¿Quién es el general Haftar, el nuevo hombre fuerte de Libia?

¿Quién es el general Haftar, el nuevo hombre fuerte de Libia?

REUTERS

La aparición de una facción del ejército islámico en el este de Libia ha puesto de manifiesto el caos en el que está sumido el país norteafricano desde el derrocamiento de Gadafi, dividido entre dos bloques antagónicos y con milicias de variado signo campando por sus respetos. Frente a este incierto panorama, un excoronel del ejército libio, Jalifa Haftar, se erige como el nuevo hombre fuerte en quien confían no solo los países vecinos sino Occidente. Pero, ¿quién es Jalifa Haftar? ¿Por qué tiene ahora mismo el apoyo de los países occidentales? ¿Podrá reconvertir a Libia de nuevo en un país estable y alejado de tentaciones dictatoriales y terroristas? Los próximos meses son decisivos en esta nueva etapa en esta zona tan estratégica y sensible del sur del mediterráneo.

La primera vez que oí hablar del actual hombre fuerte de Libia, el general Haftar –también le han llamado Hafter o Hifter- fue en 1989, en Madrid, de boca de Ahmed Al Alawaas Hakim, alias “Joaquín”, un intérprete personal del coronel Muamar Gadafi al que conocí en marzo de 1986 en Tripoli, donde yo había llegado como enviado especial de Diario 16 para cubrir la crisis del golfo de Sirte entre Libia y los EE.UU. Hakim había desertado en una escala técnica en Madrid y había pedido asilo político a las autoridades españolas. Me contó que había visto demasiadas cosas terribles del régimen y que no quería ser más cómplice. Los servicios secretos españoles, y por supuesto los norteamericanos, le interrogaron, pero había dosificado la información. El CESID le pagaba una pequeña pensión y vivía con estrecheces, bloqueadas sus cuentas corrientes por el régimen que había abandonado. Comenzamos a escribir un libro sobre Libia, que creímos necesario. Fue Hakim el que me relató cómo Gadafi había financiado y apoyado a los islamistas tunecinos y egipcios, para desestabilizar a sus vecinos, mientras que perseguía a los propios islamistas libios, los Hermanos Musulmanes, que consideraba un peligro para su régimen.

Fue también él quien me habló del Haftar, excoronel del ejército Libio, un héroe, veterano de la campaña del Chad, donde había caído prisionero. Me contó retazos de su historia, que yo luego pude confirmar y completar. Y un buen día, “Joaquín” me dijo que se había convencido de la necesidad de militar en la oposición libia y que se iba de España junto con otros opositores. Unían su destino al del coronel Jalifa, del que tanto me había hablado. También me contó algo de lo que se estaba preparando. Había planes de invasión desde el norte del Chad. A pesar de mis reparos, sabía dónde se estaba metiendo, y no me negó que los americanos estuvieran detrás de todo el tinglado. Era, si no recuerdo mal, principios de 1989. Desde entonces no volví a saber más de Ahmed Al Alwaaras Hakim. Pero sí de Haftar, el enemigo más persistente de Muammar Gadafi.

El 14 de marzo de 2011, llegaba a Bengasi, desde Egipto, Ali Sheriff al-Rifi, o Haftar, para hacerse cargo de las operaciones militares del Consejo Nacional Libio, sustituyendo a Abdul Fatah Yunis, exministro del interior de Gadafi –que pasaba a ser jefe de Estado Mayor-, para dar coherencia táctica y estratégica a las fuerzas rebeldes. Varios medios ingleses y norteamericanos informaron de su perfil, y lo calificaron como un opositor al régimen de Gadafi desde hacía dos décadas, cuando llegó a los Estados Unidos. Pero obviaron un hecho que nunca se hizo público y que se conoció más tarde. Jalifa estuvo todo ese tiempo a sueldo de la CIA intentando derrocar a su antiguo amigo y compañero de revolución Muammar Gadafi, algo que para él se había convertido en una obsesión. Tenía sus motivos para acabar con el líder libio al que ayudó a derrocar al rey Idris en 1969, cuando los dos pertenecían a los Oficiales Unionistas Libres que admiraban a Nasser y a su revolución panarabista. Graduado en la Academia Militar de Bengasi, continuó con su formación militar en la Unión Soviética. Fue después miembro del Consejo de Mando Revolucionario, que gobernó Libia en el período inmediatamente posterior a la revolución y se convirtió más tarde en el Jefe del Estado Mayor de Gadafi, su hijo espiritual, tal y como declaró varias veces el propio Muammar.

En ese momento, en el 2011, con la guerra civil y la posterior derrota y muerte de Gadafi, parecía que su revancha había llegado tras la espera de tantos años. Su enemistad venía de 25 años atrás, cuando Jalifa fue hecho prisionero en el oasis de Ma’atan Bishrah, al sur del país, a principios de septiembre de 1987, en la guerra que durante dos años enfrentó a Libia con Chad y que acabó de manera desastrosa para las tropas libias.

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Gadafi repudió a los prisioneros de guerra libios capturados y a su jefe, Haftar, que fue acusado de traición por permitir la rendición de sus soldados. Había que tener en cuenta que Gadafi había firmado previamente un acuerdo para retirar todas las fuerzas libias del Chad y la presencia de sus tropas violaba el acuerdo. Otra razón que se esgrimió es que Haftar podía regresar a Libia convertido en héroe, y convertirse en una amenaza para el propio Gadafi.

A pesar de que las hostilidades –sobre todo por aire- continuaron durante algunas semanas más, la aventura Libia en Chad se saldó con un estrepitoso fracaso. En un informe presentado por las autoridades de Yamena a las Naciones Unidas, declararon haber derribado 30 aviones y capturado 23 aviones, entre ellos varios migs y mirages de última generación además de capturar un centenar de tanques y otros vehículos. Los libios habían perdido cerca de 5000 soldados, y los dos mil capturados se hacinaban en las cárceles chadianas. Tanto los prisioneros como el material capturado a Gadafi no se quedaron en Chad. Cuatro transportes Galaxy de la USAF fueron enviados a la capital chadiana para recogerlo. Los aviones más modernos, misiles antitanque y sofisticados equipos acabaron en Francia y EEUU.

En Yamena, el coronel Jalifa fue interrogado por agentes franceses y norteamericanos, que comenzaron a presionarle para que se uniera a la lucha de la débil oposición contra el régimen de la Yamahiría. El coronel durante un tiempo se mantuvo indeciso. Temía las represalias del régimen contra su larga familia en el interior del país. Cuando, además del repudio de Gadafi, comenzaron a llegarle informaciones del acoso a que el régimen estaba sometiendo a su familia, se decantó por la deserción y el ingreso en el Frente de Salvación Nacional Libio (LNSF, en inglés), el principal grupo de oposición a Gadafi, que contaba con el respaldo de la CIA. Jalifa consiguió además que la inmensa mayoría de los dos mil prisioneros se le sumaran.

Inmediatamente, los libios fueron trasladados a bases del ejército norteamericano en Tampa (Florida) y como otros grupos al estilo de la “contra” nicaragüense, recibieron entrenamiento militar en el uso de armamento estadounidense y tácticas de guerrilla, durante casi un año. A principios de 1989 fueron trasladados al norte de Chad, donde instalaron sus bases de cara a una invasión que se produjo en la primavera.

Ahí comenzaron algunas diferencias entre Jalifa y sus controladores de la CIA. El libio no se había mostrado muy de acuerdo con una preparación en Florida en terrenos que no eran nada parecidos a los que se iban a encontrar. Fuera por eso o por otras razones, no tuvo éxito en esa primera incursión. El régimen libio estaba sobreaviso –quizá había tenido informaciones de sus agentes en el Chad, o alguna indiscreción de los propios soldados- y tardaron poco tiempo en derrotarla. Y Jalifa, dejando sobre el terreno algunas decenas de muertos, volvió a sus bases chadianas, donde con su milicia estuvo hostigando la frontera libia hasta que Hissen Habré fue derrocado por un rival apoyado por Francia, Idriss Déby, en 1990. Además, el presidente George Bush quiso introducir un giro a la política de su antecesor, Ronald Reagan, al que le habían estallado los escándalos de la contra y el Irangate en la última parte de su mandato.

A la relación a veces difícil entre la CIA y Haftar se unieron varios factores en esas horas bajas. El gobierno de Chad acusó a las fuerzas libias de emplear el napalm y el gas tóxico durante la guerra, lo cual no contribuía a su imagen de liberador. Varios prisioneros del conflicto que rechazaron unirse a Haftar en su aventura se pudrieron durante años en las cárceles. Ante un golpe propiciado por Libia en el Chad, la CIA tuvo finalmente que transportar por avión a Haftar y trescientos cincuenta de sus hombres a Zaire y después a los Estados Unidos. Muchos de sus hombres fieles que le siguieron son los que hoy componen parte de una guardia pretoriana que vela por su amenazada seguridad.

Desmantelada la guerrilla del Frente de Salvación Nacional Libio, Jalifa se trasladó a los Estados Unidos, donde se instaló en Vienna, una población en las afueras de Washington, DC, a menos de diez kilómetros de Langley, la sede de la agencia de inteligencia norteamericana, y obtuvo la ciudadanía norteamericana. Aparentemente, no tenía ocupación tanto para mantenerse como para ocuparse en ayudar a su numerosa familia, alguno de cuyos miembros había conseguido salir de Libia. En realidad, trabajaba para la CIA, que estaba muy interesada en acabar con el régimen libio no sólo por los enfrentamientos directos entre los dos países de Marzo y abril de 1986 y enero de 1989, sino sobre todo por el atentado de Lockerbie.

Desde hace una decena de años se ha hecho público en varios medios –entre ellos Le Monde Diplomatique-, que la conexión Jalifa con los EEUU y la CIA data de los años 90. En ese tiempo, Jalifa ha estado detrás de varios intentos por derrocar a Gadafi, al menos en 1993 y 1996. En ese último año, el Washington Post (26 de marzo de 1996) citando a varios testigos, le identificó como el máximo responsable del intento de golpe. Otro informe del Servicio de Investigación del Congreso del 19 de diciembre de 1996 contaba que el gobierno de Estados Unidos prestaba ayuda financiera y militar a la LNSF y un buen número de sus miembros fueron trasladados a Estados Unidos.

Haftar trabajaba para la CIA, interesada en acabar con Gadafi no sólo por los enfrentamientos directos con EEUU, sino sobre todo por el atentado de Lockerbie

Para entender lo que pasa hoy en Libia hay que entender el espíritu de las tribus beduinas, de sus pactos y rupturas. Aunque el dinero del gas y el petróleo modernizaran una sociedad tribal de menos de dos millones de habitantes, las raíces profundas son muy conservadoras y ancestrales. Eso tuvimos que aprenderlo los periodistas que en aquellos años cubrimos el conflicto entre los EE.UU. y el régimen libio. Haftar nació en Ajdabiya cerca de 1943, y proviene de la tribu al-Farjani, que se remonta hasta los Bani Hilal, una confederación de tribus árabes beduinas pobladoras del norte de África durante siglos. El equilibrio entre las tribus se rompía con frecuencia, con nuevas alianzas o traiciones, y sólo un régimen fuerte y dictatorial como el de Gadafi podía tener sujetas a las tribus y sus jefes tradicionales, a los que sobornaba con puestos o dinero. Pero no siempre eso funcionaba. A veces era más importante el llamado “honor beduino” y el imperativo de venganza, sobre todo si el enemigo ha matado sin honor a miembros de tu propia familia o clan. Algo que en la actualidad mueve a Haftar contra los islamistas.

Esta particular idiosincrasia me la explicó en profundidad Ahmed Al Alawaas, Hakim (“Joaquín”), en nuestros encuentros en Madrid. Debía tener entonces unos 30 años. Era de caracteres europeos –rubio, ojos claros-, algo rechoncho, con gafas. Hablaba seis idiomas: inglés, francés, alemán, italiano y castellano –que podía pronunciar con acentos de varias zonas de España-, tenía una risa franca y contagiosa y era un gran lector de libros históricos. Durante aquellos años yo había cubierto el conflicto libio en varias ocasiones. El 24 de marzo de 1986 cazas norteamericanos derribaron dos aviones libios y hundieron dos patrulleras. Enseguida me llegó la noticia de que un pesquero español había recogido a los náufragos de esa patrullera y los traía al puerto de Trípoli. Allí fui inmediatamente, y pude ver como los libios colmaron a los marineros de regalos para sus hijos, en agradecimiento por aquel salvamento. Fue una noticia destacada en los telediarios españoles. En aquel momento yo era el único periodista occidental en Libia, y lo fui durante 48 horas. Ahmed fue uno de mis informadores de aquellos días, como también durante los bombardeos norteamericanos del 15 de abril de Trípoli y Bengasi. Ahmed El Alawaas Hakim, “Joaquín”, tal y como le gustaba que le llamaran era, desde 1985, uno de los hombres de confianza del coronel Gadafi en las entrevistas que mantenía con dirigentes políticos, inversores y empresarios españoles. En aquellos momentos muchas delegaciones visitaban Tripoli, políticos españoles de todo el espectro ideológico. Por allí desfilaron desde izquierdistas irredentos, miembros de UCD y el Partido Andalucista, hasta militares de extrema derecha.

Porque Gadafi era, a pesar de lo que se ha publicado después, un buen conocedor de las debilidades humanas, y utilizaba hábilmente su dinero y su posición de chico malo. Después de la invasión de Irak, en 2003, Gadafi, uno de los enemigos más enconados de los EEUU, viendo de cerca el peligro, realizó un acercamiento y llegó a un acuerdo con su tradicional enemigo para olvidar su programa de armas nucleares y someterse a controles internacionales sobre armas de destrucción masiva. En aquel momento, la CIA, que ya tenía bastante con el avispero en el que se había metido en Irak, apartó a Haftar. Cuando llegó la primavera árabe y Gadafi reprimió con dureza las manifestaciones en el este libio y en especial en Bengasi, Haftar decidió volver a su país para ayudar en la caída de su viejo compañero de armas. Y a pesar de lo que entonces muchos airearon, parece que no tenía la ayuda ni del pentágono ni de la agencia de inteligencia norteamericana, que una vez más, iba a remolque en el asunto.

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Al principio, aún con las dificultades de la guerra, todo pareció ir bien para él, aunque sus planes no se cumplieran del todo. Aunque en el mismo mes de marzo, un portavoz militar anunció que Haftar había sido nombrado comandante del Ejército de Liberación Nacional Libio (ELNL), el hecho fue negado por el Consejo Nacional de Transición (CNT). En abril de 2011, el general Abdul Fatah Younis seguía siendo el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, Omar El-Hariri el jefe del estado mayor y Haftar ocupaba el tercer puesto, como el comandante de las fuerzas de tierra con rango de teniente general. Pero ese mismo verano, en julio, Younis fue secuestrado y asesinado por milicianos islamistas que no olvidaban su papel represor cuando fue Ministro del interior con Gadafi. Este asesinato fue una muestra de que se había destapado la caja de los truenos y que todo podía ir a peor. Y fue, pero de momento todas las facciones se unían en su lucha contra Gadafi, con la inestimable ayuda de los bombardeos de la aviación francesa, inglesa y norteamericana.

Gadafi conocía bien las debilidades humanas, y utilizaba hábilmente su dinero y su posición de chico malo

Tras lo que parecían nueve interminables meses de lucha, el 20 de octubre de 2011, un grupo de milicianos de Misrata encontró a Gadafi oculto en una tubería y lo linchó. Su cuerpo desfigurado se guardó en un frigorífico durante algunos días en el que se registró un verdadero desfile de miles de personas que hacían fotos del otrora líder carismático. En esa cruel dinámica desatada, un grupo de milicianos de Misrata masacró a sesenta y seis de los últimos partidarios de Qaddafi en el jardín de un hotel Sirte, después de grabar en vídeo las torturas a sus cautivos.

La espiral no se detuvo y el 11 de septiembre de 2012, en Bengasi se producía un hecho trágico, uno más en la historia reciente del país. Una muchedumbre de yihadistas –en un asalto planificado- prendió fuego al consulado norteamericano y mató al embajador, Cristopher Stevens, y otros tres ciudadanos estadounidenses. Este hecho abrió un debate en los EE.UU. sobre las circunstancias de la muerte de Stevens, la falta de seguridad, el apoyo a la insurgencia libia y como consecuencia, Washington abandonó el papel que había adoptado para reconstruir Libia. Haftar Jalifa, que había confiado en que ahora le darían más apoyo, de nuevo se quedó solo. El desánimo hizo mella en él y se volvió a su casa de Virginia durante más de un año, según declaró, para disfrutar de su familia.

A pesar de los desmanes de unos y otros, el país trataba de reconstruirse. En julio de 2012, los libios votaron por primera vez en casi sesenta años, eligiendo una Asamblea que se denominó el Congreso Nacional. Pequeños partidos liberales y centristas pactaron con los hermanos musulmanes, que se habían levantado después del derrocamiento de Gadafi. El nuevo primer ministro, Ali Zeidan, era un abogado de derechos humanos. Pero las elecciones hicieron poco para disminuir la influencia de las milicias. Los miembros de las Thuwar se hicieron cada vez más poderosas y algunas engrosaron la nómina del estado.

Haftar Jalifa, en su retiro norteamericano, dejó pasar el tiempo y que la situación se deteriorara aún más, tal y como pensaba. Las milicias, sobre todo las islamistas, se fortalecieron, atacaron Bengasi y se dedicaron a exterminar los restos de la sociedad civil que les podían hacer frente. Cayeron abogados, jueces, activistas, militares, e incluso policías, algunos de ellos viejos amigos de Haftar o de su propia tribu. Esto hizo que volviera al teatro de operaciones, según declaró luego.

Parecía claro que esa amalgama de fuerzas contra Gadafi iba a producir muchos problemas tras su derrocamiento. La alianza rebelde fue creada a toda prisa con grupos dispares prooccidentales y otros que tenían el sueño de un nuevo califato islámico. Todo empezó a saltar por los aires al poco tiempo. Los islamistas, que aunque no tenían el poder en la calle estaban más organizados, comenzaron a influir en el poder y a ejercerlo. Y cuando no podían anular a sus enemigos, los moderados, con leyes, asaltaban las sedes de los ministerios. En diciembre de 2013, barridos los centristas y tecnócratas, el congreso nacional aplicó la Sharia como la fuente de toda la legislación y votó para ampliar su mandato durante un año más. Para algunos como Haftar Jalifa aquello era demasiado.

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Jalifa pasó algunos meses reorganizando a su fuerza –sus leales del Chad le fueron fieles una vez más-, obteniendo recursos de Egipto y Emiratos Árabes Unidos. En febrero de 2014 difundió un comunicado en el que ordenaba la suspensión del Congreso General tras el rumbo a la deriva que había tomado el país, comunicado que fue objeto de burla por el congreso nacional y por el primer ministro, que lo calificaron de golpista y ridículo, lo que hirió aún más su orgullo, lo que es peligroso en hombres como Haftar. Cuando estuvo preparado, movió por fin sus fichas y dio un paso al frente para atajar a los islamistas y acabar con el caos en el país.

En mayo de 2014, Haftar anunció la Operación Dignidad, para deponer al Congreso y derrotar a las milicias islamistas en las que éste se apoyaba. En el parlamento, la mayoría islamista de los Hermanos Musulmanes, incluyendo al Presidente de la cámara, Nuri Abu Sahmain, condenó la operación, tildándola de intento de Golpe de Estado y expulsando a Jaftar del ejército. Solo le apoyaron los parlamentarios de la secular Alianza de Fuerzas Nacionales.

Cuando Haftar estuvo preparado, movió por fin sus fichas y dió un paso al frente para atajar a los islamistas

Las hostilidades comenzaron el 16 de mayo de 2014 cuando las fuerzas del general Haftar, las brigadas Qaqaa y Sawaiq atacaron las sedes de las milicias islamistas en Bengasi, incluida la responsable del Asalto al consulado estadounidense en Bengasi. Helicópteros, aviones y soldados participaron en el asalto, matando al menos a 70 milicianos e hiriendo a al menos 250.

El 18 de mayo las milicias del general Haftar atacaron el edificio del Congreso en Trípoli con cohetes y armas anti-aéreas, obligando a los miembros del parlamento a huir. El General Mokhtar Farnana, hablando en nombre de la Operación Dignidad, declaró que el Congreso estaba "suspendido". No obstante, sus miembros siguieron reuniéndose en un hotel de Tripoli, el Radisson Blu y el presidente del Congreso, Abu Sahmain, llamó a las brigadas de Misrata a recuperar el antiguo edificio.

El 4 de junio, un terrorista suicida se detonó con su vehículo en la residencia de Haftar en Bengasi, matando a cuatro personas e hiriendo a otras tres. Haftar se salvó por poco. Según explicó después a los periodistas que le preguntaron, era plenamente consciente de los riesgos que suponían para su vida el inicio de su aventura militar.

En agosto de 2014 se constituyó en la ciudad de Tobruk, mil doscientos kilómetros al este, el nuevo parlamento libio, la Cámara de Representantes. La Cámara ordenó la disolución, el 13 de agosto, de todas las milicias que se formaron en Libia tras la guerra de 2011, incluidas la islamista Brigada Escudo de Libia y las brigadas Qaqaa y Sawaiq, de la Operación Dignidad, en un intento de ser ecuánime. Pero poco después pidieron a Haftar que ayudara a recuperar Trípoli, donde algunos de los antiguos parlamentarios islamistas se habían hecho fuertes con la ayuda de la milicia Amanecer de Libia y seguían controlando la capital. Este grupo insiste en que es el único gobierno legítimo del país. A cambio, Haftar fue readmitido como miembro pleno del Ejército.

La ONU y la mayoría de la comunidad internacional reconoce al gobierno de Tobruk, pero en la actualidad no existe el estado. En el caos imperante, dos gobiernos reclaman la legitimidad, mientras las milicias armadas vagan por las calles, no hay actividad económica, apenas electricidad, y los ingresos del gas y el petróleo, los recursos del país, han bajado más del noventa por ciento. Más de tres mil personas murieron en las luchas entre milicias el pasado año y un tercio de la población del país ha escapado a través de la frontera a Túnez o en barcos hacia las costas italianas.

Hasta la reciente aparición de ISIS, se habían formado dos ejércitos que se enfrentaban por el poder. Por un lado, el grupo denominado Amanecer de Libia, es una extraña coalición que incluye a antiguos militantes de Al Qaeda, yihadistas que lucharon contra Gadafi en los años noventa, milicias beréberes étnicas, miembros de la rama libia de los Hermanos Musulmanes, y una serie de comerciantes conservadores de Misrata. El ejército de Haftar, por su parte, se compone fundamentalmente de soldados de la era de Gadafi y federalistas que buscan una autonomía mayor para la región de Este de Cirenaica, mezclado con luchadores de tribus del oeste y el sur.

La Hermandad Musulmana y los líderes de Misrata se han manifestado en contra de las atrocidades yihadistas, pero sus elementos extremistas, activos en el campo de batalla, ven con simpatía al Estado Islámico (ISIS). En Bengasi, donde soldados de Haftar han estado luchando, el combate ha causado una destrucción generalizada y un flujo constante de bajas en ambos lados. Haftar dice que tiene bajo control la mayor parte de la ciudad, pero que los francotiradores y los terroristas suicidas han frenado su avance. El principal enemigo es Ansar al-Sharia, el grupo implicado en la muerte de Stevens, acusado asimismo de ser el causante de la campaña de asesinatos que arrasó la sociedad civil en Bengasi. A finales de enero, Mohamed al-Zahawi, el líder de Ansar, murió a causa de las heridas sufridas en combate, pero sus fuerzas han seguido luchando.

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A estos dos ejércitos se ha sumado el nacimiento de una rama del Estado Islámico. Tras el derrocamiento de Gadafi, cientos de combatientes de Derna, una ciudad donde se había desarrollado el extremismo islamista, viajaron a Siria para luchar al lado de Jabhat al-Nusra, la filial siria de Al Qaeda, contra el presidente Bashar al-Assad. Muchos se unieron finalmente a ISIS. En los últimos meses, muchos de estos combatientes han regresado a su ciudad para luchar contra las fuerzas de Haftar. En octubre, un grupo yihadista basado en Derna declaró su lealtad a ISIS, y unos meses más tarde, otra unidad del ISIS reivindicó la ejecución de una docena de soldados libios. En un asalto a finales de enero, un tercer grupo de pistoleros de ISIS masacró a ocho personas en el Hotel Corinthia, de cinco estrellas, en el centro de Trípoli. Unas semanas más tarde, ISIS asoló una aldea cerca de la ciudad costera de Ben Yauad. Ahora acaba de ejecutar a 25 trabajadores coptos cristianos. La escalada suma y sigue.

A medida que empeora la situación, las potencias regionales han incrementado su intervención. Con el tibio apoyo de los EEUU, el ejército de Haftar ha buscado suministros y armas en Egipto y Emiratos Árabes Unidos. Amanecer de Libia está financiado por Qatar y Turquía, que apoyan a los Hermanos Musulmanes. El control de Libia, y no sólo de su gas y petróleo es vital en el equilibrio regional, también por la vigilancia del desierto del Sahara, donde campan por sus respetos bandas armadas de yihadistas, tuaregs armados en su momento por Gadafi, traficantes de droga y de seres humanos.

La esperanza de la revolución árabe, que hizo que numerosos libios volvieran al país, hoy se ha esfumado. Los que se han podido ir de Libia lo han hecho, y se han unido a grupos numerosos de emigrantes de Oriente Medio (refugiados sirios e iraquíes) que arrostran la aventura marítima para llegar a las costas italianas, viaje que no siempre acaba bien. 170.000 llegaron de esa manera a Europa el pasado año.

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Aunque la CIA apoya en estos momentos a su antiguo empleado, los políticos estadounidenses establecen una distancia, y sospechan que Haftar utiliza los mismos métodos que su antiguo camarada Gadafi. La propaganda de Amanecer en Libia, por otra parte, enfatiza en estos métodos y en hechos como que la familia de Jalifa recibía un sueldo del propio régimen gadafista como prisionero de guerra, así como que un hijo del propio Haftar fue herido en el asalto a un banco, como criminal común. Cada bando tiene su propio canal de TV. Los que acusan a Haftar lo hacen como si fuera el jefe de un grupo mafioso cuya industria es la muerte y la guerra.

La esperanza de la revolución árabe que hizo que muchos libios volvieran al país se ha esfumado

Con una pequeña fuerza aérea, a la que se suman aviones egipcios y de los Emiratos Árabes Unidos, Haftar –con ventaja sobre Amanecer de Libia que cuenta con dos aviones — bombardea todos los días zonas de Bengasi, Ajdabiya, Misrata, Sirte, Tripoli y Derna. Sus planes son avanzar sobre esas ciudades cuando tenga la fuerza suficiente y se produzcan reacciones de la población, y ha declarado públicamente que no habrá venganzas, aunque perseguirá hasta la muerte a los terroristas.

La situación en Libia hoy es una consecuencia de un pasado cercano y un pasado lejano. En el más cercano, la policía secreta de Gadafi perseguía cualquier disidencia, tal y como me comentaba mi amigo Hakim, por lo que los habitantes están hoy sumidos en la pasividad. Ese reflejo se ha sumado a las banderías que han aflorado, fruto de un lejano pasado beduino, mezclado con la radicalización de los extremistas islámicos. Un cóctel difícil de digerir. Pero entre los servicios secretos occidentales –franceses y norteamericanos sobre todo-, en opinión de un diplomático español, ha calado la convicción de que deben apoyar a Jalifa Haftar, más temprano que tarde, e impedir el surgimiento de un nuevo frente del Estado Islámico en las fronteras del sur de Europa. Por estas razones, este viejo combatiente, que afirma no tener ambición personal del poder, tiene futuro político. Eso sí, si no muere antes en el intento.