Oliver Sacks, quien dio testimonio

Oliver Sacks, quien dio testimonio

AP

Quizá sea posible molar más que Oliver Sacks en la fotografía de la portada de su libroOn the Move: a life (En movimiento, una vida), pero hay que esforzarse mucho: delgado, fuerte, con el pelo corto, vaqueros y cazadora de cuero a lomos de una BMW clásica de los años 50 podría haberle arrebatado a Marlon Brando el papel protagonista de Salvaje.

Pero Sacks no era actor; era médico, especializado en neurología, y en 1961 (cuando se hizo esa foto) acababa de llegar a Nueva York para dedicarse a su profesión tras una etapa californiana que tuvo de todo: culto al cuerpo, drogas, Ángeles del Infierno, experimentación sexual e incluso un récord local de levantamiento de pesas.

De niño se había apasionado con la química, y de adulto uno de sus libros se convirtió en una ópera de Michael Nyman y otro en una película de éxito internacional. Durante años (décadas) comió cereales y sardinas de lata de pie, nadó incontables kilómetros alrededor de la isla donde vivía junto a Nueva York y practicó el celibato.

Fue un mal científico, un gran médico, un enorme divulgador y un apasionado ser humano que hizo mucho para que los demás seres humanos comprendiésemos mejor en qué consiste esto de ser humano. Quizá porque siempre nos miró un poco desde fuera; con una mirada ajena, intuitiva y cómplice, pero apartada. Al fin y al cabo Oliver Sacks se sentía un poco extranjero, y tal vez por eso logró empatizar y dar voz como nadie a sus pacientes, cuyas dolencias supo convertir en ventanas para entender mejor la relación entre nosotros y nuestro cerebro: entre lo que somos y lo que nos hace serlo.

SU LEGADO

Creemos percibir el universo a través de nuestros sentidos; pensamos recibir información sobre lo que ocurre mediante los ojos, los oídos o la nariz que luego integramos en un panorama completo de nuestro alrededor. Pero no es así: la información que recibimos del exterior está estructurada, modificada por regiones especializadas del cerebro que convierten los patrones de luz y sombra en imágenes, líneas y colores; las vibraciones del aire en sonidos. Antes de que la parte racional de nosotros pueda analizar los datos que nos llegan del exterior estos han sido preprocesados. En cierto sentido vivimos en una simulación interna, creada para nosotros por nuestro propio cerebro.

Muchos de los casos que fascinaron al doctor Sacks y que le sirvieron para iluminarnos sobre el funcionamiento de nuestro más importante órgano están relacionados con averías de estos sistemas de preprocesamiento. Personas con ojos funcionales que eran incapaces de percibir el color o de integrar las líneas y las sombras en imágenes coherentes. Personas incapaces de detectar que su postura vertical estaba desviada 15 grados a un lado. Personas que habían perdido la propiocepción y eran incapaces de percibir dónde estaba cada parte de su cuerpo sin mirar y que necesitaban volver a aprender a andar, a estar de pie, a permanecer sentados.

Otros casos se referían a gente paralizada a consecuencia de una encefalitis que despertaban tras un tratamiento con drogas; o a personas incapaces de crear nuevos recuerdos que quedaban atrapados en el pasado sin posibilidad de retorno. Para Sacks cada caso servía como iluminación de una característica fundamental del cerebro y de nuestro modo de usarlo; pero jamás se olvidaba de la persona, transmitiendo por ejemplo con fidelidad el terror existencial de sentirte dentro de un cuerpo que ya no es el tuyo, o de dejar de comprender los colores cuando eres pintor.

Entre sus estudios más interesantes están sus análisis del autismo a través de los casos de Temple Grandin, la ingeniera protagonista de Un antropólogo en Marte, y de los gemelos George y Charles Finn, en los que dio a conocer al gran público la complejidad de lo que hoy conocemos como el espectro autista y contribuyó a poner en marcha el debate sobre la llamada neurodiversidad, relacionado también con sus historias sobre pacientes del síndrome de Tourette y cómo ven el mundo.

(Puedes seguir leyendo tras la foto...).

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Sacks recibe de manos de Isabel II su distinción como Caballero de la Orden del Imperio Británico, en 2008.

Todo ello ilumina el aspecto más interesante de la carrera médica y divulgadora del doctor Sacks: su permanente intento por comprender a sus pacientes desde dentro, de entender cómo perciben el mundo los enfermos neurológicos que tienen averiados esos intermediarios entre las sensaciones crudas de los sentidos y nuestro analista racional interior. Un enorme esfuerzo de empatía para alguien que se consideraba extranjero.

Porque ante todo Oliver Sacks se sentía ajeno. En una entrevista al diario inglés The Guardian declaraba: “Me gustan las palabras ‘residente extranjero’ (resident alien, en el original); es como me siento. Soy un residente extranjero comprensivo y como de paso”.

Hijo de dos médicos británicos, su madre una de las primeras cirujanas del Reino Unido, Sacks fue evacuado de Londres durante la Segunda Guerra Mundial y llevado con su hermano a un internado en el campo donde fueron objeto de abusos y novatadas. La experiencia fue tan traumática que Michael, el hermano, sufrió desde entonces brotes psicóticos, mientras que Oliver quedó para siempre marcado; siempre tuvo dificultades “con las tres Bs” (Bonding, Belonging, Believing en el original; relación, pertenencia y confianza).

Su salvación fue la tabla periódica de los elementos y en general la química, donde encontró un orden y un sistema que le facilitaron sobrevivir al trauma. Pero la investigación no era su futuro: demasiado pasional y empático y demasiado torpe para el delicado trabajo del laboratorio, Oliver decidió seguir el camino de sus padres especializándose eso sí en neurología, “obviamente me hice neurólogo en lugar de, pongamos, cardiólogo, porque no hay nada en la cardiología que pueda interesar a un hombre inteligente. El corazón es, supongo, una bomba interesante, pero es sólo una bomba. La neurología es la única rama de la medicina que puede mantener interesado a un pensador”.

La huída de la Gran Bretaña de postguerra le llevó a Canadá y por fin a California, donde se dio al culturismo en la playa, las drogas de todo tipo (y en grandes cantidades) y las carreras de motos en las montañas, a veces con sus pacientes paralizados atados a su espalda. Por entonces se le conocía como Wolf (su segundo nombre) o por su apodo, el genuino Dr. Squat (doctor sentadilla), por batir el récord californiano haciendo este ejercicio con 136 kilos en los hombros.

Tras decidir que ya era suficiente de tanto desmadre Sacks se instaló en Nueva York y empezó a trabajar como neurólogo en un hospital del Bronx. A partir de entonces su vida fue solitaria: pocos amigos, sus obsesiones (química, las medusas, los helechos, la música), la natación (kilómetros y kilómetros cada día) y el trabajo.

Oliver Sacks era un observador agudo y penetrante con una enorme capacidad de empatía con sus pacientes y la voluntad y el interés de comprender las consecuencias de sus enfermedades, y de usarlas para ayudar a otros a entender el objeto más complejo del Universo conocido. Además era un grafómano: tomaba apuntes en libretas dedicadas a cada uno de ellos (miles y miles de palabras; más de un millón al año) y soñaba con escribir sus historias para divulgar las maravillas del cerebro.

Pero su primer intento, un libro titulado Ward 23 (por el bloque que alojaba a muchos de sus pacientes) acabó en el fuego en un acceso de duda. No sería hasta después que publicó Migrañas (su primer libro) y, más tarde, Despertares, que llegaría a la gran pantalla con Robin Williams de protagonista.

"Fue un mal científico, un gran médico, un enorme divulgador y un apasionado ser humano que hizo mucho para que los demás seres humanos comprendiésemos mejor en qué consiste esto de ser humano"

Entre sus libros posteriores más conocidos están El Hombre que confundió a su mujer con un sombrero, un compendio de casos excepcionales, y Un antropólogo en Marte.

El doctor Sacks empezó a saborear las mieles del éxito. Y, consecuentemente, a recibir críticas: algunos neurólogos criticaron su método de análisis como poco científico y le acusaron de excesivo protagonismo personal, mientras que defensores de los pacientes psiquiátricos consideraron que abusaba de sus pacientes al contar sus historias.

Quizá por eso sus libros más recientes se concentraron en un paciente en particular: él mismo. El doctor que una vez atendió un congreso sobre el síndrome de Tourette y escucho a 92 especialistas antes de tomar la palabra y decir: “Es extraño; he estado sentado aquí todo el fin de semana y no he escuchado una sola frase sobre cómo debe ser tener Tourette” comenzó a narrar su propia historia.

En Con una sola pierna (A Leg to Stand On en el original) exploraba las consecuencias de una grave lesión muscular sufrida al hacer montañismo en Noruega; en Fixing mi gaze (Arreglando mi mirada) contaba las consecuencias de una enfermedad visual. Hallucinations (Alucinaciones) se basa en su época de uso de todo tipo de drogas (“Una vez tuve un viaje curioso: creí que la Tierra entera era comestible”), y en Tío Tungsteno contó su infancia y cómo su pasión por la química le ayudó a sobrellevarla.

Pero no sería hasta su autobiografíaOn the Move: a life (En movimiento, una vida) que Sacks confrontó su último tabú: su homosexualidad, un trauma profundo y duradero debido a las circunstancias de su infancia y adolescencia. “Mi sicoanalista me dice que nunca ha encontrado a nadie a quien le haya afectado menos la liberación gay. Yo sigo encerrado en mi celda a pesar de que hay gente bailando en la puerta de la prisión”.

Tras décadas de soledad, celibato y timidez Sacks se permitió abrirse al amor a los 77 años y vivió hasta su muerte con el escritor Bill Hayes. En sus últimos meses el tímido pero ególatra, científico pero empático, callado pero obsesivo doctor Sacks, sabiéndose ya enfermo terminal, siguió escribiendo y explorando la relación entre su propia mortalidad y su intelecto, describiendo su decadencia física y los inevitables deterioros de la enfermedad con el mismo ojo clínico y la misma capacidad de identificación y maravilla con la que describió hace años a sus pacientes de Despertares.

Y en sus últimos escritos publicados planteándose el significado de una vida bien vivida y del descanso que pueda haber después. En una entrevista en un programa de TV en 1989 le preguntaron cómo querría ser recordado dentro de 100 años, y el doctor Oliver Sacks respondió: “Me gustaría que piensen que escuché con cuidado lo que los pacientes y otras personas me dijeron, que intenté imaginar cómo eran las cosas para ellos, y que traté de contarlo. Por usar un término bíblico, que he dado testimonio”. Conste pues que Oliver Wolf Sacks supo ser humano y supo contarlo, dando testimonio de la Humanidad hasta su último aliento.

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