Diez taxistas cuentan su experiencia más surrealista trabajando

Diez taxistas cuentan su experiencia más surrealista trabajando

Todo el mundo tiene una anécdota en un taxi.

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No importa la edad que se tenga, ni la raza, ni la clase, ni la condición. Todo el mundo coge o ha cogido un taxi alguna vez en su vida. Todos sabemos cómo funciona. Levantas la mano, das una dirección y pasas un periodo de tiempo, menor o mayor, en función de la distancia entre origen y destino, acomodándote en los asientos traseros del coche.

La baja probabilidad de no volver a coincidir nunca más con ese conductor y la intimidad que brinda no tener al interlocutor cara a cara, crea en el pasajero una barrera de seguridad y una atmósfera de intimidad que hace que en ocasiones ocurran cosas. La mayoría son cotidianas, pero hay muchas otras que resultan excepcionales.

A través de un espejo retrovisor se ve mucho, y el que ve mucho, tiene mucho que contar. Más aún cuando se trabaja en una ciudad como Madrid, con cuatro millones de habitantes. Lo demuestran estos diez taxistas de Madrid, que han compartido su experiencia más insólita al volante con El HuffPost.

¡Vamos allá! ¡El taxímetro ya está en marcha!

Taxista y canguro

  • José Manuel Rodríguez

A la salida de una famosa discoteca recogí a una jovencita que salía de su fiesta de graduación del instituto. Fue su madre quien había solicitado el servicio a través de una aplicación. La chica iba consciente pero lo suficientemente perjudicada como para dar la nota. Durante el recorrido, recibí un mensaje de la madre preguntando: "¿Cómo va la niña?". Le dije que bien, que estaba en buen estado y a cinco minutos de su casa. "¿Ha bebido? ¿Ha tomado algo? ¿La nota rara? Es que es su primera vez", insistió. Le respondí que su hija estaba bien, saliendo como se sale de una fiesta. Una hora después de dejarla me volvió a escribir la madre. Me daba las gracias por la tranquilidad que le había aportado pero tenía una duda. Me preguntó: "¿Cómo va la gente que recogen ustedes para pensar que la niña iba normal?".

Su cliente más especial

  • Emilio Barco

Tengo un vehículo adaptado desde hace 14 años. Una vez recibí un encargo especial por la emisora para vehículos monovolumen. Tenía que ir a la parte de atrás de El Corte Inglés de Preciados, donde ponen Cortylandia. Mi sorpresa fue que al llegar me encontré con que el pasajero era un pulpo grandecito dentro de un acuario de unos 200 litros a medio llenar para poderlo transportar más fácilmente.

El chico que lo llevaba y yo lo sujetamos a los anclajes del coche con un pulpo (otro) de cuerda y tuvimos que ir muy despacio, como si llevásemos material explosivo porque con el balanceo el inquilino no paraba de moverse. Y claro, todo el mundo se paraba a mirarnos. Lo llevaban a una exposición y había que trasladarlo en ese acuario que tenía una especie de pedestal con ruedas. No parecía la primera vez que el pulpo viajaba.

Hasta la habitación

  • Roberto Núñez

Viernes, una de la madrugada. Me para un grupo de amigos y meten en el taxi a una chica que iba bastante borracha. No me pareció bien, pero me quedé con ella. Me dieron la dirección de la casa y la llevé. Al llegar, la chica estaba tan borracha que no daba pie con bola. Me pagó como pudo. Al final, tuve que aparcar el taxi y acompañarla hasta su casa, abrir la puerta con sus llaves, llevarla hasta su habitación y acostarla vestida y todo.

El taxista detective

  • Rafael Serrano

Hace poco me paró un hombre mayor en la calle Princesa. Estaba muy nervioso. Me contó que acababa de llegar de Santander y que se había dejado la maleta en el taxi que había cogido para ir a su casa con unos documentos muy importantes. Había ido hablando con el conductor y al llegar al destino los dos olvidaron que la llevaba en el maletero. No tenía ni recibo, ni sabía la licencia, ni el modelo del coche, ni nada. Fuimos a la parada donde había cogido el primer taxi y buscamos al conductor sin éxito. El cliente recordaba que el taxista le había hablado de una parada en la que a veces estaba y fuimos para allá. Nada. Volvimos una vez más a la parada de origen y preguntando a los otros compañeros dimos con uno al que le sonaba la descripción. Hizo una llamada y así dimos con el conductor que tenía la maleta y que volvió en seguida desde donde estaba para dársela.

¿Quieres montar?

  • Raúl Salado

A principios del verano de 2008 cogí a un cliente en la estación de Atocha. Parecía extranjero. Era joven y vestía una camiseta de béisbol de los New York y hablaba castellano con dificultad. Llevaba un papel de reserva y un mapa. Iba a un picadero de caballos en Villarejo de Salvanés (Madrid). Por el camino me contó en una mezcla de inglés y castellano que quería ir a ese picadero porque realizaba la monta tejana, una determinada manera de montar a caballo típicamente americana.

Al llegar allí me encontré con un lugar atípico en medio del campo pero cerca de la carretera. Apareció un señor vestido de vaquero del oeste americano, pero con claro acento italiano. Se presentó como Ángelo. Era una especie de John Wayne al estilo de espagueti western. Nos contó que se había casado con una española y se había venido a vivir aquí. Cuando el cliente me iba a pagar la carrera me preguntó si le podía esperar dos horas para llevarlo de regreso a Madrid. Le dije que sin problema y puse el taxímetro en marcha.

A los cinco minutos, volvió y me invitó a montar a caballo con él. Yo le dije que sabía hacerlo, pero al estilo español y me respondió que no pasaba nada, que Ángelo nos enseñaría a los dos. Pagó dos horas y media. Me quité la camisa, me quedé en camiseta y adelante. Todo por y para el cliente, me dije.

Así que ahí estaba yo, un taxista de Madrid, en pleno páramo belmontés, montando a caballo al estilo tejano, con un estadounidense de Nueva York y un italiano de Roma disfrazado de John Wayne al mando. Para vernos. Acabamos echando carreras y todo. Terminada la jornada de monta, nos despedimos de Ángelo y nos montamos en el taxi de vuelta a Madrid. Lo dejé donde lo había cogido y cobré.

Demasiado lejos

  • Alberto Olmos

Una noche cogí a un hombre mayor en la discoteca But. Ese día se celebraba una sesión para gais. Durante el trayecto me fijé en que me miraba mucho por el retrovisor y hacía movimientos raros, pero no quería pensar mal. Al final me mosqueé y me giré hacia atrás. Entonces me di cuenta de que se estaba tocando. Lo tuve que bajar del taxi a mitad de camino. Estoy acostumbrado a que cuando trabajo de noche haya señores que intentan ligar conmigo, pero esto fue muy desagradable.

Taxi-baño, ¿dígame?

  • José Luis Chaves

Tenía un servicio de MyTaxi programado. Era por la mañana temprano. Fui a recoger al cliente a la hora acordada. A los diez minutos de estar esperando lo llamé al teléfono de la reserva. Estaba apagado. Esperé otros diez minutos y el cliente seguía sin aparecer. Era un servicio al aeropuerto desde el extrarradio. Pensé que si finalmente aparecía y yo no estaba, perdería el avión. Al cabo de otros 15 minutos salió del portal en pijama y sudando como un pollo. ¡Se había quedado dormido! El teléfono se le había quedado sin batería y no había sonado la alarma. Salimos pitando para el aeropuerto y por el camino se cambió de ropa y se afeitó. Por fin llegamos al aeropuerto con un estrés tremendo. El cliente cogió el avión por dos minutos.

El cliente más generoso

  • José Luis Grano de Oro

Un día cogí a un hombre borracho, me dijo la dirección y a los 50 metros se durmió. Lo llevé a su casa, pero al llegar no se despertaba, solo decía que no tenía dinero, pero no reaccionaba. Llovía a mares. Al final lo saqué de culo del coche, tirándole del cinturón y lo resguardé como pude. En eso, llegó una pareja discutiendo y me preguntaron si les llevaba. Les pedí que esperasen a ver si conseguía que el borracho me pagase. El chico, que venía cabreado, se encaró con él y yo lo tuve que sujetar para que no me buscase un lío. Dejamos allí al borracho, me llevé a la pareja y al llegar al destino el chico me pagó los 15 euros de la carrera del borracho y los 12 euros de la suya.

Una cita en la Casa de Campo

  • Darío del Barco

Un hombre de unos 40 años me paró un lunes a las cuatro de la mañana en Gran Vía. Iba bien vestido, parecía recién duchado y olía bien, lo que indica que no estaba por ahí de fiesta. No había ni un alma por la calle y me dio los buenos días. "Lléveme a la Casa de Campo", dijo. Me extrañó pero me dio buena impresión y arranqué sin decir nada. Por el camino me pidió que fuese rápido porque tenía una cita y no podía llegar tarde. "Va a pasar un OVNI en unos 25 minutos y tengo el punto exacto donde tengo que esperarlo porque me tiene que abducir para llevarme a mi planeta", me explicó. Yo no sabía dónde meterme y me preguntó si me quería ir con él a montar allí un negocio de taxis. Le dije que no, que yo estaba muy bien aquí. Cuando lo dejé me quedé preocupado, apagué las luces y esperé como 15 minutos escondido observándole a ver qué hacía. Las señoritas se acercaron a él, pero enseguida lo dejaron en paz. Se arrodilló en el suelo, puso las manos en la cabeza y ahí se quedó. Al final me marché.

La Corona, en peligro

  • Juana Llorente

Una noche de diario, creo que era el otoño de 2013, en torno a la una y pico de la mañana. Me metí en una de las calles junto al Centro Comercial Príncipe Pío para poder dar la vuelta y ponerme en la parada de taxis que hay en la acera de enfrente. Tuve que maniobrar porque había un coche en doble fila y al adelantarlo aparecieron de la nada dos peatones cruzando la calle sin mirar. Tuve que pegar un frenazo para no atropellarlos y ya estaba sacando la cabeza por la ventanilla para decirles "vosotros a lo vuestro ¿eh?, no miréis", cuando me di cuenta de que eran los reyes Felipe y Letizia. Me quedé paralizada con cara de boba y me dieron las gracias. Empecé a santiguarme al darme cuenta de que detrás de ellos iban escoltas o policías de paisano. Ellos se montaron en su coche y se fueron. Para mí fue una sorpresa encontrarme tan cerca de los Reyes.

Bonus Track: persecución loca

En septiembre de 2010, siendo las dos o las tres de la madrugada cogí a un chico en la calle de Alcalá a la altura de Quintana. Me pidió que fuésemos de frente. A los pocos metros, aparecieron dos coches de Policía que me cortaron el paso de repente. No sé cómo pero llegaron un montón de agentes que sacaron al cliente del coche y lo registraron. Dijeron que no era él y lo dejaron marchar. Se volvió a subir al taxi muy nervioso y seguimos. Al mirar por el retrovisor vi que venían dos agentes corriendo hacia nosotros junto a los coches que nos volvieron a cortar el paso. Lo sacaron del coche de nuevo y nada. Lo volvieron a soltar, se volvió a subir y continuamos, una vez más. El chico iba cada vez más nervioso. A los pocos metros me pidió que parase. "Al final me van a pillar", dijo, me dio cinco euros y se marchó corriendo por un callejón. Por lo que escuché a la policía, el chico había tenido un altercado en una discoteca y llevaba una navaja, pero no había ningún herido.