Nada, nadie, nunca III

Nada, nadie, nunca III

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NUNCA

He aquí la tercera negación. Con esas tres palabras se podrían hacer excelsas combinaciones poéticas, impactantes titulares para prensa escrita, sonoros títulos de narrativa existencial. A los melancólicos les tientan la lisura de la negación, la suavidad de la acedia y la quietud de la contemplación. Pero para los inquietos de espíritu todas esas palabras denotan pecados de omisión.

Nada, nadie, nunca no son sinónimos de beatitud, retraimiento o austeridad, sino de desidia, negligencia, incuria, abulia, holgazanería... Pero esas palabras también tienen sonoros antónimos: todo, todos, siempre. Puede que estos sean excesivos, demasiado ilusos, inalcanzables para la limitada condición humana, pero hay otros que son más factibles, y también más bellos: algo, alguien, aún. Estos tal vez sean menos contundentes, pero también son más flexibles. No conllevan la necesidad absoluta del perfeccionismo, pero sí la contingencia acorde con lo fáctico. A su talante se afilian el cuidado, la diligencia, el celo y la laboriosidad. En ese reclutamiento verbal podemos alistarnos todos: yo, tú, él, ella, nosotros, vosotros, ellos, ellas. Y ahí es donde, quizá, algún día, todos, o al menos algunos, nos encontraremos en pos de las soluciones.

Las negaciones del nada, nadie y nunca son muy propias de las intrahistorias españolas, de ellas hemos hecho bandera y patria, y han acabado en soledades, silencios y olvidos.

No aspira este escribiente a ser adalid de nada, ni consejero de nadie, ni nunca se ha armado con lanza y yelmo contra los molinos, pero si está comprometido con el verbo, es aliado del diccionario y oficia de rebuscador de palabras, pues con los años ha logrado comprender que, a falta de soluciones objetivas, muchas veces son las subjetividades ocultas en nuestras formas de hablar, de comunicarnos, de confabularnos, las que acaban siendo eficaces para cambiar las actitudes negativas por otras más positivas.

Las negaciones del nada, nadie y nunca son muy propias de las intrahistorias españolas, de ellas hemos hecho bandera y patria, y han acabado en soledades, silencios y olvidos. Sin embargo las afirmaciones del algo, el alguien y el aún, casi siempre desembocan en un quizá esperanzador, en un algunos solidario y en un todavía ilusionante.

Muchos opinareis que todos estos no son más que juegos de palabras, bagatelas de significados, alamares de signos, pero sucede que a los seres humanos nos suelen motivar más las subjetividades emocionantes de los lemas y emblemas, que las objetividades tangibles de los hechos y provechos. Temamos pues que las tres negaciones se instalen en nuestras vidas, y que nosotros nos acomodemos a ellas, pues eso llama a la inacción, al aburrimiento y a la desmotivación. No olvidemos nunca que motivar siempre empieza por motivarse, y eso significa moverse a, hacia, hasta, para, por..., lo cual entronca con uno de los lemas más "motivadores" que podemos usar como dardo contra la peligrosa bestia del uso que a todos nos acosa y tienta:

"Contra lo iluso del siempre, la ilusión del todavía".