La fiesta de fin de curso que sí pudo ser

La fiesta de fin de curso que sí pudo ser

El principio de las vacaciones de verano para los más pequeños no son lo mismo sin una buena fiesta para despedir el curso escolar. Sin embargo, algunos centros públicos no cuentan con la financiación necesaria para llevar a cabo esta celebración y muchos chavales no han tenido la oportunidad de despedirse de sus compañeros y profesores de la manera que hubiesen deseado.

Era el caso del colegio madrileño Joaquín Dicenta: un centro multicultural donde estudian niños cuyas familias tienen un bajo nivel de renta y que está situado en el barrio de Lucero. Una empresa privada, Frigo, no ha querido dejar a todos estos chicos sin su celebración de fin de curso, por lo que ha colaborado con la escuela para hacerla posible. Así, los 164 niños pudieron participar en una serie de talleres que se han centrado en la diversión y la educación nutricional, además de unos cuantos juegos y actividades que habían preparado los monitores.

El centro tiene las paredes del patio llenas de murales que representan el fondo del mar. Los niños atienden, sentados en el suelo y rodeados de ballenas, tortugas y pirañas, a Diana Roig, una nutricionista de la compañía que les explica con varios ejemplos la pirámide nutricional. “Hemos hecho el taller con varios grupos de edades. Se trataba de que viesen en qué consiste una alimentación equilibrada”, cuenta la experta a El Huffington Post. “Algunos de los chicos no comen nada más en todo el día al salir del colegio, por eso queremos explicarles la importancia de la alimentación”, dice Anaïs, organizadora del evento.

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Diana Roig dando la charla de nutrición

Al acabar la charla, los chavales corren a las canchas de baloncesto. Allí, sentados todos juntos y mezclados por cursos, escuchan atentamente a las instrucciones de los animadores. Saludan contentos y emocionados a la prensa: “¡Mira tío la tele, di hola!”. Las chicas posan para las fotos muy coquetas. El director, Javier Huarte de Goñi, agradece a la marca de helados su colaboración para celebrar la fiesta: “Es un colegio muy multiétnico donde hay muchas diferencias a nivel económico. Este tipo de iniciativas de las empresas nos vienen muy bien y estamos muy agradecidos.”, explica mirando a sus alumnos, ilusionado y sonriente.

Llega el momento de repartir helados. Los alumnos, colocados en el centro del campo de baloncesto, no paran de gritar y jugar emocionados. Los mayores cuidan a los más pequeños y les chocan los cinco, señalándoles que se sienten a su lado. Hay helados de tres colores y los niños tienen que adivinar de qué sabor es cada uno, mientras un animador disfrazado les pregunta. “Joe, como corren todos. Parecen unos locos”, comenta un chico de unos ocho años que está apoyado en la pared. “Yo no puedo porque ya me he comido el helado, pero me lo estoy pasando bomba”, añade.

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Los chicos comiéndose el helado

Los profesores, un poco apartados, disfrutan viendo a sus alumnos divertirse. Muchos de ellos también han tenido la suerte de probar los helados, y comparten opiniones con los pequeños. Los chicos recogen todos los papeles y los tiran a la basura, quedando el patio impoluto.

Unas chicas de sexto de primaria miman a otra que es varios años menor y piden una foto: “Lo estamos pasando genial, encima nos hemos llevado helados gratis. Ahora toca la fiesta del agua, y tenemos muchas ganas”, explican.

Nerea y Daniela, en cambio, rodeadas de unos compañeros traviesos, cuentan las actividades y los juegos que han hecho “Nos han atado unas colas y teníamos que quitarnoslas unos a otros. Ha ganado el mejor equipo”, cuenta Nerea, que es de las mayores y cuida de su amiga más pequeña.

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Nerea y Daniela, mientras unos compañeros las ponen 'los cuernos' para la foto

Una vez que se han puesto morados de helado, llega la guerra de agua y colores. Se reparten bolsas de polvos de colores a cada niño y cuando se cuente tres se tienen que lanzar al aire. “¡Un, dos y tres!”, y una nube de colores cae sobre los escolares que saltan y se manchan unos a otros entre risas. Se persiguen para pringarse e incluso lo intentan con sus docentes.

Jaqueline y Lucía son hermanas y han aprendido mucho. Saben que “no hay que comer chuches ni chocolate, pero sí verduras”, me cuentan contentas antes de ponerse a bailar flamenco con sus compañeras, llenas de polvos de colores.

Al finalizar, todos hasta arriba de colores, se ríen y hacen cola para ir al baño a lavarse la cara. Se abrazan unos a otros despidiéndose. Los más mayores son los que más empeño ponen: “Joé tío, ¡qué pena!, dame un abrazo”, le dice un pequeño empapado de agua a otro compañero un poco más mayor, y se funden en un abrazo mientras sus profesores sonríen mirándolos. Poco a poco se les van uniendo compañeros y acaban pidiéndo que se les fotografíe a todos juntos.

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Compañeros del colegio en su despedida

Es con esta fiesta de colores, llamada Holi, cuando se da por concluida la celebración de fin de curso en el Joaquín Dicenta. Al menos sabemos que estos chicos comienzan el verano con un buen sabor de boca y que los más mayores se llevarán un buen recuerdo de la que ha sido su segunda casa hasta los doce años.

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