Prohibido olvidar quiénes son

Prohibido olvidar quiénes son

Quienes durante años hemos trabajado defendiendo a víctimas de este régimen, sabemos cómo han evolucionado, cómo han diseñado su propia estructura e inteligencia represiva, para lograr lo que algunos han sentido antes y muchos sienten ahora: la desesperanza y la inamovilidad.

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Foto: EFE

Como doliente de la ley de amnistía aprobada por la Asamblea de Venezuela, no sólo por haber colaborado en alguna que otra cosa en su redacción, sino como posible beneficiaria, debo confesar que me siento entristecida por la forma en que el régimen de Maduro está tratando de engavetarla para sacar del fondo del saco una Comisión de la Verdad de ellos y llevar a quienes están desesperados por sus familiares presos, a posiblemente verla como el último tren que pasará por el caso de sus seres queridos, dolientes, injustamente presos y maltratados.

Es importante recalcarle a los lectores que nos enfrentamos a un régimen malandro, sin reglas ni principios, sin moral, y que siempre, a pesar del color del disfraz de cordero que se pongan, serán lo que son: unos envilecidos del poder. Quienes durante años hemos trabajado defendiendo a víctimas de este régimen, sabemos cómo han evolucionado, cómo han diseñado su propia estructura e inteligencia represiva, para lograr lo que algunos han sentido antes y muchos sienten ahora: la desesperanza y la inamovilidad.

El régimen ha aprendido a utilizar el miedo como mecanismo de control, y ahora, lo mas sofisticado, el hambre, la sed y las necesidades básicas, como método para conseguir un fin que les beneficie. La repartición de bolsas de comida a cambio de firmas en contra de la ley de amnistía fue miserable, como lo son quienes piensan que el pueblo venezolano es desmemoriado y no sabe que quienes han desfalcado las arcas públicas, quienes controlaron las divisas, la renta petrolera, el Banco Central de Venezuela, el oro de las reservas internacionales, los impuestos de la gente, las industrias básicas, las minas y riquezas naturales son ellos mismos, que llegaron al poder para apropiarse de Venezuela, para someter al pueblo a una ideología retrógrada y discriminatoria y tratar de imponer un sistema que ha arruinado al país y ha empobrecido a su gente.

El uso del poder para infligir dolor al venezolano ha sido extremo. Y no hablo solo del dolor físico, sino del psicológico, del moral, del dolor que da cuando tratan de destruir la dignidad. Sus métodos varían dependiendo de hacia quién va dirigido. A sus seguidores le aplicaron el método de la provocación, de la inculcación del odio hacia quienes se oponían a ellos, además de resaltar la miseria y las dádivas por encima del progreso y la buena educación para crecer como seres humanos. Hoy en día, algunos continúan a merced de la bolsa de comida, de la promesa de una vivienda mal terminada, o de un taxi que obtuvieron para votar por alguno del Gobierno. A ellos, ahora, el régimen los ha mandado a sembrar conucos en sus casas, a criar pollos en sus salas, y hasta a hacer cervezas artesanales, alegando que la oposición les ha quitado la comida de la boca con la guerra económica.

Estoy segura que hay unos cuantos en el Gobierno de Venezuela que tendrán que rendir cuentas de su maldad, de la energía que pusieron para lastimar, para dañar, para hacer sufrir a su prójimo aquí en la tierra, ante el sistema de justicia nacional o internacional.

Al lado contrario, a la oposición democrática, le ha aplicado la persecución judicial para aplacar las ideas y acallar sus voces. Les quitó bienes productivos, empresas, fincas, con el ansia de apropiarse de lo que servía para convertirlo en el mismo rancho que tienen ellos en la cabeza, y los ha sometido a la fragilidad de sentirse desprotegidos ante el hampa organizada y el hampa improvisada, a la que alentó con la impunidad, con la permisividad de los colectivos que funcionan como cuerpos paramilitares, y con el empobrecimiento y la carencia de planes de crecimiento económico que produjera empleos dignos. Por la misma desidia, inacción e impunidad, el régimen fomentó que se incrementaran delitos como el secuestro y la extorsión, como herramientas para obtener dinero fácil y rápido. De hecho, miembros de sus propios organismos de seguridad, pertenecían o siguen perteneciendo a bandas delincuenciales. La oposición ha pagado su disidencia con cárcel, intimidación, conculcación de derechos y exilio.

A Franklin Brito no lo mató únicamente la huelga de hambre, también lo llevó a la muerte el pisoteo del régimen a su dignidad. A Geraldine Moreno y a Bassil Da Costa no los mató una simple bala, los mató el odio, el abuso de autoridad de estos hombres nuevos, formados para tratar al venezolano que manifiesta por sus derechos, como el enemigo de guerra, aunque su arma sea una bandera y su juventud. A Mónica Spear la mataron aquellos que nacieron en estos 17 años de impunidad y permisividad, y que hoy son pequeños estados dentro del Estado, armados hasta los dientes, y actuando durante muchos años con el silencio absoluto y cómplice de quienes pensaron que estos grupos podían ser parte de la defensa de la revolución.

Yo quizás podría pensar que algunos de los que están hoy en el poder podrían quizás salvarse de las pailas del infierno cuando Dios los llame a botón en algún momento de la vida, como nos pasa a todos. Pero estoy segura que hay unos cuantos que tendrán que rendir cuentas de su maldad, de la energía que pusieron para lastimar, para dañar, para hacer sufrir a su prójimo aquí en la tierra, ante el sistema de justicia nacional o internacional. Espero estar sentada del lado de las víctimas, para poder señalarlos. A mí nunca me han engañado.