Verdades secretas de la Virgen María, Jesús, Judas y María Magdalena en la mejor literatura

Verdades secretas de la Virgen María, Jesús, Judas y María Magdalena en la mejor literatura

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Más que una semana religiosa, esta es la semana de un eco cíclico que ha marcado el destino de la humanidad. Creyentes o no creyentes, lo cierto es que la Semana Santa, con su fertilidad e inspiración en las artes, es única. Pintores, escultores, músicos, dramaturgos, arquitectos, cineastas y escritores han contado su versión. Algunos han reescrito y enriquecido la historia oficial de la Biblia para enseñarnos a ver el mundo y la vida desde otras esquinas. Eso han hecho, por ejemplo, desde Thomas Mann hasta Ricardo Menéndez Salmón, pasando por Robert Graves, Nikos Kazantzakis, Jorge Luis Borges, Norman Mailer, José Saramago y Colm Tóibín.

Jesús, María, Judas y Magdalena son los cuatro personajes del Nuevo Testamento más abordados en la literatura. Mitificados y desmitificados; endiosados y desacralizados. En días especiales para el mundo cristiano, repaso algunas obras de grandes escritores. Narraciones que nos desvelan verdades secretas que no dejan de ser las historias de cuatro duelos por el raciocinio, de cuatro clases de amor.

Empezaré por una de las más recientes, arriesgadas y conmovedoras: El testamento de María, de Colm Tóibín (Lumen). El autor irlandés crea un monólogo de la madre de Jesús, de una virgen humana, incrédula, severa, nostálgica, rebelde, descreída, desafiante, dolida y tierna que clama:

"Si es posible convertir el agua en vino y resucitar a los muertos, entonces quiero que el tiempo retroceda. Quiero vivir otra vez antes de la muerte de mi hijo, o antes de que se marchara de casa, cuando era un bebé y su padre vivía y había tranquilidad en el mundo. (...) Todo eso ha terminado. El niño se convirtió en un hombre y se marchó de casa y acabó convertido en una figura agonizante colgada en una cruz. Quiero ser capaz de imaginar que lo que le pasó no llegará, que lo que le pasó nos mirará y decidirá: ahora no, a ellos no. Y que nos dejará en paz para que envejezcamos".

Una voz conmovedora logra Colm Tóibín en esta novela que nació como monólogo teatral. Si el autor irlandés recrea los últimos días de una virgen pagana, el español Gustavo Martín Garzo explora en Y que se duerme el mar(Lumen) la posible infancia de la virgen que, además, es manca.

Si María reniega de su vida y del destino impuesto a ella y su hijo, este hace lo propio en otras obras literarias. Se ve a un Jesús acechado por sentimientos sombríos que van de la culpa al desprecio, que se sabe manipulado y lucha contra las artimañas que lo empujan a un destino impuesto. Lo cuenta José Saramago en El evangelio según Jesucristo (Alfaguara).

Saramago reescribe esa historia, sobre todo la de su infancia. Para empezar, cuando José se entera de que Herodes ha ordenado el asesinato de los menores de 3 años, el padre, en lugar de avisar a los demás, corre en silencio hacia su cueva para salvar al "hijo de Dios". A partir de ahí, el escritor portugués crea a un carpintero llamado José, hijo de Heli, muy humano, inquieto e invadido de arrepentimiento. El niño, como todos los niños, no tardará en dar rienda suelta a su avalancha de preguntas, y los encuentros con ángeles y demonios lo desconcertarán. En medio de esas apariciones hay un asomo del futuro: a los 33 años, José es crucificado por equivocación, el hijo lo encuentra y hereda las pesadillas de su padre, cómplice de asesinato. Con 13 años, en un diálogo con su madre, Saramago escribe:

"Las manos de Jesús se alzaron de repente hasta el rostro como si quisieran desgarrarlo, su voz se soltó en un grito irremediable, Mi padre mató a los niños de Belén, qué locura estás diciendo, los mataron los soldados de Herodes; No, los mató mi padre, los mató José, que sabiendo que los niños iban a ser muertos no avisó a los padres, y cuando estas palabras fueron dichas, quedó perdida toda esperanza de consuelo. (...) María tendió la mano al hijo; No me toques, mi alma tiene una herida, Jesús, hijo mío, No me llames hijo tuyo, tú también tienes la culpa".

José Saramago muestra a un Jesús que se resiste a su destino. Que no le gusta pensar que no es dueño de sus decisiones. Se sabe engañado. Al final, es ese niño traicionado por su dios el que pide a la humanidad que perdonen ese dios porque no sabía lo que hacía.

En España, uno de los últimos autores que han recreado la infancia de Jesús ha sido Ricardo Menéndez Salmón en Niños en el tiempo (Seix Barral), con un capítulo clave de la infancia hurtada de Jesús.

Judas Iscariote es uno de los personajes más odiadosa. Pero la verdad es que sin él o, mejor, gracias a él, Jesús es Jesucristo. Sin Judas no se habría cumplido la palabra de dios, su traición está al servicio de otro. Jorge Luis Borges lo vio. Lo tuvo claro. Lo contó en un cuento maravilloso: Tres versiones de Judas (Alianza). Allí descifra "un misterio central de la teología". Al comienzo, Borges da una pista: "La traición de Judas no fue casual; fue un hecho prefijado que tiene su lugar misterioso en la economía de la redención". Párrafos más adelante, el autor nos vislumbra el horizonte de su teoría: "El verbo, cuando fue hecho carne, pasó de la ubicuidad al espacio, de la eternidad a la historia, de la dicha sin límites a la mutacón y a la muerte; para corresponder a tal sacrificio, era necesario que un hombre, en representación de todos los hombres, hiciera un sacrificio condigno. Judas Iscariote fue ese hombre. Judas, único entre los apóstoles, intuyó la secreta divinidad y el terrible propósito. El Verbo se había rebajado a mortal; Judas, discípulo del Verbo, podía rebajarse a delator y a ser huésped del fuego que no se apaga".

Y tras nueve páginas hechizantes, Borges concluye: "Dios totalmente se hizo hombre, pero hombre hasta la infamia, hombre hasta la reprobación y el abismo. Para salvarnos, pudo elegir cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia; pudo ser Alejandro o Pitágoras o Rurik o Jesús; eligió un ínfimo destino: fue Judas". ¡Es Borges!

Con el amor más vilipendiado concluyo esta historia literaria sobre cuatro personajes clave de La Biblia cuyas vidas han marcado la humanidad. Es la relación entre María Magdalena y Jesús. Contiene todos los elementos del amor trágico, prohibido, pecaminoso, secreto. Ya se sabe que el amor eterno es el que nunca fue. Y esa es la versión bíblica. Pero la versión literaria es otra cosa.

La Biblia propone un ser humano, Jesús, carente de lo más maravilloso y el impulso de cada día: el temblor y el suelo del amor-amor por otra persona, la pasión, el deseo... el Amor.

Nikos Kazantzakis se acercó a aquella sombra en la novela La última tentación (Cátedra). El narrador griego entra en la vida de estos hipotéticos mortales para crear una ucronía en la que Jesús da la espalda a dios. Prefiere el paraíso terrenal con María Magdalena señalada como prostituta. Prefiere el desvelo de imaginarse con alguien, de amar y sentirse correspondido y deseado... Cuando está en esa gloria, abre los ojos y allí sigue en la cruz.

Lo cierto es que que la misma Biblia dice que es a ella, a María Magdalena, la primera persona a quien Jesús se le aparece resucitado. Hay formas y formas de expresar el amor.

Historias literarias que agrandan el poder del mito desde el desafío y ofrecen a estos personajes dos de los grandes regalos de la vida negados en sus versiones oficiales: la racionalidad y el amor.

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Este artículo fue publicado originalmente en el blog del autor, el periodista Winston Manrique Sabogal, un espacio para conversar con sosiego sobre literatura, donde él es cronista de encuentros, reportajes y entrevistas a ambos lados del Atlántico, y los lectores son los coautores, con sus lecturas y comentarios.

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Periodista literario y cultural itinerante entre Europa y América Latina que comparto experiencias lectoras y del mundo del libro en el blog winstonmanriquesabogal.com. Escribo en el diario EL PAÍS (España) y revistas latinoamericanas. Coordiné la sección de libros en Babelia y en la sección de Cultura de EL PAÍS, además de llevar su edición digital, y el blog Papeles perdidos, del mismo diario. En Colombia trabajé en los periódicos El Espectador, El Tiempo y Agrohuila, y en la Agencia Colombiana de Noticias Colprensa.