La calada anterior

La calada anterior

Getty Images

Esta columna versa sobre lo maravilloso de lo mundano, lo extraordinario de lo cotidiano, la atractiva levedad del ser.

Por ello, el tema de hoy no es otro que el asombroso proceso y suceso que supone dejar de fumar y otras desventuras al hilo en este mundo prohibicionista habitado por almas cada día más débiles. Como se han escrito ríos de humos al respecto, intentaré inhalar sensaciones y pensamientos originales bajo mi humilde experiencia como fumador de casi paquete diario durante 26 años. Más bien elucubraciones que bien podrían formar parte de una conversación, cañita o vermú en mano, en compañía de amigos que ahora distingo entre fumadores, exfumadores y libres. Solo he conocido a un virgen puro, inmaculado de tabaco y tengo mis sospechas. Sobra decir que para escribir este artículo, no hace mucho, hubiera empleado un mínimo de diez cigarros más o menos apurados.

Recuerdo la primera calada, del primer cigarro. Tenía 16 años, era el verano de 1986, acaba de terminar octavo de EGB, en unas rocas llenas de musgo entre pinos centenarios con mi primo y otros niños amigos de muchas vacaciones en aquellos veranos intensos y vivos de tres meses en la sierra de Madrid. Un mucho de miedo y un poco de asco compitiendo con las emociones de la rebeldía contra lo prohibido y la atracción de lo desconocido, de chavales queriendo ser hombres, porque echar humo nos hacía más duros, especiales y respetables.

Y es que yo de niño quería ser James Dean. Desde muy pequeño. Desde que lo vi en Gigante sin entender gran cosa de la trama, yo le dije a mi madre: "Mamá, quiero ser como él". "¿Actor?", preguntó mi madre. "No, yo quiero ser James Dean de verdad, no un actor". De fondo, derribar esa imagen de James Dean fumando creo que ha sido siempre el gran duelo, como si fumar me hiciera un hombre mucho más interesante, pensamiento que me ha acompañado casi hasta ayer. "Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver", decía James Dean en Llamad a cualquier puerta. "Sueña como si fueras a vivir siempre. Vive como si fueras a morir hoy". Como si fumar acompañara a una filosofía de vida, a seres mejores, más vivos, más jóvenes y penetrantes.

El demonio está ahí siempre para aquel que lo ha estado adorando en el tiempo, aguardando, acechando, buscando una debilidad, su momento.

Pues bien, hasta aquí. ¡Y una mierda! He visto a gente vivir más intensamente, más feliz y más rápido que yo, tener mucho más éxito con las mujeres, soportar mejor que yo los malos momentos de la vida y no fumar, ni aferrarse a un cigarro, ni a veinte todos los días. Gente incluso, mucho más interesante, más guapa y mucho más parecida a James Dean, con mejor olor y aliento más agradable. Y también he visto a gente morir lentamente y con el mayor de los sufrimientos, por una enfermedad dolorosa y maligna provocada por su adicción al tabaco y querer vivir cada minuto que le quedaba y un minuto más. Si te estoy jodiendo el cigarro, realmente, no lo siento. Yo aún me muero por fumarme uno, aunque gracias a Dios es en sentido figurado. Otros no pueden decir lo mismo.

Derribado el primer muro, he de decir que llevo en el momento que escribo, según mi aplicación Dejarlo Ahora del móvil, 158 días sin fumar, lo que supone la friolera de 3.162 cigarros evitados (igual para no engañarme tendría que restar unos pocos), unos 759€ ahorrados, un buen puñado de horas empleadas en otras cosas más constructivas y unos cuantos décimos menos de lotería comprados para el premio gordo del cáncer o del infarto de miocardio. A poco racional que sea uno, todas son razones demoledoras e irrefutables. A mí me gusta imaginarme un cenicero con más de tres mil colillas, y aunque me ayuda, siendo sincero sigo añorando meterme el arma asesina entre los dientes y besarla como si no hubiera mañana. He hablado de esto con otros fumadores y coincidimos en que si el demonio existe, debe ser muy parecido a un cigarro hasta el punto de que son muchos los que seguimos diciendo que si nos pronosticaran una muerte segura e inminente, lo primero que haríamos es lanzarnos a encender un pitillo. Algo muy deprimente pero igualmente descriptivo.

Y es que el demonio está ahí siempre para aquel que lo ha estado adorando en el tiempo, aguardando, acechando, buscando una debilidad, su momento. Siempre anda susurrando, en mi caso canturreando a Tom Waits: "Temptation, temptation, temptation oh, temptation, temptation, I can't resist. I know that she is made of smoke. but I've lost my way. She knows that I am broke. So that I must play. Temptation, temptation, temptation". Hay mañanas en los que ya no hay voces, que respiro hondo y entra aire limpio y hasta el fondo. Hay momentos donde me imagino a James Dean con 43 años y sin un cigarro colgando del labio. Hay días de maravillosa ausencia o inconsciencia y luego hay noches donde crece el diablo aun en un concierto de los Guns N´Roses cerrando el Vicente Calderón.