El hombre que miraba chocar los trenes

El hombre que miraba chocar los trenes

EFE

El 31 de mayo de 2014, en Sitges (Barcelona) en la clausura de las jornadas del Círculo de Empresarios, el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, pronunció la siguiente frase, refiriéndose a la crisis política catalana:

"Cuando hay choque de trenes es porque uno de los trenes va por la vía equivocada".

Se trata de una frase muy aguda para ser pronunciada por un analista o un comentarista de la actualidad, o por una diputada, un senador, un cocinero, una alquimista, un zapatero, un pensador, el ministro de Asuntos Exteriores de Finlandia, un sastre, un informático, una taxista, una maga, un cartero, un carpintero, un alpinista, un ganadero, una estudiante de biología, un corredor de fondo, un corredor de bolsa, un médico ruso, un estafador japonés, una adolescente triste, una señora muy seria, un catedrático, un pintor rubio, un agricultor bajito, un domador de leones en paro, mi padre, mi hija, una asesina en serie, una cantante calva, un acróbata nigeriano, un catador de melones o Supermán. Una buena frase para cualquiera.

Solo hay una persona en el planeta Tierra que no puede pronunciar esa frase: el Presidente del Gobierno de España. La razón es muy sencilla. Él no es el conductor de un tren. Él es el encargado del tráfico ferroviario.

Dice la Constitución en su artículo 97, título IV:

"El Gobierno dirige la política interior y exterior".

En el artículo 98.2 dice lo siguiente:

"El Presidente dirige la acción del Gobierno".

Cosa distinta sería que la Constitución dijera:

"El Presidente del Gobierno ´comenta´ la política interior".

En ese caso sí. En ese caso habría tenido lógica la frase de Mariano Rajoy. Pero no es así. Quiso el constituyente que el Presidente del Gobierno no fuera un comentarista, sino el responsable de dirigir la política interior. La situación política en España es su responsabilidad. No su culpa. Sí su responsabilidad. Es su trabajo.

No es posible imaginar que un choque de trenes anunciado durante cuatro o cinco años mantuviera en su cargo al responsable del tráfico ferroviario.

Esto no exonera a los gobernantes catalanes. Si han mentido, engañado, manipulado o delinquido lo decidirán los electores o los tribunales, y cada catalán, cada español puede tener su criterio sobre si son los causantes o los culpables absolutos e indiscutibles de esta crisis. Pero la peor opinión que se tenga de los gobernantes catalanes no cambia la realidad: la dirección de la política es responsabilidad del Presidente del Gobierno. Es parte del trabajo del Presidente del Gobierno evitar una crisis de Estado, y es parte del trabajo del Presidente del Gobierno preservar la estabilidad de su país en todo su territorio, también en una comunidad que genera el 18% de la riqueza de España. Esta parte de su trabajo no le ha salido del todo bien, vamos a decirlo sin sangre.

No podemos saber cómo habrían ido las cosas de haber seguido Mariano Rajoy alguna de las propuestas sobre Cataluña que ha tenido sobre su mesa durante todos estos años. Propuestas planteadas por miembros de su propio Consejo de ministros, propuestas de partidos políticos de la oposición, propuestas del gobierno catalán, propuestas de medios de comunicación... El Presidente del Gobierno, en uso de su responsabilidad como director de la política interior, ha decidido ignorar todas las propuestas. Ha sido su opción: hacer nada y confiar en que las aguas volvieran a su cauce, por sentido común. Era su responsabilidad hacer o no hacer. Hoy unánimemente se juzga la situación política como gravísima. Mariano Rajoy puede afirmar que no es su culpa, pero no puede negar su responsabilidad, porque está señalada en la Constitución.

No es posible imaginar que un choque de trenes anunciado durante cuatro o cinco años mantuviera en su cargo al responsable del tráfico ferroviario, ni es fácil seguir el razonamiento que sugiere que quien ha dirigido la acción política en los últimos cinco años es la persona adecuada para remontar el deterioro político al que se ha llegado después de cinco años.

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