Campo de Cebada, manual de montaje de una plaza hecha a mano por y para los vecinos

Campo de Cebada, manual de montaje de una plaza hecha a mano por y para los vecinos

Al salir del metro de La Latina en Madrid, a la derecha, hay una valla pintada de azul y blanco que recorre media manzana. Cinco puertas de lavadora que hacen las veces de ojos de buey invitan a curiosear qué hay del otro lado. Pocos se resisten a asomarse. Los días de Rastro, cuando el barrio está más concurrido, hasta tienen que hacer turnos para mirar. Lo que ven es un gran espacio con los muros pintados con grafitis, gradas de madera, una pequeña torre con un contenedor de obra en lo alto, una cancha de baloncesto, un huerto, una cúpula geodésica y gente. Gente que charla en grupos, que lee un libro al sol, que escucha conciertos, que ve películas en verano, que monta mercados de trueque y fiestas con piscinas hinchables. Lo que no se ve es que todo es obra de unos pocos vecinos muy motivados y con ganas de hacer cosas, que lucharon para recuperar un espacio que el Ayuntamiento les arrebató al tirar la piscina del barrio.

Aquello fue en agosto de 2009. Los 150.000 habitantes del distrito centro de Madrid tenían una piscina cubierta y un polideportivo municipal hasta que el consistorio de Alberto Ruiz Gallardón se gastó un millón de euros en derribarla. Era el primer paso de un plan urbanístico que incluía demoler también el mercado adyacente y el aparcamiento subterráneo, para después reconstruirlos, empresa privada mediante. Se acabó el dinero y en lugar de las instalaciones deportivas quedó una cicatriz de hormigón de 2.500 metros cuadrados vallados que permaneció cerrada dos años.

Los vecinos se organizaron y fueron a hablar con el Ayuntamiento. Querían hacer cosas en ese lugar. Querían que el público pudiese disfrutarlo mientras se construía o no el nuevo polideportivo. La suerte de dar con la persona adecuada, junto con el sentimiento de culpa de la Administración, ayudó a concluir las negociaciones con una cesión temporal del espacio. El 15 de mayo de 2011, fiesta del vecino San Isidro, abría sus puertas al barrio el Campo de Cebada.

Desde entonces esa explanada de hormigón ha sido un terreno fértil. Ha tenido y tiene un espacio para la acción política y reivindicativa, a través del colectivo cultural C4C, que ha montado exposiciones de arte, de fancines, cursos de verano, ciclos de cine, conferencias, ferias de libros, cooperativas, combates de lucha libre literaria, y fiestas populares con mensaje, como El piscinazo o La Paloma indignada. Los hortelanos plantan verduras de temporada que a menudo acaban en comidas populares y el colectivo La Colmena que dice sí completa las cosechas. Los muros son enormes murales creados por artistas urbanos. Los chavales del basket entrenan a diario en la cancha y los de Olympus street workout [entrenamiento callejero] montan de tanto en tanto sus barras y se retuercen con la fuerza de sus brazos. Los Cantamañanas llenan el espacio de música y espectáculos, mientras los arquitectos y urbanistas de Zuloark y Basurama ensayan nuevas formas de hacer ciudad de abajo a arriba y reutilizan materiales para construir mobiliario de código abierto.

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Quien asoma la cabeza por las ventanas-lavadoras ve mucho color y mucha madera. Un espacio vivo que ha ganado premios, algunos muy prestigiosos, como el austríaco Golden Nica en la categoría de comunidades digitales que otorga Arts Electronica, y el de acción participativa y social de la XII Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo. No es sencillo, sin embargo, hacer campo, entenderse entre todos, construir juntos y no sucumbir ante los conflictos o el vandalismo. Pero es posible superar los problemas, como acaban de demostrar tras la enésima crisis en la que algunos, cansados, pensaban en cerrar y mandarlo todo al carajo. Al final dialogaron, hablaron, volvieron a darle vueltas, llegaron a acuerdos, los más motivados tiraron de los desalentados, y decidieron seguir.

En esta época de construcciones abortadas, arcas municipales vacías, solares inermes y elecciones en el calendario, se dan muchas condiciones para plantarse un Campo de Cebada en un barrio o pueblo cualquiera. Si te animas, estos son los ingredientes que necesitas para montarlo:

1. GENTE CON GANAS. "Lo más importante son las personas, que tienen que querer hacer algo por las otras personas: poner su saber al servicio de la comunidad". Eso es lo primero que hace falta para poner en marcha un proyecto como este, según Yolanda Pérez, Yolandoska, productora, documentalista y cebadí a través del colectivo C4C.

2. UN LUGAR. "Un espacio que permita que exista el procomún, un lugar que sea de todos y para todos", apunta Jonkar Laseca, uno de los Cantamañanas. No tiene que ser un "espacio adecuado concreto", puede ser la calle, pero sí es imprescindible que exista la voluntad de que sea de todos.

3. UN DISEÑO INCLUSIVO. El Campo de Cebada es un modelo, pero puede haber 40.000, como dice Manuel Pascual, de Zuloark. Este experto en urbanismo cree que "es una buena práctica que los vecinos promotores diseñen un modelo para que cualquier tipología de vecino, desde el más distinto hasta el más igual, y de fuera, desde los comerciantes hasta el Ayuntamiento, se puedan implicar de alguna manera en ese espacio". La idea es que no se construyan "guetos de gente ideológicamente parecida o que vistan igual".

4. INFRAESTRUCTURAS ABIERTAS. Pascual habla de "calidad de espacio público" en el Campo, no porque tengan los mejores pavimentos o los mejores recursos, sino por cosas tan simples como tener electricidad y agua, que les permiten organizar conciertos, proyectar películas, regar el huerto o que un vecino se pueda bajar a tomar el sol, leer el periódico y cargar el móvil.

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5. UNA ENTIDAD JURÍDICA. El Ayuntamiento cedió el espacio a la Federación Regional de Asociaciones de Vecinos de Madrid (FRAMV), que delegó en la Asociación de Vecinos de Centro-La Latina (AVECLA) la gestión del Campo. Hace un año esta asociación dijo que no quería seguir, y los vecinos crearon la Asociación Cultural Campo de Cebada. Para intentar conseguir subvenciones, presentar proyectos a la Administración, tener un seguro de responsabilidad civil en regla, etc, puede ser necesario crear una entidad como esta.

6. UN ACUERDO CON EL AYUNTAMIENTO. Pascual cuenta que lo primero que hicieron fue redactar un minireglamento general para no tener que ir negociando con el Ayuntamiento cada cosa que quisiesen hacer. "Decimos: no se puede cobrar entrada, no se puede molestar a los vecinos, etc; lo pactamos con la Administración y simplemente vamos dando informes de lo que va sucediendo", explica. Es importante fijar en ese acuerdo la responsabilidad que tendrá también el Consistorio para evitar que toda la responsabilidad recaiga sobre los vecinos. "Nos lo han cedido como el que se quita la patata caliente", dice, cuando lo que ellos querían era un sitio público donde puedan seguir trabajando los ciudadanos, pero con apoyo, si no económico, sí material. No piden, por ejemplo, que vayan a barrerles el espacio, pero sí poder sentarse con los técnicos de limpieza para aprender de ellos y diseñar juntos otra manera de limpiar.

7. UN ESPÍRITU LUCHADOR. Belén G. Nieto (C4C), que comenzó a implicarse a través de la Asamblea Austrias del 15-M, recuerda que el Campo es el enorme hueco que dejó la piscina y el polideportivo y reivindica un uso más combativo del espacio y una relación menos amigable con la Administración. "¿Dónde está la línea en que dejamos de hacernos un favor a nosotros mismos y se lo hacemos al Ayuntamiento, al mantener un espacio que ellos han demolido?", se pregunta. Esta cuestión ha generado bastantes conflictos y abandonos, pero ya llegaremos a ese punto.

8. UN PRESUPUESTO (O NO). "La escala y la pretensión del proyecto van a definir qué tipo de necesidades económicas o qué modelo económico tiene que seguir", apunta el arquitecto de Zuloark. Pascual, que es también tesorero de la asociación que gestiona el espacio, cuenta que en su caso la ayuda económica es imprescindible, aunque aclara que otros proyectos ciudadanos pueden no necesitarla. El Campo recibió 40.000 euros del Ayuntamiento cuando les cedió el espacio. Su primera y, de momento, última aportación. Para construir la cúpula geodésica recaudaron 6.000 euros a través de crowdfunding. Con el premio Golden Nica ganaron otros 10.000. Laseca, secretario de la asociación, cree que "más que presupuestos hace falta voluntad", aunque aclara: "No digo que el dinero no venga bien, cuidado; pero como no tenemos una forma de financiación, no tenemos presupuestos estables". Otra vía de ingresos que apunta son las aportaciones de colectivos que organizan acciones en el espacio. Uno de ellos, recuerda, les dejó una cuenta abierta de unos 400 euros en la ferretería.

9. MOBILIARIO. Zuloark -junto a Basurama, que se unió después- organiza cada junio un taller que ha bautizado como handmade urbanismo en el que unos 80 estudiantes de la Universidad Javierana de Bogotá (Colombia) ayudan a construir el Campo. "Una herramienta tan tonta como las manos o una llave inglesa puede ser tan útil para transformar una ciudad como un plan urbanístico", dice Pascual. Con su filosofía de Plaza Open Source todo lo que han aprendido y desarrollado está abierto para que "se contagie" y otros lo reutilicen. Por ejemplo, uno de sus bancos, el seat commons, en el que uno puede sentarse enfrente de otro, se ha replicado en contextos distintos en Huesca, Estambul y Lind (Austria).

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10. MATERIALES. La clave es el reciclaje, la reutilización de materiales que el Ayuntamiento va a desechar, maderas que se han usado para algún montaje y después se aburren en un almacén, y también, las donaciones.

11. VEGETACIÓN. Con el huerto la cuestión era tener algo verde, sobre todo en el Campo, donde abunda el hormigón. Talma Alba, una de las hortelanas de la Cebada, cuenta que su objetivo no es tanto conseguir grandes cosechas como verse y pasar un rato a la semana juntos. Y cuando se tercia, organizar una comida con lo recolectado.

12. DEPORTE. Con dos canastas y unas líneas en el suelo se han montado una pista de baloncesto en la que entrenan a diario un equipo de unos 15 chicas y chicos, que participan en una liga cooperativa con otros equipos de Madrid. Para Agustín, de 20 años, el Campo no es más que eso: "Una cancha, un sitio tranquilo donde estar abstraído de lo que hay fuera, y donde reunirme con los colegas".

13. NORMAS. Para que un proyecto colectivo funcione, tiene que haber unas reglas básicas del juego. En el Campo han desarrollado un decálogo en el que establecen, por ejemplo, un horario de apertura; quien y cómo custodia las llaves; que las actividades que se realizan se aprueban solo y directamente por la asamblea semanal; que las que propongan colectivos o ciudadanos no vinculados a la gestión diaria sean amadrinadas, y una vez aprobadas, aporten algo al espacio -"da igual que des de reír, cine, o dinero", explica Yolandoska- y sus responsables se ocupen de abrir, vaciar, cerrar y limpiar. Y que todo sea de libre acceso para todos y no se permita ningún tipo de violencia ni discriminación. Para comunicarse entre sí, ellos recurren al email y a un grupo de WhatsApp.

14. RESOLVER CONFLICTOS. Cualquier proyecto requiere de un compromiso de los participantes, y cualquier ruptura o incumplimiento de estos compromisos pueden desembocar en conflictos: decir que se va a hacer algo y no hacerlo, olvidarse de limpiar, de recoger, etc. Luego están los enfrentamientos entre las distintas visiones de los colectivos que participan: más reivindicación política Vs más entendimiento con la Administración; más actividad ideológica Vs. más espectáculo; etc. Yolandoska cuenta que en el Campo "se convive, se construye, se destruye, se pelea, pero si alguien se siente muy ofendido por una actividad, no se hace porque se crea muy mal rollo". Las diferencias, explica, se resuelven hablando.

15. LIDIAR CON EL VANDALISMO. Los problemas propios de cualquier espacio urbano tienen su réplica aquí: el botellón, suciedad, gente que se cuela por la noche y rompe cosas, robos, vandalismo... ¿Cómo lo solucionan sin llamar a la Policía? Según Manuel Pascual, "habitando esa controversia", y lo explica: "En una plaza donde hay ruido o botellón, se prohibe el botellón y se ponen pinchos en los bancos. Lo que se consigue es que no haya nada. Lo que intentamos es buscar otra manera de gestionar ese conflicto, implicando a la gente que los tiene". La herramienta que usan es ser cansino y dialogar, negociar, y volver a dialogar. Jacobo García, un vecino de 21 años que ha crecido a la vez que el proyecto, se emociona cuando recuerda una de las últimas asambleas, en la que participaron algunos de los vándalos -saben quiénes son- y dijeron cosas como: "Yo he roto cosas. Me comprometo a no romper, y al primero que vea romper algo, le voy a decir que pare". A pesar de todo, a veces el destrozo se va de las manos y la paciencia se agota, como pasó a principios de marzo, cuando estuvieron a punto de sucumbir.

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Unos cárteles informan el pasado 9 de marzo de la última gran crisis del Campo.

Después de aplicar su método de compromiso+diálogo "parece que las cosas se van calmando", como cuenta Pedro Herrero. "No obstante, y durante este mes, el Campo, a pesar de estar abierto, casi, como antes, seguirá tutelado en sus actividades para curarnos en salud", explica.

16. GENTE (NUEVA) CON GANAS. Al final lo que importa es que quienes participan tengan ganas de hacer. Y de seguir. Que se empoderen del espacio, tanto los que lo habitan día a día como quienes lo visitan, y se comprometan, cada uno como quiera o pueda. "Tú vienes aquí y haces lo que te salga de la punta del alma, y en la medida en que lo valores y lo sientas como algo tuyo, empiezas a hacer ciudad. Te empieza a preocupar que manchen, que roben...", dice Herrero. Como todos los movimientos, el Campo necesita renovación, gente nueva que aguante. Cuantas más manos y más diferentes, mejor.

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El 16 de marzo otro cártel da muestras de que la crisis se ha superado, pero piden la colaboración de todos para seguir.

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