Cuando el PSOE era marxista: 40 años del Congreso de Suresnes

Cuando el PSOE era marxista: 40 años del Congreso de Suresnes

FUNDACIÓN PABLO IGLESIAS

Cuando el nuevoPablo Iglesias se dirija este fin de semana a los asistentes del primer gran acto de la asamblea de Podemos, puede ser que algún dirigente socialista que lo escuche se despache sin más hablando de populismo bolivariano. Pero si es algo mayor y tiene memoria, puede que se recuerde a sí mismo cuatro décadas más joven, con barba, la camisa ceñida, el cigarrillo en los labios y unos pantalones de campana. O una blusa suelta y una falda larga. Puede que se recuerde cruzando la frontera entre España y Francia con cualquier excusa absurda para burlar a la policía franquista, y cogiendo un tren con destino a París pensando en Sartre y en la revolución proletaria. Era el 13 de octubre de 1974, y a menos de 10 kilómetros de la capital francesa, en Suresnes, probablemente le esperaban sus compañeros del PSOE para celebrar XIII congreso en el exilio del partido. Y, contra todo pronóstico, iban a elegir como líder a un tipo joven de sólo 32 años llamado Felipe González. 40 años ya, pero cómo pasa el tiempo...

"Era el PSOE de la guerra civil y del exilio", como lo definió Felipe González en un Informe Semanal en el décimo aniversario de Suresnes. Un partido pequeño dirigido por Rodolfo Llopis, secretario general del PSOE en el exterior desde 1944, que controlaba el partido desde Toulouse (Francia) y limitaba la participación del PSOE del interior, donde a finales de los 60 despuntaban las agrupaciones de Asturias, País Vasco, Madrid (una amalgama poco cohesionada) y Andalucía, impulsadas por jóvenes como Nicolás Redondo en Bilbao, Pablo Castellano en Madrid, y en Sevilla, el trío Felipe González, Alfonso Guerra y Luis Yáñez-Barnuevo. Según el censo que manejaban, que algunos consideran inflado, cuando se celebró el Congreso de Suresnes en 1974 había apenas unos 3.500 militantes, 2.548 del interior y unos 1.000 exiliados.

Las siglas del PSOE eran grandes, aunque bajo ellas solo se cobijasen unos pocos cientos de militantes mal avenidos. En 1972, la poca sintonía entre el exterior y el interior se hizo evidente cuando estos últimos deciden organizar un congreso en Toulouse del que sale una Ejecutiva colegiada, sin secretario general, y con participación de ambas fracciones. Llopis decide no asistir, no reconoce a la nueva dirección y organiza su propio congreso dos meses después en la misma ciudad, sede del partido. Unos y otros se autoproclaman como el PSOE verdadero y acuden a la Internacional Socialista a defender su derecho a quedarse con la marca.

Ganan los del interior, que cuentan con el apoyo de François Mitterrand, entonces nuevo secretario general del Partido Socialista Francés y abanderado de la necesidad de un socialismo más izquierdista planteado desde el sur de Europa. En España, el régimen de Franco daba sus últimos coletazos y la vida en la clandestinidad empezaba a relajarse algo. El Partido Comunista de España (PCE) era el principal partido de izquierdas y rival del PSOE. En julio del 74 montó en París la Junta Democrática de España, una coalición de fuerzas políticas, sindicales y sociales que se oponían a la dictadura. A la cabeza estaba Santiago Carrillo, a quien muchos en el extranjero veían como el futuro dirigente del país.

Alfonso Guerra recuerda en este vídeo su aproximación al partido socialista:

"Teníamos un magma superideológico y radical. Efectivamente, luego tuvimos que aterrizar en la tierra y concretar mucho las cosas que decíamos, porque en el discurso a veces éramos más radicales que el Partido Comunista", recuerda por teléfono desde Sevilla Luis Yáñez, que trabajó en la organización del congreso desde París, donde vivía. "Se fue al Programa Máximo de Pablo Iglesias", añade Alonso Puerta, presidente de la Fundación Indalecio Prieto, que recibe a El HuffPost en el despacho de Nicolás Redondo en la escuela Julián Besteiro de UGT en Madrid. La Resolución Política que se aprobó en aquel pueblo cercano a París tenía un acentuado tono marxista y establecía desde la primera línea que la principal aspiración del PSOE era "la conquista del poder político y económico por la clase trabajadora y la transformación de la sociedad capitalista en sociedad socialista". Contenía afirmaciones que han envejecido mal con los últimos cuarenta años, como que el sistema capitalista estaba "condenado ineluctablemente a desaparecer".

El documento describía el contexto como una época de crisis marcada por "la desazón y el descontento de todo el país ante la incertidumbre política y el deterioro de la situación económica", donde "la única salida" posible consistía en "la adecuada formulación de una ruptura democrática". Las medidas que proponía el texto incluían la restitución de los derechos y libertades perdidos con la dictadura, y añadía, como solución a la configuración del Estado, un hoy sorprendente "reconocimiento del derecho a la autodeterminación de todas las nacionalidades ibéricas".

"Entonces considerábamos que eso era lo que había que decir, creíamos en eso, pero luego fuimos dándonos poco a poco cuenta de que todas esas afirmaciones eran una sobrecarga ideológica, un hiperideologismo que no se correspondía a la realidad, y de hecho la evolución del mundo y de las democracias no ha ido en esa dirección", reflexiona Yáñez cuatro décadas después. El PSOE tenía la necesidad de dejar muy patente su identidad: “Había un cierto complejo de los socialistas frente a la fuerza del Partido Comunista”, opina en conversación telefónica el exministro Jerónimo Saavedra, que fue uno de los tres delegados canarios que acudieron a Suresnes.

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Intervención del chileno Carlos Altamirano en el congreso de Suresnes. Foto: Fundación Pablo Iglesias.

La primera vez que Llopis permitió una intervención de un delegado del interior en un congreso del PSOE fue en 1970 en Toulouse. Ante una audiencia con una media de edad de unos 70 años tomó la palabra en un debate a dos con el secretario general "un muchacho con pinta de vaquero, con 28 años, que se los metió en el bolsillo". "Fue el descubrimiento de Felipe González para la generación de la guerra civil", continúa Luis Yáñez, que lo compara casi -"con perdón", dice- con la llegada del "redentor" que llevaban años esperando. ¿Qué hacía tan cautivador a este abogado sevillano hijo de ganadero? "Tenía un lenguaje distinto, un estilo diferente, era una persona nueva de la España de la época", explica el exdirigente. Un carisma y una oratoria con la que años después conquistó a la ciudadanía, que le percibía como "uno de los suyos, alguien propio".

El llamado a ser primer secretario en Suresnes -entonces utilizaban la terminología francesa para designar al secretario general- era Nicolás Redondo, un obrero de la naval de Bilbao de 40 años, líder sindical, hijo y nieto de luchadores socialistas. Nadie tenía dudas de que era la persona que reunía las condiciones necesarias, salvo él mismo, que declinó asumir el cargo. Ante esta negativa, hubo que improvisar. "Relativamente, pero improvisar", matiza Yáñez, que propuso el nombre de González en una reunión convocada por Ramón Rubial, que estaba a favor de dar paso a los jóvenes del interior.

Fue un encuentro tenso. Felipe González no aglutinaba el mismo consenso que Nicolás Redondo y la nueva ejecutiva no fue apoyada por Enrique Múgica o Pablo Castellano, de la delegación de Madrid, a quien los corresponsales y las embajadas veían con posibilidades de ser elegido. Con el apoyo de asturianos, vascos y el exilio, Felipe González fue elegido líder de lo que se acuñó como "el PSOE renovado".

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Felipe González, sentado entre otros delegados de Suresnes. Foto: RTVE.

Como evocaba el propio Felipe González ante las cámaras de TVE diez años después, Suresnes fue para los socialistas "una ruptura generacional y una adaptación a la realidad española”. La dirección del PSOE pasó a manos de jóvenes nacidos en la dictadura, que conocían lo que ocurría en el país de primera mano. La resolución del congreso, decía el expresidente en aquella grabación, "rompe ese esquema de análisis desde el exilio de la situación política española, manteniendo un planteamiento clásico, y se introduce un nuevo análisis. En la última fase del régimen autoritario, nuestra filosofía era que había que conquistar parcelas de libertad, asentar esas conquistas, y seguir avanzando en el desarrollo de las libertades”.

La renovación supuso "un cierto asalto al poder", sugiere sin decirlo del todo Alonso Puerta -militante del PSOE desde 1972 hasta que le expulsaron en 1981 por denunciar un caso de corrupción-, que participó en la preparación de Suresnes pero no fue a París porque no tenía pasaporte. Pablo Castellano, que salió poco satisfecho del congreso, denunciaba en Informe Semanal lo que él llamó el "pacto del Betis", un supuesto acuerdo que habían alcanzado los andaluces con los vascos y asturianos para que los sevillanos protagonizasen la renovación que todo el PSOE del interior quería emprender.

Así ve Suresnes el partido socialista de hoy:

El XXVII congreso del PSOE, el primero en España tras la Guerra Civil, se celebró en Madrid en diciembre de 1976, sin que el partido fuera aún legal, pero con la tolerancia del Gobierno de Suárez. Con el PCE apuntándose al eurocomunismo del italiano Enrico Berlinguer y el francés George Marchais -en la práctica, una especie de socialdemocracia de los partidos comunistas europeos que habían roto con la tutela de Moscú- las resoluciones congresuales de los socialistas tenían un lenguaje mucho más radical, como la de aquel año:

“El PSOE se define por un método dialéctico de transición al socialismo que combine la lucha parlamentaria con la movilización popular en todas las formas, creando ‘órganos democráticos de poder de base (cooperativas, asociaciones de vecinos, comités de pueblo, barrios, etc.); que busca la profundización del concepto de democracia superando el carácter formal que las libertades políticas tienen en el estado capitalista accediendo a las libertades reales, que señale las reivindicaciones de cada momento, así como las alianzas que fueran precisas conectados con la perspectiva de una revolución socialista, ya que no puede existir libertad sin socialismo ni socialismo sin libertad”.

“Por nuestros actos en la Transición desfilaba la bandera republicana, mientras que los comunistas prohibían a sus militantes sacarla en los suyos”, señala Alonso Puerta, que añade: “En las asambleas del partido, cuanto más izquierdista era un documento, más apoyos tenía”. Para Saavedra, se trataba de un cierto “izquierdismo infantil” propio de organizaciones que habían estado en la clandestinidad, aunque él siempre se consideró cercano a la socialdemocracia europea. Según Puerta, era lo que González llamaba “la acumulación ideológica”: los excesos ideológicos fruto de una dictadura tan larga. “Poco a poco nos dimos cuenta de que aquella radicalidad era absolutamente artificial, que España había tenido un fuerte desarrollismo durante el franquismo, muy desigual, muy injusto, sin libertades y sin componente social, pero que nos situaba en Europa y no en las experiencias políticas del Tercer Mundo, como América Latina o África", analiza Luis Yáñez-Barnuevo.

Y como si adivinaran que el futuro del PSOE no podía ser otra cosa que reformista, en la mesa central de aquel congreso tolerado de 1976 se sentaban los patriarcas de la socialdemocracia europea, el primer ministro sueco Olof Palme y el líder alemán, Willy Brandt, ambos encantados de apadrinar a aquellos jóvenes que todavía hablaban de revolución socialista.

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Felipe González, puño en alto, junto a Willy Brandt en la Internacional Socialista, en 1975. Foto: GETTY IMAGES.

“En la cuestión territorial, la Constitución selló la incorporación de los socialistas al Estado de las autonomías y el abandono del derecho de autoderminación”, afirma Saavedra. Las cuestiones más filosóficas vinieron tras las segundas elecciones generales de la democracia, el 1 de marzo de 1979, que fueron un fiasco para los socialistas: con varias encuestas apuntando a su posible triunfo, el partido enmudeció tras conocer la victoria de UCD. “Estaba preparado hasta el cava”, recuerda Alonso Puerta. Pero en el cierre de campaña, el presidente Suárez había maniobrado con habilidad en su último discurso televisado, advirtiendo sobre los peligros de la llegada de un partido “marxista” al poder.

El Felipe de la acumulación ideológica, consciente de que con un discurso tan izquierdista el PSOE había alcanzado su techo de votos, defendió en el XVIII congreso del partido, en mayo de 1979, una ponencia que renunciaba a la definición marxista del partido. Pero perdió frente a la posición defendida, entre otros, por Tierno Galván, Pablo Castellano o Luis Gómez Llorente, y anunció que no se presentaría a secretario general.

La espantada de González duró sólo unos meses en los que el partido fue dirigido por una comisión gestora liderada por José Federico de Carvajal; el tiempo suficiente para que Felipe González, Alfonso Guerra y su equipo consiguieran ganar apoyos para su ponencia, que resultó vencedora en el congreso extraordinario de septiembre de ese año, de nuevo con Felipe González de secretario general, y con un partido que se definía como “de clases, de masas, democrático y federal”. Adiós al marxismo. El PSOE se homologaba al resto de partidos socialdemócratas europeos.

“Ese fue el Bad-Godesberg del PSOE”, apunta Saavedra refiriéndose al congreso de 1952 en el que el Partido Socialdemócrata Alemán renunció a la vía revolucionaria y abrazó el modelo reformista. “Cuando ese lastre se echó por la borda ganamos las elecciones del 82 por mayoría absoluta”, apunta Luis Yáñez. “Nos dimos cuenta -y había encuestas que también lo decían- de que la gente en España no quería comunismo. Y el marxismo se asociaba al comunismo”. Mucho más crítico, Alonso Puerta considera que aquel debate fue “un señuelo”. Fue la cortina de humo que utilizó Felipe para no hablar del programa político y económico que pretendía llevar a cabo y que incluía a compañeros de viaje como Miguel Boyer, de orientación mucho más liberal. Es el comienzo del felipismo, que cambió muchas cosas, pero que consistió también en "llegar al poder a costa casi de perder la identidad socialista", según Puerta.

De los 40 años que han pasado desde Suresnes, el PSOE ha estado 22 en el Gobierno. Y a tenor de sus últimos resultados electorales, los peores en democracia, parece que tantos años de poder le han pasado factura. Encima, ahora le sale Podemos, con ganas de disputarle la hegemonía de la izquierda. Yáñez cree que es injusto que se olvide que el PSOE ha sido el partido de los grandes cambios políticos y sociales de España: “Hemos hecho una política muy progresista. Las marchas blancas, las verdes..., nadie recuerda ahí quién hizo esas cosas que ahora quieren quitar. Saben que el PP lo quiere desmantelar, pero nadie recuerda quien lo creó". Saavedra suena bastante más crítico con su partido: “Mientras se sigan haciendo las cosas tan mal como en los últimos años, Podemos será una opción para algunas personas, y nadie se va a parar a ver las inconsistencias de su programa”. “Ahora, ¿que en esta sociedad hemos sido tan golfos que nos merecemos algo así como una catarsis? Pues a lo mejor”, apunta Puerta.

Luego están los análisis más estéticos, como el paralelismo que algunos analistas hacen del tándem Pablo Iglesias/Juan Carlos Monedero con Felipe González/Alfonso Guerra, que a a Luis Yáñez no le parece mal traído: “Aunque ellos son más bien una expresión neoleninista y robesperriana, y nosotros nunca fuimos leninistas, y no somos para nada admiradores del chavismo o del castrismos”. Similitudes o no, Podemos también apela a la “ruptura generacional”. Y tiene los debates y sufre las tensiones de un movimiento que quiere convertirse en fuerza de Gobierno sin perder las frescura rupturista. Puede incluso que Pablo Iglesias haya tenido un cierto momento felipe al amagar con no presentarse si su línea política no vence en la asamblea. Pero qué será de Podemos o si el PSOE volverá a ser el partido hegemónico de la izquierda, ya lo contarán otros dentro de 40 años...