Un día en MasterChef: la cocina más famosa de la televisión, por dentro

Un día en MasterChef: la cocina más famosa de la televisión, por dentro

CORTESIA DE MASTERCHEF

Lo primero que impresiona cuando el visitante entra en las cocinas de MasterChef, situadas en los estudios Buñuel, al norte de Madrid, es lo grandes que resultan. Son, efectivamente, tan grandes como en la televisión: la puerta de entrada es inmensa, los techos muy altos, las encimeras, amplias, el supermercado, repleto, y las mesas del restaurante, tan impolutas como se ven en pantalla. Al fondo, imponente, elevado a unos centímetros del suelo, el todopoderoso púlpito desde donde Pepe Rodríguez, Jordi Cruz y Samantha Vallejo-Nágera promulgan sus dictados y fulminan con ellos a los aspirantes, decidiendo su destino en el concurso y, quizá, en sus vidas.

Será por eso por lo que MasterChef se ha vuelto un programa tan popular. En tres temporadas, ha logrado mostrar que el esfuerzo (mayor o menor) es la base para mejorar y lograr una meta y que, al contrario que en otros reality shows —de ahí que este sea llamado un talent show—, lo que importa es precisamente eso, y no tanto las trayectorias personales. Pero, ¿qué hay realmente tras las cocinas? El Huffington Post las ha visitado y ha podido comprobar que, pese a la tan denostada magia de la televisión (es decir: trucos, trampas y repeticiones varias), mucho de lo que hay tras los fogones es totalmente auténtico.

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El famoso supermercado del programa.

Las que también son auténticas son las largas jornadas de los aspirantes. Los jueces no se quedan atrás. A las nueve de la mañana ya están todos entrando por las puertas de los estudios Buñuel listos para pasar por maquillaje y salir a cocinar. En este caso, el programa que se graba (porque sí, todos son grabados con unas seis semanas antes de su emisión) es una prueba de eliminación. Desde que llegan a los estudios, por tanto, la discreción es absoluta. Que nadie espere spoilers.

La grabación de la prueba de eliminación tiene lugar un jueves. Es el día habitual: los lunes suele grabarse la prueba individual, martes y miércoles la prueba por equipos (que al ser en exteriores puede conllevar desplazamientos, problemas meteorológicos o algunas dificultades, de ahí que haya más días de margen de maniobra), y entre jueves y viernes la prueba de eliminación. Los sábados los dedican a las lecciones en el Basque Culinary Center y los domingos a otras clases menos académicas para complementar (de pastelería, de comida mexicana, molecular...).

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Los concursantes, grabados por las cámaras en unos exteriores en Alcalá de Henares durante el tercer programa de la tercera temporada.

Sobre las 10.15 de la mañana los jueces hacen un repaso de guión (aunque en exteriores los horarios varían), y a las once arrancan las grabaciones en el plató. En ocasiones se empiezan a rodar pequeñas partes que no tienen tanto que ver con la prueba en sí, como las promociones de la app o de alguno de los libros de cocina, como el de Jordi Cruz, que se promociona esta temporada. Poco después entran a las cocinas los protagonistas: los aspirantes.

¿CUÁNTA GENTE HAY EN EL PLATÓ?

Otra de las cosas que sorprende cuando comienza la grabación es la cantidad de gente revoloteando alrededor de las cocinas y de los concursantes: los miembros del jurado, algún invitado puntual (aunque hay muy pocos), los llamados culinarios (luego veremos su función), los cámaras y los redactores, los regidores, una enorme grúa que busca grabar planos cenitales, incluso técnicos de ambulancia por si ocurre algún percance. Cada aspirante tiene pegada constantemente un cámara que le sigue durante todo el proceso y está atento a si algo se quema, una botella se cae o si se lían con la licuadora.

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Las cestas, a la espera de los concursantes.

Además, también hay dos o tres redactores alrededor de ellos, pendientes precisamente de avisar a los jueces de esos pequeños (o grandes) errores que pueden cometer. El plató es muy grande, por lo que a menudo el jurado se pierde lo que pasa más allá de la primera fila de cocinas... y son esos redactores quienes se lo chivan para que puedan ir a preguntarles y luego se vea la reacción de ambos en el programa. También los redactores les hacen preguntas, que los aspirantes contestan a cámara. Esas son las pequeñas partes que se ven luego cuando los concursantes describen sus creaciones a cámara.

También llama la atención la profesionalidad de estos últimos. Repiten las tomas sin problema; por ejemplo, la entrada a las cocinas, que se graban un par de veces para captar los detalles o sus rostros. Los jueces también tienen que repetir, claro.

Así, uno de los cortes que se realizan en la grabación, y que sorprende al espectador, es justo antes de entrar al supermercado. Los aspirantes descubren cuáles son los ingredientes o platos a cocinar y luego salen corriendo al super... para pararse ante la puerta cerrada. No entrarán hasta un rato después. En ese momento, llega una serie de personas fundamentales: los culinarios.

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Pepe Rodríguez, Jordi Cruz y Samantha Vallejo-Nágera, en un momento del séptimo programa de la tercera temporada.

Estos ayudantes, ocultos para el espectador, son claves en el desarrollo de las pruebas. Hay dos equipos (formados por 3-4 personas cada uno), uno para exteriores y otro para el rodaje en plató. Ellos son auténticos cocineros, que han trabajado para Sergi Arola, Martín Berasategui o Ferrán Adrià. Su tarea es la de explicar, sin dar excesivos detalles ni pistas, qué tienen que hacer los concursantes a continuación. No, no les dan la receta (cuando la hay se muestra al público) ni les explican paso a paso qué tienen que hacer, pero sí les dan ciertas indicaciones sobre cómo trabajar con el producto que tienen en la mesa o qué se van a encontrar. Son pistas que les ayudarán a realizar la compra unos minutos más tarde y a decidir qué cocinar. Algo normal la primera vez que se manejan algas de nombres impronunciables o se cocina un exótico y complejo plato.

¿ES VERDAD EL TIEMPO QUE TIENEN PARA LAS PRUEBAS?

Todo lo que pasa en el plató, y que se ve en casa el martes (o el marteschef) es real. Otra cosa es que no haya ciertos elementos que se repitan, como la citada entrada de los aspirantes a las cocinas, la presentación que hace Eva González o el saludo por parte de los jueces. Pero cuando los concursantes se equivocan, se tropiezan o dan respuestas ingenuas o curiosas es totalmente cierto: ni está guionizado ni se fuerza la situación.

Algo que se respeta escrupulosamente son los tiempos. Es la verdad del concurso, ahí yace su autenticidad. En esos 45, 60 o 120 minutos para cocinar está la gracia de todo. "El tiempo es el tiempo", cuentan los responsables del concurso mientras enseñan las impolutas cocinas o la bodega, novedad de esta tercera edición. "Tenemos que demostrar que saben cocinar".

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Las famosas bodegas.

Y saben hacerlo. En esos minutos (en este caso, una hora) los concursantes tienen que cocinar su plato. Aquí no hay ayudas ni quejas que valgan. Cuando no se llega a tiempo al emplatado y la mitad se queda en la cacerola, cuando algo se quema o cuando sale mal, no hay trampa ni cartón, ni forma de remediarlo. Nadie acude a echar una mano ni se para el reloj cinco minutitos para dar margen. Todo es real.

¿Y LO PRUEBAN TODO? PORQUE A VECES PARECE QUE ESTÁ FRÍO...

Sí, los chefs prueban todo lo que cocinan los aspirantes... y un poquito más. Una prueba de eliminación con una hora de reloj de cocinado puede durar mucho más tiempo, con las repeticiones, las entradas de los concursantes, la llegada del invitado (o invitados en este caso... no desvelaremos más) y la posible demostración si han de replicar un plato... Así que, normalmente, la grabación de la parte del cocinado suele terminar sobre la hora de comer.

Ahí para todo. Los concursantes, tras cocinar, salen del plató, pero los jueces se quedan. Mientras parte del equipo fotografía en el atril central los platos que han dejado listos los concursantes (todos identificados con un post-it y devueltos en pocos minutos a sus sitios), el jurado va probando las elaboraciones que han dejado los concursantes, lo que les he sobrado. Un trocito de esto, un poco de salsa de lo otro, algo de lo que ha sobrado y quedó en la sartén, o en un bol... Preparaciones sobrantes que dejan a propósito para que ellos lo prueben.

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Los chefs junto a la presentadora, Eva González, en los exteriores del séptimo programa.

Primero, de modo informal, mientras se apagan las luces, los tres cocineros se van acercando de forma individual a los puestos donde han trabajado los participantes. Y luego los tres juntos, en ocasiones con alguien más del equipo, van catándolo todo y haciéndose una primera y principal idea de las texturas, sabores e ideas que han creado los aspirantes, y que además, al ser en caliente y estar recién hechos, les dan una idea general de los platos. Ya más tarde, después de comer, cuando los concursantes regresen al plató, las grabaciones continuarán para catar los platos y decidir al expulsado... Pero eso es parte del secreto.

¿Y LOS JUECES? ¿DE VERDAD SE LLEVAN TAN BIEN? ¿CUÁNDO ESTÁN EN SUS RESTAURANTES? ¿Y LA POLÉMICA DEL LEÓN COME GAMBA?

La relación entre los jueces es auténtica, de verdad de la buena. Y Eva González también con ellos. Tienen bromas constantes y complicidad. En el plató se ve continuamente, y también es habitual que vayan a comer juntos en los descansos.

"Es una mezcla de personalidades que ha cuajado muy bien, y eso no siempre es tan fácil. Tienen un equilibrio, un territorio muy independiente cada uno. Ayuda mucho la piña que tienen", cuentan desde la productora. Al final, pasan prácticamente medio año juntos, por lo que es fundamental que haya conexión entre ellos.

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Microondas, ollas, fuentes... Todo lo que pueden usar los aspirantes.

Samantha Vallejo-Nágera lo confirma: "Hay buen rollo, buen ambiente". Ella, con un importante cátering a sus espaldas, ha tenido que organizarse: "Hay que aprender a delegar. Te tienes que rodear de los mejores profesionales, de grandes equipos". Si no, es imposible mantener un negocio propio y estar a la vez en un programa así. Pepe Rodríguez, propietario de El Bohío, lo corrobora: "Estoy muy cansado, claro. Llevo cuatro meses y pico sin un día libre".

¿Y qué pasa con la polémica del famoso León come gamba? ¿No están siendo demasiado duros este año? "Yo creo que he sido justo, no duro", reflexiona Rodríguez. "Me pareció que debía serlo. Si no le digo nada, ¿qué pensaríamos del programa? ¿Se lo río, se lo dejo pasar?", se pregunta. "La gente ve cosas donde no las hay", cuenta. "Tenemos que exprimirles al máximo: mira a Juan Manuel, mira a Vicky. Esto no va de regalos", dice en referencia a los ganadores de la primera y la segunda edición de MasterChef.

¿ESTÁN TAN AISLADOS LOS CONCURSANTES?

En el programa en el que los concursantes recibían cartas de sus familiares y parejas con las que se emocionaban, muchos quedaron sorprendidos por su intensa reacción. ¿Fue excesivo o es algo normal? ¿Por qué una simple carta les resulta tan emotiva?

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Eva, Samantha, Pepe y Jordi, justo antes de empezar a grabar.

Hay que tener en cuenta que los aspirantes viven en una casa aislada, sin internet, televisión ni contacto ninguno con el exterior. Solo pueden hablar por teléfono 10 minutos a la semana, y supervisados. Todos los días tienen grabaciones o clases. De hecho, hasta se llevan libros del plató (los que se ven en la salita donde Eva González despide al participante de la semana) a la casa común para estudiar. "Son como un equipo de fútbol", explican desde el programa. Quizá por eso se entiendan las lágrimas...

ENTONCES, ¿CUÁNTO SE TARDA EN HACER MASTERCHEF?

El programa que emite TVE y produce Shine Iberia lleva muchos, muchos meses de trabajo. Los cástings para la actual edición de adultos comenzaron el 1 de noviembre, y la última prueba en llevarse a cabo fue ya en febrero. Los primeros programas empezaron a grabarse a finales de ese mes, aunque la emisión no empezó hasta abril. Entre lo que más antelación requiere está poder lograr que los chefs —muchos de ellos con restaurantes, estrellas Michelin y agendas muy apretadas y cerradas con casi un año de antelación— puedan acudir al plató.

El cásting en sí es largo: todas las inscripciones se revisan, y solo se descartan las que no cumplan alguna parte formal. Quien decida seguir adelante debe rellenar un formulario (también muy, muuuy largo) en el que cuente los motivos que les han llevado a presentarse y aporta fotos o vídeos de su pasión, la cocina. En cada edición se han presentado unas 9.000 personas, de las que luego quedan unas mil en cada una de las cinco ciudades en las que se realizan las pruebas (Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia y Bilbao). Allí los futuros aspirantes tienen 20 minutos para emplatar algo que lleven cocinado desde casa, y se siguen haciendo más entrevistas y pruebas para conocer sus perfiles. Tras ello, se repartieron 16 cucharas de palo... y el final del cásting se convirtió en el primer episodio de la temporada.

Después de dos ediciones del programa y otras dos de la versión junior, producción y guionistas van afinando, sabiendo qué gusta más y qué resulta más interesante al espectador. De ahí que se busquen cada vez lugares más espectaculares (desde un portaaviones de la Armada a las casas colgadas de Cuenca o el Teide) como platós y pruebas que supongan tanto un reto para los aspirantes como un placer visual para los espectadores, así como cocineros estrella.

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Los concursantes, durante unas pruebas en exteriores en Alcalá de Henares en el tercer programa de la tercera temporada.

"Buscamos darles visibilidad tanto a la gastronomía española como a sus chefs", relatan. Confiesan que hay estrellas de la gastronomía, de los mejores del mundo, que viven el fenómeno fan tras pasar por el programa: después de aparecer en TVE, los clientes buscan hacerse más fotos con ellos que nunca.

VALE, PERO, ¿QUIÉN GANA? ¿QUIÉN LLEGA A LA FINAL? ¡CONTAD ALGO!

No, nada, lo sentimos. Prohibidísimo.

Desde que se llega al plató, las indicaciones son sutiles pero claras. No se puede revelar nada: ni contar los invitados, ni dar detalles de los platos ni, por supuesto, de quién queda en el concurso (no hay que olvidar que hay unas seis semanas, y por tanto seis concursantes, de desfase). De hecho, los propios aspirantes no pueden contar nada por cláusulas —muy estrictas— establecidas en sus contratos.

Por supuesto, no se pueden sacar fotos de los aspirantes, ni dentro ni fuera de cocinas: tanto sus acompañantes como ellos mismos lo indican por señas ("¡nada de fotos!", se lee en sus labios cuando la periodista saca el móvil y lo dirige hacia ellos) mientras algunos de ellos apuran sus cigarrillos antes de entrar en el plató. De hecho, ni siquiera los concursantes se dirigen a quienes revolotean alrededor de ellos, aunque estén observando a menos de un metro cómo emplatan o cómo algo se les quema.

Solo podemos decir que todavía queda mucho por ver. ¡Ah! Y que está todo riquísimo...

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