Han pasado 25 años de la caída del Muro de Berlín, pero estas fronteras siguen en pie

Han pasado 25 años de la caída del Muro de Berlín, pero estas fronteras siguen en pie

Un día como hoy en 1989, los residentes de Berlín se reunieron a ambos lados del muro de hormigón que los había dividido durante casi tres décadas y empezaron a derribarlo pieza por pieza. El muro levantado entre Berlín Este y Berlín Oeste, entre el comunismo y Occidente, pronto dejaría de existir.

No obstante, 25 años después de la caída del Muro de Berlín, hay fronteras en todo el mundo que aún se mantienen en pie. Separan comunidades, países e incluso continentes.

Para recordar el aniversario de los acontecimientos históricos del 9 de noviembre, los redactores de varias ediciones internacionales del HuffPost han descrito las fronteras aparentemente infranqueables que todavía les rodean a día de hoy.

Líderes de todo el mundo, ha llegado la hora de derribar estos muros.

Esta foto del 23 de octubre muestra una parte de los 12 kilómetros de valla que separan España de Marruecos, Europa de África, la prosperidad de la desesperación en la ciudad de Melilla. Ceuta, el otro enclave español en el Magreb, tiene la suya propia. En 1998, cuando se construyeron, eran unas alambradas simples de 2,5 metros que pretendían controlar la incipiente llegada de migrantes, sobre todo del África subsahariana. Con los años, los sucesivos Gobiernos las han reforzado, las han subido en altura hasta los seis metros, han añadido cuchillas, varias vallas intermedias, sensores y cables de detección, cámaras, luces, etc. que no sirven sin embargo para disuadir a quienes se lo juegan todo para saltarla.

Lo intentan a menudo, pero al final pocos lo consiguen. Son más eficaces otros métodos para entrar clandestinamente. En 2013 ningún migrante logró atravesar la valla de Ceuta, pero 2.244 cruzaron la frontera por otros medios. En Melilla, donde tratan de saltar en grupo, tienen más éxito. El mismo año 830 consiguieron superar el perímetro del total de 2.638 que entraron de forma irregular.

El Estado español se ha gastado en construir y ampliar las dos vallas 72 millones de euros desde 2005. Unas tapias parecen impermeables también a los derechos humanos, como se quejan con frecuencia organizaciones humanitarias e instituciones como el Consejo de Europa o la Comisión Europea. La difusión de vídeos donde se muestra el maltrato a los migrantes y su expulsión inmediata, son habituales, igual que los argumentos del Gobierno para justificar esta violación de la legislación nacional, europea e internacional.

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Varios inmigrantes encaramados a la valla de Melilla frente a un campo de golf, el 23 de octubre 2014.

(José Palazón)

A pesar de que Canadá se considera una nación multicultural, ha estado dividida durante mucho tiempo entre las regiones de habla inglesa y francesa, y por la lucha de los separatistas de Quebec que defienden la independencia.

La cuestión de la independencia en Quebec copó los titulares de la prensa internacional en 1995, cuando la provincia votó un segundo referéndum para independizarse de Canadá. Los separatistas perdieron por poco y, desde entonces, el tema ha quedado en segundo plano. Menos del 40% de los quebequeses apoya actualmente la idea de la secesión. El partido provincial pro-independencia, el Parti Québécois, salió del poder el pasado mes de abril tras 18 meses de gobierno.

Pero ésta no es la única división en la red canadiense. Las disparidades entre la riqueza de las provincias han creado la separación del "tener" y el "no tener". Las comunidades aborígenes de Canadá, conocidas como las primeras naciones o naciones originarias, han luchado por un mayor control de los recursos y el gobierno. También han peleado para conseguir una reparación por el tratamiento recibido en el pasado.

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Simpatizantes del partido separatista de Quebec reaccionan ante los primeros resultados del referéndum sobre la independencia de Canadá. 30 de octubre de 1995, Montreal.

(AP Photo/Eric Draper)

En septiembre de 2010, un barco de arrastre chino chocó con dos patrulleras de la Guardia Costera japonesa en las aguas de las islas Senkaku o Diaoyutai en el Mar de China Oriental. El debate por las islas, que pertenecen a Japón y reivindica China, abatiría un "muro de acero" entre las dos naciones, que son, respectivamente, la segunda y tercera economía del mundo.

En respuesta a la creciente firmeza de China en las disputas marítimas territoriales, el Gobierno japonés nacionalizó en 2012 tres de las islas reclamadas, haciendo que Pekín cesara las conversaciones de alto nivel con Tokio.

Desde entonces, China ha insistido en que el acercamiento político no será posible hasta que el Gobierno del Primer ministro japonés Shinzo Abe esté dispuesto a reconocer el estatus disputado de las islas, y a expresar el arrepentimiento por las acciones japonesas en la Segunda Guerra Mundial. La Administración nacionalista de Abe, por su parte, no tiene intención de retraerse. El Primer ministro espera establecer un "diamante de seguridad democrática" junto con los países afines a Japón, como Australia e India, frente a la agresión china.

La disputa territorial ha contribuido al peor período de las relaciones sino-japonesas desde que se establecieran uniones diplomáticas en la década de los 70. La situación es cada vez más preocupante: China declaró en noviembre de 2013 una Zona de Identificación de Defensa Aérea (ADIZ) unilateral que solapaba partes de la de Japón.

Sin embargo, aún hay signos de esperanza. El pasado 7 de noviembre, el Gobierno de Japón anunció que el Primer ministro se reunirá con el presidente chino Xi Jinping en el contexto del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico, programado para el 10 de noviembre en Pekín.

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Un barco pesquero de Taiwán (D), bloqueado por una embarcación de la Guardia Costera de Japón (I) cerca de las islas disputadas de Senkaku o Diaoyutai el 25 de septiembre de 2012.

(SAM YEH/AFP/GettyImages)

La frontera entre Corea del Norte y Corea del Sur es más alta que nunca.

Las dos potencias, oficialmente en estado de armisticio, están separadas por una Línea de Demarcación Militar de unos 640 kilómetros. Durante los últimos 61 años -24 horas al día, 365 días al año-, las fuerzas armadas han permanecido apostadas cara a cara a ambos lados de la línea.

Los residentes del Sur y del Norte no pueden cruzar la frontera acorazada libremente. La gran mayoría de los coreanos nunca ha hecho el viaje. Cruzar la frontera requiere una autorización especial por parte del Gobierno, que sólo la concede en ocasiones muy muy excepcionales.

La frontera no sólo separa a los coreanos de forma física. Es imposible escribir cartas o hacer llamadas de teléfono al otro lado de la línea de demarcación. Y esta limitación también afecta a Internet: desde el Sur, ni siquiera se puede acceder a las webs norcoreanas.

Muchas familias han estado separadas durante el caos de la Guerra de Corea y algunas siguen a la espera de poder reunirse. Hay familias separadas que llevan décadas sin saber si sus familiares están vivos. A día de hoy, nadie sabe cuándo podrán encontrarse.

Después de 60 años, las dos Coreas no son el país que fueron. Los sistemas sociales difieren ampliamente a un lado y otro de la frontera, del mismo modo que sus culturas se han ido distanciando. Hasta la lengua hablada ha evolucionado de forma diferente.

Actualmente, muchos surcoreanos se preguntan si la unificación debería seguir siendo un objetivo; antes, esta pregunta era insondable. Un número considerable de surcoreanos, sobre todo los jóvenes, creen que la unificación con un Norte empobrecido supondría una gran pérdida económica.

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Un soldado norcoreano mira hacia la parte sur en el pueblo fronterizo de Panmunjom, el 12 de marzo de 2014.

(AP Photo/Lee Jin-man)

Este post fue publicado originalmente en The WorldPost y ha sido traducido del inglés.

Traducción de Marina Velasco Serrano