La utopía de leer

La utopía de leer

El hecho de que los youtubers acerquen a los muchachos a las librerías no debería tomarse como una afrenta sino como una oportunidad y un llamado urgente a revisar cómo nos estamos comunicando con las nuevas generaciones.

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Captura de pantalla con la imagen del youtuber chileno Germán Garmendia

Que los muchachos no leen o que odian el papel es un mito que carece de sustento. Lo que pasa es que leen lo que les interesa y no lo que les quieren imponer, como en esos tiempos remotos cuando a uno le tocaba leer casi a las malas El Mío Cid o La Jerusalén libertada, para después hacer un resumen o un cuadro sinóptico de los personajes de la obra.

Quienes hablan de esta supuesta falta de lectura juvenil culpan a las redes sociales y a los smart phones, que parece que cada vez vuelven menos inteligentes a sus propietarios. Sin embargo, lo cierto es que el fenómeno de la conectividad ha hecho que los muchachos lean y escriban mucho más que nosotros cuando atravesábamos la adolescencia.

Que leen, leen. Otra cosa es la la calidad de lo que leen y escriben y la forma como castigan el idioma a punta de abreviaturas y de palabras inventadas; o de la mescolanza que hacen en sus posts de términos coloquiales con extranjerismos y barbarismos.

En todo caso, en este mundo donde lo primero que hacen al despertarse es consultar los mensajes y actualizaciones de sus cuentas en Facebook, Instagram o Twitter, resulta necio decir que los jóvenes no leen. De hecho, buena parte de ellos se comunican sólo por medio de la escritura y de la lectura.

Sí, ya sé que me van a decir que eso no es literatura y que ellos no leen libros ni obras que les nutran el cerebro. Quienes así opinan tienen que entender que hoy por hoy el aprendizaje se desarrolla en una forma muy diferente y el conocimiento se adquiere de maneras muy variadas y distantes de los métodos de hace 20 o 30 años.

Está en marcha nada menos que una lucha por los derechos civiles, encabezada por los jóvenes y su inagotable energía.

El síntoma de que algo está pasando en ese sentido, en ese modo de comunicarse de los jóvenes, lo pudimos apreciar en la Feria del Libro que acaba de terminar en Bogotá y que produjo uno de los fenómenos más avasalladores que hayamos visto en la historia de este evento. Claro, me refiero a los youtubers, esos personajes que a fuerza de transmitir por YouTube lo que muchos adultos consideran tonterías han salido del mundo virtual a mezclarse con los demás mortales en el mundo real y producir colapsos como el que se vio en Corferias con Germán Garmendia, el chileno cuyos videos son vistos y compartidos por millones de fanáticos.

En medio del estupor y el desencanto de muchos, la presencia de Garmendia no sólo ocasionó un caos inédito en la Feria, sino que firmó miles de libros en una sola sentada, hazaña que ya quisiera igualar cualquier amo y señor de los best-sellers, como lo es el brasileño Paulo Coelho.

Uno puede decir todo lo que quiera de esos libros y tener discrepancias con su contenido e incluso mirarlos con desdén -como a las obras de Coelho-, pero eso no le resta mérito al hecho de que los 'youtubers' conocen a su público y logran conectarse con sus fanáticos de tal manera que son capaces de sacarlos de sus casas para tener un contacto directo con ellos.

Por lo tanto, antes de mirar con displicencia a estas nuevas ¿y fugaces? estrellas editoriales, sus detractores deberían detenerse un momento y recordar los tumultos que se arman alrededor de escritores consagrados, como un nobel de literatura. Así no hayan leído jamás ni una sola línea de sus escritos ni sepan pronunciar su nombre, muchos adultos hacen largas colas para verlos, tocarlos, conseguir un autógrafo o tomarse una selfie; no por amor a lo que escriben o dicen, sino porque son celebridades. ¿O es que creen que todos los que rodeaban o perseguían en la Feria a Svetlana Alexeiévich eran especialistas en su obra?

El hecho de que los youtubers acerquen a los muchachos a las librerías no debería tomarse como una afrenta sino como una oportunidad y un llamado urgente a revisar cómo nos estamos comunicando con las nuevas generaciones.

Este post fue publicado originalmente en El Tiempo