Museo Es Baluard: la cultura más allá de las grandes capitales

Museo Es Baluard: la cultura más allá de las grandes capitales

EFE

En la compleja tensión contemporánea entre lo local y lo global, hay museos que son como cuerpos donde ocurren cientos de cosas diferentes al mismo tiempo: un individuo se para un rato a mirar a los celajes, porque quizá no vino a ver cuadros, sino a perderse un rato en el silencio, casi como en un monasterio. El otro parece un turista alemán que ha abandonado la enorme jarra de cerveza de su estancia playera para ver un poco de arte. Y aquella señora tiene pinta de erudita que ha recorrido cientos de kilómetros para ver un cuadro extraño de un famoso pintor, o un cuadro estupendo de una desconocida pintora muy extraña. Este diálogo entre partes y sujetos depende del museo y del lugar. Y el Es Baluard de Mallorca está en una isla. Y una isla es siempre un lugar complejo donde llegan reyes y piratas, artistas famosos o artistas tronados, hippies y modelos, ricos huyendo del estrés o pobres que buscan una playa para no estresarse con sus miserias. Pero además, están los del lugar, los que se acostumbran a que la variedad del mundo venga a ellos en busca de reposo...

Y con esta realidad dialoga el Es Baluard —ubicado en el antiguo baluarte defensivo de San Pere, construido en el siglo XVI— que fue inaugurado en 2004 como museo de arte moderno y contemporáneo y que hoy está a cargo de la museóloga e historiadora del Arte Nekane Aramburu.

¿EL FIN DE UN PARADIGMA?

Si uno empieza con ganas de ver parte de la colección del museo, se encontrará con que se la ha desordenado el escritor Agustín Fernández Mallo, autor del famoso Proyecto Nocilla —la trilogía que lo convirtió en un escritor tan conocido—, de la novela Limbo, o de varios libros de poesía y ensayo.

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Es Baluard con el escritor Agustín Fernández Mallo explicando la exposición (Facebook)

"Me gusta trabajar con gente que viene de otras disciplinas y que tiene una mirada propia, diferente de la de alguien que trabaja en el mundo del arte", explica Nekane Aramburu. Y de ahí el título de la exposición, que lleva ya desde el 31 de enero y que estará abierta hasta el 20 de septiembre de este año: Implosió (cel·lular). Carte Blanche a Agustín Fernández Mallo; una invitación a que el escritor reorganizara parte de la colección según su mirada. Para entenderla, nada como un paseo por el museo con él mismo, que llega con camisa clara, cuerpo enjuto, pelo desordenado y aspecto de Quijote posmoderno.

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El punto de partida de la exposición es un fotograma de El secreto de la pedriza, una película mallorquina de cine mudo de los años veinte. "Me di cuenta de que había que hacer toda esta relectura partiendo de un detalle nimio, como hacemos los escritores, que construimos un universo partiendo de un elemento que puede parecer insignificante". En el fotograma, aparece una imagen del Es Baluard en aquella época, lo que rápidamente llevó a Mallo a pensar en la idea de la duplicación —el visitante de la exposición está en el mismo lugar que aparece en la imagen, pero muchos años después—, que es precisamente lo que ocurre en el proceso de reproducción celular, por el que una célula surge a imagen y semejanza de la anterior, pero ligeramente modificada; "dos cosas iguales, idénticas, pero donde también hay un margen de error, una mutación, que al mismo tiempo es lo que les permite evolucionar".

Según nos explica Fernández Mallo en su sinopsis de la exposición, "la brecha que abre esa duplicación anuncia ya las diferentes lecturas temporales y espaciales de las obras que van del siglo XIX al XXI que el recorrido [...] irá mostrando". Para articular ese proceso complejo, las salas están llenas de cartelas negras, a imitación del cine mudo, que interpelan a las obras y generan relecturas, pegadas como están con cinta adhesiva de embalaje: "Una cosa un poco punky que se me ocurrió". A veces juega con los títulos, a veces con la imagen, a veces juega con algún detalle sentimental, "lo cual no significa cursilería".

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Todo depende del autor y de la época. Debajo del Nue femení (1926) (desnudo femenino) de Archie Gittes, por ejemplo, la cartela dice: "Te he venido a buscar, papá", como quien evoca todavía la potencia del patriarcado y una liberación de la mujer todavía muy incompleta.

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Ante el expresionista Bodegón con frutero, botella y vaso (1918), de Marie Blanchard, lanza un comentario irónico ante la dificultad de identificar los contornos y elementos de las figuras del cuadro: "¿Y por dónde se entra?" Debajo de Dreams that money can buy (1947), de Hans Richter, la cartela hace referencia a "los excursionistas que se internan en las misteriosas grutas", quizá evocando esa idea de capitalismo y progreso, donde el ser humano es capaz de viajar y colonizar todos los aspectos de la vida.

Con el recorrido de Mallo nos vamos haciendo una idea de algunos de los cambios de finales del XIX, el XX y principios del XXI. Paramos también en Joan Miró, que tiene una numerosa obra expuesta en el museo y a partir de cuyos trabajos Mallo interpela al Miró eremita ("Esperando el refugio", dice una de las cartelas al lado de su obra), pero también al padre de una eclosión generacional que quiere conocer y rebelarse a partir de los sesenta ("Pues yo he de verlo, papá"), a pesar de los miedos de su progenitor ("Por Dios, no te comprometas"). Luego vendrá una mirada más disruptiva, que es la que se desarrolla entre los sesenta y el final del siglo, y donde se transita a través de un camino que mezcla la liberación en todos los ámbitos de la vida con los ecos del exceso, la violencia de Vietnam, la fragmentación posmoderna, la fiesta hasta la saturación, o el hablar y hablar sin límite, como ese documental con una conversación de 24 horas con el pintor Eduardo Arroyo ("Podríamos descansar, me estoy muriendo de sed…").

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Foto de la sala de los años sesenta y setenta, cedida por Agustín Fernández Mallo

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Foto de la sala de los años ochenta y noventa, cedida por Agustín Fernández Mallo

Así hasta la última sala, donde dialogan tres obras muy diferentes: por un lado, El Buey, de Bernardí Roig, "desde cuya barriga se despeñan tubos fluorescentes como edificios caído; vísceras que algún día emitieron luz y ya no", explica Mallo en la sinopsis de la exposición. Luego también están los ocho platos de cerámica de Picasso [Platos Toreo], "con sus ocho fases de una corrida de toros que son ocho fases del proceso celular: lo que media entre la vida y la muerte". Y por último, lo más inquietante, lo más diferente, lo que uno no se espera allí, "el visionario y premonitorio cuadro pintado por Pilar Montaner de Sureda en 1910 [Esperando a los novios], en el que dos mujeres casi idénticas acaso como dos torres gemelas, esperaban ya, pacientes, sumisas, en la puerta de su casa, el novio que, ahora lo sabemos, nunca llegaría". Y entre las tres obras, siempre presente la hecatombe del 11-S, el verdadero paso al siglo XXI, que para Mallo representa una ruptura, el final de un modo de entender la duplicación que estuvo presente desde el XIX, la caída del símbolo más importante de esa duplicación.

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Foto del Espacio 11-S, cedida por Agustín Fernández Mallo

Por eso hay que salir del recinto más convencional del museo para seguir viendo la exposición, porque la realidad ha desbordado a los parámetros simbólicos en los que nos movíamos, y vamos a la cubierta, justo a la torre que Mallo señalaba en el fotograma inicial, donde nos encontramos con una pequeña cámara oscura "improvisada por Jaume Gual". Y allí, proyectada sobre una pequeña pantalla, la avenida de Palma de Mallorca, con sus coches y sus barcos, un mundo en movimiento, pero en miniatura, una forma más sencilla de reflejar la realidad, más "casera", pero dinámica al mismo tiempo. "Los contadores de la creación se ponen a cero".

EL MEDITERRÁNEO COMO FRONTERA DEL DOLOR Y DE LA ESPERANZA

La Mer au Milieu des Terres // Mare Medi Terraneum from Es Baluard on Vimeo.

Pero si en la exposición comisariada por Mallo hay fundamentalmente un diálogo casi filosófico con las obras que atestiguan el paso de la posmodernidad a no se sabe muy bien todavía qué, en la otra muestra, La Mer au Milieu des Terres. Mare Medi Terraneum, lo que hay es una muestra, con una fidelidad a veces documental, de los dilemas, las esperanzas, los horrores o las construcciones culturales en torno a un mar tan propio para Baleares como el Mediterráneo, que es frontera entre la lujosa vida de algunas playas mallorquinas y los horrores de los que naufragan en sus aguas huyendo de los conflictos y miserias de África, pero que también es el lugar al que miran y donde se inspiran poetas locales o militantes palestinos que piensan seguir resistiendo la ocupación israelí.

En el Mediterráneo se ha construido el miedo a la otredad, como refleja estupendamente el documental On Translation: Miedo/Jauf (2007), del artista catalán Antoni Muntadas, que vive en Nueva York y es considerado uno de los pioneros del media art y el arte conceptual en España. En este documental, Muntadas explora, a través del testimonio de migrantes y activistas, cómo en las fronteras entre Tijuana y San Diego o Tánger y Tarifa, el miedo es un elemento fundamental para legitimar la política represiva de los Estados en materia migratoria.

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Por eso, también es fundamental que el arte sea capaz de identificar cuál es la posición de los privilegiados sujetos occidentales ante el fenómeno migratorio, como hace el artista Marco Poloni en su obra Displacement Island, donde a través de 65 fotografías clavadas muy espartanamente en las paredes del museo, el visitante observa cómo la isla de Lampedusa es al mismo tiempo lugar de vacaciones y aguas refrescantes para los turistas que buscan dónde relajarse de sus agitadas vidas, pero también el lugar donde recalan miles de inmigrantes que buscan entrar a Europa. A través de los objetos que fotografía en el mar y las playas, el espectador se ve interpelado sobre su propia posición ante el fenómeno migratorio. (Foto del Facebook de Es Baluard.)

Nadie sale por gusto de su país. Y a veces ni siquiera hacen falta guerras; basta el hambre o la precariedad, incluso la inseguridad ante cualquier tipo de infortunio o catástrofe natural, como muestran las obras The Disquiet (2013) y Paysage Temblants (2014), del artista Ali Cherrit, que explora las debilidades del Líbano y de Argel ante los fenómenos sísmicos, aunque deja entrever que más allá de los terremotos naturales, están los terremotos políticos e históricos que desafían constantemente la estructura social, el bienestar o incluso la propia supervivencia en estos lugares.

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Foto del Facebook de Es Baluard

Y entre tanta potencia política y discursiva, destacan, por diferentes las obras de dos autoras, Chourouk Hriech, nacida en Marsella en 1977, y Laura Fluxà, mallorquina (1985). La primera, con una obra titulada Déspasser les murs (2015), donde se suceden varios dibujos que mezclan formas, objetos y lugares que evocan el mar y sus barcos, pero que se yuxtaponen otros elementos, como puertos o vegetaciones, sugiriendo que es difícil poner bordes a las experiencia, y que todo es más bien continuum donde los objetos se relacionan y se evocan los unos a los otros. Por otro lado, Fluxà ha construido una delicada obra, A-Nivellements, donde se suceden tubos de cristal de color azul sustentados sobre hilos y colocados de tal manera que evocan las sinuosidades del mar, al mismo tiempo que reflejan los delicados equilibrios de este espacio natural que está en permanente transformación.

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Foto del Facebook de Es Baluard

UN ESPACIO PARA SEGUIR CRECIENDO

El Es Baluard sigue moviéndose constantemente y acaba de inaugurar una exposición sobre el fotógrafo Jean Marie Moral donde se presenta una muestra de su colaboración con el nieto de Miró, Joan Punyet, titulada El ojo de Miró. Pero desde el primer momento se percibe también que el museo no se acaba en sus exposiciones temporales ni en sus colecciones permanentes. Sobre todo, gracias a que la directora Nekane Aramburu impulsa todo tipo de actividades en todo tipo de direcciones. Están lo que ellos llaman actividades culturales. Pero tan culturales o más son los talleres, cursos y charlas que llevan a la capital de la isla a expertos en arte y cultura contemporánea: el museo se convierte en un espacio que permanentemente forma y transforma a quien lo visita, y desdibuja las fronteras del tradicional espacio museístico y tiene lo mejor de un buen centro cultural.

Por eso hay actividades de más largo recorrido que intentan integrar al museo en la isla y a la isla en el museo, como el proyecto Cartografiem-Nos, destinado a alumnos de primaria, y que pretende que los jóvenes reflexionen, como explica el museo en su página web, "sobre el territorio a partir de las herramientas que nos dan las prácticas artísticas contemporáneas". También están las visitas-taller o las visitas-recorrido, igualmente destinadas a estas primeras aproximaciones al mundo del arte, hechas de forma pedagógica y con una cierta magia. Porque entre todo esos niños están los futuros visitantes de los museos. O lo propios artistas.

Se acaba el recorrido, y fuera del recinto, pero todavía en las fronteras del museo, hay un mercadillo de comida: cervezas, platos informales hechos con gusto y delicadeza, gente con aspecto moderno, unos más hippies y otros más hipsters insulares. Y detrás, el Es-Baluard, un lugar para pensar, parar, y disfrutar, para ver cómo se construye la cultura más allá de las grandes capitales.

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Foto del Facebook de Es-Baluard

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