Las cifras del despilfarro alimentario, sobre la mesa (FOTOS)

Las cifras del despilfarro alimentario, sobre la mesa (FOTOS)

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Piensa en todo lo que tienes en el frigorífico. Coge uno de cada tres productos. ¿Los tirarías a la basura? Seguro que no, aunque sin que te des cuenta, lo haces. Cada habitante de la Unión Europea desperdicia de media unos 179 kg de alimentos al año de los 499 que consume, es decir, medio kilo de comida diario, según un informe del Parlamento Europeo. Además, a este despilfarro habría que añadir las cosechas que no llegan a los mercados y la cantidad de peces muertos que son devueltos al mar después de ser pescados.

Las cifras son, de por sí, impactantes. Más aún si se contextualizan: en la Unión Europea todavía viven 79 millones de personas por debajo del umbral de pobreza; en el mundo hay 925 millones de personas que corren riesgo de desnutrición; para 2050 se prevé un aumento de la población mundial de 7.000 a 9.000 millones; los cerca de 89 millones de toneladas de alimentos que se tiran en Europa producen 170 millones de toneladas de CO2 cada año; y, si no se toman medidas preventivas, para 2020 los residuos alimentarios se habrán incrementado un 40%.

A bote pronto, se piensa en toda la comida que se tira en restaurantes, comedores de residencias, hospitales o supermercados... Pero resulta que donde más se desperdicia es en los hogares, con el 42% de las pérdidas (cuando se podría evitar hasta un 60%), seguidos de cerca por el sector de la producción, con el 39%.

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Con el fin de concienciar a la gente, en la resolución del 19 de enero de 2012 del Parlamento se propuso el 2014 como Año Europeo contra el Desperdicio de Alimentos, pero apenas se ha vuelto a hablar sobre el tema. De hecho, muchos españoles ignoran estos datos, así como el significado de las etiquetas de los productos y la diferencia entre fecha de caducidad y fecha de consumo preferente.

"VIVIMOS EN UN MUNDO KAFKIANO"

"Un tercio de los alimentos que producimos se despilfarra, una de cada ocho personas en el mundo pasa hambre y una de cada siete sufre obesidad", señala Manuel Bruscas, experto en despilfarro alimentario. Parece que "vivimos en un mundo kafkiano", lamenta. En contraposición, desde la Federación Española de Hostelería (FEHR) y la Asociación Española de Cadenas de Supermercados (ACES) adoptan una postura mucho menos crítica, escudándose en la necesidad de cumplir la normativa legal para garantizar el control sanitario de los alimentos, aunque esto conlleve el desaprovechamiento de los productos.

A pesar de las cifras que presentó el Parlamento Europeo, Bruscas se muestra optimista al pensar en el caso de Reino Unido, donde el despilfarro en los hogares se ha reducido un 21% entre 2007 y 2012 gracias al trabajo conjunto entre los poderes públicos, las entidades privadas y los individuos. "El talante va desde la empresa privada hasta las instituciones públicas. Algunas cadenas británicas de supermercados, como TESCO, ya han anunciado que publicarán sus cifras de pérdidas y desperdicio de alimentos; además, a los londinenses no les extraña ver a su alcalde, Boris Johnson, participando activamente de las iniciativas ciudadanas y asociativas de este tipo. Algo impensable, por el momento, en nuestro país", se queja.

Tampoco en España existe una ley del buen samaritano -vigente en países como Estados Unidos, México o Italia-, que limita la responsabilidad de los donantes de alimentos de buena fe si la persona que ha consumido el producto sufre algún tipo de intoxicación.

Bruscas aboga por un cambio de mentalidad en los consumidores: "Tus hábitos cambian en el momento en que comprendes lo que cuesta producir un kilo de patatas: la energía, el trabajo, el transporte, el dinero, las emisiones de gas, e incluso el sentimiento del agricultor". Todo empieza ahí.

Con todo, los consumidores no son los únicos culpables. En España sigue habiendo supermercados que se niegan a bajar los precios de los alimentos a punto de caducar (a diferencia de lo que ya hacen Lidl, Carrefour, Simply, Eroski, Dia o Alcampo), sigue habiendo estándares de calidad que dan excesiva importancia a la apariencia de los productos y leyes demasiado estrictas en la agricultura o la pesca que incitan al despilfarro. Como consecuencia, casi el 50% de productos sanos y comestibles se pierden en las distintas fases de la cadena que va desde el productor hasta el consumidor.

EFECTO MARIPOSA

El problema es más complejo de lo que parece. El despilfarro de alimentos no sólo plantea cuestiones éticas, económicas y ambientales en el primer mundo, sino que afecta seriamente a los países más pobres.

¿Te acuerdas de cuando tu madre te decía que te acabaras el plato de lentejas porque había niños en África que pasaban hambre? Aunque no lo creas, tu madre tenía razón.

Lo mismo sostiene Tristram Stuart, un activista inglés que se ha propuesto concienciar a la gente de esta problemática. Stuart es autor del libro Despilfarro: el escándalo global de la comida y emprendedor de iniciativas como Feeding the 5000, en la que dio de comer a 5000 personas en la plaza de Trafalgar Square (Londres) con alimentos que habrían sido tirados a la basura por tratarse de excedentes de la producción, por estar próximos a la fecha de caducidad o por algún defecto en el envasado.

Oxfam Intermón se hizo eco de esta cuestión en una entrevista a Stuart. Cuando le preguntaron por el efecto que tiene el despilfarro de los ricos en los pobres, éste afirmó rotundo que "despilfarrar comida es el equivalente de sacar comida de las bocas de los pobres a escala global", y explicó:

"Cuando compramos comida, por ejemplo, pan, estamos interactuando en el mercado global del trigo. Cuando la demanda supera la oferta, suben los precios, y estas subidas condenan a millones de personas al hambre. Si nosotros, en los países ricos, despilfarráramos menos pan y por lo tanto, compráramos menos trigo en el mercado mundial, quedaría más cantidad disponible para las personas en África y Asia, que pasan hambre, y que compran el trigo en el mismo mercado".

CÓMPLICES, DESDE EL SISTEMA HASTA LOS CONSUMIDORES

Bruscas respalda la idea de Stuart: "Dicho de una manera simple; si tiramos un tercio de los alimentos que producimos, hacemos que los precios del mercado internacional suban un 33%". De hecho, en muchos países, los pequeños agricultores no pueden acceder a los productos que ellos mismos cosechan, pues su precio se va multiplicando a lo largo de las diferentes fases comerciales. "Al final, todos somos cómplices: los gobiernos corruptos, las multinacionales que invierten y nosotros mismos, los usuarios", afirma.

Emilio Gallego, secretario general de la FEHR, explica parte del origen del problema. "En los países occidentales nos basamos en un sistema de sobreproducción que plantea ciertos riesgos, entre otros, el del desaprovechamiento", reconoce, pero a su vez, "esto permite que el precio de los productos se mantenga en caso de desastre meteorológico o de desaprovisionamiento por parte de otras potencias". De este modo, "si exigimos unos estándares de calidad, es imposible evitar por completo el despilfarro, que comienza en los campos, donde se desecha una gran cantidad de productos porque no cumplen las estipulaciones de tamaño, forma o color establecidas; y continúa en los comedores, donde se tiran alimentos que están en buenas condiciones, pero que han estado en contacto con la comida que han consumido otras personas y, por cuestiones de control y seguridad alimentaria, además de por el respeto a la dignidad humana, deben desecharse", añade.

Aurelio del Pino, director general de la ACES, aporta una visión similar. Los dos empresarios coinciden en señalar que "el debate es más complejo de lo que parece". Del Pino subraya que el ciudadano de a pie no está al tanto de las complejidades del despilfarro y que la publicación de los informes del Parlamento Europeo y la FAO más bien "forman parte de una estrategia económica internacional a largo plazo, de cara al aumento de población que se espera para 2050".

EL PROBLEMA ALCANZA A TODOS LOS SECTORES

El director general de la ACES arguye que el despilfarro en la cadena de distribución supone sólo un 5% del total y recalca que muchas empresas españolas suscriben compromisos conjuntos para reducir el despilfarro. No obstante, algunas organizaciones no lo consideran suficiente y exigen que todos los supermercados entreguen sus productos a punto de caducar a los bancos de alimentos, como ya hacen algunos centros sin plantear por ello riesgos para la salud.

El sector de la hostelería también se ve afectado. Se calcula que en cada restaurante español se tiran aproximadamente 3.000 euros de comida al año. La mayoría de las pérdidas está causada por una falta de previsión y una mala gestión de las existencias, tal y como apunta la multinacional de bienes de consumo Unilever, que ha lanzado una guía para reducir este despilfarro así como el que se produce en los hogares.

Emilio Gallego, secretario general de la FEHR, achaca además un trasfondo cultural. En los países asiáticos, por ejemplo, la gente no concibe que se queden restos de comida en el plato al considerarse una falta de respeto hacia el cocinero, e incluso hacia el agricultor y todas las personas que han participado en el proceso. En cambio, en España es frecuente oír lo de que el último trozo es "el de la vergüenza", recuerda Gallego.

Llegados a este punto, quizás convendría reconsiderar nuestro concepto de vergüenza, no sonrojarnos tanto por la presión social hacia la dieta y avergonzarnos más por el hecho de que cada noche 1.000 millones de personas se van a dormir sin haber probado bocado en todo el día.