte de tu identidad. Te ves señalada con el dedo, censurada por las mujeres de verdad, esas que tienen hijos como debe ser, con la plenitud y la calma necesarias.

Tendría que ser automático: concebir a un bebé, llevarlo en el vientre con alegría, dar a luz estoicamente, ocuparse de él con beatitud y sacrificio... Sí, debería ser así, pero yo me conozco el tema. Como hija independiente y dotada de una trayectoria considerada ejemplar, pensaba que sabía controlar todos los mandos de mi existencia y que podía planificarla a mi antojo. Hasta el día en que la medicina me anunció que mis posibilidades de quedarme embarazada se aproximaban a cero. Toda tentativa de fecundación in vitro también resultaba inútil. ¡Hala, nada que hacer, nada que intentar! Y sin embargo... unos meses más tarde, tenía un bebé en el útero.

De repente, te descubres frágil, desfallecida, amputada de una parte de tu identidad. Te ves señalada con el dedo, censurada por las mujeres de verdad.

¿Qué había pasado? ¿Qué habían omitido los especialistas? El caso da que pensar. En los países industrializados, la infecundidad aumenta a una velocidad preocupante. Casi un cuarto de las parejas no tiene hijos después de un año de intentos sin anticonceptivos. Al cabo de dos años, uno de cada diez recurre a tratamientos de reproducción asistida. Sus posibilidades de embarazo varían entonces entre el 10 y el 20%. La ciencia actúa, los procedimientos se perfeccionan, pero los especialistas siguen preocupados. Mientras que hace 30 años su misión consistía básicamente en resolver la obstrucción de trompas de Falopio o problemas similares, en la actualidad es mucho más complicado delimitar las causas de la esterilidad femenina. En cuanto a los hombres, la calidad del esperma está en caída libre (en los últimos 50 años, la producción de espermatozoides en los países occidentales se ha reducido ¡un 40%!). A este ritmo, ya hay algunos médicos que se preguntan si dentro de medio siglo seremos capaces de reproducirnos de forma natural...

Reflexionando bien, me pregunto: ¿cuál es el misterio? Yo tenía 23 años cuando conocí a mi marido. En mi cabeza, estaba claro que un día tendríamos hijos. Claro como una idea que se acaricia desde lejos. A los 30 años, decidí que el momento había llegado. Lo decidí y luego... nada. Acabé entendiendo que un bebé no se consigue por decreto. Queremos un niño al igual que queremos un trabajo o un apartamento. Pero a la naturaleza a veces le gusta llevarnos la contraria y jugar con nuestra razón para recordarnos otra realidad.

Acabé entendiendo que un bebé no se consigue por decreto. Queremos un niño al igual que queremos un trabajo o un apartamento.

El ser es infinitamente complejo. Una fragilidad en un trozo de la existencia a priori muy alejado de las cuestiones del bebé puede impedir que la fertilidad actúe y que la llegada del bebé se viva de una forma serena. La concepción y el embarazo ponen cosas en movimiento, exacerban los problemas latentes y recuperan de las profundidades bloqueos o miedos. Emociones huidas, recuerdos familiares, relación con la pareja, estrés, alimentación, modo de vida... ¿Qué estamos dispuestos a explorar y a transformar para convertirnos en padres?

En el proceso sutil que me llevó a ser madre, probé la medicina tradicional hindú, y luego ocurrió una sucesión de extrañas circunstancias. A lo largo de este recorrido, tomé conciencia de que todo, desde la puesta en marcha de un bebé hasta el comienzo de la paternidad, depende de nuestra disponibilidad en la vida. ¿Qué hacer para acoger esto y ayudar a que eclosione?

Nuestra sociedad lo ha perdido de vista, pero traer niños al mundo es un viaje iniciático. Un camino que marca el final de un estado y el principio de otro. Este paso puede hacer que se tambalee hasta la intimidad de nuestra identidad. Se es madre físicamente, pero no emocional ni psicológicamente. ¿Cuántas jóvenes mamás se han visto confrontadas a la dificultad de alimentar a su bebé con su pecho? Y, sin embargo, se supone que es lo natural. El choque es doloroso, desconcertante. Genera una enorme inseguridad. Confrontadas al desarraigo de no saber qué hacer, atormentadas por la idea de que el niño depende de ellas, de que ellas son responsables, se dan cuenta de que, en cierto modo, muy dentro de su ser, no saben quién son.

¿Cuántas jóvenes mamás se han visto confrontadas a la dificultad de alimentar a su bebé con su pecho? Y, sin embargo, se supone que es lo natural.

Conozco estas dificultades. Me pillaron por sorpresa, después del nacimiento de mi hijo. En un rincón de mi cabeza había decidido que su llegada no cambiaría mi vida. Que no me impediría salir, viajar, ser la mujer independiente y bohemia que me gustaba ser. ¡Qué chiste! Atada a una cierta visión de mi ser, me sentí sumisa, con una residencia asignada, privada de mi propia existencia. En un tipo de reflejo condicionado, me encerré en la creencia de que debía ser ejemplar, cubriendo de silencio el rencor y la cólera.

Hasta que un día me doy cuenta de que es hora de morir en mí misma, si es que quiero renacer. Mientras que todo se evadía bajo mis pies, entendí que se trataba de una invitación a bajar a lo más profundo. Que había llegado la hora de abandonar el antes, de aceptar quién era ahí y de abrirme a otras fuerzas. Adiós control, voluntad, planificación; hola confianza, acogida, intuición. La dulzura es un poder y es imprescindible que lo tengamos en cuenta. Por nosotros. Por nuestros hijos. Por la sociedad en la que queremos que crezcan.

Réjane Eréau es autora del libro 'Un bébé enfin! De l'infertilité à la maternité: un chemin inspirant au coeur de la naissance'.

Este post fue publicado originalmente en la edición francesa de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del francés por Marina Velasco Serrano

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