13 cosas con las que te identificarás si has ido de Erasmus

13 cosas con las que te identificarás si has ido de Erasmus

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La periodista Raquel Piñeiro (Vigo, 32 años) nunca hizo un Erasmus, pero esta beca le está trayendo un buen puñado de alegrías profesionales. El 17 de marzo de 2014 publicó en la revista Traveler un artículo llamado ‘31 cosas que siempre recordarás de tu Erasmus’ que fue un éxito absoluto. Tanto, que ahora acaba de publicar un libro de título similar (Cosas que nunca olvidarás de tu Erasmus) con la editorial Lunwerg y con las ilustraciones de Amaia Arrazola (Vitoria, 31 años).

Raquel se sirvió de su experiencia con la beca Séneca (desaparecida tras los recortes y que permitía estudiar un curso universitario en otra Universidad de España) y de los testimonios de amigos que sí habían estudiado en el extranjero. Para el libro ha contado además con la ayuda de Amaia, que cursó la Erasmus durante un año en París.

“Esta beca tiene un imaginario tan fuerte, unos elementos tan fuertes unidos a ella, que es imposible vivir una etapa de tu vida con gente joven sin saber lo que significa”, explica Raquel a El Huffington Post.

La beca, tan bien valorada entre estudiantes y las empresas, se enfrenta en los últimos años a las tijeras del Gobierno. Según datos de Educación, su cuantía media se ha reducido más de un 41% en los dos últimos cursos. Unas cifras que ponen en peligro una experiencia única. Si la has disfrutado, te sentirás muy identificado con estos 13 puntos.

1.- Cuentas las batallitas del Erasmus en cuanto tienes ocasión

Las autoras del libro no dejan de repetir que una beca Erasmus es la “mili del siglo XXI”. Y, escuchando sus argumentos, puede que tengan razón. “Mencionas el Erasmus y, como en la mili, todo el mundo empieza a contar cómo les fue, sus anécdotas, la gente que conocieron… Es uno de esos temas que sacas y la gente ya no calla”, señala Raquel.

Amaia reconoce que esa tendencia a contar más batallitas que el abuelo Cebolleta es cierta, aunque subraya que uno acaba moderándose cuando la gente empieza a soltar comentarios del tipo: “Ya está, aquí tenemos a la pesada de París”.

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2-. Hiciste cosas que en tu ciudad no hubieses ni imaginado

Cuando llegas a otra ciudad se te multiplican las energías. Es algo que todo el mundo recuerda de su Erasmus. “Allí todo te parece bien y te apuntas a todo tipo de actividades”, afirma Raquel.

¿A ti también te ocurrió? Todo lo que en tu ciudad te daba pereza o no te apetecía, en el extranjero te parecía el mejor plan del mundo. “Al final, por eso acabas haciendo cosas que jamás harías en tu entorno habitual”, señala Raquel.

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3-. Viviste intensamente tus amistades

El libro lo deja bien claro: un Erasmus no sólo es como la mili, sino que también guarda cierta similitud con la casa de Gran Hermano porque allí se vive tan intensamente que todo se magnifica. “Es una montaña rusa emocional: siempre hay despedidas, la gente de España va a verte, te echas novios…”, indica Raquel.

Amaia subraya que la “precariedad de la situación” hace que todo sea más intenso. “Como estás allí solo, te da la impresión de que a ese amigo que viste por primera vez hace unas semanas lo conoces desde hace tres años. Y, para él, tú eres su único recurso”, señala. Al final, de todo ese proceso salen unas cuantas amistades que perdurarán el resto de tu vida, con las ventajas que eso conlleva: tener casa en otros países y poder hacer de guía turístico en el tuyo.

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4-. Viste cómo se rompían parejas

Todo un clásico del Erasmus, el ligoteo, ha hecho que a esta beca se le conozca con el sobrenombre de ‘Orgasmus’. ¿Ficción o realidad? Las autoras del libro lo resumen en una frase: “Conozco alguna pareja que aguantó el Erasmus sin romper”. Vaya, la excepción que confirma la regla.

“Lo típico es irte con novio de tu ciudad y en las tres semanas decir: ‘Uy madre, esto está demasiado bien”, explica Amaia, que durante la beca conoció a la que aún hoy es su pareja.

¿Y por qué esa fiebre del amor? “Cuando vas a otra ciudad hay cosas que te dan canguelo y las haces porque no tienes más remedio. De repente te ves más valiente y más fuerte y dices: ‘Ostras, ¿y si me estoy conformando con el tío con el que estoy?’. Te pones al límite, sales de tu zona de confort, y de ahí salen nuevas decisiones.”

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5-. Las (numerosísimas) fiestas no sólo te sirvieron para divertirte

Ligoteo, fiesta y alcohol es la fama que precede al Erasmus. Las autoras subrayan que no todo es salir durante la beca, aunque es cierto que es un elemento clave y, afirman, eso no tiene por qué ser malo, sino todo lo contrario.

“Me gustaría no demonizar el concepto de fiesta. Cuando tienes 20 años, estás en la edad de salir y pasártelo bien. Son cosas que también te abren un poco al mundo”, explica Raquel, quien destaca que no es lo mismo salir en tu ciudad de siempre que hacerlo en una ciudad extranjera porque “te ayuda mucho a romper barreras culturales y a hacer amistades con la gente”.

Amaia añade que de fiesta se hacen muchos contactos personales y profesionales. “Aprendes a relacionarte con otras culturas, te haces más abierto de mente… todo forma parte de ese proceso de maduración académico y social”.

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6-. Maduraste

Si hiciste la beca sabes que en tu vida hay un A.E (Antes del Erasmus) y un D.E (Después del Erasmus). Esos meses que pasaste fuera de casa de papá y mamá te hicieron madurar.

Hacer cosas por ti mismo que nunca habías hecho, hacer amigos, viajar, conocer gente… te da una seguridad y una sensación de madurez complicada de obtener en tu ciudad. “El Erasmus te quita miedos y la vergüenza. Y, cuando eres joven, eso es muy importante porque necesitas una inyección de confianza en ti mismo y en tus posibilidades”, destaca Raquel.

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7-. Te volviste a sentir analfabeto

Llegas a tu ciudad de destino con un nivel medio del idioma, o con sólo unas nociones, y vuelves a ser un niño de dos años. Todo te suena a chino, no hay manera de que la gente te entienda... y te ves indefenso.

Pero, si hiciste el Erasmus, bien sabes que eso se supera. ¿Cómo? Amaia lo explica: “Echándole un par. Al principio piensas: ‘Oh dios mío, no me atrevo’. Y al final estás tan harto que dices: ‘A la porra. Pareceré el tonto del pueblo, pero yo lo voy a preguntar”.

Y ahí, dicen las autoras, la fiesta ayuda. “Mucha gente te dirá que aprendió a hablar el idioma un poco piripi porque te desinhibes y te pones a chapurrear lo que puedes y de ahí ya vas soltándote. Y así se logra salvar ese analfabatismo”, admite Amaia.

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8-. Intentaste no mezclarte con españoles… pero fracasaste

Raro es el español que se marcha de Erasmus sin el propósito de no hablar ni una palabra en castellano. Y raro es el español que lo consigue.

“Cuando te vas, lo primero que dices es: ‘No me voy a juntar con españoles porque voy a aprender el idioma como que me llamo Amaia”, explica la ilustradora. Pero, claro, luego estás allí y… “Y te abres tanto que te da igual que el de al lado sea gallego, andaluz, italiano, sueco.. al final te dejas llevar por esa ola de libertad y emoción y acabas con tu pequeña familia Erasmus y ya está”.

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9-. Aprendiste a chapurrear varios idiomas

En esa pequeña familia Erasmus cabe todo el mundo. Así que acabas comunicándote con ellos en el idioma que sea menester. Esas conversaciones en varias lenguas son un clásico. Consecuencia: acabas chapurreando varios idiomas y soltando tacos en cualquiera de ellos.

“Es enriquecedor. Tengo una amiga que se fue de Erasmus a Oporto que aprendió mucho más catalán que portugués porque sus compañeros de piso eran catalanes”, cuenta Raquel.

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10-. Echaste de menos esas pequeñas cosas

Si hiciste el Erasmus sabes la verdad: se echa de menos a la familia y a los amigos... ¿pero y lo que se añoran las persianas? ¿y ese jamoncito rico que allí no se encuentra? ¿y poder escribir un email usando la tecla ‘ñ’?

Raquel y Amaia dedican varias páginas del libro a hablar de esas pequeñas cosas que se añoran: las tapas, las ruffles al jamón, el turrón, las pipas, el Cola-Cao... ¡el tomate frito! “La salsa de tomate la das por hecha y luego allí son todo como concentrados”, recuerda Amaia entre risas.

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11-. Acabaste por odiar las conversaciones que parten de cero

“Where are you from? ¿Qué estudias? ¿Dónde vives?” Si hiciste un Erasmus sabes que esas preguntas se repiten en bucle. Tanto que las llegas a odiar y, cuando llevas unos meses allí, huyes de conversaciones de ese tipo.

“Cuando llevas ocho meses es muy difícil seguir manteniendo el entusiasmo por la conversación causal. Y al final escuchas a alguien que habla tu idioma y dices: ‘Qué pesados, no quiero saber nada’. Y disimulas o te apartas un poco”, explica Raquel.

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12-. Aprendiste a apreciar lo bueno de tu ciudad de origen

Antes de irte de Erasmus quizá no te habías parado a pensar que ese bar cutre de tu ciudad tiene su encanto. O que tu localidad no es tan aburrida y gris como te parecía.

“Yo soy de Vitoria. Me fui y nunca la había valorado especialmente. Cuando me volví, vinieron mis amigos de fuera y paseando con ellos empecé a ver a través de sus ojos y me di cuenta de que no estaba valorando lo que había. A veces te tienes que ir lejos para darte cuenta de que lo que tienes cerca también mola mucho”, admite Amaia.

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13-. Te lamentaste al tener que volver a tu vieja rutina

Y, al volver, encontraste tu vida anterior, con sus cosas buenas y malas… y quisiste llorar. “Vuelves a casa y todo te parece banal y dices: ‘Quiero volver a ser supercosmopolita y vivir en medio de Europa”, reconoce Amaia.

Raquel señala que lo más complicado es volver a acostumbrarte a tu vida, a darte cuenta de que tu rutina, tu familia, tus amigos... te gustan. Porque cuando eres Erasmus tu rutina es romper con la rutina. Y eso, además de agotar, engancha.

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