Cadena perpetua revisable: la justicia vengativa

Cadena perpetua revisable: la justicia vengativa

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A Santiago Cobos los agentes judiciales le lanzaban las notificaciones volando desde dos o tres metros de distancia, al otro lado de un portón de hierro y barrotes. Le tenían miedo. Los intentos de fuga y los motines, con secuestros de funcionarios y la muerte de un policía en un tiroteo incluidos, alimentaron la leyenda y le reservaron un lugar fijo en las crónicas negras sobre los presos más peligrosos, los enemigos públicos y los Hannibal Lecter españoles. Ha pasado 22 años entre rejas. "De otra cosa no, pero de cárceles sé bastante", y por eso, no puede entender la cadena perpetua, o prisión permanente revisable, como la llama el Gobierno. "Lo siguiente será la pena de muerte. A saber..."

Le habían colgado el cartel de psicópata y le encerraron durante 16 años en aislamiento, una cárcel dentro de la cárcel. Durante años solo podía salir una hora al día al patio, sólo, vestido con un mono azul de albañil y unas chanclas. Las manos esposadas. Al cabo del tiempo ya no sabía si lo que recordaba había ocurrido o fueron sueños. "Llega un momento en que la cabeza ya no te da más de sí. Puede ser como un inicio de locura", aunque no se le olvidan las palizas que le caían a él o al compañero de la celda de al lado cuando los guardianes llegaban borrachos, o porque sí, y aquellas veces en la que un funcionario le despertaba con la linterna en mitad de la noche y le quitaba el colchón. Ni la congelación de las manos y pies en cárceles como la de Valladolid. Si en vez de español hubiese sido finlandés habría estado en cárceles sin muros ni barrotes, sino cámaras y redes de alerta electrónica. Donde no hay portones de hierro sino suelos de parqué y los internos y los guardias se llaman por su nombre de pila. Un sistema que otorga generosas licencias y ofrece casas en las prisiones en las que los presos pueden pasar hasta cuatro días seguidos con sus familias.

Cobos ahora tiene 46 años. Entró en la cárcel con 20 y una condena de seis años por unos delitos de robo. "Llegas y te dicen: búscate una celda y un colchón por ahí. Y se acaba todo, dejas de existir. Es una muerte en vida. La psicosis es el estado natural de las cosas", explica por teléfono. No podía soportar la sumisión que impone el sistema penitenciario, que desde su punto de vista "busca corderitos, gente que no piense", y enfocó sus energías a evadirse, literalmente. Ya estaba en primer grado, ya se había buscado problemas, y escaparse era la única opción que veía: "Evidentemente a mí no me iba a sacar ningún gran abogado". Lo intentó hasta con una escalerilla hecha con sábanas, como en las películas, con huelgas de hambre y métodos menos pacíficos como los que compartió con Daniel Monzón y Luis Tosar cuando preparaban el personaje de malamadre para Celda 211. "Y así fui evolucionando a peor". Los seis años de sentencia llegaron hasta 65.

Como dicen juristas y expertos, el Código Penal español ya contempla penas de cárcel lo suficientemente duras como para que la prisión permanente revisable sea innecesaria e inútil. Joaquim Bosch, portavoz de la asociación Jueces para la Democracia, recuerda a este diario que la Constitución deja muy claro que el objetivo de la prisión es la reinserción, y "tratar de manera inhumana a una persona, aunque haya cometido el más grave de los delitos, es añadir un mal al mal previo de la pena, y por tanto, si esto no es eficaz en la lucha contra la delincuencia, no tiene justificación". Bosch remite a las altas tasas de delitos y presos en EEUU, donde existe la pena de muerte, para demostrar el escaso poder disuasorio de los castigos más duros. Sin irse tan lejos, el catedrático de Derecho Penal en la Rey Juan Carlos Antonio Cuerda Riezu señala en un artículo que en España las cifras de asesinatos y homicidios "no aumentaron de manera sensible" después de que la Constitución del 78 prohibiese la pena capital.

PERSONAS MUTILADAS

Guadalupe Rivera, psicóloga con 27 años de experiencia en prisiones que trabaja en Madrid, y Francesca Spanò, que hace lo mismo en el centro de preventivos de la Modelo, de Barcelona, coinciden en que lo punitivo per se no funciona, y en que más valdría invertir en alternativas, como el apoyo al preso cuando sale, como se hace en el caso de los toxicómanos. Spanò cuenta, citando al sociólogo Erving Goffman, los efectos de la cárcel en el individuo, que a medida que se adapta a la institución, queda incapacitado para volver a la sociedad. Se produce una muerte civil y no tiene ninguna capacidad de decisión, todo lo viene impuesto: la hora a la que se enciende la luz, la hora a la que se come. Al individuo se le despoja no solo de sus pertenencias físicas, sino también de las personales y sociales, y es humillado ante su familia. Su yo queda mutilado. "Se les aisla tanto tanto tanto, y durante tantos años, que se convierten en personas con graves dificultades de adaptación de nuevo cuando regresan", apunta Rivera, que cree que "todo ese dinero que vamos a invertir en mantener a gente en la cárcel -unos 16.000 euros al año, dice- podríamos invertirlo en otros recursos, humanos y materiales, para que salgan en mejores condiciones".

Esta psicóloga advierte sobre las consecuencias de la cadena perpetua, que pueden ir desde intentos de autolesión y de suicidio de los internos, hasta episodios de violencia entre los reclusos y los guardianes. Se pregunta, además, sobre los términos de la revisión de la condena: "¿Quién decide si una persona está lista para reinsertarse o no? ¿En base a qué criterios? ¿Por qué unos sí y otros no? ¿Dónde pondríamos el límite?" Lo mismo dice Xabier Etxebarria, abogado y profesor de Derecho Penal en la Universidad de Deusto: "Me gustaría hablar con quien sea capaz de pronosticar el comportamiento de una persona", apunta, y se pregunta si el siguiente paso será matar a los casos extremos para los que en teoría se formula la reforma de la ley. Rivera señala además que los individuos con una personalidad psicopática no permeable al tratamiento representan un porcentaje muy pequeño. Los violadores en serie son los que más alarma social generan, y aún así, asegura, tienen posibilidades de recuperarse con un programa que se ha importado de Canadá y si se ponen en marcha los mecanismos de apoyo tras la salida de prisión.

A las cárceles españolas les sobran presos y les faltan manos para rehabilitar a los que aloja y cumplir con su mandato constitucional. La tasa de criminalidad lleva varios años en caída mientras el número de presos (147 por cada 100.000 habitantes) continúa entre los más altos de Europa, junto a las repúblicas bálticas y países del Este como Hungría, Rumanía y Polonia, y muy por encima de la media (96). La sobreocupación en España impide que los reclusos tengan atención personalizada. "Hay muy poco personal para todas las necesidades que hay, es absolutamente inmanejable. Un profesional no puede trabajar con 400 personas. No se puede individualizar, no se pueden conocer los casos", explica Etxebarria, defensor de los derechos humanos en las cárceles.

En Noruega, que tiene una de las tasas de presos más bajas del mundo (73), tienen una prisión de alta seguridad que aloja a presos como Anders Breivik. Responsable del asesinato de 77 personas, cumple 21 años en una de las cárceles "más humana del mundo". Tienen habitaciones bien amuebladas, con televisión, y un programa de actividades para que "encuentren la motivación necesaria para una vida sin delincuencia". El centro tiene un estudio de sonido, un recorrido para correr y como en Finlandia, una casita para que pasen tiempo con sus familias. En España se cuestiona que los centros tengan piscina o las celdas teles, y como cuenta Etxebarria, la demagogia llega al punto de que hay prisiones como la de Pamplona y la nueva de Álava donde las compraron pero las tienen en cajas en el almacén.

SI NO HAY FUTURO NO HAY NADA

"La vida del preso sin un horizonte temporal, sin una certidumbre, es durísimo, y le hace a él bastante incontrolable, porque si no tiene esperanza, ¿con qué le van a amenazar?", reflexiona Extebarria, que dice que vio esto clarísimo con Santi Cobos. Se conocieron en 2001 cuando el abogado participaba en un programa para sacar a presos del régimen de aislamiento. "Lo más importante dentro de la cárcel es tener perspectivas de futuro. Si no tienes eso no tienes nada, tú mismo te ahogas", corrobora Cobos. A él le cambió la vida conocer a Etxebarria y a otras personas que le miraban a los ojos, que le trataban con dignidad. "Cuando ejercen la violencia contra ti de esa manera impune, tú también te alimentas de ello", explica, pero "ver gente que trabaja dentro del sistema para humanizar y resocializar, eso te desarma como persona".

Con Cobos, que tenía la etiqueta de caso perdido, funcionó una de las medidas que propone la psicóloga Spanò: darle responsabilidad, empoderarle, tratarle como a un adulto. Él comprendió que "la libertad conlleva responsabilidad", y junto a Etxebarria, fueron trazando un plan con unas fases y unos objetivos. Lo mismo hicieron con otros presos. "Algunos de nosotros, los que éramos irrecuperables, psicópatas, hemos salido y no nos hemos comido a nadie, y más o menos, usamos el sentido común y podemos integrarnos en la sociedad". Después de más de dos décadas cumplidas en 2012 él consiguió la libertad condicional. Hasta 2028 no será totalmente libre. Tendrá 59 años.

No se le olvidará la cárcel, porque ya forma parte de él. "A mí no me cuesta mucho imaginármela, y te aseguro que no me la imagino con piscina". A veces se despierta a media noche dentro de su celda y siente la imperiosa necesidad de comprobar que es libre, abrir la puerta de la calle y salir a pasear, porque la libertad, dice, "no es tanto el espacio abierto, sino saber, tener la posibilidad de poder salir". Ahora trabaja medio año en una librería y el resto del tiempo viaja con su compañera en una furgoneta que se ha tuneado él mismo. Sueña a menudo con la prisión y tiene muy presente la violencia. Pero no solo. "Son los olores, las comidas, los momentos, los días, los años, el encierro, tú con tu cabeza, la conflictividad personal que te crea, las frustraciones, los lloros, la impotencia. Son tantas y tantas cosas". Y tan malas, que no le desea la cárcel ni a quienes más daño le han hecho.

España se empeña, sin embargo, como señala el juez Bosch, en la idea de venganza en vez de la de justicia.