Las mejores vacaciones de mi vida

Las mejores vacaciones de mi vida

flickr Editorial/Getty Images

He aprovechado los grados de libertad que nos conceden las vacaciones estivales para tomar cierta distancia. La naturaleza, el silencio, las proporciones, la luz... consiguen que cambiemos por unos días el registro rutinario que convierte nuestro magnífico cerebro en un amanuense gris y rescatemos el color de la vida. El problema surge cuando uno se da cuenta de que se lo está pasando sospechosamente bien y que por contraste su cotidianidad tiene un tinte bastante miserable. No es de extrañar que la industria del turismo esté triunfando, todo el mundo quiere huir de su jornada laboral explotadora o de su paro laboral no deseado, de su execrable jefe, del vecino, de la familia política... de algo. En verano el respetable se trasviste de turista accidental y se echa a la calle buscando chiringuito, tapas, raciones, cervecitas y demás regalías. Es una huida hacia adelante que está irremisiblemente condenada al fracaso. Al final tendremos que volver a lo de siempre y habremos malgastado otra oportunidad de tomar conciencia. Una conciencia que, por otra parte, es dura de tomar. A nadie le gustan las medicinas amargas y esta lo es.

Las protestas contra la avalancha de visitantes veraniegos no servirán de nada, cada vez vendrán más, cada vez estarán más desesperados, cada año querrán más. La razón es sencilla: si la sed aumenta es que no estamos bebiendo en la fuente adecuada. El ritmo de vida occidental, su consumo desaforado, su prisa, su no parar, su ruido permanente, sus pantallas incesantes... no consiguen saciar el profundo anhelo que cada cual lleva en su pecho. Ni el coche recién comprado, ni el nuevo móvil, ni los cien mil mensajes que recibimos cada día nos dan esa paz que terminamos buscando como peregrinos enfurecidos en los escasos días que conseguimos escapar de la construcción de la correspondiente pirámide del faraón de turno.

Pensar no ha sido nunca fácil, hacen falta mimbres adecuados. Un lenguaje suficiente, tiempo, espacio, silencio de calidad, una mínima cultura general, cierta biblioteca y unos cuantos maestros que hayan sabido poner en nosotros las semillas adecuadas. El pensamiento crece de la mano de la conciencia, vamos dándonos cuenta de lo que somos y necesitamos, de lo que son y necesitan los demás. Vamos comprendiendo que entre la primera, segunda y tercera personas de todos los verbos que existen no hay diferencias significativas.

El día que decidamos ir de vacaciones a nuestro propio centro todo cambiará. Ese día experimentaremos una profunda paz sin hacer más que tomar conciencia del tiempo y el espacio que ocupamos en este mismo instante.

La paradoja está en querer huir metiéndonos directamente en nuestra propia cárcel. Es una sofisticación social de estos tiempos del final de la historia: ya no hace falta alinear al ciudadano, él mismo ofrece su privacidad, abre sus carnes, se carga de grilletes. El verano nos lo muestra a las claras. Parecemos felices unos días al disfrutar por fin de la ansiada zanahoria que llevamos todo el año persiguiendo. Las carreteras atestadas, los hoteles llenos, los aeropuertos saturados lo atestiguan. Alguien se está forrando y no somos nosotros.

El día que decidamos ir de vacaciones a nuestro propio centro todo cambiará. Ya no hará falta comprar costosos billetes, preparar abultados equipajes o agobiarnos en largos trayectos, soportando colas, esperas y demás inconvenientes. Ese día experimentaremos una profunda paz sin hacer más que tomar conciencia del tiempo y el espacio que ocupamos en este mismo instante. Sin atascos, música machacona ni multitudes alocadas. Serán las mejores vacaciones de nuestra vida: gratuitas, sencillas, felices y llenas de vida. Conseguiremos descansar de lo que más nos cansa: esa versión de nosotros mismos que se afana por ser lo que no es. Y además los demás nos verán en la cara que no les estamos engañando, por fin dejaremos de ser impostores en busca de la experiencia vacacional perfecta.

De momento será nuestro móvil el juez de turno que dictaminará cómo nos van las cosas. Mientras más selfies y fotos estivales compartamos en redes sociales probablemente más alineados estaremos. Los pocos que han comprendido dónde estaba el tesoro hace tiempo que hicieron un discreto mutis por el foro y dejaron de presumir de su propia condena.

Todavía no puedo decir si estas van a ser las mejores vacaciones de mi vida. Parece que al menos voy encontrando interesantes puntos de vista. Les mantendré informados.

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