La evolución independentista de Cataluña, del siglo XII a 2017, en varios libros

La evolución independentista de Cataluña, del siglo XII a 2017, en varios libros

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Por W Magazin

El Parlamento de Cataluña aprobó este miércoles 6 de septiembre la ley para convocar el referéndum de independencia que se celebrará el 1 de octubre de 2017. Esta ley fue aprobada por los partidos o grupos independentistas y la ausencia del PP, Ciudadanos y PSC que no participaron en la votación.

A la espera del desarrollo de las discusiones políticas, jurídicas y sociales, WMagazín los invita a conocer parte de la realidad a través de pasajes de los libros El relato nacional. Historia de la historia de España, de José Álvarez Junco y Gregorio de la Fuente Monge (Taurus), Los puentes rotos, de Manuel Milián Mestre (Península), La gran ilusión. Mito y realidad del proceso indepe, de Guillem Martínez (Debate) y Lecciones españolas. Siete enseñanzas políticas de la secesión catalana y la crisis de la España Constitucional (2012-2016), de Lluís Bassets (EDLibros). A ellos, se suma la novedad literaria Escucha, Cataluña. Escucha, España escrita por Josep Borrell Fontelles, Francesc de Carreras, Juan-José López Burniol y Josep Piqué (Ediciones Península).

El relato nacional. Historia de la historia de España, de José Álvarez Junco y Gregorio de la Fuente Monge

La otra parte de la Marca Hispánica, vinculada también a la monarquía aragonesa, produjo crónicas que no solo fueron posteriores a las astures y a las navarras sino que dejaban traslucir, como constatan J. A. García de Cortázar y J. A. Sesma, un «sentimiento de vinculación política con el pasado godo [...] mucho menos intenso». A comienzos del segundo milenio, los textos catalanes tendían a comenzar con la cronología de los emperadores carolingios; es decir, que Cataluña, como dice Sánchez Alonso, «ponía sus raíces en el comienzo de la Reconquista», a diferencia de Castilla.

Las primeras crónicas catalanas de importancia son las Gesta Comitum Barcinonensium et Regum Aragonum, redactadas en el monasterio de Ripoll en diversas fases entre la segunda mitad del siglo XII (aunque pudo haber una redacción original, según Coll Alentorn, de 1128) y principios del XIV. Es característico de estos relatos, y lo será en general de los medievales catalanes, prescindir de la Hispania prerromana y romana, e incluso dejar en un segundo plano la visigoda[55]. La restauración de esta última, o la inicial «liberación» de las tierras catalanas de los musulmanes, habría corrido a cargo de Carlomagno y sus descendientes. La propia dinastía de los condes de Barcelona, en vez de intentar emparentar con el linaje godo, hacía descender su sangre de la imperial de los carolingios. Hasta el siglo XIV las crónicas catalanas destacaban —llenas de orgullo— la intervención personal de Carlomagno, con una supuesta expedición el 785 que arrebató Gerona a los musulmanes, y de su hijo Luis el Piadoso, conquistador de Barcelona y fundador del condado de ese nombre, que reservó para sí, lo que explicaba su primacía sobre el resto de los condados catalanes. Pero el acontecimiento fundacional, para las Gesta, sería la obtención, de manos de Carlos el Calvo, del dominio hereditario sobre el condado de Barcelona por parte de Wifredo el Velloso (Guifré el Pilòs). Alrededor de la heroica muerte de este último, en lucha con los musulmanes, inventaría Pere Antoni Beuter, entrado ya el siglo XVI, la leyenda de las cuatro barras, dibujadas por el propio emperador francés con la sangre del Pilòs sobre su escudo de oro[56].

Los historiadores actuales tienden a aceptar que el Pilòs fue el fundador de la dinastía condal hereditaria, pero sitúan el paso decisivo en el surgimiento de Cataluña como unidad política emancipada de la tutela francesa a finales del siglo X, al recupera ...

Los puentes rotos, de Manuel Milián Mestre

Es sabido que a nadie le gusta escuchar las verdades cuando son duras y crudas. No obstante, quienes tenemos vocación por la prospectiva o la profecía tenemos el deber de avisar, de advertir sobre los virajes y los obstáculos del camino y las dificultades que puedan alterar la normalidad. Hoy nos encontramos en una coyuntura en la que se arriesga gran parte de lo conquistado en los últimos decenios y se apuesta por el gran problema de los retos enigmáticos y las incógnitas por esclarecer. Con este espíritu invoco a Joan Maragall cuando poetizaba, tal vez con sensaciones semejantes a las mías:

Vigila, espíritu, vigila,

no pierdas nunca tu norte,

no te dejes llevar a la tranquila

agua mansa de ningún puerto.

No sé si estamos vigilando lo suficiente; sí que tengo claro que hemos perdido el norte y no lo encontramos. Hay demasiada confusión y se ha extinguido la esencia de nuestra cultura de respeto y reflexión, de medir bien los pasos antes de darlos, de caminar dubitativos porque ni siquiera sabemos adónde vamos, y menos aún el trazado del camino. (...)

Hoy el problema del PP catalán es Madrid: el entorno de Rajoy, la negación fáctica del respeto democrático a sus bases y militancia, la violación sistemática de la voluntad y las opiniones de los cuadros; cuando menos, esa eterna concesión intervencionista de las gentes de la escuela de Javier Arenas, de esas que con sus hechos confiesan que lo que es bueno para Cataluña no puede ser bueno para Andalucía o para España. ¿Cómo puede explicarse, si no, la dualidad ética del PP andaluz, que se arroga puntos del Estatuto catalán que ellos mismos han cuestionado ante el Tribunal Constitucional? ¿Cómo se justifica una campaña política en la que utilizan Cataluña como contrapunto negativo, sin sonrojarse por sus manipulaciones posteriores, que solo a ellos benefician? ¿Cómo se explica ese artículo de asimilación general en el Estatuto valenciano de todo cuanto alcance Cataluña en el suyo?

Son procederes políticos amorales o incoherentes. No pueden cosecharse votos por esas Españas a costa de darle palos a Cataluña y a los catalanes, como se ha venido haciendo desde el año 2000 hasta el congreso de Valencia. Igual que no pueden pagarse votos andaluces (del PSOE) con las supuestas deudas históricas del señor Chaves, cuando las deudas, injustas y estructurales, están en Cataluña. Cornudos y apaleados: ese es el papel del PP catalán en esta hora.

* Los puentes rotos, de Manuel Milián Mestre. Traducción de Agnès González Dalmau. (editorial Península)

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La gran ilusión, de Guillem Martínez

¿Las consecuencias del Procés?

Efectivamente, ninguna. Políticamente, se ha controlado la crisis de Régimen en Catalunya, se la ha ordenado, se la ha recompuesto. De alguna manera, CDC sigue existiendo. A pesar de su autodefinición como formación republicana e independentista, es no obstante difícil que se desprenda de su legado intelectual de más de un siglo de catalanismo conservador. Y de su estilo, poco claro. Y de su preocupación, en momentos de crisis, por aspectos más de clase que nacionales. Es posible que la actual CDC refundada desaparezca, o se refunde nuevamente o en otro sitio. La sensación es que su momento ya ha pasado, que será relevada por una ERC más moderada. Si bien, históricamente, CDC nunca ha desaparecido cuando así se preveía que pasara. En ese sentido, es una caja de sorpresas.

Se ha producido una ruptura en el catalanismo. Una reformulación. Que parece traducirse en un independentismo de aspecto beligerante, pero de recorrido lento, que tal vez no está tan preocupado por conseguir un Estado como por gestionar el periplo durante décadas, como antaño el autonomismo. Se ha vivido una sustitución de roles. Al menos, momentánea. CDC, el partido del IBEX en Catalunya, ha dejado de serlo. El gran sector de la empresa regulada en Catalunya ha roto su contacto con Mas. Por el Procés. No ha comprendido que era, antes que una búsqueda de un Estado, una búsqueda de estabilidad política a partir de varios trucos y efectos. La beligerancia de La Caixa, incluso personal con Mas, es llamativa. Y nunca antes había sido vista o detectada. El IBEX parece haber elegido como interlocutor en Catalunya a la segunda fuerza, Ciutadans, perteneciente a una tradición alejada, opuesta, al catalanismo. Eso es un cambio significativo. Los sectores de CDC más vinculados con La Caixa y el IBEX han sido derrotados, al menos momentáneamente, durante la refundación.

También han surgido nuevas fuerzas, que disputan la hegemonía al independentismo de ERC, que se perfila como partido de futuro. Se trata de En Comú Podem, vinculado al 15M. Ese partido que en los próximos meses será formulado y que supondrá la confluencia de toda la izquierda catalana, salvo el PSC, a su derecha, y algunos sectores de la CUP, a su izquierda, es beligerante con la austeridad, pero por cultura democrática, o tal vez gracias a la presión ciudadana en torno al Procés, es partidario de un referéndum.

Y, por encima de todo, el Procés ha despenalizado una posibilidad que hasta hacía poco no existía de forma plausible y palpable. El independentismo. Que ya no supone un exotismo, una frontera lejana. Si bien la sospecho, ignoro la voluntad verdadera de los políticos que gestionan el Procés —es decir, su límite, la posibilidad de que, en efecto, algún día, sometidos a determinada presión y temperatura, accedan a políticas, en efecto, de ruptura—, como ignoro la voluntad verdadera de los ciudadanos que les votan. ¿Quieren la independencia? ¿Por qué no votan opciones nítidamente independentistas? ¿Por qué no las construyen? El independentismo ha dejado de ser algo improbable, en todo caso. Es posible que sea una opción real, quizás no tanto por él mismo —el independentismo catalán parece más preocupado por autodemostrarse que por llegar a resultados efectivos—, sino por los avatares, incalculables, que aún le quedan por recorrer a la crisis de Régimen española y a la crisis democrática europea.

En España aún deben cambiar cosas. En una dirección o en otra. La dinámica de esos cambios puede acarrear la posibilidad de una independencia, o más probablemente, la posibilidad de un referéndum cada veinticinco años, es decir, de la renegociación del Estado y el sometimiento a democracia periódica de la territorialidad. La crisis española es, en fin, un conflicto entre una idea restrictiva de democracia y una idea participativa y avanzada. De imponerse, como solución, la segunda opción, supondrá el reparto de la soberanía del Estado en el territorio, aplazada desde el siglo XIX. Y, por ello y para ello, la alianza del independentismo y la nuevas izquierdas peninsulares, rupturistas y partidarias de un Estado de inclusión voluntaria, al menos en este momento. De perder la batalla, la cosa adquirirá tintes de conflicto territorial eterno y crispado o, incluso, de recentralización.

Quizás esto es lo que ha dado de sí, hasta ahora, el Procés, esa consecuencia de la crisis democrática europea, de la financiera mundial, de una crisis social, de una crisis de Régimen. Poco, en la dirección que pretendía el Procés. La despenalización de una posibilidad, pero también una ayuda vigorosa para que una idea de democracia enclenque y envejecida, una corrupción estructural, el Régimen del 78 en Catalunya, hayan subsistido con cierta comodidad más años de los que, en principio, le hubieran resultado confortables en una crisis generalizada.

Lecciones españolas, de Lluís Bassets

El Gobierno español desempeña un papel trascendental en esta dinámica gracias a las actuaciones de los tribunales, y especialmente del Tribunal Constitucional. La estrategia de Mariano Rajoy es muy peculiar y en lugar de enfrentar políticamente un problema que es fundamentalmente político, lo ha tratado casi en exclusiva por la vía jurídica y administrativa, mediante la actuación de la abogacía del Estado, la Fiscalía y los servicios de Interior y de Presidencia del Gobierno. Este reproche que muchos le han hecho, incluso desde las filas del PP o de Ciutadans (C's), no debe confundirse con el argumento independentista que contrapone el cumplimiento de la ley a la solución política y pretende por esta última la vista gorda y la carta blanca para cualquier vulneración del marco legal por parte de los representantes del pueblo.

Paralelamente a la ausencia de respuesta política y a un auténtico retraimiento o inhibición del Gobierno y de los dirigentes del PP durante los últimos seis años en el escenario político catalán, también se ha producido un notable nivel de juego sucio, en el que los servicios policiales han actuado en coordinación con los medios de comunicación afines para desencadenar operaciones propagandísticas contra el soberanismo. En su conjunto, la acción del Gobierno ha facilitado las cosas al soberanismo, proporcionándole abundante munición para alimentar su victimismo e incluso para intentar fabricar el caso de una nación sometida bajo el peso de un Estado de baja calidad democrática que vulnera las reglas de juego civilizadas.

(...)

La fuerza del nacionalismo catalán se debe históricamente a la debilidad nacionalizadora española, es decir, a la incapacidad de las élites españolas para construir un proyecto inclusivo que neutralice el impulso diferenciador catalán. En algunos ensayistas soberanistas esta consideración se expresa incluso en forma de reproche a una España que no ha sido históricamente capaz de asimilar a los catalanes en una matriz uniforme como hizo Francia con sus viejas naciones medievales gracias a la escuela, el Ejército y los valores republicanos. Vistas así las cosas, el resurgimiento de 2012 sería una nueva demostración de esta debilidad española, tras la tregua conseguida con la Constitución de 1978, la culminación del proyecto democrático y la reintegración plena de España en la vida internacional.

La derecha española y una parte de la izquierda moderada fraguaron la idea de que el reconocimiento conseguido por Cataluña —debidamente disuelto en el café para todos del Estado autonómico y bajo una administración del Estado central capaz de recuperar competencias en cualquier momento en función de la coyuntura— era el punto de llegada y la culminación final del proyecto. En cambio el nacionalismo catalán y parte de la izquierda menos jacobina lo han considerado como el punto de partida y lo han utilizado para construir la nación catalana sin esperar a que encajara con una nación española plural como hubiera correspondido a la única forma útil para compatibilizar ambos procesos de nacionalización o de construcción nacional. Prueba fehaciente de esta incompatibilidad de proyectos es que nada detestan más los nacionalismos de uno y otro lado que la fórmula de «nación de naciones», en la que la subjetividad con que se construye el término «nación», en vez de quedar acotada a la propiedad de cada uno, queda elevada al cuadrado para acoger a todos.

* Lecciones españolas. Siete enseñanzas políticas de la secesión catalana y la crisis de la España Constitucional (2012-2016). Lluís Bassets (Editorial EDLibros)

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Este artículo fue publicado originalmente en la web de WMagazín, la revista literaria online dirigida por el periodista Winston Manrique Sabogal, un espacio para conversar con sosiego sobre literatura, donde él es cronista de encuentros, reportajes y entrevistas a ambos lados del Atlántico, y los lectores son los coautores, con sus lecturas y comentarios.