Ocho parejas explican los motivos por los que se divorciaron

Ocho parejas explican los motivos por los que se divorciaron

"Aquella noche, en aquella pelea, fue la última vez que lo vi como el hombre con el que pasaría el resto de mi vida".

Larry Washburn/Getty Images

Es raro el divorcio que no va precedido de largos períodos de rabia y tensión. En la mayoría de las parejas, las discusiones van creciendo y, de repente, se llega al momento de desesperarse y gritar: "¡Ya basta!".

La edición estadounidense del HuffPost ha preguntado a escritores divorciados cuál fue la discusión que consideraron la gota que colmó el vaso. Estas fueron sus respuestas:

La terapia que acabó mal

"Nuestra última discusión ocurrió en plena terapia matrimonial. Cuatro años después, el tema me parece confuso y, en general, insignificante; lo que me ha marcado hasta la fecha es la forma en que ese impasse me resultó abrumador en aquel momento. Es como si fuera una experiencia extracorporal, en la que veía desde fuera lo tercos que seguíamos siendo ambos: él se sentía frustrado por mi despliegue apasionado delante de una tercera persona. Yo me sentía disgustada porque él se negaba a tratar de entender mi punto de vista.

Llegamos a ese punto y nunca pudimos reponernos, simplemente porque, en mitad de la lucha, nuestras pistas verbales y no verbales indicaban que carecíamos de respeto por el otro. El amor se había acabado, y la simple tolerancia hacia el otro pendía sólo de un hilo. Para mí, la pelea era metafórica. Alcanzar el punto más desesperado de nuestros cinco años de matrimonio en compañía de uno de los consejeros matrimoniales más reputados de la ciudad resultaba tanto irónico como sorprendente". ― Nicole Lavery

El precio de una comida

"El dinero siempre había sido un tema candente entre mi ex y yo. Ella estaba en casa con los niños mientras yo trabajaba fuera. Lo que no podía entender era cómo una agenda tan predecible podía generar unos gastos tan impredecibles. Desde mi céntrica oficina, sentía cómo temblaba nuestra tarjeta de crédito cada día que pasaba. Discutíamos un montón. Ahora me parece muy inmaduro, pero fue el tirón definitivo que deshizo un matrimonio de siete años.

'¿Cómo puede ser tan cara una comida para uno?', pregunté un día. No era sólo para ella, también invitó a un amigo, dijo. '¿Quién era?', pregunté. 'Un amigo, ¿qué más da?'. Y ahí es cuando perdí los nervios. La conversación enseguida se desintegró en acusaciones y amenazas, lo cual acabó abruptamente en divorcio. Entonces cogió las llaves, el bolso y cogió la carretera. Los siguientes cuatro meses fueron un torbellino de visitas al abogado, informes legales, citas en tribunales y unos cuantos intentos fallidos de reconciliación.

Por si te lo estás preguntando, al final me enteré de la identidad del 'amigo'. Al poco tiempo, mis hijos comentaron algo de la cena de cumpleaños del novio de mamá. Les pregunté dónde fueron a comer. 'A su restaurante favorito'. dijeron. Ahí descubrí la verdad: todavía guardaba el recibo de la tarjeta de crédito para demostrarlo". ― Kyle B.

El viaje a París

"El Louvre estaba cerrado y, de algún modo, era mi culpa. Se suponía que yo tenía que mirar los horarios y los miré mal. Mi marido y yo estábamos en París de puente y como él nunca había estado allí, llevaba una lista de cosas que tenía que ver. Cada día parecía una yincana creada para conseguir la máxima puntuación para algún juego misterioso al que yo no quería jugar. Al final del primer día, tenía ampollas en los pies. Yo quería relajarme en un café, tomarme un espresso y ver a la gente pasar. Pero mi marido no bebía café. Y cuando se enteró de que no podría ver el Louvre, se volvió más inflexible con el tema de su lista.

Lo seguí de un barrio a otro, tratando de ignorar la realidad de que, después de 10 años de matrimonio, ya no disfrutábamos de las mismas cosas. No era tanto una discusión, sino más bien la sensación de que ya no éramos 'nosotros'. Y cuando estás en un país extranjero, por no decir en la ciudad más romántica del mundo, la sensación que produce es de bastante soledad". ― Tammy Letherer, autora de 'The Buddha at My Table'

El teléfono confiscado

"La última gran pelea en mi matrimonio fue por mi teléfono. Mi marido me lo quitó y se lo quedó porque le estaba robando tiempo. Yo estaba furiosa. Toda mi vida estaba en ese teléfono, por supuesto, y también era como nuestros hijos se comunicaban conmigo. Aunque sólo era un teléfono, pensé que para mí representaba algo mucho mayor. Ya no podía tolerar que intentara controlarme de tantas formas.

Soy una mujer adulta y culta que era muchas cosas: esposa, madre, trabajadora, amante. En ese instante, me quedó claro que la inseguridad de mi marido sobre nuestra relación y mi desinterés a la hora de estar constantemente tranquilizándole acabaría con nuestro matrimonio de 18 años. Es terriblemente triste, y se perdían muchas cosas, tanto por nosotros como por nuestros hijos, pero cuando dos personas casadas no crecen juntas, cuesta mucho reconectar, independientemente de lo mucho que te esfuerces". ―Cherie Morris

Los eternos temas de conflicto

"La última gran pelea que tuvimos antes de decidir separarnos fue la misma pelea que habíamos tenido antes otras 50 veces. Era lo mismo de siempre: 'Siempre estoy con los niños'. 'Y yo soy el único que trae ingresos a casa'. 'No me valoras'. 'No me respetas'. 'Has cambiado'. 'Ya no tenemos nada en común'. '¿Me estás engañando?'.

El problema con nuestro matrimonio era que no sabíamos cómo comunicarnos de forma efectiva y ambos decidimos dejarlo. No había confianza y, definitivamente, tampoco respeto. Ese matrimonio de siete años nunca había tenido una oportunidad, porque, en mi opinión, parecía que no había esperanza. Había demasiados problemas y no estábamos dispuestos a pedir ayuda, ni individualmente ni como pareja. Y hablo de ayuda real. Probamos con terapia matrimonial, pero sólo tocó la punta del iceberg y creo que ambos pensamos que era mejor cortar por lo sano cuanto antes". ― Jackie Pilossoph, autora de la columna 'Love Essentially', publicada en el 'Chicago Tribune'

La familia recompuesta

"Mi mujer y yo estábamos en la cama, preparados para dormir, cuando le dije que iba a dar las buenas noches a 'mis chicas'. Éramos una familia mixta y mis tres hijas estaban durmiendo esa noche en la misma habitación. Cuando volví, mi mujer me preguntó si también le había dado las buenas noches a mi hija mayor. 'Claro que sí', le respondí. Se puso a gritarme: 'Si has dicho buenas noches a la mayor, hemos terminado'. Salió del dormitorio como un torbellino y se fue a dormir a otra habitación de la primera planta. Sabía que no podía permitir que tratara mal a mi hija mayor, ni que siguiera tratándome a mí de esa manera. Tras muchos años de comportamiento inaceptable, supe que ese último episodio era la gota que colmaba el vaso". ― Matt Sweetwood, autor de 'Leader of the Pack'

Los gastos del hogar

"Mi última pelea con mi exmarido no era nada nuevo. De hecho, la habíamos tenido una y otra vez: por el dinero. A él le gustaba apostar, alquilar un coche que en realidad no nos podíamos permitir y emular el éxito mediante los gastos. Yo soy ahorradora y vengo de una familia humilde, así que no podía estar de acuerdo con él en temas económicos. Cualquiera que esté divorciado sabe que esto no ocurre de la noche a la mañana y que las discusiones que tienes suelen venir de lejos, en la mayoría de los casos. El dinero es una parte demasiado importante del matrimonio como para tener puntos de vista tan diferentes. Por eso, entre seis y 12 meses antes de dejarlo, ya sabía que nuestro matrimonio de casi tres años había acabado". ― Susie Moore

La educación de los niños

"Sucedió durante lo que parecía una perfecta velada de postal, con mi marido y mis dos hijos pequeños sentados alrededor de la mesa para compartir una cena. Los niños disfrutaban de que su papá estuviera en casa y yo disfrutaba al ver a todos juntos. Nuestra hija quería bajarse de la silla y, como la mayoría de bebés, lloró y pataleó hasta que pudo liberarse. Su silla y su plato de comida cayeron al suelo al mismo tiempo que ella. Automáticamente, mi marido se levantó y se puso a gritar a nuestra hija de dos años, para luego darle un bofetón. La niña se puso a llorar. Al principio, yo estaba impactada, incapaz de moverme. Hubo un momento en el que pensé que mi marido iba a consolarla y a decirle que no pasaba nada. Pero no lo hizo. Y entonces se me hizo un nudo en el estómago que fue apretándose aún más con el tiempo.

Si era sincera conmigo misma, la verdad es que no me sorprendía su reacción. Desde el primer día, habíamos tenido ideas muy distintas sobre la disciplina y la educación de nuestros hijos. Mientras yo tranquilizaba a nuestra hija, le oí decir: 'Quien no usa la vara no quiere a su hijo'. No era la primera vez que había gritado a los niños, y yo a él por hacerlo. Pero aquella noche, en aquella pelea, fue la última vez que lo vi como el hombre con el que pasaría el resto de mi vida". ― Carol Schaffer

Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' EEUU y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano