Amberes, la ciudad de los diamantes

Amberes, la ciudad de los diamantes

Así se venden, se compran y se tratan las joyas preciosas más disputadas del planeta.

Getty Images

El diamante lleva siglos siendo la piedra más preciada del mundo, el icono de la joyería, el símbolo del amor romántico. Más allá del reclamo "para siempre", lo cierto es que causa fascinación y hasta el más sobrio ha echado un vistazo a algún escaparate, aunque sea para admirar su brillante belleza.

Pues todas, cada una de las gemas, al menos una vez en su vida, han pasado por la ciudad belga de Amberes, el mayor centro comercial de diamantes del mundo desde hace 500 años. El rincón donde se compra, se vende, se pule y se talla por el que estos días se mueve una masiva riada de anhelantes compradores.

El corazón del negocio está, en realidad, en menos de un kilómetro cuadrado, en el que se concentran 1.700 negocios individuales, que dan empleo a casi 33.000 personas (6.600 puestos directos y el resto, indirectos). El barrio de los diamantes lo forman cuatro calles (Pelikaanstraat, Schupstraat, Hoveniers y Rijfstraat) anexas a la majestuosa estación central de trenes, por donde llegaban y se iban las oportunidades a principios del pasado siglo. Casi no hay sitio para McDonalds o Pizza Hut: cada local es una joyería, cada luminoso es un reclamo ("los precios más bajos del mundo", "a coste de profesional", "diseños exclusivos", se lee), todo vigilado perpetuamente por la policía local y salpicado de judíos ultraortodoxos, que se encargan de gran parte del emporio, aunque a él se dedican personas de 70 nacionalidades.

Según datos aportados por el Ayuntamiento de Amberes, el negocio mueve al año más de 40.000 millones de euros, con un trasiego que roza los 200 millones de quilates (en bruto o cortados). Los diamantes suponen el 8% de las exportaciones de Bélgica, lo que hace entendible el cariño y protección que las autoridades dan al sector. Aquí se comercializa el 40% del diamante industrial, más del 85% del diamante en bruto y la mitad del pulido. Sólo hay tres entidades en el mundo que pueden certificar la calidad de una pieza y dos de ellas son de Amberes: HRD Antwerpen y The International Gemological Institute.

Los responsables de Diamond Land, que aglutina a un grupo de comerciantes y ofrece incluso tours para conocer el oficio, explican que los primeros documentos constatan la venta de diamantes en Amberes en 1447, con rutas a Persia e India. Entonces eran especialmente afamados los talladores, pero la incorporación de la tecnología ha hecho que sólo los trabajos más finos y exclusivos se sigan haciendo a mano en la ciudad. "Muchos diamantes se compran aquí pero ya se pulen en Asia (China, sobre todo) y vuelven para ser vendidos como gemas", indican.

(Puedes seguir leyendo tras la foto...).

  Joyerías especializadas en diamantes junto a la Estación Central de trenes de Amberes.Kristina D.C. Hoeppner / Flickr

Sin embargo, en su local —una especie de parque temático de mil metros cuadrados— aún se puede ver a un tallador en vivo, como Robert, con 20 años de experiencia. Sonríe con las preguntas de siempre de los turistas (y de los periodistas). "No se puede decir claramente cuánto vale un quilate de diamante. Depende de muchas cosas y no necesariamente del tamaño. Se hace una evaluación científica de cada piedra que se pule y le ponemos valores en función de las cuatro ces [en inglés]: carat (peso o quilates), colour (color), clarity (pureza) y cut (talla)", enumera.

Por ejemplo, los rojos son muy caros, por ser además muy extraños, mientras que cuanto más opaco sea un diamante, más barato se venderá. A eso se añade el corte; los más solicitados son los llamados marquise, heart, baguette y pear y ese que todos tenemos en mente, icónico, el redondo de 57 facetas o caras. Hay algunos que hasta plantean ilusiones ópticas. Calcula que un diamante de un quilate, blanquecino y tallado dignamente se puede poner en 10.000 euros y varias horas de labor.

Robert maneja los diamantes uno a uno, con sumo cuidado. Esas imágenes que tenemos en la cabeza de puñados de gemas en un bolso de terciopelo es poco realista. "Sólo puede ser cortado por un láser o por otro diamante, así que los pulimos por separado para que no se dañen. Lo otro es para el marketing", ríe. Acabado el corte, baña en ácido sulfúrico las piedras preciosas para quitarles la grasa que ha podido quedarse adherida y los mete en sobres de papel bien doblados. Lo hace con reverencia. "En Amberes se ve de todo, diamante en bruto que se usará en maquinarias de obra, en lima de uñas o en taladros de dentistas, pero los que se destinan a joyas son mucho más que una piedra. Tienen alma", resume.

Ya respira relajado, lejos de la tensión y la fricción del corte. Una pena no poder mostrarlo pero, por seguridad, ni su trabajo ni los expositores anexos pueden ser retratados. ¿Y si mete la pata? ¿Y si corta mal o pule de más? La responsabilidad será del dueño, siempre, no del cortador. Para eso hay además seguros elevadísimos.

(Puedes seguir leyendo tras el vídeo...).

CONFIANZA Y LUZ DEL NORTE

A la espalda de las joyerías, en el corazón de varias manzanas de edificios grises de corte brutalista, se encuentra el mercado de diamantes, donde se puja y se regatea, lupa de ojo en ristre. Ahí están cuatro de las 30 bolsas de joyas de todo el mundo. Ninguna otra ciudad tiene tantas bolsas como Amberes. Sólo se puede acceder caminando, por seguridad, y sus accesos están protegidos constantemente por policías y militares, sistemas infrarrojos, barreras, pivotes e incontables cámaras de seguridad. En el complejo también se encuentran algunos de los 350 talladores amberinos reconocidos oficialmente.

Las gemas llegan en bruto desde todo el mundo (de países africanos como Sudáfrica, Namibia o Botswana, pero también Rusia o Canadá), en escaso flujo por el puerto y a lo grande por los aeropuertos de Bruselas y Deurne. Con escolta llegan al barrio del diamante y empieza el proceso mercantil, en el que las transacciones en efectivo están prohibidas y donde los bancos especializados llevan las riendas. Grandes firmas de la banca mundial tienen sus filiales en estas calles, con rótulos muy discretos y que sólo atienden las gestiones que vienen de las bolsas. Con ellas trabajan las grandes firmas: Chanel, Cartier, Tiffany, Chopard, Boucheron...

Hay detalles que restan frialdad a la compra-venta, el beneficio y los márgenes. "Tradiciones", resume Isaac T. Ferguson, estadounidense, broker, una figura esencial entre compradores y vendedores. Entre ellas, destaca el hecho de que se necesite el aval de al menos dos miembros de las bolsas (más un expediente inmaculado y experiencia en el sector), gente que pone la mano en el fuego por otros en un negocio tentador, o el hecho de que un comprador potencial pueda llevarse una gema durante 24 horas para analizarla mejor sin pagar por ello fianzas ni depósitos. ¿No es un gran riesgo? "No, es una cuestión de confianza. Las cosas se hacen así desde siempre. Son muy pocos los que violan las normas, porque saben que si lo hacen están perdidos en el sector, de por vida, nunca más se les abrirá la puerta. Si entras, sabes lo que hay. Por eso el proceso de acceso suele ser lento y muy mirado", explica.

Otro detalle: toda venta se cierra con un apretón de manos y un deseo en hebreo, mazal um bracha, algo así como "buena suerte y bendiciones". No todos los que están en el diamante amberino son judíos, pero sí son mayoría. De los 30.000 que viven en el país, 20.000 están en esta ciudad, muchos trabajando en el sector, así que sus costumbres se contagian. La Segunda Guerra Mundial supuso un terrible revés para estos ciudadanos, cuando de los 1.645 miembros hebreos de la bolsa contabilizados entonces sólo quedaron vivos 355; los demás acabaron en campos de concentración, víctimas del Holocausto. Una oficina especial creada por los Gobiernos de Bélgica y Reino Unido les ayudó a retornar y a recuperar su oficio.

Cuando hay desavenencias en las bolsas, abunda Ferguson, un sistema de justicia interna aclara quién lleva la razón. "Tenemos un pequeño mundo aquí dentro, familiar, inaccesible y muy completo", dice jocoso. Cuando se le pide una descripción, suena vago: salas de encuentro, zonas de papeleo, áreas de tallado e incluso una sala de diamantes perdidos. "Ah, y las ventanas al norte". Eso merece una explicación aparte: dicen los expertos que es la mejor luz para analizar la calidad de las piezas. Aunque ahora haya focos artificiales de todo tipo y calidad, se sigue cotizando más un análisis hecho con los —escasísimos— rayos de sol que vienen de allá.

(Puedes seguir leyendo tras las fotos...).

  Un tallador examina un diamante, en el World Diamond Center de Amberes.ANTWERPEN WORLD DIAMOND CENTER
  Mercado mayorista de diamantes en Amberes.ANTWERPEN WORLD DIAMOND CENTER
  Acceso al complejo de las bolsas de diamantes de Amberes.GOOGLE MAPS

DEL VOLCÁN A TU MANO

Dentro de los festejos que el consistorio de Amberes ha llevado a cabo esta Navidad para recordar la importancia de los diamantes en su vida —proyecciones de luces y música, exposiciones, preparativos para la reapertura, en mayo, del Museo del Diamante—, se ha proyectado un vídeo en 360 grados que explica vivamente cómo se obtienen las piedras. Peter Vanneuville, uno de los especialistas que asisten a los visitantes, lo cuenta con apasionamiento: "Se forman en el centro de la tierra bajo una presión y una temperatura extremas", de 4,5 a 6 gigapascales, esto es, como si diéramos la vuelta a la Torre Eiffel y la pusiéramos sobre la punta de nuestro dedo, y entre 900 y 1.300 grados.

"En esas condiciones, salen a la superficie por causalidad, por una erupción, por ejemplo. Aunque son casi invencibles, como dice su nombre, del griego adamas, se queman con el magma, así que deben aislarse, pegarse a un trozo de roca como la kimberlita para salir y hacer con ellas todo el camino. Por eso vemos las rocas toscas con el precioso tesoro en su interior", dice. A los niños los encandila diciendo que los diamantes son más antiguos que los dinosaurios y que los continentes, de hace 3.000 millones de años, cuando el planeta tiene 4.500. La primera gema de la que se tiene constancia se localizó en India en el año 800 antes de Cristo.

Tanto los empresarios del sector como las administraciones locales explican, antes incluso de que llegue la pregunta, que los llamados diamantes de sangre son ya "cosa del pasado". Según los datos de las bolsas, en una década se ha pasado de vender casi un 15% del material con origen en lugares en conflicto —directamente extraído por los grupos armados, que son quienes se encargan de ponerlos en circulación y quienes se benefician del negocio, dedicando el dinero que logran a la compra de armamento y a la perpetuación de las guerras— a un 0,2%. Amnistía Internacional ha señalado públicamente en numerosas ocasiones a las firmas belgas Sodiam y Badica-Kardiam por alimentar el mercado de Amberes con gemas cuyo proceso ha violado los más básicos derechos humanos. "Nuestro compromiso con el respeto a esos derechos y la legalidad es absoluto", repiten ahora.

El pasado mes de mayo se aprobó una iniciativa en el Parlamento Europeo por la que impondrán controles obligatorios en el suministro de los minerales procedentes de países en conflictos a partir de enero de 2021, y que incluye a los diamantes. Aunque ese horizonte parezca lejano y pueda dar pie a que aún se exploten las minas y ríos en este tiempo, desde el verano hay otro motivo por el que el sector se lo piensa antes de recurrir a estas materias primas manchadas: en una sentencia histórica conocida en julio, el Tribunal General de la Unión Europea (TJUE) condenó a Badica y a su filial centroafricana por el tráfico de diamantes que ayudó a financiar a los grupos armados que luchan en la República Centroafricana. Se les inmovilizaron todos los activos financieros y fue declarado ilegal hacer negocios con esas firmas. Es la primera sentencia del continente al respecto.

Sin embargo, hay aún reticencias entre los joyeros a hablar del tema. Declinan la pregunta con una sonrisa y su palabra de legalidad. "La naturaleza nos hace un regalo demasiado precioso para mancharlo con un comportamiento así. Esto es un negocio pero también un sentimiento. Tratamos con belleza y esa no se puede ensuciar con un acto feo e injusto. Si ponemos un anillo en el dedo que lleva a la vena amoris, directa al corazón, no podemos admitir que trasmita sentimientos oscuros". Es palabra de uno de los más reputados vendedores de la calle Keyserlei.

  Edificio diseñado por la arquitecta Zaha Hadid, inspirado en los diamantes de Amberes, que alberga las oficinas del puerto de la ciudad.REUTERS

EL ROBO DEL SIGLO

Los seguros astronómicos no sólo salvan de las deslealtades de quien rompe un pacto y se queda con una gema que tenía en prueba, sino de los robos, que también los hay: durante el fin de semana del 15 y 16 de febrero de 2003, 123 cajas de seguridad (de un total de 160) del Centro de Diamantes de Amberes fueron vaciadas por una banda de ladrones conocida como La Escuela de Turín. Se llevaron un botín de oro, diamantes sin engarzar y otras joyas valorado en casi 117 millones de euros. Se le llama "el atraco del siglo" porque en este XXI no ha habido uno mayor en todo el mundo.

Los cacos lograron penetrar en la bóveda subterránea del recinto, situada dos pisos bajo tierra del edificio —pese a las medidas de seguridad que ya hemos contado más arriba y algunas más: una cerradura con cien millones de posibles combinaciones, detectores de calor infrarrojo, un sensor sísmico, un radar Doppler y un campo magnético—, y sacar esas cajas preciadas. Las alarmas no se activaron y tampoco se detectaron señales de que los ladrones forzaran la entrada, por eso el robo no se detectó hasta el lunes, cuando llegó el personal.

El líder de la banda, Leonardo Notarbartolo, que durante dos años y medio estuvo haciéndose pasar por un comerciante italiano de piedras preciosas, fue arrestado tras ser relacionado con el crimen gracias a pruebas de ADN de un sándwich a medio comer encontrado cerca de la escena del crimen y a algunas imágenes del recinto. Fue condenado a 10 años de cárcel pero ya está libre. Siempre ha defendido que lo contrató un comerciante de diamantes local para hacer un fraude al seguro. El botín nunca ha sido recuperado.