Roberto Bolaño y el viaje a las historias secretas de los libros póstumos de grandes autores

Roberto Bolaño y el viaje a las historias secretas de los libros póstumos de grandes autores

La publicación este 3 de noviembre del décimo libro del chileno Roberto Bolaño (1953-20013) en 13 años que lleva muerto, una novela de iniciación literaria y confesión personal, posible antecedente de Los detectives salvajes, reactiva el debate sobre si es lícito o ético publicar algo sin la voluntad expresa del autor. Sobre si se respeta o no la voluntad del autor, de si aportan algo al estudio de su obra o si es mero mercadeo.

Este artículo fue publicado originalmente en el blog del autor, el periodista Winston Manrique Sabogal, un espacio para conversar con sosiego sobre literatura, donde él es cronista de encuentros, reportajes y entrevistas a ambos lados del Atlántico, y los lectores son los coautores, con sus lecturas y comentarios.

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Detalle de los dibujos del manuscrito de El espíritu de la ciencia-ficción, de Roberto Bolaño

Los secretos de la carpintería literaria de Vladimir Nabokov quedaron al descubierto por la publicación de un libro-facsímil de sus ficheros y notas de trabajo privadas, a pesar de que dijo que los quemaran.

Los laberintos emocionales que nutrieron a Truman Capote se conocen porque los relatos de niñez y adolescencia que él había escondido aparecieron 35 años después de muerto y alguien los publicó.

La última novela de Carlos Fuentes, en la que llevaba más de 20 años trabajando, se ha podido leer porque su albacea sabía que era una obra casi terminada.

Los poemas desconocidos de Pablo Neruda, y escritos durante diez años, han visto la luz luego de que aparecieran en unas carpetas empolvadas en su fundación en Chile.

Los inéditos míticos de Juan Ramón Jiménez han sido disfrutados por sus lectores porque sus herederos han decidido cumplir la voluntad del poeta de divulgarlo todo.

Los libros de Julio Cortázar donde habla de literatura surgen de la recopilación de conferencias aquí y allá o de relatos extraviados.

Los pensamientos íntimos y dudas existenciales de Susan Sontag son públicos porque su hijo decidió editar los diarios de su madre.

El revelador retrato de Irène Nemirovsky, muerta en el Holocausto, sobre la Francia ocupada por los nazis se descubrió medio siglo después porque sus hijas cuidaron la maleta donde estaban sus escritos.

La obra de Franz Kafka engrandeció la literatura porque su amigo y albacea decidió salvarlas del fuego, como pedía el escritor.

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Las razones por las que los grandes escritores parecen escribir desde ultratumba son un laberinto. Sus ediciones póstumas son de toda estirpe. Y, siempre, un acontecimiento literario. La publicación este 3 de noviembre del décimo libro del chileno Roberto Bolaño (1953-20013) en 13 años que lleva muerto lo confirma. Se trata de El espíritu de la ciencia-ficción (Alfaguara), una novela de iniciación literaria y confesión personal, posible antecedente de Los detectives salvajes y donde podría residir parte del secreto de 2666, su gran obra póstuma.

Más allá de la maraña de acuerdos o desencuentros privados y legales entre los herederos, amigos o editores, sobre esas obras revolotea la pregunta de si es lícito o ético publicar algo sin la voluntad expresa del autor. Sobre si se respeta o no la voluntad del autor, de si aportan algo al estudio de su obra o si es mero mercadeo (este debate lo desarrollo en un reportaje en el diario El País).

El otro capítulo es conocer la intrahistoria de esos libros, de cuál fue la ruta que siguieron antes de ser publicados, qué dijo su autor sobre el destino de esas obras. Este es un viaje a los orígenes de algunas obras póstumas famosas.

Están las que se publican siguiendo el destino establecido por su autor, que muere antes de ver acabado su proyecto. Es el caso del poeta español José Ángel Valente y Palais de Justice, en edición de Andrés Sánchez Robayna, editado por Galaxia Gutenberg.

Están las obras que el autor deja prácticamente en imprenta, pero le falta algo. José Donoso y La cola de la lagartija son el mejor ejemplo. Julio Ortega, crítico y profesor de la Universidad de Brown, fue el encargado de terminar la obra: "Pepe dejó el libro inacabado pero listo para su publicación. Esto es, vendió el manuscrito a Princeton en orden, listo para su publicación, aunque era una novela abandonada y menor, pero de mucho encanto y tema muy actual. Cecilia García Huidobro acaba de publicar un tomo de sus Diarios, que están en Iowa, y donde vemos tanto la espontaneidad del género como la mirada del futuro lector, que Pepe, no sin dominio escénico, incluye en su recuento novelesco".

Están las obras que, acabadas, el autor archiva o esconde y muere, hasta que, de repente, aparecen un día. Es el caso de Los caprichos de la suerte (Espasa), de Pío Baroja. "Esa novela siempre estuvo localizada en mi familia, pero no se había publicado por varios motivos: primero por temor a la censura franquista; luego, en 1972, empezamos la edición de toda su obra hasta que apareció en 2006 Miserias de la guerra, censurada por la dictadura a comienzos de los años 50, hasta que hace tres años, cuando José-Carlos Mainer preparaba la biografía de Baroja, le propusimos la edición de esta obra que cerraba Las saturnales", cuenta Pío Caro-Baroja Jaureguialzo, sobrino nieto del escritor.

Están las obras que el autor no pudo publicar pero que le hubiera gustado. Ese es Juan Ramón Jiménez.

Están las obras que el autor no pudo publicar pero que le hubiera gustado. Ese es Juan Ramón Jiménez, que vive un renacer editorial en los últimos años con títulos como Arte menor (Linteo). "Cuando Juan Ramón murió, estaba sin publicar el 70% de su obra", desvela Carmen Hernández-Pinzón, sobrina y representante de los herederos del Nobel español. "Lo que nosotros hemos hecho es cumplir la voluntad de él de divulgar toda su obra. Ahora lo publicamos porque ha vuelto a interesar, pero hace unos años ofrecíamos inéditos y a los editores no les interesaba", revela la heredera.

Están las obras inacabadas en las que el escritor trabajaba cuando fallece. Aquiles o El guerrillero y el asesino (Alfaguara), de Carlos Fuentes, es un ejemplo. Su viuda, Silvia Lemus, sabía en qué trabajaba Fuentes, así es que le dio ese libro a Julio Ortega para que hiciera la edición final. Fuentes, recuerda Ortega, "había escrito Aquiles primero como una crónica, hasta que descubrió que la novela sería más creíble que la crónica, la que, aunque abunda, no siempre vuela, dado que los periódicos la han condenado al papel de pastillas de menta. Por eso, para pasar a la ficción, Carlos se sentó al lado del héroe que va a ser asesinado. Hay lectores que me han preguntado si es verdad que Carlos estuvo en ese vuelo como testigo del asesinato de Pizarro. Les respondo que es verdad, aunque no sea cierto".

Están los libros resucitados en alguna carpeta olvidada por el autor. Este caso es claro en Pablo Neruda con Tus pies toco en la sombra y otros poemas inéditos (Seix Barral). En 2014 apareció el botín más grande de textos del Nobel chileno. No solo poemas, sino también algo de prosa, discursos o conferencias escritas entre 1956 y finales de los años sesenta. El hallazgo literario más importante del Nobel chileno, con una gran presencia del tema amoroso y erótico. A su lado, versos sobre la naturaleza o Chile que aguardaban ser encontrados en el archivo de la Fundación Pablo Neruda, en Santiago de Chile. Son poemas dispersos a lo largo de más de una década que aún no se sabe por qué no entraron en los libros de la época. Versos que alumbran más zonas del universo nerudiano y lo expanden.

Están los libros primerizos donde palpita la promesa del autor futuro pero que este decide esconder, y se olvida de ellos. Truman Capote lo sabía. Veinte años después de su muerte, en 1982, apareció en una caja extraviada una novela suya de 1943, Crucero de verano, (Anagrama), anterior a la que se tenía como su ópera prima, Otras voces, otros ámbitos. Allí está su mundo neoyorquino de ricos y desigualdades atravesado por el amor y la ironía. Pero el año pasado, en una de las cajas donadas por los herederos de Capote a una biblioteca de Nueva York, aparecieron unos cuadernos que contenían el origen de todo: Relatos tempranos (Anagrama). Cuentos escritos en su infancia y adolescencia donde se vislumbra el Capote que habrá de ser".

Están las obras que el autor pide borrar del mapa, pero sus herederos o albaceas no le hacen caso. Aquí figuran desde Franz Kafka hasta Susan Sontag.

Están las obras que recopilan piezas de aquí y de allá. Como algunas de Julio Cortázar. "Él escribió dentro de un taller literario prolífico y feliz. Y acumuló miles de páginas que fue ordenando en libros que querían ser más que simples compilaciones. Rayuela es, al final, una compilación de muchas historias hechas casillas de la rayuela (o mundo) que hay leer como quien juega. Pero después de su muerte aparecieron varios libros de mérito desigual. Claro, todos son, al final, valiosos para el especialista o el crítico, pero no siempre ocurre así", reconoce Julio Ortega.

Están las obras que el autor pide borrar del mapa, pero sus herederos o albaceas no le hacen caso. Aquí figuran desde Franz Kafka -bendita la hora que Max Brod no quemó esos libros- hasta los diarios de Susan Sontag. La escritora estadounidense los tenía guardados, pero pidió que no se publicaran. Su hijo David Rieff los leyó y consideró que tenían un gran valor para comprender mejor la obra de su madre y enriquecer su figura personal e intelectual. Así surgieron Renacida. Diarios tempranos y La conciencia uncida a la carne (Literatura Random House).

Y están los libros hechos de retazos, de fichas de trabajo, de fragmentos de las semillas con las que el autor intentaba crear su obra y que antes de morir pidió que las destruyeran. Este es el caso de Vladímir Nabokov y El original de Laura (Anagrama), que su hijo Dimitri publicó desobedeciendo a su padre. Como la obra no estaba ni remotamente acabada, Dimitri lo que hizo fue crear un libro-facsímil. Una pieza que no dice mucho a la mayoría de lectores, pero que arroja una gran luz sobre la mecánica de trabajo del autor de Lolita. Sobre las rutas que tomaba en busca de una obra maestra.

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Una de las páginas del manuscrito El espíritu de la ciencia-ficción de Roberto Bolaño

El caso de Roberto Bolaño no es una excepción. En los diez libros póstumos que se han editado hasta hoy, en 13 años, hay un poco de todo. Bolaño terminó El espíritu de la ciencia-ficción en Blanes en 1984. La novela podría interpretarse como un parteaguas en su ruta literaria. Entonces ¿por qué no la publicó en vida? Según dice en el prólogo Christopher Domínguez Michael, historiador y crítico literario mexicano, quizá por la excesiva autoexigencia de su creador: "Cualquier otro autor hubiese hecho publicar esta novela y no le hubiera faltado editor, pero el chileno (y mexicano y catalán) tenía un proyecto enorme, lleno de dificultades y pruebas, en el cual decidió experimentar, absteniéndose de publicaciones precoces, acaso convencido secretamente del destino clásico de su trabajo".

Esta edición de Alfaguara tiene como epílogo la reproducción de varias páginas manuscritas de Bolaño. Se ven anotaciones y tachaduras que dan algunas claves de la carpintería de Bolaño. Según Pilar Reyes, su editora, ellos no podían especular "sobre si para Bolaño era un manuscrito terminado o no, publicable o no. El manuscrito está fechado y firmado, y son tres las libretas que lo contienen, en tres etapas de la escritura: notas, primer borrador y transcripción en limpio. Existe una cuarta libreta con la entrevista que integra la parte inicial del libro, con indicaciones exactas del autor de dónde debe ensamblarse. Esto nos lleva a pensar que Bolaño pensó con mucho detalle la estructura del libro. Parte de él, el Manifiesto mexicano, apareció luego como texto independiente y como parte de La Universidad Desconocida. Nosotros hemos mantenido ese texto como está en los cuadernos de 1984, que difiere levemente del texto editado que apareció en La Universidad Desconocida". Reyes dice que ellos no saben si el autor quiso rescatar tan solo este fragmento del resto del texto, y eso entra en el terreno de las especulaciones.

Sobre la manera como ellos se enfrentaron al texto, Pilar Reyes asegura que la reflexión fue la siguiente: "Era un texto íntegro, con enorme fuerza narrativa, que abría por primera vez el mundo que luego lo consagraría como escritor en sus obras narrativas de madurez, escritas durante la década de los 90 y hasta su temprana muerte en el año 2003. Nosotros pensamos que era un texto de indudable interés, que los lectores apreciarían y que podría ser una formidable puerta de entrada al universo Bolaño para quienes aún no le hubieran leído".

"Siempre deberíamos llevarnos la intención de engrandecer la figura del autor, de ennoblecerlo en la medida de lo posible", sostiene Franciso Javier Expósito, de la Fundación Banco Santander.

En cuanto al debate general de si es lícito o ético publicar estas obras, Joan Tarrida, de Galaxia Gutenberg, Juan Milá, de Salamandra, Julio Ortega, de la Universidad de Brown, y Luis Miguel Palomares Balcells, de la Agencia Literaria Carmen Balcells, coinciden en señalar que todo depende del albacea literario o de los herederos. Esa es la persona de confianza que ha designado el autor y quien sabe lo que más le conviene. Lo que no es ético, afirma Carmen Hernández-Pinzón, es publicar libros que el autor dejó dicho expresamente que no quería. Milá establece una excepción: "Cuando hay que ser respetuoso con la voluntad del autor es en el caso en que la decisión de impedir que un texto se publicase buscaba proteger a personas que viven todavía".

Las fronteras, a veces, son difusas. "La literatura es vida y la vida es literatura, y el límite lo deben marcar no sólo los herederos de los autores sino también la ética personal de cada editor en cuanto a lo publicado. En todo caso, siempre deberíamos llevarnos la intención de engrandecer la figura del autor, de ennoblecerlo en la medida de lo posible, a no ser que lo descubierto ponga en entredicho la veracidad de la obra del autor...", argumenta Franciso Javier Expósito, de comunicación de la Fundación Banco Santander, que tiene la colección Obra fundamental. Un sello que ha recuperado importantes inéditos de autores conocidos y algo más desconocidos. "Lo que siempre tenemos en cuenta es que esos textos no sólo tengan valor literario, sino que desvelen la parte más olvidada o desconocida de un autor para que nos ayude a entender mejor su vida y su obra, porque muchas veces en epistolarios, diarios o textos cortos que aparentemente fueron catalogados como menos importantes se hallan claves esenciales de la literatura y la vida de estos autores y muchos de sus valores humanos y espirituales, que son los que marcan una dirección tanto en la obra como en la vida".

Luis Miguel Palomares Balcells, responsable de la Agencia Carmen Balcells, que llevaba a Bolaño antes de que pasara a manos de Andrew Wylie, es partidario de que los albaceas se sientan libres para hacer lo adecuado. "Hay herederos muy escrupulosos. Los editores nos proponen un libro, lo analizamos y lo comentamos con sus herederos. A veces no casan con los designios del autor, y otras solo muestran el interés de vender libros. La propuesta, también, puede salir de la Agencia". Agrega que "mantener la memoria del autor es difícil de rechazar. En último caso es el lector que al final decide si es acertado o no".

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Periodista literario y cultural itinerante entre Europa y América Latina que comparto experiencias lectoras y del mundo del libro en el blog winstonmanriquesabogal.com. Escribo en el diario EL PAÍS (España) y revistas latinoamericanas. Coordiné la sección de libros en Babelia y en la sección de Cultura de EL PAÍS, además de llevar su edición digital, y el blog Papeles perdidos, del mismo diario. En Colombia trabajé en los periódicos El Espectador, El Tiempo y Agrohuila, y en la Agencia Colombiana de Noticias Colprensa.