Ocho motivos por los que la nieve nos hace ser más felices

Ocho motivos por los que la nieve nos hace ser más felices

SelectStock via Getty Images

El invierno ha llegado con toda su crudeza, trayendo temperaturas bajo cero y vientos gélidos. Los días oscuros y fríos no acompañan y hacen que nuestro estado de ánimo se resienta. Sin embargo, lanzarse unas cuantas bolas de nieve puede transformar esos sentimientos en pura alegría.

Asociamos la nieve con limpieza y renovación y los mismos efectos produce en nuestra mente. Ya sea para jugar en ella o verla caer a través de la ventana, la belleza de los copos nos invitan a hacer una pausa y apreciar su llegada. Estas son las ocho razones por las que la nieve nos convierte en personas más felices.

Estimula nuestra capacidad de maravillarnos.

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"La nieve trae cambio, renovación y un soplo de aire fresco al mundo", afirma la psicóloga y bloguera en The Huffington Post Sandi Mann. "Los transportes se interrumpen, las reuniones se cancelan y los colegios cierran. Este cambio en nuestra rutina diaria refresca nuestra mente y, literalmente, nos hace ver el mundo de otra manera. Nos libera de las obligaciones y nos deja tiempo, aunque sea por un día, para pararnos a oler el café y construir un muñeco de nieve".

Desprende buenas vibraciones.

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"La silenciosa caída de la nieve en medio de la noche siempre colmará mi corazón con una dulce claridad", escribió el autor japonés Novala Takemoto. Incluso en nuestros momentos de mayor estrés, una nevada tiene el superpoder de calmar nuestra mente y nuestro cuerpo.

Nos conecta con nuestros recuerdos de infancia.

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"La nieve es la sustancia natural, junto quizá con la arena, que asociamos con nuestra infancia. Para muchos de nosotros es difícil recordar días más felices que los de nieve", reflexiona Mann en su blog. Los recuerdos de juegos en la nieve que nos traen esos gruesos copos deslizándose desde el cielo reaparecen, trayéndonos felicidad instantánea".

Nos proporciona juegos y diversión.

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No hay que pasar por alto lo más obvio: muñecos y ángeles de nieve, fuertes, batallas de bolas, lugares donde deslizarse... No se pueden hacer todo el año, así que aprovecha, sal a la calle, coge un buen puñado de nieve ¡y a disfrutar!

Nos trae al momento presente.

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"En silencio, como los pensamientos que van y vienen, los copos caen cada uno como una joya" (William Hamilton Gibson).

No hay nada como ser el primero en dejar huellas de pisadas en una capa de nieve intacta para conectarse con lo que nos rodea. Respirar profundamente una bocanada de aire frío y permitir que la blancura colme nuestra visión hace que cualquier otro pensamiento o preocupación se esfume.

Une a las personas.

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La nieve tiene un potente efecto secundario. Después de un día de trineo y de guerra de bolas, no hay nada mejor que refugiarse en el sofá para conversar y acurrucarse con los seres queridos. La chimenea y la taza de chocolate caliente son opcionales, pero muy recomendables.

Nos recuerda lo bella que es la naturaleza.

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Mientras la lluvia suele dejar el ambiente húmedo y nublado, su contrapartida helada lo ilumina, creando un mundo idílico y maravilloso. El paisaje blanco y los árboles cubiertos nos hacen sentir como en un lugar encantado, atrapando nuestra mirada para captar cada detalle.

Su tiempo es limitado.

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Quizá uno de los aspectos más bonitos de la nieve es que su existencia es efímera. La temperatura se eleva, el suelo se deshiela y lo que un día vemos cubierto por un manto blanco pronto vuelve a su estado normal, creando la sensación de un nuevo comienzo.

Este artículo fue originalmente publicado en la edición estadounidense del Huffington Post y ha sido traducido del inglés.