La involución de las princesas

La involución de las princesas

Me aterra pensar que las niñas puedan tener como ejemplo aspiracional a estos personajes. También me aterra pensar que quien hace y ve estos programas lo que hace es reírse de ellas. Han pasado de princesas a bufones. Son entretenimiento vacío, rápido y fácil. Una caricatura de sí mismas. Si las insultan no pasa nada, si hacen el ridículo no pasa nada, si las expulsan del reino tampoco pasa nada, siempre pueden posar desnudas en alguna portada.

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No hay elección, pongas el canal que pongas siempre te topas con alguna princesa, tronista, pretendienta, aspirante, conquistadora o casada a primera vista. Los programas de citas han proliferado como setas, y no hay manera de escapar de ellos. A cualquier hora del día siempre hay alguien dispuesto a ligar dentro de una temática principesca. Lo que viene siendo el cuento de toda la vida elevado a la categoría de reality show.

Pero lo que más me desconcierta de los últimos años es cómo ha decaído el rango de princesa. Nunca he sido fan del mito princesa Disney que no tiene más aspiración que esperar a su príncipe azul, pero tampoco tengo claro si este nuevo modelo de mujer moderna (cuyo mayor logro sigue siendo conseguir al hombre) es mucho mejor. Los métodos han cambiado, pero el final sigue siendo el mismo.

Antes, jugar a las princesas consistía en ponerse disfraces pomposos y tomar un té invisible dando pequeños sorbos y estirando el dedo meñique en señal de distinción. ¿Qué harán las niñas ahora? ¿Ponerse tangalones y beber latas de Redbull a la luz de una lámpara estroboscópica? ¿Jugar a los rayos uva imaginarios y a las extensiones de quita y pon? No sabemos si los fabricantes de coronas llegarán a fin de mes pero podemos asegurar que los vendedores de zapatos de plataforma hacen su agosto desde que existen estos programas. Da igual si van a la playa, de excursión o al campo, las princesas contemporáneas se ponen taconazo hasta para planchar(se) el pelo.

Son parcas en vocabulario pero son muy creativas, porque cuando no saben una palabra se la inventan. Su linaje se reconoce por la cantidad de veces que se tocan el pelo: estirarlo, enroscarlo, desenredarlo..., cada gesto tiene su significado, como el lenguaje del abanico. También son inconfundibles sus dientes retroiluminados: cuando una princesa sonríe es aconsejable el uso de lentes protectoras y cerrar un par de diafragmas. ¡Imprescindible no olvidarse el brillo labial en casa!, es vital para parecer convincente meneándolo entre los dedos mientras se habla, es el nuevo boli bic, da caché y estatus, no importa si es del chino o de marca.

Príncipes contemporáneos, si nos habéis gustado toda la vida con pelos, barriga y canas, dejaos de tanto láser y tanta camisa apretada, que nos vais a acabar sacando un ojo con uno de esos botones tan tensionados.

La actividad favorita de estas princesas no es jugar al bádminton ni tocar el arpa, sino pelearse. Gritar, llorar, insultarse y hasta pegarse. Porque estas princesas no se amilanan a la primera, qué va, en plató no hay rival que les tosa. Su táctica de guerra es ligarse al pretendiente de su compañera, porque ahora los packs de princesas se venden de tres en tres o de seis en seis. En una cita múltiple, un príncipe puede morrearse con todas, ir a la sauna con todas y hacer citas sin cámaras con todas. Ellas aguantan estoicas, porque para eso tienen modales y saber estar.

Me aterra pensar que las niñas puedan tener como ejemplo aspiracional a estos personajes. También me aterra pensar que quien fabrica y ve estos programas lo que hace es reírse de ellas. Han pasado de princesas a bufones. Son entretenimiento vacío, rápido y fácil. Una caricatura de sí mismas. Si las insultan no pasa nada, si hacen el ridículo no pasa nada, si las expulsan del reino tampoco pasa nada, siempre pueden posar desnudas en alguna portada.

Ellos tampoco salen mejor parados, todos son Madelman de gimnasio con el pecho depilado. Menudo cóctel de estereotipos (no, los estereotipos no son un nuevo tipo de sustancia vigorizante). Lo peor del estereotipo masculino: brutos, insensibles, competitivos; y lo peor del femenino: el excesivo culto al cuerpo. Príncipes contemporáneos, de verdad os lo decimos, no os dejéis captar por la secta de la belleza, estáis a tiempo de quitaros. Si nos habéis gustado toda la vida con pelos, barriga y canas, dejaos de tanto láser y tanta camisa apretada, que nos vais a acabar sacando un ojo con uno de esos botones tan tensionados.

Algunos dicen que son actrices y actores y que todo es una "ficción guionizada". Si así fuera, los ejemplos princesiles de la vida real tampoco se alejan tanto de la fábula televisiva. Una infanta acusada en el banquillo y una reina cuyos únicos logros conocidos son sus looks, sus plataformas a juego con el bolso, su cirugía y sus pestañas postizas darían mucho juego en cualquiera de estos realities. Yo las veo perfectamente integradas sentadas en esos tronos, brillo labial en mano. ¿Vosotros no?