Y sin embargo, se mueve

Y sin embargo, se mueve

Los seres humanos han usado sus mentes para pensar, crear, imaginar, soñar, destruir, adaptarse, sobrevivir... y también para transferir de generación en generación sus pensamientos (a veces en forma de ideologías) y conocimientos. Esto se hizo usando multitud de medios: verbalmente, usando el arte o la palabra escrita.

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Foto: Getty Images.

Considero que la televisión es muy educativa. Cada vez que alguien enciende el televisor salgo de la habitación y me voy a otra parte a leer un libro. Groucho Marx, actor.

La selección natural nos eligió de alguna manera y nuestra especie conquistó el mundo. El poder de nuestro cerebro, y quizá también la suerte, nos han hecho llegar a lo alto de la pirámide, aunque muchas veces, a costa de destruir nuestro entorno (calentamiento global, destrucción de bosques y océanos...) o a nuestros semejantes (guerras, control económico mundial, corrupción política...).

Los seres humanos han usado sus mentes para pensar, crear, imaginar, soñar, destruir, adaptarse, sobrevivir... y también para transferir de generación en generación sus pensamientos (a veces en forma de ideologías) y conocimientos. Esto se hizo usando multitud de medios: verbalmente, usando el arte o la palabra escrita.

Shakespeare escribió Hamlet (por cierto este año se cumple el 400 aniversario de su muerte), Tolkien El Señor de los Anillos, alguién grabó La piedra Rosetta o los petroglifos de Campo Lameiro, otros los códices egipcios o mayas, Miguel Angel pintó la Capilla Sixtina y alguién los bisontes de Altamira hace unos 15000 años. Muchos de estos mensajes han perdurado al pasar del tiempo, hecho mella en el devenir de la historia, conformado nuestras personalidades o simplemente nos han hecho pensar cuando los hemos recibido. Sin embargo, la gran mayoría posiblemente se han perdido o diluido a lo largo de nuestra breve historia. Como dijo S. Hawking: "El universo no solo tiene una historia, sino cualquier historia posible."

Muchos textos de gran valor fueron censurados, a veces no por voluntad propia o por simples caprichos del destino, sino por el interés de algunos pocos. Varios ejemplos: El origen de las especies (Charles Darwin); El diario de Ana Frank (Anne Frank); Las mil y una noches (Anónimo); El Decámeron (Giovanni Boccaccio); Los versos satánicos (Salman Rushdie) o Matar a un ruiseñor (Harper Lee). Muchos fueron considerados textos revolucionarios, obscenos o racistas porque diferían o iban contra del pensamiento (o intereses) de la época.

Recordemos a Galileo Galilei que en 1633 tuvo que reconocer públicamente como error una verdad: "Yo, Galileo Galilei, abandono la falsa opinión de que el Sol es el centro (del Universo) y está inmóvil. Abjuro, maldigo y detesto los dichos errores>". Algunos dicen que al ponerse de pie dijo: "Eppur si muove" (y sin embargo se mueve). Si el Sol era el centro, la tierra perdía su protagonismo, y eso a la iglesia y a algunos más no les interesaba. Sin embargo, como suele decirse, la verdad siempre sale a la luz, más tarde o más temprano.

Tanto el escribir como el leer nos ayudan a ampliar nuestras fronteras del conocimiento, a vivir sueños, a experimentar emociones, a conocernos a nosotros mismos.

Incluso la clave de la vida, nuestro ADN o libro de la vida, ha sufrido modificaciones y cambios, ha evolucionado a lo largo de millones de años y varía de un individuo a otro e interacciona con el ambiente (ej: epigenética). Esa diversidad o variabilidad (tanto a nivel molecular como de pensamiento) es una de las claves de nuestro triunfo (y potencial autodestrucción) como especie. Hoy en día todos podemos escribir, opinar, criticar, o simplemente convertir en algo inteligible nuestros pensamientos o sentimientos. Lo hacemos a diario con las redes sociales, con los mensajes por WhatsApp, con artículos en prensa, en debates en TV... He aquí el poder de la palabra, el poder de la escritura, el poder de la comunicación. Tenemos libertad de opinión, como se le llama, pero en muchos sitios y ciertos contextos si uno se sale de lo pautado, llegan las mordazas, a veces legales o ideológicas y otras muchas impuestas por el "miedo a...". Como escribió Matilde Asensi: "El gobierno no puede espiar a su propio pueblo, hijo, ni actuar como carcelero o censor de la opinión y la libertad de su gente. Y mucho menos puede hacerlo una religión, sea la que sea."

Tanto el escribir como el leer nos ayudan a ampliar nuestras fronteras del conocimiento, a vivir sueños, a experimentar emociones, a conocernos a nosotros mismos. Por otro lado, existe un doble filo, el de pasar la página y en la otra cara del papel encontrar el lado oscuro de un lápiz envenenado o el poder de transformar a un lector desalmado. Ambos, escribir y leer, pueden servir para lo bueno pero también para lo malo como se suele decir. Su gran poder para controlar, alienar, o incluso transformar al ser humano, en definitiva, el poder de convertirnos en corderitos amansados, o por el contrario, en lobos hambrientos, es indudable. Los mismo pasa con otros medios de comunicación como bien sabemos. Decía Jorge Luis Borges: "Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído".

La verdad, escribir es fácil, hacerlo bien y llegar a la gente es mucho más complicado. Comunicar y trasmitir un pensamiento, una idea o un sentimiento se puede hacer de muchas maneras. Y al final dependerá del lector que lo interprete. Ya lo dice el famoso refrán "Cada maestrillo con su librillo". No todos seremos Hemingways, ni Celas, ni LLosas, pero si que todos pensamos y tenemos algo que decir.

Philip Roth dijo una vez: "Tengo 78 años, ¿si escribir es tan frustrante y difícil para mí, qué me ha llevado a seguir haciéndolo? Y la respuesta es muy tonta, es que no sé cómo parar. Si pudiera dejar de escribir lo haría, pero no sé cómo hacerlo." La escritura es universal a día de hoy y parece que también nos ayuda a organizar y consolidar nuestros pensamientos y memorias a nivel neuronal. Para Viginia Woolf: "La verdad que escribir constituye el placer más profundo, que te lean es sólo un placer superficial".