¿El fin de los sistemas sanitarios públicos?

¿El fin de los sistemas sanitarios públicos?

La sanidad como la conocíamos tiene los días contados. Es matemáticamente insostenible. La financiación decrece mientras las necesidades de servicios no dejan de aumentar. Los enfermos son cada vez más complejos, los sanos se sienten cada vez más achacosos y los profesionales sanitarios son maltratados laboralmente y padecen presiones asistenciales insufribles.

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Foto: LUCA PIERGIOVANI/EFE

La sanidad como la conocíamos tiene los días contados. Es matemáticamente insostenible. La financiación decrece mientras las necesidades de servicios no dejan de aumentar. Los enfermos son cada vez más complejos y los sanos se sienten cada vez más achacosos. Los profesionales sanitarios son maltratados laboralmente y padecen presiones asistenciales insufribles. Mientras tanto, algunos se frotan las manos esperando que el sistema caiga como fruta madura para poder vender nuevos productos sanitarios, gadgets, ehealth, big data y preciosas clínicas y hospitales de gestión rigurosa cuya propiedad obstenten fondos de capital riesgo.

La medicina del último siglo ha avanzado mucho a la hora de manejar el dolor y los síntomas de la enfermedad, pero poco al enfrentarse al sufrimiento humano. Este negociado dependía de los grandes discursos de sentido que la filosofía y la religión ofrecían. Con el hundimiento de los mismos, la ciudadanía ha quedado huérfana y no sabe qué hacer con su desazón. Ni los psicólogos, ni la New Age, ni los libros de autoayuda consiguen calmar las llamas que el personal siente cuando se quema por los problemas cotidianos o sufre sus particulares catástrofes vitales.

La tolerancia a la incomodidad es cada vez menor. "Doctor, vengo porque desde hace una hora me molesta un poco el oído izquierdo", "Vengo sin cita porque esta mañana me ha salido este grano", "No se lo va a creer, pero estoy completamente destrozada tras la muerte de mi perrita".... La vida nos presiona y nos agobia hasta extremos que terminan afectando a nuestra salud psicológica y física. Los niveles de estrés son cada vez mayores, incluso en niños y en ancianos. Y todos sabemos que la tensión mantenida termina haciendo saltar nuestros fusibles. Empezamos a dormir mal, a notar dolor en la espalda, en el cuello o en otros lugares, a padecer malas digestiones, a notar ardor en el estómago...

¿Qué hacemos hoy con el sufrimiento humano? ¿Es susceptible de ser abordado y manejado desde el sistema sanitario?

Aproximadamente un tercio de las consultas de mi centro de salud tienen que ver con problemas adaptativos a las circunstancias vitales que producen ansiedad, tristeza o malestar psicológico. Situaciones mantenidas de tensión en el trabajo, con la pareja o en familia, problemas económicos, de desempleo, de explotación..., todo ello aderezado con aislamiento y mucha soledad. Pese a estar hiperconectados, pocos encuentran a alguien con quien compartir abiertamente lo que sienten.

Si a esto sumamos el nivel de hartazgo y quemazón profesional de los propios sanitarios tras lustros de ninguneo, gestión ineficiente y presión laboral progresiva, nos encontraremos con la tormenta perfecta. Por eso me parece pertinente preguntar: ¿qué hacemos hoy con el sufrimiento humano?, ¿es susceptible de ser abordado y manejado desde el sistema sanitario?, ¿cómo ayudar a que ciudadanos y profesionales de la salud manejen mejor su estrés?

En primer lugar, me atrevo a prescribir silencio, mucho silencio. Estamos rodeados de un ruido de fondo intolerable y vivimos en una tempestad de movimientos que no nos deja un minuto libre. Nadie tiene tiempo. Recuperar espacio, recuperar silencio, recuperar tiempo es una prioridad. Si no hacemos pie en un pedacito de presente, seguimos dando tumbos por la vida metidos en una lavadora inclemente que no deja de centrifugar nuestros asuntos, que rumiamos sin fin pese a que quemen.

Generar el suficiente silencio hace surgir una llama de conciencia que nos permite darnos cuenta de lo que hay en nuestra vida. Contemplaremos ideas, sentimientos, magulladuras y heridas. Tendremos una oportunidad para ordenarlas, calmarlas y curarlas. Y es que hay asuntos en la vida que solo podemos arreglar nosotros, nadie puede entrar en esa profundidad personal en la que reposan las cosas que de verdad importan.

Mejorar la capacidad de relacionarnos con nosotros, de escucharnos, de mirarnos, de cuidarnos es una prioridad social. No es posible delegarla. La sanidad nos podrá ayudar a curar un corte, una neumonía o una pierna rota, pero la responsabilidad última para superar un duelo, una pérdida, una situación adversa, reside en uno mismo.

Con los profesionales pasa igual. Sus dificultades seguirán existiendo. Son profesiones abnegadas, siempre lo fueron. Pero si el profesional no se cuida a sí mismo, no lava cada día sus heridas, terminará cubierto por una costra oscura y fibrosa que hará que su vida sea muy desagradable.

Dicen algunos que fuera del mercado no hay salvación. Yo digo que hay silencio, hay espacios enormes. Y como dice Javier Melloni: "El silencio no es la ausencia de ruido sino la ausencia de ego". Qué bueno sería que rescatásemos esa hermosa facultad de aparcar cada jornada un ratito ese pesado ego y descansáramos en el horizonte de paz y calma que todo el mundo tiene en algún lugar de sus silencios.