El día en que el rey de España enfadó a Eduardo Lalo

El día en que el rey de España enfadó a Eduardo Lalo

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En casi todos los congresos hay un héroe carismático. Y el de este de la lengua española que se ha celebrado esta semana en Puerto Rico se llama, al menos para buena parte del público puertorriqueño, Eduardo Lalo, autor de la crónica-ensayo Los países invisibles o de Simone, premio internacional de novela Rómulo Gallegos. Este escritor de la isla que fue colonia española hasta 1898 y pasó directamente, manu militari, a soberanía estadounidense, tiene 51 años y nació en Cuba, pero sólo pasó allí sus primeros dieciséis meses de vida. Hizo sus estudios universitarios en Nueva York y sacó una maestría en La Sorbona, vivió en Madrid y escribió para Diario 16 y Cuadernos Hispanoamericanos. Pero un buen día, en 1983, regresó definitivamente a Puerto Rico. Porque echaba de menos su luz y su olor. Y porque sentía “dolor” por lo mal, según él, que han tratado a su país. Ese chip se le encendió el otro día, cuando escuchó al rey de España decir que se sentía muy contento de estar en los EEUU. Reaccionó rápido, escribió un duro artículo y leyó un comunicado en uno de los paneles en los que participaba en el congreso. Y debió acertar, al menos para los puertorriqueños, porque desde ese momento ya no pudo caminar por el congreso sin que lo abordaran cariñosamente a cada rato para para darle las gracias.

¿Qué fue lo que le enfadó tanto?

Que el director del Cervantes dijera que era el primer congreso que se celebraba fuera de Hispanoamérica. Tuvo tres años para enterarse de que eso no es así, para pararse y ver cuál es la situación acá. Y luego el rey va y habla con esa prosopopeya real diciendo que él y la reina están muy contentos de volver a EEUU. Eso, en un país colonial, en un territorio conquistado, es un acto tremendo de agresión.

Pero bueno, los puertorriqueños dijeron en un referéndum que estaban a favor de seguir vinculados a EEUU.

Eso no está tan claro, pero es que eso no importa. Aún los que quieren la estadidad -convertirse en un estado más de EEUU y no ser, como hasta ahora, un estado libre asociado- se consideran puertorriqueños. No se consideran estadounidenses. Y son hispanohablantes. ¿Y dónde está Puerto Rico? En Hispanoamérica. Esto es otra nacionalidad, otra cultura, otro idioma. Si EEUU asimilara a Puerto Rico, sería una república con dos nacionalidades, una gigante y una pequeñísima.

¿Y por qué cree que se ha vivido esta situación en el congreso?

Yo creo que lo que ha hecho el rey con Puerto Rico tiene que ver con el problema interno que tiene España con Cataluña. Y también con ese sueño de expandir el español en EEUU, que no creo que tenga que ver tanto con el idioma, sino más bien con intereses económicos. Y para eso están dispuestos a sacrificar a Puerto Rico. Lo que dijo el rey no lo diría ni un anexionista puertorriqueño. Esos son actos de violencia, de barbarie, como los hemos tenido durante cuatro siglos de colonización española, y que provocan el rechazo unánime de los puertorriqueños. La imagen de España en Puerto Rico se ha deteriorado enormemente.

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Fotografía cedida por el Instituto Cervantes con el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, el gobernador de Puerto Rico, Alejandro García Padilla, la primera dama, Wilma Pastrana y el director del Instituto Cervantes, Víctor García De La Concha/EFE

Todavía es difícil valorar si existe o no tanto deterioro, pero lo cierto es que entre muchos de los que deambulaban por el congreso, la tendencia era simpatizar con la palabras de Lalo. Como Teresa, profesora de Secundaria: "Que venga el rey, al que hemos acogido, y que no nos reconozca como territorio hispanoamericano, es muy fuerte". Y afirma que "en Puerto Rico se ha dado una lucha muy intensa por la conservación del vínculo hispanoamericano". Una lucha que ella ha vivido en carne propia, como cuando estudiaba su licenciatura y los funcionarios estadounidenses de la frontera se ponían chulescos en sus regresos a casa y la cuestionaban, siempre en inglés, por estudiar en un país latinoamericano. Aun le sigue pasando a su hija, que viajó hace poco al Salvador y a la vuelta tuvo tuvo que aguantar las preguntas inquisitivas de estos funcionarios.

El escritor y librero Luis Negrón también defiende lo que dijo Lalo, aunque quizá su forma de decirlo sea más proclive a los encuentros que a los desencuentros: "Deberían haber buscado qué era Puerto Rico. ¿A quién tenían que complacer, a la gente de EEUU o a nosotros?". Y termina conciliador: "El rey aprendió algo aquí, y seguro que cuando vuelva hará su trabajo con los asesores o con Google".

Y es que los pilares de esta hispanidad están llenos de los viejos resabios imperialistas españoles según el relato que hace Eduardo Lalo, quien reflexiona sobre “la conciencia de un español de Madrid, que piensa todavía en la grandeza española y que cree que hicieron una gran contribución cultural a América”.

Las academias de la lengua no representan a nadie, excepto a los académicos. Ningún artista argentino o puertorriqueño toma en cuenta a su academia. Y mucho menos a la española.

Pues yo creo que el español medio no le da nada de importancia al hecho de haber sido un sujeto imperial. Otra cosa diferente podrían ser las élites, pero el español medio, creo que no…

Pero es que yo creo que no hace falta. La cultura española es una cultura, antropológicamente hablando, muy fuerte. Y hay una conciencia de que son el centro de lo español. Pero eso es falso. La lengua no es de nadie. Eso son ilusiones nacionalistas. La lengua es de cualquier hablante.

Sin embargo, las academias latinoamericanas nunca han roto con la academia española, no hay esa disputa, ni siquiera con los procesos de independencia.

Las academias de la lengua no representan a nadie, excepto a los académicos. Ningún artista argentino o puertorriqueño toma en cuenta a su academia. Y mucho menos a la española. Desde América se ve esta cosa súper retrógrada. Yo me acuerdo de cuando de jóvenes nos reíamos de ese lema que nos parecía que sonaba a anuncio de detergente: “Limpia, fija y da esplendor”. No es que no sea respetada, pero no es algo que se tenga en cuenta. Igual que esto del hispanismo tiene más que ver con un Ministerio de Madrid que está intentando vender la marca España.

¿Pero entonces no le parece importante que haya un espacio plural pero articulado de lo que llamamos hispanidad?

Claro que sí, pero entonces nos encontramos con lo que pasó el otro día, y eso parece una ilusión.

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Foto de Eduardo Lalo/EFE

Vamos a hablar de literatura: Diego, el personaje de tu novela Simone dice que no conoció la belleza hasta que se fue de Puerto Rico… ¿Tan fea está la cosa?

Lo primero es que se trata de una novela. No estoy enunciando un juicio sobre la sociedad, sobre el país. Pero también es cierto que lo que está aquí en juego es que esta es una ciudad difícil, vivir en esta ciudad no es estar en un edificio como este centro de convenciones con un estanque delante.

Usted se marchó y luego volvió. ¿Por qué?

Porque es mi ciudad y es mi país y es mi lugar en el mundo. Me gusta vivir aquí. ¿Es difícil vivir aquí? Sí, pero es también el lugar de mi pensamiento y de mi obra artística y literaria.

Aimé Césaire volvió de París a la Martinica. Lo mismo hizo Senghor a Senegal. ¿Llega el momento en el que uno pierde la fascinación por la grandes capitales y su poderío cultural?

Quizá no sea tan sencillo. Francia, por ejemplo, fue muy importante para mí. Me formé allí en muchos sentidos, literariamente. Pero también está el lugar que uno ocupa en estos sitios: el de inmigrante, de extranjero, en condiciones de vida muy difíciles. Hay gente a la que no le importa y puede quedarse en cualquier sitio, pero en otras personas hay un interés por explorar un lugar, el lazo que tiene con ese lugar del que viene. Además, las islas son otra cosa, menos provincianas que los continentes. Son lugares de paso, lugares de encuentro y de intercambio mucho mayores y mucho más igualitarios que los grandes centros, se acepta mejor a la gente. Las isla son mestizas, mientras que los centros tienen muchas veces grandes problemas de identidad. Como en Francia, por ejemplo. Por un lado, piensan: somos altos, somos guapos, somos rubios. Pero claro, luego están los musulmanes, que viven ahí, y ya no saben muy bien qué hacer con ellos. Muchos de los prejuicios son formas de no-pensamiento. En lugar de poner en duda su realidad, lo que hacen es menospreciar a otros.

Sin embargo, el personaje-escritor que se queda en Puerto Rico, al principio de la novela Simone, también tiene una sensación de desarraigo...

Es más bien parte de la condición del escritor. Y sobre todo, la consecuencia de vivir en un sitio pequeño. Un puertorriqueño tiene que hacer una obra diez veces más importante para tener éxito que la de una persona que vive en una gran ciudad. Si uno está en un barrio de Madrid, va a tener más posibilidad de que una obra suya llegue a difundirse que si está en un barrio de Canarias.

Hablar de un filósofo de Puerto Rico, por ejemplo, es perfectamente posible, pero dentro de la mirada dominante, suena a chiste.

¿Esa idea de pequeñez, de imposibilidad de trascender artísticamente es algo muy presente en la cultura puertorriqueña contemporánea?

Yo creo que es constante en todas las sociedades. Es difícil encontrar un espacio. Otros escritores escriben sobre otras cosas, pero a mí me interesa explorar este tema de este lugar pequeño donde la gente no tiene mucho dinero, pero donde hay algunos que quieren escribir. Si ya es difícil sobrevivir normalmente, imagínate escribiendo.

¿No le preocupa el exotismo tropicalista con el que la academia y la crítica occidental se aproximan a la literatura caribeña?

La mirada hacia el Caribe desde occidente nunca ha salido de esos planteamientos. Simone pasa por todos los comités de lectura de grandes editoriales francesas y alemanas. Les gusta mucho, pero me dicen que no pueden publicarla porque es demasiado intelectual y poco caribeña. El editor está pensando en que no va a vender una novela porque el lector se va a quedar defraudado. Por eso hay cierta literatura cubana que ha tenido éxito, porque ofrece la mulata, la revolución en ruinas, las cosas que los turistas van buscando cuando van a la isla.

¿Pero se refiere a Padura?

No, me refiero a otros, Padura es un escritor mucho más serio. Pero lo que me refiero es que esa mirada que hay sobre nosotros es puro colonialismo. Es eso que yo llamo la invisibilidad, "los países invisibles", que es un mecanismo de dominación, Yo puedo estar aquí y tener un texto de calidad, pero tú no me puedes ver. El lugar de mi origen no está en el mapa. Hablar de un filósofo de Puerto Rico, por ejemplo, es perfectamente posible, pero dentro de la mirada dominante, suena a chiste. Tú dices filósofo francés o alemán, y todo está bien. Pero tú dices filósofo boliviano, y nadie se lo cree. Eso es otra forma de violencia extrema. Son violencias que no se perciben como violencias.

¿Tiene miedo de que un exceso de carga política fosilice su obra?

No, yo lo que hago es pensar. Trabajo con gran libertad. Es un proceso dinámico. Yo no estoy en la política, no estoy en ningún partido. Yo pienso desde el lugar que ocupo y desde mi cuerpo. Pienso y escribo desde mi cuerpo, que se desplaza, que ve, que huele, que trabaja sobre un espacio que es el papel, que fotografío, que dibujo.

Y además ha conseguido que su obra tengo éxito desde aquí, sin tener que irse a una gran metrópoli...

Sí, eso es parte un proceso conceptual, algo que trataba de conseguir sin pasar por esos medios que al final lo que hacen es masticarte.