Andrew Morgan descubrió de dónde venía la ropa de sus hijos y decidió contarlo en un documental

Andrew Morgan descubrió de dónde venía la ropa de sus hijos y decidió contarlo en un documental

ROHIT MATTOO VIA GETTY IMAGES

Andrew Morgan nunca dio muchas vueltas al coste oculto de la ropa que compraba.

Este realizador de Los Ángeles y padre de cuatro hijos estaba acostumbrado a comprar prendas baratas. Cuando al cabo de un año esta ropa se estropeaba, compraba más. Morgan admite que, simplemente, no tenía en cuenta la posibilidad de que sus decisiones en la caja registradora podían tener consecuencias invisibles o involuntarias.

"Crecí como producto de un mundo moderno donde me enseñaron a no pensar mucho de dónde venían las cosas que llegaban a mi vida", explica Morgan a la edición estadounidense de The Huffington Post.

Todo eso cambió el día que entró a un Starbucks en Culver City (California) en 2013. Mientras que Morgan esperaba su café en la cola, echó una ojeada al estante de los periódicos. A más de 12.000 kilómetros, en Bangladés, se había derrumbado una fábrica que producía ropa para marcas occidentales, acabando con la vida de más de 1.100 personas y cuyo juicio estaba prevista para el 18 de septiembre y cuya vista se ha pospuesto al 17 noviembre. La foto en la portada de The New York Times mostraba a dos jóvenes, más o menos de la edad de los hijos de Morgan, junto a una pared cubierta con carteles de los desaparecidos.

"Me afectó de forma instantánea", dice. "Fue esa sensación espeluznante cuando te das cuenta de que has sido parte de algo que nunca te habías parado a pensar, y de que al otro lado hay gente real".

Morgan había terminado su última película el día antes de la tragedia. Estaba buscando un nuevo proyecto. Perseguido por la imagen de la caída del edificio del Rana Plaza y dolido por su complicidad con el sistema que lo había hecho posible, empezó a contactar con personas de todo el mundo para aprender más. Quería descubrir qué estaba pasando y entender los riesgos. Ante todo, quería responder a la pregunta: "¿Por qué no me había cruzado nunca con esta historia?".

El año pasado Morgan estrenó The True Cost, un documental sobre las desastrosas consecuencias humanas y medioambientales de la industria de la moda, entre las que se incluye el increíble despilfarro que resulta de un sector que cada vez tiende a producir más prendas baratas, de baja calidad y desechables.

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El director Andrew Morgan en Shenzhen (China), durante la producción de 'The True Cost' en verano de 2014.| CORTESÍA DE ANDREW MORGAN

La moda es una industria internacional multimillonaria y los motivos de su derroche son variados y complejos. Sea como sea, la situación ha alcanzado niveles críticos.

Cada año se compran 80.000 millones de prendas en todo el mundo. Durante el proceso de manufactura, incluso antes de que llegue a los consumidores, se desperdicia un 15% de la tela. En Estados Unidos, donde el 97% de la ropa que se vende está fabricada en el extranjero, un consumidor medio tira al menos unos 30 kilos de ropa al año, según la Agencia para la Protección de Medio Ambiente, aunque otros apuntan a que las cifras alcanzan los 40 kilos. El 85% acaba en vertederos, donde los textiles químicamente procesados pueden contaminar las aguas subterráneas.

En junio, el HuffPost lanzó Reclaim, una campaña a nivel internacional para concienciar sobre el problema del desperdicio y para dar con posibles soluciones. Empezó centrándose en el despilfarro de alimentos y ahora se añade a la ecuación el gasto en la industria de la moda.

El consumidor medio no tiene ni idea de lo que hay más allá: las sustancias químicas de las telas, el gasto, la contaminación, la vida de quienes realmente fabrican nuestra ropa. Si la ropa, como los cigarrillos, viniera con una advertencia que nos alertara de estos efectos, acabaríamos con la moda rápida en un instante.

Las críticas al despilfarro en este sector apuntan a la moda rápida, método de venta al por menor que consiste en renovar constantemente el inventario del centro. Las marcas de moda rápida como H&M, Zara y Forever 21 no sólo están adelantando a sus competidores, sino que además están redefiniendo los ciclos de la moda, ya que cada vez más minoristas tratan de satisfacer a los consumidores que esperan una selección de prendas modernas y baratas que no deje de crecer. Elizabeth L. Cline señala en su libro de 2012 Overdressed: The Shockingly High Cost of Cheap Fashion, que cada día llegan nuevas remesas a Forever 21 y a H&M y que cada semana debutan 400 nuevos looks en Topshop online, la marca londinense con más de 500 locales en todo el mundo.

Con tanta ropa barata disponible, hay mucha más que acaba tirándose. "La relación entre la moda rápida y el creciente gasto textil ahora es obvia", según el International Journal of Consumer Studies.

Aun así, dentro de la industria de la moda se acepta desde hace tiempo una cierta cantidad de malgasto, que se considera el coste de hacer negocios.

"Se despilfarra en todas las etapas de la cadena de distribución textil", afirma Sass Brown, rector provisional de la Escuela de Arte y Diseño de Nueva York, en declaraciones al HuffPost. "Y parte del problema es que la cadena de distribución textil es una pesadilla logística muy compleja".

Mientras que en el sector de la alimentación empieza a haber más concienciación, en la industria de la moda los activistas aseguran que, en general, la gente desconoce el origen y las consecuencias de lo que lleva puesto. Por supuesto, sabemos que la ropa ya no se hace en nuestro país. No obstante, como recuerda Brown, "el consumidor medio no tiene ni idea" de lo que hay más allá: las sustancias químicas en la tela que llevamos a diario sobre la piel, el gasto, la contaminación, la vida de quienes realmente fabrican nuestra ropa.

Si la ropa, como los cigarrillos, viniera con una advertencia que nos alertara de estos efectos, "creo que acabaríamos con la moda rápida en un instante", opina Brown.

La moda se construye sobre la idea de la obsolescencia programada. Lo que hace una prenda emocionante es, en parte, el hecho de que algún día dejará de estar de moda. Pero los críticos de la moda rápida dicen que la vertiginosa velocidad de producción y los precios bajos nos han cegado ante las consecuencias de nuestras compras. El otro lado de la ecuación, como muestra la película de Morgan, es un feo revoltijo que incluye daños medioambientales, trabajo mal pagado y despilfarro.

Tenemos ciclos más rápidos, tenemos más moda de usar y tirar. Pero no tenemos conciencia de a dónde va todo eso.

Tasha Lewis, profesora adjunta de gestión del diseño de moda en la Universidad Cornell, cuenta cómo la moda rápida trae tanta ropa a nuestras vidas de una forma que nos lleva a querer comprar más y más.

"Tenemos ciclos más rápidos", explica Lewis al HuffPost, "tenemos más moda de usar y tirar. Pero no tenemos conciencia de a dónde va todo eso. Muchos consumidores tienden a tirar su ropa porque no creen que nadie quiera ponérsela".

El derrumbe mortal de la fábrica Rana Plaza, junto con otras tragedias similares ocurridas en poco tiempo, sirvieron como llamada de atención para Morgan y muchas personas más. Para alegría y alivio de los activistas que llevan años trabajando para concienciar más sobre el gasto, la injusticia y el abuso en el sistema, estas cuestiones por fin están haciéndose más públicas.

Además de The True Cost, que puede verse en Netflix, está el documental Slowing Down Fast Fashion, que saldrá a finales de este año y ha sido creado por el músico británico Alex James. "Es increíble lo poco que sabemos sobre nuestra ropa: con qué se hace, de dónde viene o quién la ha fabricado", plantea James en la web de noticias sobre moda WWD.

El derroche en la moda se ha hecho un hueco en el debate cultural. En febrero, Jordi Évole explicó el fenómeno de la moda rápida en el programa Salvados. Y, a nivel internacional, actrices como Lena Dunham o Anne Hathaway han compartido consejos para hacer compras responsables en un mundo dominado por la fast fashion.

De forma más tangible, las empresas y los diseñadores están experimentado con programas de recuperación y otros métodos para dar a la ropa una segunda vida. Las ciudades están introduciendo programas de reciclaje textil para facilitar y aligerar el proceso de donar ropa usada.

Las empresas de moda rápida también avanzan para reducir el gasto, aunque no todas con el mismo éxito ni con el mismo grado de compromiso, según los activistas. H&M, por ejemplo, tiene varias campañas, desde la semana World Recycle Week para reducir el despilfarro hasta una colección anual Conscious Exclusive que ofrece prendas ecológicas. "Aspiramos a tener un enfoque circular sobre cómo se hacen y se utilizan nuestros productos, a emplear sólo materiales reciclados o sostenibles y a usar sólo energías renovables en nuestra cadena", cuenta un portavoz de H&M al HuffPost. "Para lograr este objetivo sabemos que necesitamos innovación". El portavoz mencionó los premios anuales de la empresa que animan a los participantes a reinventar la industria de la moda y un reciente compromiso para desarrollar nuevas tecnologías de reciclaje. Forever 21 y Zara también tienen sus propias políticas de sostenibilidad, pero prefirieron no hacer declaraciones al respecto.

Cline, autora de Overdressed, contó al HuffPost que ahora está trabajando en un documental sobre el gasto de la industria textil y otros impactos de la moda rápida. También trabaja en la industria de la ropa de segunda mano, que le ha ayudado a profundizar en su entendimiento sobre el problema del despilfarro en Estados Unidos. Le sorprende el número de prendas que se donan y se pregunta a dónde pueden ir. Mientras tanto, las marcas de moda rápida producen en masa, cada vez más y más, "en exceso", en palabras de Cline. No obstante, observa un motivo por el que mantener la esperanza. La idea de que la moda ahora es más sostenible y considerada no está muy extendida, "pero por lo menos el debate está ahí".

Este artículo forma parte de Reclaim, la iniciativa global del HuffPost del mes de septiembre que busca concienciar y educar a los ciudadanos para transformarnos en mejores consumidores.

Este artículo fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano