¿Hay algo de ciencia real en 'Star Wars'?

¿Hay algo de ciencia real en 'Star Wars'?

Salta a la vista que la idea de George Lucas cuando creó Star Wars no era ajustarse rigurosamente a los principios científicos. En la saga espacial más admirada de la historia del cine (con permiso de los fans de Star Trek) jamás se ha visto un traje presurizado, en el espacio sí pueden oír tus gritos, y cosas como la microgravedad, el rozamiento atmosférico o la relatividad de Einstein no están, ni se las espera. Todo lo cual no quita que podamos echar una mirada a cuán cerca está la Ciencia de hacer realidad algunas de las fantasías que hemos visto en anteriores entregas, y que veremos de nuevo ahora en El despertar de la Fuerza.

El sable láser o espada de luz es uno de los iconos de la saga; un arma noble, como la calificaba Obi-Wan Kenobi, que ha inspirado los juegos de los niños de varias generaciones. Oficialmente se define como una hoja de energía o plasma que puede cortar, fundir y quemar cualquier material. Si se emplea sobre la carne humana, deja una herida cauterizada. El láser podría llegar a hacer cosas parecidas, pero hay algo que nunca podría conseguir: que dos sables se entrechoquen durante el duelo con ese chasquido tan característico. El láser es solo luz, y los fotones no interactúan entre sí.

El astrofísico y divulgador Neil deGrasse Tyson explicaba en un vídeo para Tech Insider que se había enzarzado en una discusión en Twitter con el también astrofísico y divulgador Brian Cox. DeGrasse decía que era posible cortar objetos con la luz, pero que "puedes poner una linterna y otra linterna y cruzar los rayos todo lo que quieras, y no ocurrirá nada". Sin embargo, Cox apuntó una posibilidad: "A alta energía tendrías rayos gamma, y los rayos gamma sí interactuarían". DeGrasse reconoció que era cierto, pero añadió: "Si tienes pistolas láser, pues simplemente dispara".

El movimiento de objetos a distancia, comúnmente conocido como telequinesis o psicoquinesis, es uno de los argumentos favoritos de la parapsicología, los espectáculos de magia y el cine fantástico. La presunta habilidad de ejercer una especie de fuerza mental capaz de actuar sobre la materia se convirtió en objeto de estudio en los laboratorios desde comienzos del siglo XX.

Dejando aparte los casos de fraude deliberado, en 1984 el ejército de EEUU encargó a la Academia Nacional de Ciencias la formación de un comité experto para investigar el potencial de ciertas técnicas, entre ellas la psicoquinesis, destinadas a mejorar la capacidad humana. El comité examinó los datos recogidos durante más de un siglo y en 1988 publicó sus conclusiones.

"Las pruebas científicas no apoyan la existencia de la psicoquinesis", decía el informe, revisado en 1990 en la revista Psychological Science. Lo cierto es que la psicoquinesis violaría leyes fundamentales de la física, como la conservación de la cantidad de movimiento.

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La gran estación espacial del Imperio, del tamaño de una luna, es una colosal obra de ingeniería que no viola ninguna ley científica fundamental, excepto quizá la del sentido común. En 2009, un primer cálculo estimó que construir la versión más básica costaría 15,6 cuatrillones de dólares, 1,4 billones de veces la deuda de EEUU. Pero esto no desanimó a los 34.435 usuarios de internet que en 2012 y 2013 firmaron una petición a la Casa Blanca para "asegurar los recursos y la financiación, y comenzar a construir una Estrella de la Muerte en 2016". El número de firmantes obligó a la Casa Blanca a responder. La respuesta oficial estimaba el coste en 850.000 billones de dólares, un precio muy inferior al cálculo previo, pero añadía que el gobierno de EEUU no respaldaba "hacer volar planetas".

Otro estudio más reciente eleva el coste a 193 trillones de dólares para la primera versión, la que Luke Skywalker destruía, y 419 trillones para la segunda, que aparecía en construcción en El Retorno del Jedi.

Supongamos que alguien se rasca el bolsillo y pone encima de la mesa los cientos de trillones de dólares que, según la estimación más reciente, costaría construir una Estrella de la Muerte. Ahora toca probar si el fabricante ha respetado las especificaciones; es decir, si realmente su arma definitiva es capaz de hacer volar un planeta entero. No habría ningún problema, siempre que se haya preocupado de dotar al reactor de la capacidad de suministrar en un par de segundos el equivalente a toda la energía que nuestro Sol produce en algo más de una semana, según un estudio de 2011. Claro que habría otra opción: el astrofísico Ethan Siegel defiende que bastaría disparar hacia el planeta 1,24 billones de toneladas de antimateria. Parece una cantidad enorme, pero en realidad correspondería a una esfera de solo tres o cuatro kilómetros de diámetro, un tamaño muy manejable para los más de 100 kilómetros de diámetro de la Estrella de la Muerte.

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En ninguna fantasía de la ciencia ficción faltan las naves capaces de volar a la velocidad de la luz, o incluso más deprisa. No podría ser de otra manera, dado que nuestras naves espaciales reales tardarían varios miles de años en desplazarse de un sistema solar a otro, lo que dificultaría bastante el desarrollo de una trama galáctica.

Es posible que en el futuro se inventen motores que permitan alcanzar velocidades muy superiores a las actuales, pero si se trata de romper la barrera de la luz, el problema no es simplemente tecnológico. Según las leyes de la física, nada puede viajar más rápido que la luz. Incluso si fuera técnicamente posible diseñar propulsores capaces de acelerar una nave a velocidades ligeramente próximas a la de la luz, aparecerían ciertas consecuencias indeseables: por ejemplo, la masa de la nave se haría infinita.

La cuarta luna de Yavin, que servía de base a la Alianza Rebelde; la luna de Endor, habitada por los Ewoks; o el planeta Dagobah, donde Luke Skywalker se encontraba con Yoda. Todos ellos tienen en común una superficie cubierta por bosques tupidos. Hoy conocemos ya unos 2.000 exoplanetas confirmados y la cifra sigue creciendo. En este amplio catálogo hay planetas de todo tipo: algunos son mundos congelados, mientras que otros arden a temperaturas infernales. Solo algunos, como es el caso de la Tierra y Marte, se encuentran a la distancia adecuada respecto a su estrella para que su temperatura sea la correcta para la vida, ni muy caliente ni demasiado fría. Recordando el cuento de la niña y los ositos, los astrónomos llaman a esta franja la zona Ricitos de Oro.

Suponiendo una temperatura moderada, la atmósfera adecuada y un suelo fértil, incluso una luna de gran tamaño alrededor de un gigante gaseoso como Yavin podría albergar vegetación. Un ejemplo real podría ser Kepler-47c, un exoplaneta gigante gaseoso descubierto en 2012 que podría albergar lunas rocosas como Endor. Sin embargo, otra cosa es que todo un planeta pueda estar cubierto de bosques; en este caso las posibilidades son muy remotas, ya que las regiones polares siempre son más frías porque reciben los rayos solares con una mayor inclinación, lo que da lugar a diferentes ecosistemas.

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Desde el comienzo de la saga, Star Wars nos ha presentado una variada galería de alienígenas de todas las formas y tamaños. Algunos muestran una inteligencia similar a la nuestra, mientras que otros son más asimilables a los animales no humanos de la Tierra. Dado que aún no hemos conocido una sola especie alienígena, es imposible predecir qué aspecto podrían tener sus versiones reales; pero si proceden de planetas diversos, cada uno con su atmósfera particular, no podrían respirar el aire de otro mundo distinto al suyo, algo que no sucede en Star Wars. También les afectaría, por ejemplo, una gravedad diferente a la suya de origen.

Otra pregunta es si podrían existir seres tan sospechosamente parecidos a los humanos en una galaxia muy, muy lejana. Una vez más, no tenemos pruebas sobre cuál sería el resultado de la evolución biológica en un planeta exactamente idéntico a la Tierra; los biólogos sostienen posturas contrapuestas. Hay algo seguro: todas las especies de Star Wars estarían sujetas a un principio biológico universal, la selección natural enunciada por Darwin.

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Las civilizaciones tan avanzadas como las que aparecen en Star Wars poseen el nivel tecnológico necesario para producir máquinas extremadamente complejas e inmensas, como los vehículos imperiales AT-AT que caminaban sobre cuatro patas en la batalla del mundo helado de Hoth. Otra cosa es que, más allá de su impactante fotogenia, vehículos como estos resultaran realmente más prácticos que, por ejemplo, cualquiera de los tanques inventados por los humanos terrestres. Con todo, la empresa Boston Dynamics ha creado prototipos para el ejército de EEUU que claramente recuerdan a las máquinas bélicas caminantes de Star Wars.

Otro de los sellos clásicos de la saga son los androides, de distintas formas, pero sofisticados e inteligentes. Es obvio que en la Tierra aún no disponemos de inteligencia artificial como la que exhibe C-3PO. Pero en los últimos años los ingenieros han avanzado en la creación de robots sociales, como se denomina a aquellos cuya misión es interactuar con los humanos. Por ejemplo, un reciente proyecto europeo ha trabajado en el desarrollo de un camarero robótico.

En el cine fantástico es habitual que sea muy fácil vencer a la gravedad sin esfuerzo aparente, y Star Wars no iba a ser menos: desde el vehículo de Luke Skywalker a la Ciudad Nube de Lando Calrissian o las vainas de carreras en La amenaza fantasma, naves y vehículos de todo tipo se elevan sobre el suelo sin hélices o reactores. Por desgracia, la expresión popular de "desafiar la ley de la gravedad" es sencillamente absurda; la gravedad es un enemigo muy tenaz, y en todos los mundos de Star Wars parece que su magnitud es similar a la terrestre. El vehículo de Luke recuerda a la tecnología de colchón de aire que se emplea en los hovercrafts. Por lo demás, los terrícolas utilizamos el magnetismo para lograr que un tren levite sobre una vía sin tocarla, pero hacer lo mismo fuera de la vía es lamentablemente imposible.

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La frase con la que se abren todos los episodios de la saga nos revela que, pese a su carácter futurista, en realidad todo lo que se narra ocurrió en un pasado muy remoto. No hay ningún problema en situar Star Wars en una galaxia lejana. Pero en lo que respecta al momento concreto de la historia del Universo, un estudio reciente sugiere que tal vez sería más probable ubicar la serie en el futuro lejano que en el pasado.

Según calculan los astrónomos Peter Behroozi y Molly Peeples, solo nuestra galaxia podría llegar a acoger unos 1.000 millones de planetas habitables parecidos a la Tierra; si lo extendemos al universo, la cifra alcanzaría los 100 trillones. El problema es que la gran mayoría de ellos, el 92%, aún están por formarse. En otras palabras: los humanos vivimos probablemente en uno de los primeros planetas del universo en los que ha podido surgir la vida, por lo que una galaxia tan concurrida como la de Star Wars en un pasado lejano es más bien poco realista. Lo sentimos, Lucas.

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