Un estudio revela por qué el cerebro nos lleva a encadenar una mentira tras otra

Un estudio revela por qué el cerebro nos lleva a encadenar una mentira tras otra

stockdevil via Getty Images

Cuidado con las mentirijillas, que enganchan. El cerebro se acostumbra a las mentiras, hace callo frente a los sentimientos negativos que produce no decir la verdad y acaba metido en una espiral cada vez más grande de falsedades de la que le resulta muy difícil escapar. A todos nos ha pasado alguna vez y un equipo de investigadores británicos ha descubierto cómo se producen estas escaladas de embustes.

El estudio, cuyos resultados han sido publicados recientemente en Nature Neuroscience, ha sido llevado a cabo en la University College de Londres (UCL) con 80 voluntarios y ha servido para descubrir que la mentira, en cierto sentido, es adictiva debido a un proceso neurológico.

Los autores han hallado que la amígdala de nuestro cerebro —la que se encarga del procesamiento y almacenamiento de reacciones emocionales— se activa cuando mentimos para lograr un beneficio, pero también que la respuesta de la amígdala es menor con cada mentira que pronunciamos.

"Mostramos que la reducción de la señal de la amígdala está relacionada con el historial de comportamiento deshonesto. De manera crítica, el grado de reducción de la respuesta de la amígdala a la falta de honradez en una decisión actual en relación con la decisión anterior predice la magnitud de la escalada de mentiras", explican los autores del estudio.

UN EXPERIMENTO CON INDIVIDUOS

Al interés de la conclusión, que saca a la luz el mecanismo neurológico que hay detrás de las bolas cada vez más grandes de mentiras, hay que sumarle el interés y lo curioso del experimento mediante el cual se ha alcanzado. El equipo seleccionó un grupo de 80 voluntarios, con edades comprendidas entre los 18 y los 65 años.

¿Qué les pidieron? Tal y como explican en Agencia Sinc, los individuos debían adivinar, en varios contextos diferentes, el número de monedas que había en un tarro de vidrio. Después debían enviar por ordenador sus cálculos a los otros participantes.

En la primera situación, acercarse lo más posible a la cifra exacta de monedas les beneficiaría a ellos y a su compañero de juego. En otros escenarios, sobreestimar o subestimar la cantidad les beneficiaría a ellos y perjudicaría a su compañero, o les beneficiaría a ambos o sólo beneficiaría a uno de ellos sin perjudicar al otro.

La prueba detectó que, en los escenarios en los que la sobreestimación de la cantidad beneficiaba a los voluntarios a expensas de sus compañeros de juego, éstos comenzaban a exagerar ligeramente sus cálculos. Eso provocó la respuesta de la amígdala, pero los voluntarios siguieron mentían cada vez más a lo largo del experimento y esa respuesta era cada vez menor.

EL CEREBRO SE ADAPTA A LAS ARGUCIAS

El doctor Tali Sharot, uno de los autores del estudio, ha explicado en The New York Times que la conclusión se puede entender bien si se relaciona con lo que ocurre con un perfume: "Cuando lo compras, tiene un fuerte olor. Unos pocos días después, su olor es menor fuerte. Y un mes después, ya apenas lo percibes".

Así como la nariz se acostumbra a la fragancia, el cerebro se habitúa a la mentira. Por eso, las implicaciones de la investigación van más allá de lo puramente neurológico y se introducen en el pantanoso terreno de la ética, en forma de preguntas: ¿Qué lleva a mentir? ¿Cómo se puede detener una escalada de mentiras? ¿Y cómo se puede prevenir?

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