Islandia, el WIT y la deuda: ¿Cómo resolver la crisis?

Islandia, el WIT y la deuda: ¿Cómo resolver la crisis?

No se puede abandonar la austeridad en España y en Europa porque no se puede huir indefinidamente de las deudas. Hay que plantear cómo hacerlas sostenibles y compatibles con el crecimiento y qué debemos lograr para conseguirlo y para evitar situaciones similares. El sistema de incentivos, de transparencia y de acción pública y política se ha manifestado insuficiente. Es hora de superar la situación de espera respecto a la crisis. ¿Quién aporta el liderazgo para ello?

El pasado mes de enero El Tribunal de la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA) ha dictaminado que Islandia no hizo mal al no asumir completamente la devolución de los depósitos de los clientes extranjeros, fundamentalmente holandeses y británicos, cuando se enfrentó a la resolución de una descomunal crisis bancaria que hundió su crecimiento, arruinó a miles de hogares y empresas y dejó boquiabiertos a unos ciudadanos acostumbrados a la autosuficiencia, la sostenibilidad y un nivel de vida bastante elevado.

Ahora recuerdo que en el famoso documental sobre la crisis financiera Inside Job, el caso de Islandia se presentaba, a modo de prólogo, como un juguete roto por una mal concebida innovación y contagio financiero internacional. Tras la decisión de la EFTA, muchos quieren ver en Islandia la referencia por la que España podría regirse para tratar de afrontar muchos de sus problemas. Sin embargo, esta comparación no es posible porque son dos casos completamente distintos. Incluso aunque pueda tomarse como referencia un problema común -cómo hacer frente a la deuda pública y, sobre todo, privada- las soluciones han sido, son y serán distintas porque los casos también lo son. Islandia forma parte de un acuerdo comercial dentro de la EFTA y ha optado por resolver la crisis en corto, con brutales sacrificios inmediatos para poder ver la luz pronto, aunque sea con una especie de coma auto-inducido por el cual han pagado un alto precio en términos de actividad, empleo, costes para el contribuyente y reducción de renta y riqueza. Ahora pretenden empezar de nuevo. España, sin embargo, es parte de la Eurozona, lo que implica mucho más que un acuerdo comercial. El ejemplo del seguro de depósitos es sólo una parte de por qué cualquier solución para España tiene que ser (está siendo ya, en parte, de hecho) europea. Los fondos de garantía de depósitos de cada país en la UE protegen a los depositantes de sus bancos, operen en ese país o en cualquier otro de la UE. Es un principio de corresponsabilidad inquebrantable. De hecho, la decisión de elevar los seguros de depósitos a 100.000 euros por cuenta y cliente (como mínimo) en toda la UE es la indicación más clara que estas decisiones no pueden ser unilaterales dentro de la UE. Para España, dejar de pagar a los depositantes de otros países o, en general, dejar de honrar cualquier deuda con nuestros socios comunitarios, tendría consecuencias devastadoras. No tiene sentido ni plantearlo.

Tampoco parece ser el caso que España -ni ningún otro país de la UE- vayan a optar por la mega-catarsis islandesa de afrontar costes, distribuirlos y hacer pagar a todos los responsables. Otra diferencia fundamental. De nuevo, cualquier solución pasa necesariamente por una Europa de una burocracia lenta y una complejidad política considerable. La esperanza para la UE y, en particular para la Eurozona, reside en las promesas: la del Banco Central Europeo asumiendo el liderazgo de la acción y la, más lejana, de una posible unión bancaria y fiscal. Si planteamos por lo tanto cómo Europa puede hacer frente a su deuda para que pueda afrontar un nuevo horizonte de crecimiento, todos los caminos llevan a la misma respuesta: incluso con esfuerzos ingentes de los países más debilitados, la única solución posible es alguna forma de mutualización de deuda. La referencia, por lo tanto, no está en Reikiavik sino en Bruselas y Frankfurt... y también en Berlín. Cuando Mario Draghi aseguró que haría "todo lo que fuera necesario" por salvar al euro, ese "whatever it takes" (WIT) le convirtió en un game changer (el creador de unas nuevas reglas de juego), como tuve oportunidad de referirme a él tras presentar su programa de compra de deuda OMT. Aún parece que vivimos del WIT, en ausencia de otras propuestas europeas que puedan ser, ni de cerca, tan efectivas como fueron aquellas palabras y aquel programa. Desde el Huffington Post tuve la oportunidad de señalar aquel episodio como el primero de salida de la crisis. Lo curioso es que el OMT no se ha puesto ni siquiera en marcha y, más que una promesa, parece ya un órdago -dada la aparente lejanía de una petición de rescate por parte de España, que está teniendo mucha más vida de la que se esperaba.

Llevamos meses de contradicción entre unos fundamentos que indican un 2013 muy duro para la economía española y europea (y un crecimiento muy modesto, en el mejor de los casos, para 2014) y una situación de los mercados calificada como aparente tranquilidad. Es una situación algo arriesgada e incómoda por varias razones. La más importante es que cualquier vaivén puede dar al traste con la situación de supuesto desahogo. Los últimos vaivenes políticos lo han puesto claramente de manifiesto. También es preciso tener en cuenta que la comodidad es cuestionable porque una prima de riesgo entre 340 y 380 puntos básicos no es asumible a largo plazo. Si la situación se mantiene es porque existe un juego de expectativas que aún resulta equilibrado, incluso en un escenario en el que la petición de rescate por parte de España ha perdido enteros en las apuestas. Hacia finales de 2012 la estimación más generalizada era que España acabaría solicitando un rescate en 2013. La idea era que esa petición activaría el programa OMT y mandaría a los mercados (especuladores incluidos) una clara señal de apoyo a la deuda soberana española. Después se han prodigado las declaraciones oficiales que sugerían que el rescate no era preciso, una postura que se ha presentado no sólo como conveniente para España sino también para una Alemania que ha de afrontar elecciones en septiembre de 2013 y en la que la factura de un rescate no es una buena propaganda para los votantes. Como se ha reconocido incluso por las mismas instancias oficiales, evitar un rescate es la opción preferente en ausencia de sobresaltos pero... ¿puede garantizarse que no habrá tales sobresaltos? Ojalá sea así aunque hay notables incertidumbres.

España y Europa pelean por mantener su apuesta por la austeridad, como un ejercicio de funambulismo por el cual se quiere mantener la credibilidad internacional bajo la promesa de honrar las deudas lo más rápido posible, a la vez que tratar de mantener el interés inversor con promesas de un crecimiento ineludiblemente anémico. En el caso de la deuda, la magnitud es ya muy importante y el deterioro macroeconómico va a hacer muy difícil que se le pueda hacer frente si no cambian algunos elementos estructurales. Son muchos los economistas que sugieren que así muchos países de Europa tardarían muchos años en crecer y crear empleo. La única solución disponible es una disciplina presupuestaria más prolongada, menos exigente a corto plazo. Para ello, se tiene que desconectar, en gran medida, el vínculo entre la deuda bancaria y la soberana, sobre todo para países como Irlanda y España que aún están haciendo frente a las consecuencias y costes de una fuerte crisis financiera. Esta semana hemos comprobado cómo Irlanda, en su idea de liquidar el Irish Bank Resolution Corporation (IBRC), pretende debilitar ese bucle entre deuda bancaria y soberana. En definitiva, la solución para el primer problema es encontrar el mejor marco en el que se atisbe en el horizonte una cierta mutualización de la deuda en Europa. El que ya haya un horizonte temporal en el proyecto de unión bancaria europea y el que ya se hayan acometido los primeros pasos en ese contexto (i.e. el BCE como supervisor bancario único) está ayudando a aliviar tensiones en el mercado, pero creo que en el corto y medio plazo hará falta algo más y será necesario avanzar para apuntalar la ruptura del bucle de la deuda bancaria y soberana, a través de algún tipo de mutualización de la deuda, de la que los países acreedores (con Alemania a la cabeza) no parecen desear hablar.

En todo caso, incluso si se avanzara en esa mutualización de la deuda, quedaría aún el segundo y más importante problema, el del crecimiento. Para crecer hay que apostar por reformas y modelos que hagan sostenibles los logros sociales que muchos países europeos han logrado. Por duro que suene, muchos de nuestros derechos han avanzado más rápido que nuestras corresponsabilidades sociales. Un modelo de bienestar es sólo sostenible si el esfuerzo y los incentivos son los adecuados para todos para sostenerlo. Desde luego, el ejemplo debe venir desde arriba, pero es una falacia pensar que esta crisis ha estado causada por unos pocos para el sufrimiento de muchos. Antes o después, el modelo actual iba a mostrar elementos de insostenibilidad y la relación entre lo que cuesta nuestro modelo de bienestar y lo que se aporta debe estar clara para todos.

Por todo ello, para mantener nuestro modelo de estado de bienestar, va a ser necesario cambiar de modo radical el sistema de incentivos del conjunto del país, en el que se va a requerir más esfuerzos -no menos- por parte de todos.

El corolario de estas cuestiones es que no se puede abandonar la austeridad porque no se puede huir indefinidamente de las deudas. Hay que plantear cómo hacerlas sostenibles y compatibles con el crecimiento y qué debemos lograr para conseguirlo y para evitar situaciones similares. El sistema de incentivos, de transparencia y de acción pública y política se ha manifestado insuficiente. Es hora de superar la situación de espera respecto a la crisis. ¿Quién aporta el liderazgo para ello?