Las mujeres de Molenbeek temen que la yihad se lleve a sus hijos3

Las mujeres de Molenbeek temen que la yihad se lleve a sus hijos3

Imane Rachidi

“No quiero que ninguno de mis hijos se convierta en un monstruo como Salah, y no sé cómo protegerles”, alerta Jadiya, marroquí y madre de nueve hijos. Se refiere a Salah Abdeslam, el joven de 26 años que ella había visto crecer en el barrio belga de Molenbeek y que se había convertido en uno de los criminales más buscados de Europa.

Con el rostro del miedo y la impotencia que caracteriza a unas madres desesperadas frente a la lluvia de informaciones que sitúan el extremismo islamista en Molenbeek, varias mujeres exponen a El Huffington Post la preocupación que tienen de que sus hijos se vean envueltos en la célula yihadista que ahora la policía busca desarticular en Bélgica.

“Esta noche no he logrado pegar ojo. Tengo mucho miedo. He vivido toda mi vida en un país de paz, en el que se me ha tratado bien y se ha educado en el respeto a mis hijos. Los únicos infieles que veo son esos terroristas y se merecen lo peor”, sentencia Fátima, marroquí y madre de cinco jóvenes. Cuatro son chicos adolescentes.

Reconoce que a veces hasta se excede en el control sobre su hijo más mayor. “Parezco una paranoica. Está estudiando en el instituto y hay veces que le persigo en la calle sin que se dé cuenta para ver a dónde va o con quién habla. Quiero saber qué hace en todo momento, para que no se me pierda. No quiero que me lo radicalicen”, denuncia. Además, considera que los que se encargan de radicalizar a los jóvenes en Europa son “mucho más poderosos” que las madres que se “encargan de educar a los hijos”. Dice que no tienen herramientas, que ellos (los extremistas) tienen “sus estrategias para engañar a los jóvenes inocentes” del barrio.

No queremos que esto ocurra

Esta conversación con Fátima se produce en la calle Karreveld, detrás una bandera belga que ondea a media asta, y a tan solo unos metros del bar Jupiler, establecimiento clausurado a principios de noviembre por venta de drogas y que había pertenecido, hasta entonces, a Abdeslam Brahim, hermano de Salah y uno de los terroristas suicidas de Paris.

Brahim, conocido en el barrio por el narcotráfico, era un electricista divorciado que tenía un historial de delincuencia que nada tenía que ver con el yihadismo: robo, falsificación y fraude documental, además de las drogas. Junto a su hermano, había querido emprender apostando por un negocio familiar. Hasta que algo se torció.

“Lo que están haciendo estos locos no lo aceptan ni los hombres en la tierra ni Dios. Nosotros somos musulmanes y nuestra religión reniega de todo esto. Además, qué culpa tienen esos que murieron ayer. No queremos que esto ocurra, ni en Bélgica ni en ningún otro país”, cuenta esta mujer, de 43 años, y ama de casa.

En Bélgica viven unos 430.000 personas de origen marroquí, un 3,9% de la población total. Según datos oficiales, las mujeres procedentes de Marruecos tienen una tasa de fecundidad, de media, de 1,5 más que las mujeres nacidas en Bélgica. Todas ellas reconocen ser las encargadas de criar y educar a sus hijos. “Los hombres pasan y menos mal”, ironiza Malika.

Y en este contexto de desconocimiento y miedo, la labor de educar a sus adolescentes hijos supone una ardua tarea. Ellas lo afirman y lamentan encontrarse desprotegidas para proteger a sus hijos de esta lacra. Tienen mucho miedo.

Nuestra religión no dice que te inmoles y mates gente

Porque, a lo que no son capaces de hacer frente es al por qué un joven, criado en buenos valores, educado, residente en una sociedad occidental y supuestamente, inculcado en el respeto a la vida, puede ponerse un cinturón de explosivos e inmolarse en un aeropuerto, una estación de metro o una sala de conciertos. “No entiendo muy bien cómo pueden llegar a estar en esa situación. Les deben tener drogados, no sé, no me lo explico, es surrealista ver a alguien que casi has criado desde pequeño convertido en un asesino. Nuestra religión no dice que te inmoles y mates gente. Nosotros respetamos a judíos y cristianos por igual”, reitera Jadiya.

Por otro lado, está la protección que algunos sectores del barrio le ofrecen a los extremistas por vínculos amistosos. “Éramos conscientes de que Salah acabaría aquí, este es su barrio y en Molenbeek se le iba a proteger, pero nadie se atrevía a cooperar. Esa gente está loca, no ves que se pone un cinturón de explosivos. ¡Lo podemos pagar muy caro!”, exclama Nura, madre de tres hijos y esposa de un pintor marroquí.

La prensa belga ya define Molenbeek como “el barrio belga donde se aprende a ser terrorista”, una calificación quizás exagerada ante la normalidad y el pacifismo que transmiten sus rincones y sus gentes tras el doble atentado que quitó la vida a 34 personas. En la plaza del barrio, unas 200 personas se concentran para guardar un minuto de silencio por las víctimas e intentan después seguir con su vida, en medio de las críticas.

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Mujeres musulmanas en la concentración de Molenbeek

Ha estado cerca de mis hijos y se me ponen los pelos de punta cada vez que pienso en eso

Mujeres y hombres pasean por las calles, hacen sus compras en las diferentes tiendas halal del barrio, y los vendedores ambulantes de frutas, ropa o productos marroquíes levantan sus puestos en la plaza del ayuntamiento. Hasan, el barbero, sigue recibiendo a sus clientes, y desde fuera se escucha que el tema de conversación son los atentados. “¡Qué Dios se lo haga pagar y que nos aleje de su mal!”, exclama el peluquero, cuyo local se encuentra mirando hacia la plaza principal donde tuvo lugar la concentración en respeto a las víctimas.

Jadiya es vecina y amiga de la familia de Salah desde hace décadas. A él le conoce desde que era pequeño. “Ha estado cerca de mis hijos y se me ponen los pelos de punta cada vez que pienso en eso”, comenta, mientras se le caen las lágrimas al pensar que uno de sus nueve retoños pueda tener algo que ver con el terror que estos días achaca Bélgica. De la familia de Abdeslam dice que “no es precisamente radical”. Son sus buenos vecinos y ella “solía quedar con la familia para charlar o tomar el té en su casa”. Ahora, el no entender cómo ha podido desembocar en la persona que es ahora, le hace temer que pueda tener fuera de control a sus propios hijos.

“Duermo fatal desde que me enteré de lo que había hecho. No sé qué le ha pasado. No era un musulmán perfecto, ni de lejos, y lo último que podía esperarme es que se radicalizara por algo religioso. Se pasaba la vida de fiesta y metido en líos de drogas”, recuerda esta musulmana, de 50 años, belga y de padres marroquíes. La masacre del martes le “ha dolido mucho” y le provoca “demasiada rabia”, dice. Con las puertas cerradas, se mantiene en su casa, junto con sus hijos más pequeños, que hoy ni siquiera ha llevado al colegio porque tiene “miedo de que estos locos vuelvan por el barrio y ataquen en cualquier momento”.

De un día para otro no hemos vuelto a saber de ellos

Varias mujeres confirman que “hay muchos chicos que han desaparecido de repente” en Molenbeek y nadie sabe dónde están. “De un día para otro no hemos vuelto a saber de ellos. Sus familias dicen que han ido al extranjero a buscar trabajo o han vuelto a Marruecos, pero sus amigos saben que se han ido a Siria”, comenta Saida, otra de las madre de Molenbeek, a cargo de cuatro niños que no superan los 10 años. “Míralos, son unos enanos que lo único que quieren es jugar y vivir su inocencia. Nosotros no tenemos nada que ver con la yihad esa o como quiera que se llame, queremos estar en paz, ver crecer a nuestros hijos en un ambiente de paz. Esto es una pesadilla”, denuncia Saida, residente en los últimos 15 años en el mismo barrio. En Bélgica les tratan “muy bien”, dice su amiga Malika. “Este es mi país, y mis hijos son belgas. Trabajan para el bien de Bélgica, no quiero que nadie venga a comerles la cabeza con historias”, advierte.

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Mujeres musulmanas en el barrio belga de Molenbeek

Por su parte, Elham, de 40 años, cuenta su preocupación mientras está recogiendo a sus hijos del colegio. Dice que no los piensa dejar solos nunca más. “El peligro ya lo tenemos en casa. Están aquí, entre nosotros, y lo peor es que no lo reconocemos”, denuncia. “No dejo a mis hijos ver la tele, estoy perdida porque no sé qué decirles. En el colegio les han explicado un poco lo que pasa, y estoy contenta con su ayuda porque al menos no han recurrido a señalar a todos los musulmanes, que era lo fácil”, comenta. Su hijo, Ibrahim, conocía a Salah. “Yo no lo he visto nunca, en mi vida, pero mi pequeño sí, y eso no lo tengo bajo control. He tenido a un asesino hablando con mi propio hijo y me moriría si lo hubiese convertido en algo parecido a él”, admite.

Igual que le han lavado el cerebro a él, lo podrían haber hecho cualquiera de sus hijos. A Salah no se le veía venir, todos los que lo conocen dicen que era un chico “normal”. Por eso, igual que se la ha lavado el cerebro a él, lo pueden hacer con cualquiera de los del barrio, que son “jóvenes vulnerables y con la cabeza loca”, según afirman Malika y Saida.

“Hay que detener a los verdaderos culpables de estas masacres. Los que han radicalizado a estos jóvenes son a quien realmente hay que temer, que están preparados para llevarse a nuestros hijos a su mundo. Hay que parar esto”, concluye insistente Fátima, que termina la conversación pidiendo protección a su Dios para que castigue a los culpables.