Trabajadores de verano: "No me puedo permitir perder esto, me da de comer el resto del año"

Trabajadores de verano: "No me puedo permitir perder esto, me da de comer el resto del año"

Ana Torres

El verano ha vuelto a llegar con una bajada del paro de la mano. El pasado mes de junio el número de desempleados descendió en 127.248 personas. Aún así, todavía no se puede decir que esto sea un claro síntoma de recuperación económica.

Los empleos creados en estos meses son de corta duración. Además, los sindicatos advierten de que hay personas a las que se les ha acabado la prestación y, desesperanzados, no se vuelven a inscribir en las listas del INEM.

Pero lo cierto es que este periodo es también un alivio para aquellos que con el calor pueden borrarse de las listas del paro.

Es el caso de Marina.

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Son las cuatro de la tarde, y como cada julio, repasa con un trapo la barra metálica del chiringuito Titanic, instalado en primera línea de la playa alicantina de Santa Pola. Durante los últimos cuatro años, su trabajo se ha concentrado en los meses de junio a septiembre. El resto del año hace "malabarismos" para llegar a fin de mes.

"Mi contrato empieza en junio. Soy la responsable del bar y me falta instalarme aquí la cama", bromea mientras uno de los camareros le pide una horchata para la mesa cinco. Marina tiene 32 años y teme que el próximo verano el Titanic no vuelva a levantar la persiana. "La gente apenas consume, han dejado de pedir bebidas alcohólicas, que era nuestro máximo ingreso. No me puedo permitir perder esto: me da de comer el resto del año".

Aunque no quiere decir cuánto le pagan, asegura que el negocio de los chiringuitos dejó de ser "un chollo" hace tiempo. "Ahora luchamos por subsistir, pero mi jefe no lo tiene claro".

A unos metros del puesto hay una caseta de la Cruz Roja. Allí está Adrián, de 23 años. En unos meses se graduará en Ingeniería Química, sólo le falta aprobar una asignatura. Está convencido de que no encontrará trabajo en su sector y, probablemente, tendrá que salir de España.

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Se saca 3.000 euros mensuales como socorrista acuático y trabaja los meses de junio, julio y agosto. "Son mis únicos ingresos y con eso ayudo a mis padres. Les quito un poco de carga y me pago mis caprichos", reconoce. Cree que como mínimo tendrá que trabajar otro verano para ahorrar y marcharse a EEUU. En septiembre volverá a la nada. "Durante el curso es casi imposible encontrar un trabajo".

En su misma situación se encuentra Daniel. Él es otro de los 127.248 nombres que desaparecen de la lista de parados durante los meses de verano. Tiene 17 años y le han contratado como monitor de windsurf. "Estoy preparando oposiciones a Policía Local, y este es el único momento del año en el que puedo reunir dinero trabajando un número de horas razonable".

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El curso, de 12 días, cuesta 150 euros, y pese a la crisis, hay quienes lo hacen hasta tres veces para perfeccionar la técnica. "El perfil de los clientes es 50% extranjeros y 50% nacionales. Este negocio funciona todos los veranos. La gente necesita dosis de aventura", cuenta.

Lejos de la costa, José Antonio Pérez aguanta el calor soporífero de Madrid desde su portería. Se apoya en la barandilla de la escalera y rememora su día: "Por la mañana limpio, por la tarde me paseo. Me aburro un poco". Tiene 47 años y suple en julio al portero de un inmueble del céntrico barrio de Cuatro Caminos. Vive en El Escorial con su mujer y sus dos hijas, tarda una hora y media en llegar al edificio y percibe 890 euros por su trabajo.

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Aparte de esta ocupación temporal, no tiene un empleo fijo, y realiza "trabajillos esporádicos" de albañil y jardinero el resto del año. "Soy cabeza de familia y cojo lo que me sale", explica Pérez, que solicitó la ayuda estatal de 400 euros hace diez días y ya la ha recibido. Su contrato de portero termina a fin de mes y no sabe que hará después. "Mis hijos tienen la mala costumbre de comer", ironiza.

A estos empleados estacionales se les unen las becas y trabajos de formación que, a pesar de ser ensalzados continuamente por Empleo, no son ninguna panacea.

BECARIOS Y EL MITO DE LA FORMACIÓN

"Trabajo 6 o 7 horas al día", dice Amador, un estudiante de ingeniería de caminos de 24 años que ha conseguido este verano una beca en una constructora. Su contrato estipula que el turno de trabajo sea de 5 horas, pero sus jefes le han dado confianza y lleva un proyecto que le ocupa un tiempo extra. "Hoy por hoy, no te puedes coger un verano de vacaciones tal como está el mercado laboral. Aunque no me pagaran, yo trabajaría", afirma.

Amador percibe 500 euros al mes sin pluses o extras, y opina que "es una cantidad adecuada, estamos aprendiendo". Si acaba la carrera, le han prometido hacerle el ansiado contrato indefinido.

Las condiciones de trabajo de la mayoría de becarios de verano —y de los becarios en general—encajan con la definición de contrato precario, según Toni Ferrer, experto de UGT en materia laboral. "Suele ser un contrato casi siempre temporal, con retribuciones bajas (que no alcanzan el salario mínimo interprofesional, 645,30 euros) y con beneficios sociales nulos", resume.

Aunque los contratos de formación han aumentado un 37% en 2013, sólo representan el 1,1% de la contratación total. "Nos lo han vendido muy bien", explica Ferrer, en referencia al análisis optimista ofrecido por el Gobierno. Tras la reforma laboral aprobada por el Ejecutivo, la temporalidad ha aumentado y la contratación indefinida ha caído un 48%. Para el sindicalista, esto es "un dato palmario".

AGRICULTURA SIEMBRA PARO

Juan Miguel Montaner, portavoz de la Unió de Llauradors de Alicante, se indigna cuando le preguntan por los parados que acumula el sector agrario, el único que el pasado junio registró nuevos desempleados. De 197.062 agricultores en paro pasó a 198.532, lo que supone 1.470 nuevas bajas.

"¿Qué por qué somos el único sector en el que no ha bajado el número de parados? Muy fácil; porque el Gobierno nos tiene olvidados, arrinconados", dice en conversación telefónica.

"En España hay cuatro multinacionales que aglutinan todos los contratos con los agricultores. Nos presionan y al final bajamos tanto los precios que apenas nos da para vivir. El Gobierno debería evitar esos abusos", reclama.

Montaner se muestra escéptico ante una posible mejora del sector. "Pasan los años y aquí nadie se mueve por el agricultor. ¿Qué hace falta para que la sociedad reaccione?", lamenta.