El objetivo no eran los caricaturistas

El objetivo no eran los caricaturistas

El asesinato de los caricaturistas franceses no fue un atentado contra el humor ni contra la prensa, sino contra la democracia y los cimientos de la libertad. Un año después de ese 7 de enero no nos sentimos seguros ni siquiera en París, cuna de los derechos del hombre.

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Foto: EFE

Hace un año, al regresar de un viaje a Berlín, tuve que cambiar de avión en el aeropuerto Charles de Gaulle. Las dos horas de la escala transcurrieron sin contratiempos, tras lo cual reinicié mi viaje y llegué a Bogotá en la soleada tarde de aquel 6 de enero.

Como suelo hacer después de cada viaje trasatlántico, esa noche traté de resistir al máximo, antes de irme a la cama, procurando cuadrar mi reloj biológico, alterado por el cambio de horario. Sin embargo, luego de unas cuantas horas de sueño no muy profundo, aún antes del amanecer, ya me encontraba frente al computador ojeando Twitter, páginas de periódicos, etcétera... Cuál no sería mi sorpresa al ver los primeros titulares que daban cuenta de unos atentados en París.

"No puede ser", me decía a mí mismo, mientras hacía clic aquí y allá, intentando averiguar más datos. Lo primero que vi fue que hubo un tiroteo en París, cosa que de por sí ya me impactaba bastante. Pero a medida que se actualizaban links y llegaban nuevos reportes la cosa iba empeorando. Luego vi que habían atacado un periódico. "¡Miércoles...!", pensaba, mientras recordaba a algunos amigos y colegas de la prensa francesa. Enseguida empezó a aparecer el nombre de Charlie Hebdo, y ahí sí me invadió un escalofrío que hacía temblar mis manos, que ya se movían erráticas sobre el teclado...

Y entonces vino lo peor: en mi exiguo francés alcancé a entender que varios "dessinateurs" del semanario habían sido asesinados por terroristas de la yihad islámica. Y entre los acribillados había dos cuyos nombres me eran muy familiares: Wolinski y Tignous.

Georges Wolinski era un veterano maestro de la caricatura francesa y un provocador nato, nacido en Túnez en 1934; de mamá francoitaliana y padre polaco. Lo conocí en Bogotá a finales de los 80 y luego nos vimos alguna vez en París.

Por su parte Bernard Verlhac --que firmaba como Tignous y tenía 57 años-- era uno de los pilares de Charlie Hebdo. Detrás de su humor ácido y su ruda apariencia ocultaba una personalidad dulce y un carácter de gelatina; siempre tenía un apunte listo y una sonrisa fácil... Nos conocimos en Colombia en febrero de 2010, en un encuentro de caricaturistas que organizamos con las embajadas de Francia y de Estados Unidos, evento al cual asistieron también Plantu y una pléyade de dibujantes de América del Sur, Europa y Estados Unidos. Con Tignous compartimos unos días inolvidables no sólo en Bogotá y Cartagena, sino también en París y Caen, en otra cumbre de dibujantes realizada en 2011.

Lejos estábamos de imaginar entonces que unos años después íbamos a llorar su ausencia y la de sus compañeros de Charlie Hebdo, que pagaron con su vida el atrevimiento de desacralizar la religión, de defender el laicismo.

Los problemas del semanario habían comenzado en 2006, cuando publicaron las caricaturas de Mahoma hechas por los dibujantes daneses, en un claro desafío a la prohibición de los musulmanes de representar a su profeta. Desde esa época "muchos esperaban que nos mataran", dice en el editorial de la edición conmemorativa de Charlie Hebdo su director, Laurent Sourisseau (Riss), quien resultó herido pero se salvó en la masacre.

Pero no nos equivoquemos: el brutal asesinato de los caricaturistas franceses no fue un atentado contra el humor ni contra la prensa, sino contra la democracia y el pluralismo; contra nuestra cultura y los cimientos de la libertad. A quienes les quede alguna duda, que repasen el saldo trágico de la barbarie vivida el pasado 13 de noviembre, también en la capital francesa.

Lo más triste es que un año después de ese fatídico 7 de enero seguimos sintiendo que ya no estamos seguros en ninguna parte del mundo. Ni siquiera en París, cuna de los derechos del hombre.

Este artículo fue publicado originalmente en El Tiempo