Así se usa el hambre como arma de guerra en Siria

Así se usa el hambre como arma de guerra en Siria

It's been months since food aid arrived in this Syrian town, and people are starting to die from hunger.

Desde hace dos semanas, los medios del mundo entero se han llenado de imágenes como puñetazos: niños esqueléticos que llevan demasiado sin comer, ancianos con miradas de campo de exterminio a los que hace meses que no llega un medicamento, manos temblorosas de matriarcas que cuecen especias y raíces para dar de comer -es un decir- a los suyos.

Antes de que las costillas de sus vecinos se dejasen ver tan claramente, las ONG sirias e internacionales ya estaban gritando al mundo lo que pasada en Madaya. Ha tardado en llegar su voz al sordo Occidente. Más de 40.000 personas están en peligro de morir de hambre en esta ciudad del Damasco rural, asediada por las tropas del régimen de Bachar el Asad y rodeada de minas que impiden a sus pobladores hasta salir a los alrededores a buscar qué comer.

El caso de Madaya es extremo, "no hemos visto nada igual en Siria", reconoce el Comité Internacional de la Cruz Roja, pero no es el único. Naciones Unidas confirma que hay 4,5 millones de civiles sirios en zonas sitiadas por la guerra o de difícil entrada y salida y 400.000 de ellas se concentran en 15 ciudades que no tienen ni siquiera el acceso a lo básico para sobrevivir. Esto es, hay más de 400.000 personas en riesgo de morir de hambre porque ni los gatos ni los perros ni las ratas ni las hojas de los árboles ni el agua con sal pueden servirles para subsistir. El hambre como arma de guerra, aplicada por todos los bandos. Un método muy viejo, muy efectivo y muy barato que complementa las muertes -260.000 en cinco años- causadas por los bombardeos, los disparos, las razzias.

Lo que sigue es un repaso a las ciudades del hambre de Siria que emiten una luz roja de emergencia que el mundo no puede ya hacer como que no ve.

Madaya es una ciudad de 42.000 personas asediada sin descanso desde junio pasado, un cerco que aplican tanto las tropas del Ejército regular sirio como sus aliados de la milicia chií prosiria Hezbolá. Sólo en las dos últimas semanas 10 personas han muerto de hambre en esta población, según el Observatorio Sirio por los Derechos Humanos. Médicos Sin Fronteras tiene contabilizados al menos 28 muertos y Save The Children eleva la cifra a 31.

Todo, desde que el cerco se hizo insostenible, hace aproximadamente un mes, cuando se agotaron los últimos alimentos introducidos en el perímetro en octubre. No se puede salir en busca de más recursos porque toda la ciudad está rodeada de minas, plantadas por el Gobierno para ahondar el asedio. Assad busca la rendición de sus habitantes porque la villa está ahora bajo mando de un grupo rebelde, opositor.

Las autoridades sirias han permitido, desde hace una semana, que dos convoyes (unos 60 camiones) entren en Madaya a repartir víveres, unas 350 toneladas de ayuda entre comida (arroz, harina, legumbres, aceite, azúcar, sal...), mantas y medicinas. Pero son parches. Si no hay un suministro constante, la ciudad volverá a pasar hambre. Ahora, estirando, tienen para aguantar un mes, pero siguen sin agua potable, combustible o electricidad. Y es invierno. Y hace frío. El reparto se tuvo que hacen con las luces de los coches y de los móviles, relata Isam Ismail, oficial de programas de la FAO. "Nos encontramos a personas muy débiles y frágiles y el mayor miedo es a que el convoy no regrese", abunda.

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Un bebé, afectado por la hambruna de Madaya.

Casi no hay ya ni mercado negro. Es inviable. Un kilo de arroz de paga a 200 dólares (184 euros) y 900 gramos de leche en polvo para bebés, a 300 (unos 275 euros). Ya no hay ni coches ni joyas ni nada que vender.

Desde que empezó el cerco, 1.200 personas han muerto por enfermedades crónicas no tratadas y más de 300 niños sufren desnutrición límite. "Y eso es sólo la punta del iceberg de lo que pasa en todo el país", concluye Philip Luther, director regional de Amnistía Internacional en Oriente Medio y Norte de África.

Estas dos ciudades de la región rural de Idlib suman unos 25.000 vecinos que, como en Madaya, están en "peligro extremo" de morir de hambre, según la Media Luna Roja. También a ellas han llegado en estos días 150 toneladas de ayuda humanitaria. En este caso, el cerco no lo aplica el Gobierno, sino los grupos rebeldes que tienen en poder sobre el terreno, agrupados para la milicia de Jaysh Al Fatah, de la que formó parte Al Nusra, el brazo local de Al Qaeda. "Comen césped helado y hacen sus operaciones sin anestesia", apunta Unicef.

El día a día para estos civiles es un infierno. También a ellos se les exigen cantidades desorbitadas para pagar por harina o garbanzos. A su hambre se suman los francotiradores, que apuntan y tiran a quienes traten de salir del cerco. Como en el resto de las ciudades asediadas, la situación acaba generando un importante desgaste psicológico, que se suma al físico. Los casos de violencia familiar, por ejemplo, se están disparando. También los problemas respiratorios, por la quema de plásticos a falta de otros combustibles.

Hay tres barrios de Deir Ezzor, territorio del Estado Islámico, donde ningún convoy de ayuda humanitaria ha logrado entrar en más de diez meses de cerco y donde malviven 228.000 personas, según el más bajo de los cálculos. Justo esas tres barriadas están aún en manos del Ejército y por eso los islamistas las presionan.

Este es uno de los cercos menos visibles para la opinión pública, por quien domina y el terror que impone, también para la prensa o las organizaciones internacionales. La base militar de esta ciudad, a 140 kilómetros al sureste de Raqqa -el bastión del ISIS-, lleva 10 meses rodeada por el Estado Islámico. Los escasos alimentos que entran lo hacen desde helicópteros militares que los lanzan cuando pueden, a un ritmo endiabladamente lento. La malnutrición acaba en muerte y no hay más que un hospital -convertido en ambulatorio precario a base de cinco años de guerra- en el que poder tratar a la población.

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Una joven cruza por una calle de Deir Ezzor, destrozada.

Ninguna ayuda humanitaria de la ONU o Cruz Roja ha logrado romper el cerco impuesto por el Daesh. Algunos vecinos tratan de escapar por barca de una orilla a otra del río Eúfrates, a zonas menos asediadas, pero las prisas, la precariedad de las naves y las trampas de las mafias están causando un tremendo daño, abunda el OSDH.

En la provincia donde se ubica la capital siria el gran sinónimo de hambre ha sido Yarmouk, desde 2013. El Ejército ha asediado este campo de refugiados palestinos, convertido con los años en un barrio más de la ciudad, con convivencia mixta de sirios y palestinos. Se estima que unas 18.000 personas quedan cercadas en este espacio, en el que se instalaron diversos grupos opositores al régimen -islamistas y no islamistas-; en su empeño por neutralizarlos, el Gobierno de Assad se ha empleado a fondo en cercar a su gente.

Naciones Unidas calcula que más de un centenar de personas murieron literalmente de hambre en el momento de mayor crisis, de diciembre de 2013 a enero de 2014. El fuego cruzado entre las partes y las excesivamente complejas exigencias del régimen para decretar un alto el fuego y permitir la entrada de ayuda humanitaria complicaron la situación. La UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, difundió entonces una foto que ya es un icono de la guerra siria, de las colas de personas tratando de lograr un poco de alimento cuando entraron los primeros convoyes. La situación ha mejorado de forma casi imperceptible en estos meses pero, de cuando en cuando, las agencias internacionales entran a ayudar.

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Colas en el campo de refugiados palestinos de Yarmouk, en Damasco, en busca de ayuda humanitaria de la UNRWA.

En Guta Oriental, un bastión rebelde a las afueras de Damasco donde en agosto de 2013 se produjo supuestamente el mayor ataque del régimen con armas químicas, alrededor de 176.500 personas están asediadas por las fuerzas gubernamentales en varios puntos.

Y en el suburbio de Darayya y en el pueblo de montaña de Zabadani, ambos también en la provincia de Damasco, alrededor de 4.000 y 500 personas, respectivamente, están igualmente rodeadas por soldados de Assad, incapaces de salir a cultivar la tierra, a comprar, a mercadear, e incapaces de hacer entrar alimento y medicinas de forma regular.

En Alepo, y sobre todo en su ciudad vieja, los asedios estrangulan a los combatientes pero, sin reparos, también a la población civil. Apenas algunos camiones de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y de la Media Luna local logran romper ocasionalmente el cerco para repartir ayuda humanitaria.

¿Treguas? Casi ninguna en estos cinco años, en los que Alepo siempre ha sido una joya codiciada, la mayor capital del país y uno de sus principales focos económicos. En mayo de 2014, el Ejército sirio abrió un corredor para unas 2.000 personas -600 eran combatientes rebeldes-. Fue el mayor. Desde entonces ha habido permisos muy puntuales para decenas de personas. El cerco sigue.

Hay negociaciones para lograr una tregua en Al Waer, que es el único de los 36 barrios de Homs aún bajo control rebelde. Esta ciudad, en los primeros años de la guerra, fue el símbolo del asedio, donde el régimen lanzaba más bombas contra los opositores. Pronto dejó la ciudad en el esqueleto. En el centro hay muchos civiles residiendo y por su composición, estrecha, es buen escondite para los rebeldes. Los jesuitas, que durante meses han sido los únicos que han asistido a los civiles del casco histórico, dan cuenta de centenares de muertos por falta de alimento en este tiempo.

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