Volver la vista al mar

Volver la vista al mar

El 31 de octubre de 2013 pasará a ser una fecha clave en Valencia. El Consejo de Ministros aprobaba retirar el recurso de inconstitucionalidad que el Gobierno socialista anterior presentara contra la ejecución del Plan Especial de Protección y Reforma Interior (del Cabanyal-Canyamelar.

La historia urbanística de los dos últimos siglos en Valencia, la tercera ciudad española e ibérica, iniciada bien temprano en el urbanismo moderno, está plagada de desencuentros y proyectos inconclusos como consecuencia de una oposición política que no siempre encuentra encaje en la opinión de los ciudadanos. El más reciente de todos ellos fue la paralización por parte del Gobierno de Rodríguez Zapatero de la ejecución del Plan Especial de Protección y Reforma Interior (PEPRI) del Cabanyal-Canyamelar, conocido por planificar la prolongación de la avenida de Vicente Blasco Ibáñez hasta el frente marítimo de la capital valenciana.

El 31 de octubre de 2013 pasará a ser una fecha clave en la historia de la capital del Turia, al anunciarse que el Consejo de Ministros aprobaba retirar el recurso de inconstitucionalidad que el Gobierno socialista anterior, en un claro insulto al autogobierno de los valencianos, presentara contra la ley 2/2010 de la Generalitat que permitía ejecutar este importante plan, continuador de las ideas iniciadas a mediados del siglo XIX, aprobado con amplia mayoría en el consistorio capitalino y que cuenta con una abrumadora aprobación social entre los vecinos del barrio y de la ciudad. Ahora empieza a poder desliarse la complicada maraña jurídica que se ha generado durante la última década con la única voluntad de limitar la autonomía municipal de Valencia y la competencia exclusiva de la Generalitat Valenciana en urbanismo y ordenación del territorio, lo que con algo de suerte, acabará permitiendo ejecutar el gran proyecto urbanístico pendiente más importante para la ciudad de Valencia de los últimos dos siglos.

La prolongación de Blasco Ibáñez, inicialmente conocida como paseo de Valencia al Mar, se engendró en 1865, siguiendo los planteamientos e ideas del conocido plan del barón Haussmann para París, que es, junto con el ensanche de Ildenfons Cerdà en Barcelona, el hito fundacional del urbanismo contemporáneo. Ha sido la asignatura pendiente de la ciudad de Valencia durante décadas: se encontraba ya prevista en los dos primeros planes urbanísticos metropolitanos de la capital del Turia, en 1946 y 1966 -que, de hecho, fueron dos de los primeros instrumentos de planeamiento urbanístico metropolitanos aprobados en toda España-, y se mantuvo en el vigente Plan General de Ordenación Urbana de Valencia, éste ya limitado al ámbito municipal, aprobado en 1988 con un Gobierno socialista tanto en el Ayuntamiento de Valencia como en la Generalitat Valenciana, responsables de la aprobación inicial y final del plan. Siguiendo las exigencias del propio PGOU, el Ayuntamiento valentino aprobó el llamado PEPRI del Cabanyal-Canyamelar, que se inspira en la idea inicial de unir la ciudad de Valencia con su frente costero, aunque con un planteamiento definitivamente más proteccionista y conservadurista que el de los planes metropolitanos del siglo XX.

Lo cierto es que, aunque Valencia es un municipio con un enorme frente costero -el más largo de entre las grandes ciudades españolas y europeas- la conexión del núcleo urbano de la ciudad con el mar ha sido siempre una tarea muy compleja. La ciudad de Valencia nació en el 138 a.C. alejada del mar, en un meandro del Turia y rodeada de una marisma que con el paso de los siglos ha sido domada por las manos del hombre hasta convertirla en metrópolis y huerta; y no fue hasta el siglo XX en que definitivamente se diera una continuidad urbana total entre el núcleo urbano de Valencia y el núcleo costero, que fue independiente y se denominó Pueblo Nuevo del Mar. La trama urbana de los barrios del frente marítimo valenciano, hoy agrupados en el distrito de Poblats Marítims, formada por una cuadrícula cuyos ejes principales son paralelos al mar provoca un efecto muralla entre la ciudad y su playa, que no ha podido ser superado, provocando que una ciudad eminentemente marítima, que tiene entre sus símbolos más arraigados los del mar y en su carácter el de un importante núcleo portuario, hoy líder en el mar Mediterráneo, no tenga una solución que la conecte realmente con su mar: muchos urbanistas valencianos han apuntado que todavía hoy parece que desplazarse hasta el frente costero de Valencia sea más una excursión para los propios valencianos que un desplazamiento cotidiano.

Son muchas las actuaciones urbanas pendientes en cualquier ciudad de las dimensiones de Valencia, y especialmente si ésta, como ha ocurrido en la capital valenciana, se ha visto sometida a la discriminación continuada en las inversiones estatales. Desde la operación Parc Central, con el túnel pasante ferroviario que permita dar continuidad al corredor mediterráneo bajo la ciudad, así como a los tramos septentrional y meridional de su red de cercanías, hasta el soterramiento de las vías del ferrocarril en el este del núcleo urbano, que hoy obstaculizan dos de las vías más importantes de la ciudad (el paseo de la Alameda y la avenida de Francia), dificultando todavía más su apertura al mar, pero es de justicia decir, que por su historia y su necesidad, la prolongación de Blasco Ibáñez es la actuación pendiente más vital para la ciudad y para los poblados marítimos asediados por la criminalidad y las ocupaciones ilegales de viviendas ruinosas que hacen insufrible la vida de la mayoría de sus vecinos -que son, a su vez, los grandes defensores del PEPRI-, y será uno de los hitos del urbanismo español de este siglo si finalmente consigue terminar de girar hacia el mar a una gran ciudad que lleva más de 2.150 años dándole la espalda.