La socialdemocracia desde EEUU

La socialdemocracia desde EEUU

Desde el punto de vista interno el proceso de elección en el PSOE ha sido un éxito incuestionable. Para mí, sin embargo, el debate que más me interesaba, es el debate de las ideas y desde la distancia me he quedado decepcionado. Muchas de las discusiones entre los candidatos eran de cara al partido.

He seguido con gran interés las primarias del PSOE desde EEUU, donde resido. Por un lado he observado con satisfacción un proceso de primarias marcado por la participación de los afiliados en la elección del Secretario General, un hito en la democracia interna de nuestros grandes partidos, y por otro con preocupación el futuro del partido en particular y de la socialdemocracia, en general.

Vamos por partes. Desde el punto de vista interno el proceso de elección ha sido un éxito incuestionable. En un contexto de cada vez mayor escepticismo sobre el funcionamiento interno de los partidos y su capacidad de conexión con los votantes y la sociedad civil, el experimento del PSOE ha sido un éxito importante que marcará un antes y un después en el funcionamiento interno del partido (¿y es posible que ponga presión en otros partidos para emular esta práctica?). La respuesta masiva por parte de los afiliados, así como su entusiasmo, y el interés que el proceso ha despertado por todo el país muestran que es posible cambiar prácticas arraigadas y responder a las demandas de la sociedad de mayor transparencia, participación, e inclusión.

Para mí, sin embargo, el debate que más me interesaba, es el debate de las ideas y desde la distancia me he quedado decepcionado. Muchas de las discusiones entre los candidatos eran de cara al partido, y he echado en falta propuestas realmente innovadoras y renovadoras que muestren que el PSOE tiene ideas y programa para afrontar los retos que tiene el país.

Este debate va más allá de las fronteras de nuestro país. El futuro de la Socialdemocracia y de la izquierda en general en el contexto de unas economías cada vez más abiertas y globalizadas, es uno de los grandes debates políticos de estos años. Hace ya más de 15 años que publiqué mi primer libro (De la Socialdemocracia al Neoliberalismo) en el que hacía un análisis institucional y estructural para explicar por qué en España no habían sido posibles, bajo un Gobierno socialista, las políticas de rentas socialdemócratas que se habían implementado en los países escandinavos. El abandono por parte del Gobierno de Zapatero de sus prioridades de izquierdas para implementar políticas de austeridad fue la puntilla final. Y el PSOE todavía no se ha recuperado.

Pero el problema no es sólo del PSOE sino de la socialdemocracia en general. Una de las grandes sorpresas de esta crisis ha sido la falta de alternativas que han surgido al paradigma neoliberal dominante. Si se estudian las grandes crisis económicas del siglo pasado se observa que la respuesta a cada crisis llevó a un cuestionamiento y abandono de las políticas que llevaron a esa crisis, así como de los paradigmas económicos dominantes en los años que precedieron a la crisis. La Gran Depresión de los 20-30 resultó en el abandono del paradigma neoclásico y la implantación de políticas Keynesianas que otorgaron un papel clave al estado en la gestión de las políticas macroeconómicas. La estagflación de los 70 y principio de los 80 llevó al cuestionamiento de las políticas Keynesianas y a la victoria del monetarismo, empujado por Thatcher y Reagan. La Gran Recesión que empezó en 2007, sin embargo, no ha llevado a un cuestionamiento profundo del paradigma neoliberal, que sigue dominando, pese a la gran responsabilidad de esas políticas que llevaron a la crisis. Esto es profundamente decepcionante y descorazonador, porque refleja la victoria de los mercados y la incapacidad de la izquierda de articular una alternativa viable. Y es al mismo tiempo una de las grandes causas del desafecto y la frustración de los ciudadanos por todo el mundo.

En este sentido es importante recordar que uno de los efectos más importantes de las políticas neoliberales fue la liberalización de los mercados de capitales. Más de tres décadas después, todavía no parece que hayamos entendido la implicación profunda de esa decisión (que fue una decisión política e ideológica). Para la izquierda, que fue cómplice por pasiva y por activa, esta decisión tuvo (y sigue teniendo) implicaciones existenciales que todavía no ha sido capaz de resolver, porque rompió el equilibrio preexistente entre el capital y el trabajo, dando muchísimo más poder al capital que ahora sí podía hacer efectivo de forma más real la amenaza de salida si los gobiernos imponían políticas en contra de sus intereses, y por tanto suponía (e impone) restricciones a las políticas macroeconómicas domésticas. Todavía no hemos sido capaces de romper este nudo gordiano que sigue colgando como una espada de Damócles sobre las cabezas de los gobiernos de izquierdas que quieren implementar políticas redistributivas, y/o imponer mayor regulaciones para controlar los mercados.

La socialdemocracia también ha fracasado en el análisis de las causas de la crisis actual y por consiguiente en su respuesta. No sólo no ha sido capaz de articular un paradigma alternativo al neoliberalismo, sino que ha aceptado que las causas de la crisis tienen sus raíces en la ruptura en el sistema de intermediación financiera y en el aumento de la deuda. Esto ha llevado (a gobiernos de izquierda y de derecha) a la adopción de políticas que se han centrado fundamentalmente en la reforma del sector financiero y en la implementación de medidas de austeridad para reducir la deuda.

Esta explicación sin embargo deja de lado otro factor que fue clave: el gran endeudamiento de las familias y la sobrevaloración de los activos inmobiliarios que precedieron a la crisis, y que afectaron de forma dramática al consumo una vez que se pinchó la burbuja, tal y como muestran Atif Mian y Amir Sufi en su gran libro House of Debt (Casa de Deuda). Los contribuyentes y no los bancos, una vez más pagaron la factura; y los deudores (muchos de ellos testigos inocentes) no sólo no recibieron casi ayuda, sino que cargaron con el coste del desastre. Mucho mejor nos hubiese ido en Europa y en España si se hubiese hecho un análisis correcto y se hubiesen adoptado las políticas adecuadas en vez de aceptar ciegamente el dogma de la austeridad como hizo Zapatero (y después Rajoy). Es hora de que aprendamos de los errores y tomemos las medidas pertinentes.

Y el panorama en el resto de Europa no es mucho más boyante. La victoria de Hollande en Francia abrió una ventana de esperanza que llevó a muchos a pensar que Francia podría provocar un giro en las políticas de austeridad que emanaban de Bruselas y Alemania. Hasta el momento, sin embargo, sólo se puede decir que el Gobierno de Hollande ha sido una gran decepción. Y no sólo en el ámbito Europeo, donde se esperaba mucho más, sino también en el domestico donde la elección de Vals como Primer Ministro y la implementación de recortes y reformas de cariz neoliberal impuestas por los mercados (y por Bruselas), han dejado al desnudo al Partido Socialista Francés. La gran (y sorprendente) esperanza viene de Italia donde Renzi se ha convertido en un referente y una alternativa al paradigma dominante, y está plantando cara públicamente a las políticas de austeridad. Habrá que ver cómo termina.

En España (y en otros países) la socialdemocracia ha dejado de conectar con sus votantes. La globalización, el proceso de integración europeo, la creciente fragmentación de sus votantes tradicionales y de sus intereses, la resistencia cada vez mayor a pagar impuestos y a la burocratización de nuestras sociedades, la erosión de la solidaridad (una de las grandes víctimas de esta crisis), y los cambios demográficos hacen mucho más difícil la búsqueda de alternativas. La derecha sigue defendiendo la primacía del mercado (y no del Estado) en la gestión eficiente de los recursos económicos, y está aprovechando la crisis para reducir la dimensión del Estado de bienestar, restringir los derechos sociales, y ampliar el espectro de áreas que quedan al margen del control político como las políticas monetarias (que en caso de Europa controla el BCE), en incluso las fiscales (que quedan cada vez más constreñidas por las regulaciones y los controles de Bruselas). Las izquierdas más radicales siguen cuestionado los mercados y defendiendo políticas fracasadas. Los socialdemócratas se sitúan a caballo entre ambos, aceptan el valor de los mercados como generadores de riqueza, pero siguen buscando el balance entre igualdad y libertad.

Para la socialdemocracia el reto sigue siendo cómo implementar políticas de izquierda que protejan a los más desfavorecidos, y al mismo tiempo responder a la necesidad de crecimiento que genere los recursos para la redistribución. Si hay algo que hemos visto repetidamente en las décadas antes de la crisis (y durante la crisis) ha sido el fracaso de los gobiernos de izquierdas en implementar políticas que pudiesen mantener el crecimiento y al mismo tiempo redistribuir de forma efectiva. Felipe González lleva décadas repitiendo que no se puede redistribuir lo que no se tiene, y esto que parece de Perogrullo es algo que los gobiernos de izquierda por todo el mundo han olvidado sistemáticamente.

La crisis ha dejado claro que un modelo basado en el endeudamiento para mantener (o ampliar) beneficios y prestaciones sociales no es sostenible. La respuesta tiene que venir por la adaptación de nuestras sociedades a unos mercados abiertos. No debería de ser paradójico que los países que más apoyan la globalización sean aquellos en que tienen los Estados de bienestar más desarrollados. Para ello los gobiernos socialdemócratas tienen que desarrollar el capital productivo de sus ciudadanos, fomentar la sociedad del conocimiento, y liberar su potencial de innovación y producción. En un contexto de recursos limitados esto significa que hay que priorizar y gastar en aquellas áreas que tengan mayor impacto, y reducir en otras, lo cual no será fácil. Otro gran reto será transformar el Estado. En la actualidad en nuestro país (y muchos otros) las instituciones del Estado están desacreditadas por la corrupción, la ineficiencia, la duplicidad de funciones, y por su alto coste que no nos podemos permitir. En muchos casos estas instituciones (y los que trabajan en ellas) en vez de servir a los ciudadanos, se sirven a sí mismas. Los socialdemócratas tienen que aceptar que es imperativo construir Estados eficientes con instituciones que contribuyan al fortalecimiento de la sociedad civil para promover modelos de crecimiento sostenible basados en la sociedad del conocimiento.

Por último, uno de los grandes desafíos para la socialdemocracia será el operar de forma mucho más efectiva a nivel Europeo y/o transnacional. Mitterrand fue el último líder Europeo socialista que consideró la posibilidad de volver a un modelo de economía cerrada que permitiese implementar políticas tradicionales de izquierda. Volver a ese modelo, que significaría el abandono del proceso de integración europea, parece hoy inviable. Es por ello que la única alternativa real es la construcción de una propuesta socialdemócrata a nivel europeo que permita el mantenimiento del modelo Europeo de bienestar (que tanto más valoramos los que vivimos fuera de Europa), y al mismo tiempo tenga una dimensión más adecuada para afrontar el poder de los mercados y los retos de la globalización.

Esperemos que los nuevos líderes del PSOE estén a la altura de estos desafíos. Mucho está en juego.