7 cosas que hacen las buenas madres y yo he dejado de hacer

7 cosas que hacen las buenas madres y yo he dejado de hacer

Por ejemplo, bañar a los niños todos los días, comprar sólo productos orgánicos, obligar a mis hijos a comer verdura, ser eternamente paciente o tener la casa impecable. Lo primero, porque les seca la piel, y lo último, porque no tuve hijos para convertirme en sirvienta de nadie.

A 5 years old girl taking her bathCatherine Delahaye via Getty Images

Escrito por Leigh Anderson

1. Bañar a los niños todos los días. A menos que se hayan revolcado en el barro, los niños no necesitan bañarse todos los días. En verano, les aclaro la arena, el sudor y la crema a diario, pero en invierno eso les seca y les escuece la piel. Bañarlos dos veces por semana está bien y me ahorra la incómoda lucha de agua que supone lavar a un niño chillón.

2. Elaborar una compleja rutina de sueño. Todo el mundo dice que hay que crear una rutina para acostar a los niños. El baño, el masaje, la luz tenue cuando le das de mamar... Antes estaba listo en una hora de reloj. Ahora que mi hijo tiene cuatro años, han aparecido nuevos rituales, como: 1) canta una canción; 2) lee tres libros; 3) escucha su canción; 4) baila; 5) juega al juego que se inventó con papá, llamado choques, en el que siempre me llevo un golpe; 6) una pelea de buenas noches con su hermano; 7) lavarse los dientes; 8) un juego llamado burrito en el que se enrolla dentro de una sábana; 9) rezar; 10) una docena de abrazos y besos de buenas noches en un orden concreto en el que, si fallamos, hay que volver a empezar; 11) otro vaso de agua; 12) otro pis; 13) otro vaso de agua.

Al final, para ahorrar tiempo, acabo eliminando todo menos el lavado de dientes y una oración, murmurada a toda velocidad mientras me acerco al minibar.

3. Comprar productos orgánicos. Me he pasado los últimos cinco años de pie frente al pasillo de la fruta debatiéndome entre pagar 3,50 euros por el kilo de manzanas orgánicas o 1,20 por las normales, para después acabar confundida y sin comprar ninguna. Simplemente, no me voy a preocupar más de eso. Entre que coman o no coman fruta y verdura, es preferible que coman, y no nos podemos gastar tanto dinero en manzanas.

4. Obligar a mis hijos a comer verdura. A mi primer hijo le obligábamos a comer un número determinado de bocados del plato para tener derecho a postre. Todo esto daba lugar a regateos, negociaciones y debates sobre cuál era la cantidad exacta de comida que tenía que pinchar el tenedor para que contase como bocado. Un poco como discutir cuántos ángeles pueden pasar por la cabeza de un alfiler. Cuando llegó el segundo, empezamos a aplicar la división de responsabilidades de Ellyn Satter, lo cual ha hecho las comidas mucho más pacíficas. Bueno, en general. La otra noche en la mesa, mi hijo miró el plato y dijo: "Esto parece una cabeza vieja". Así que no todo es coser y cantar, pero al menos no tengo que reñir sobre si tocar un trozo de brócoli con la lengua cuenta como bocado.

5. Ser eternamente paciente. De verdad que intento controlar mi carácter. Pero, a veces, uno de mis hijos no deja de pulsar el botón de Oh, Susana en la máquina de música, el teléfono está sonando y no soy capaz de encontrarlo, la comida se está quemando y mi otro hijo trata de hacer preguntas con una voz apenas audible. (¿Os acordáis de la escena de La Oficina en la que Michael Scott negocia un ascenso hablando muy bajito? Pues eso es lo que hacía mi hijo). Hay veces que pierdo el control. Pero no está bien que los niños tengan madres infinitamente pacientes y santas, porque el mundo no es ni santo ni infinitamente paciente. La gente normal pierde la cabeza con ruidos demasiado fuertes, con fuegos descontrolados y con un niño que pide queso sin mover los labios. Está bien que los niños reconozcan las fases incipientes de la locura de alguien. Les vendrá bien en el mundo.

6. Tener una casa perfectamente limpia. Una amiga me dijo hace poco: "Ojalá hubiera sabido que la maternidad en realidad consistía en convertirse en limpiadora". Así es. Limpio la cocina cuatro veces al día. Rasco las cosas del suelo con las uñas. No sé ni cuántos calcetines hechos una bola recojo al día. Pero ahora -en parte porque odio limpiar y en parte porque pienso que los niños (sobre todo los chicos) no deben creer que siempre habrá alguien que recoja sus cosas- les insisto para que dejen su ropa sucia en el cesto sin paradas intermedias por el suelo, que recojan sus juguetes, y que ayuden con la limpieza semanal del polvo y la aspiradora. Tardaría menos si lo hiciera yo misma, y además la casa no está súper limpia, pero odio eso de sentirme como una mártir. Prefiero tener la casa ligeramente sucia antes que ser una sirvienta, y así aprenderán que los pequeños esfuerzos diarios son mejor para el mantenimiento de una casa que una fumigación trimestral.

7. Pasar todo el fin de semana con mis hijos. Lo que más echo de menos de la soltería es el tiempo que pasaba sola en casa, sin hacer nada productivo. Por eso estamos probando una nueva medida llamada del medio día libre. Como los sirvientes de Downton Abbey, desde las 8 hasta el mediodía una vez por semana, tenemos derecho a pasar la mañana sin niños, sin trabajo y sin responsabilidades. El otro progenitor se encarga de sacar a los niños de casa. Así que yo ahora me voy a poner a rellenar la hucha, a juntar todos mis coleteros y a amontonar papeles en mi mesa. Va a ser glorioso.

Este post apareció originalmente en The Mid.

El artículo fue publicado con anterioridad en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano.