¿Somos todos unos asesinos en potencia?

¿Somos todos unos asesinos en potencia?

No sólo los psicópatas sucumben al salvajismo.

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¿Te has preguntado cómo reaccionarías en una situación extrema? ¿Si serías capaz de hacer cualquier cosa? El hombre NO es tan bueno por naturaleza como decía Jean-Jacques Rousseau. Funcionamos en base a intereses y necesidades, movidos por factores personales, psicológicos, biológicos y ambientales: la sociedad en la que nos criamos, el contexto social, las leyes... Todo influye. Somos animales sociales, con un comportamiento aprendido, no tenemos casi nada innato. De ahí que no sea tan fácil responder a las cuestiones anteriores.

"Todo ser humano es un asesino en potencia, capaz de cometer una atrocidad. Por noble que sea una persona, cualquiera puede sucumbir al salvajismo", en función de los factores personales y de las circunstancias, asegura el criminólogo Nicolás Toledo.

Al hablar de atrocidades, la primera imagen que nos asalta es la de un psicópata, alguien que actúa para conseguir su propio beneficio, sin reaccionar ante el sufrimiento de los demás y, paradójicamente, siendo plenamente consciente de lo que está bien y de lo que está mal. En cualquier caso, tenemos una certeza: es algo que nos resulta ajeno, ya que no contemplamos la posibilidad de que nosotros mismos podamos ser los autores de la escena. Lo que nos diferencia de un psicópata, principalmente, es la capacidad de empatizar.

En situaciones extremas, podemos pisotear a otros para sobrevivir. En ese caso no hay patología, hay un instinto primario, el de la supervivencia.

Error: todos somos carne de cañón, y puede llegar un momento en el que nos dejamos llevar por los instintos. En situaciones extremas, podemos pisotear a otros para sobrevivir. "En ese caso no hay patología, hay un instinto primario, el de la supervivencia", explica Laura Mata, de la Fundación Jiménez Díaz (Madrid). La psiquiatra da un ejemplo: el relato de la Trilogía de Auschwitz, en la que Primo Levi narra su drama como prisionero en el campo de concentración nazi.

1. La presión de grupo

El miedo lo condiciona todo. Cuando la supervivencia está en juego, los factores más personales influyen en nuestro comportamiento a medida que el miedo disminuye. Como animales sociales, la presión de grupo puede determinar nuestro comportamiento.

Así se comprobó en su día con el experimento de la cárcel de Stanford, que inspiró la película El experimento. Demostró cómo el ser humano adopta determinados roles, por crueles que sean, cuando siente que pertenece a un grupo. Para el estudio psicológico, subvencionado por la Armada de Estados Unidos en 1971, se reclutaron voluntarios a los que se dividió aleatoriamente en dos grupos: los carceleros y los prisioneros. Todo se hizo muy real. Los reclusos fueron detenidos por supuestos policías y a los guardias se les dio unas directrices. La violencia, el sadismo y las humillaciones entre los grupos llegaron a tal extremo que el experimento tuvo que ser cancelado a los seis días, pese a que la duración inicial era de dos semanas.

  Una imagen de las grabaciones del experimento de Stanford.BBC

"Hay situaciones en las que simplemente por saber que perteneces a un grupo aceptas determinadas circunstancias y las asumes como propias. En ese caso, si no hubiese una presión externa y se pudiese salir de ahí, mucha gente habría huido", apunta Laura Muñoz, psicóloga clínica de la Fundación Jiménez Díaz. El problema llega cuando existe la masa, la presión grupal, así como la certeza de que no puedes hacer nada diferente y no hay posibilidad de escapatoria.

Lo que sucedió en el sótano del Departamento de Psicología de la Universidad de Stanford es el reflejo (a gran escala) de lo que ocurriría si seleccionamos a un grupo de niños y los dividimos en dos equipos, A y B. Con la división se genera automáticamente un sentimiento de competitividad entre ellos que les hace llamar torpe o tramposo a sus propios amigos. Sin embargo, al deshacer los grupos, expone la psicóloga, los niños se volverían a relacionar con normalidad. Cuanto más intensa sea la presión y cuanto más contrapuestos sean los intereses de los dos grupos, más actividades psicopáticas se van a producir. Es lo que comúnmente se conoce como abuso de poder.

Cuanto más intensa sea la presión y cuanto más contrapuestos sean los intereses de los dos grupos, más actividades psicopáticas se van a producir. Se trata del abuso de poder.

En palabras del criminólogo Nicolás Toledo, cuando la gente va asumiendo poder "en general no se avergüenza de él. Nos excusamos en 'esto no es nada personal, es lo que me mandan, lo que tengo que hacer': si interpretamos un papel a lo largo del tiempo, acabamos asumiéndolo y no logramos desconectar".

2. Sometimiento a la autoridad

Para demostrar cómo nos sometemos a los demás se hizo otro experimento, el de Milgram en 1963, sobre el que también se rodó una película (Experimenter). El psicólogo de la Universidad de Yale quiso probar nuestra disposición para obedecer las órdenes de la autoridad, independientemente de si éstas entran en conflicto con nuestra conciencia. Stanley Milgram ideó este estudio motivado por el Holocausto para determinar si la gente tenía decisión propia en situaciones muy difíciles o si fueron verdugos voluntarios de los nazis. Para ello situaba a dos personas en salas contiguas, sin verse. Una le hacía preguntas a la otra y, si fallaba, le propinaba una descarga eléctrica. La inmensa mayoría asumía el rol y hacía lo que le ordenaban y casi todos acababan generando esas descargas dolorosas (sin saber que no eran reales). Pulsaban los botones incluso pensando que el otro sufría, porque era 'lo que tenían que hacer'.

  Una escena de 'Experimenter'.YouTube

Esta connivencia se ha producido en muchas sociedades, como ocurrió con el nazismo o en países en guerra en los que la gente callaba cuando se iba a buscar a un vecino o, directamente, le delataba sabiendo que la consecuencia más probable de la delación sería la muerte. Aunque delatar es distinto a callar. "Delatar es una función activa y no hablar es diferente, porque puedes estar pensando 'pobre'. Volvemos al miedo a ser señalado. ¿Cómo los alemanes no hicieron nada por los judíos? Pesa más el miedo que la psicopatía", aclara Laura Mata. Por el contrario, quien lo disfruta, señala Toledo, lo hace por una conducta aprendida: "Si desde pequeño te enseñan quién es el enemigo y que hay que castigarlo, sientes que estás haciendo lo correcto y puede que disfrutes con ello, aunque ese enemigo no sea real".

3. ¿Buenos o malos?

También hay quien en un lugar se comporta de una manera cruel y en casa es cariñoso. Son personas capaces de hacer una disociación, como el personaje de Joe en la serie You, capaz de ser un novio y un amigo aparentemente encantador, o el de Pablo Escobar en Narcos, ambas de Netflix.

La serie y la historia del narcotraficante colombiano ejemplifica —igual que las guerras o las torturas para conseguir información— cómo asumimos roles que nos hacen "sucumbir al salvajismo", como apuntaba en un principio el criminólogo. Los agentes de la DEA entendieron casi como una cacería atrapar a Pablo Escobar y, cuando lo hicieron, fueron capaces de fotografiarse con su cadáver como si fuera un trofeo. Estamos acostumbrados a dividir el mundo en buenos y malos, "pero hay abusos de poder, y eso es una tendencia personal. Tiene que haber una naturaleza. Lo personal marca la diferencia", explica la psiquiatra. Hay gente más preparada emocionalmente para tolerar más sufrimiento y agresividad.

Laura Mata: "No estamos programados para agredir, todo eso está muy inhibido. Tienes que estar hecho para ello, no es instinto de supervivencia. Un psicópata sabe lo que está bien y lo que está mal".

Las guerras acentúan ese abuso de poder. Tal y como denunció un grupo de expertos de la ONU al Consejo de Derechos Humanos en el mes de septiembre, muchas mujeres y niñas de Sudán del Sur, como en muchos otros conflictos, habían sido secuestradas y violadas por soldados del Gobierno. Hay perfiles que, independientemente del estrés generado por una situación bélica, se aprovechan del débil. "No estamos programados para eso ni para agredir, todo eso está muy inhibido. Tienes que estar hecho para ello, no es instinto de supervivencia. Un psicópata sabe lo que está bien y lo que está mal. Alguien que viola y no es un enfermo mental sabe que eso está mal y que está produciendo un dolor. Otra cosa es que no le importe, pero eso no es una enfermedad mental. La enfermedad mental es otra cosa, es alguien que no se puede controlar, o que no lo entiende, su forma de percibir la realidad está distorsionada", explica Mata. Toledo va más allá: "Es el factor de la oportunidad. Creen que nadie les va a descubrir y abusan del poder".

También se han destapado casos escandalosos de quien se recrea en la violencia, como el de los soldados que fotografiaron a prisioneros torturados en Abu Ghraib. Una forma, asegura Toledo, de decir al mundo "el débil eres tú, nosotros somos los fuertes, además de buscar el mérito entre sus iguales, el reconocimiento y la aceptación de su grupo".

  Marina Abramovic durante la performance.Marina Abramovic Institute

El mundo del arte también ha explorado esa violencia interna del ser humano y ese abuso de poder. La artista serbia Marina Abramovic dejó que la agredieran durante horas en una de sus performances. Su intención era explorar los límites del cuerpo y ver cómo la gente reaccionaba ante la premisa de que podían hacer con ella lo que quisieran. Muchos utilizaron la violencia. Pero no todos pueden hacerlo, depende del nivel de empatía. Si eres más empático o sensible quizás no seas capaz de llegar a ese punto "porque por el camino tienes que hacer cosas que dañen a gente, perjudicar al de al lado. Ahí sí que entran características personales, sin ser un trastorno", explican las doctoras.

Nicolás Toledo: "Socialmente hemos aprendido que si a mí me hacen daño yo voy a hacer más, eso se aprende con menos de tres años. Aprendemos a castigar".

Sin embargo, la tendencia natural es no disfrutar con el sufrimiento de los demás, sino empatizar y sublimar los instintos agresivos. Y cuando disfrutamos, habitualmente es porque tenemos la sensación de estar impartiendo justicia, como cuando vemos un survival en el que, por fin, el protagonista puede vengarse del asesino. Una vez más, la infancia nos muestra este concepto en su nivel más primario. "No hay necesidad de someter a sufrimiento a los demás, sino de hacer daño porque socialmente hemos aprendido que si a mí me hacen daño yo voy a hacer más, eso se aprende con menos de tres años. Aprendemos a castigar", explica Toledo.

De hecho, la infancia es "la etapa en la que se ven más crudos todos los instintos, para lo bueno y para lo malo", apunta Laura Muñoz. Un niño tiene claro que si le quitan un juguete tiene que reaccionar golpeando a quien se lo ha robado, y es la socialización la que nos enseña, en condiciones normales, a entender que puedes sentir rabia pero no puedes actuar así. Vemos el reflejo de las emociones en el otro y así es como se desprende que no podemos disfrutar con el sufrimiento de una persona en vacío. El sufrimiento del otro para aliviar el nuestro o para conseguir algo sería una situación distinta, como hemos explicado.

El exceso de permisividad puede hacer que baje el nivel de empatía y veamos normal ciertas cosas como la agresividad o el maltrato a la gente. Que la sociedad fuese menos empática sería un peligro. "Crecemos exponencialmente y todo está más mecanizado, nos relacionamos menos, somos más individuales... todos son extraños y convertimos al extraño en un enemigo. Destacamos lo malo pero se habla poco de lo bueno", indica el criminólogo.

4. La violencia para impartir justicia

Es habitual escuchar comentarios de quienes identifican impartir justicia con cometer un acto violento. Impartir justicia con violencia es una forma de alivio, una descarga. Cuando la sentimos y no la podemos descargar experimentamos impotencia, un sentimiento de rabia muy primitivo. La agresividad tiene un componente muy instintivo. Según Nicolás Toledo, "la gente escucha la palabra justicia y parece que todo está justificado. La pena de muerte es también venganza. Es lo que vemos desde pequeños en las series y las películas. Y la ignorancia hacia el mundo del derecho y la psicología".

La venganza ha estado siempre de actualidad. Se dice que si un padre actúa en caliente para vengar la muerte de un hijo sentirá una ligera satisfacción hasta el momento en el que tome conciencia de que nada le devolverá a su familiar. Es la catarsis. "El caso contrario lo hemos visto con la madre de Gabriel Cruz, no quiso venganza y fue la primera que pidió cordura. Su inteligencia emocional es superior a la media y por eso sorprendió. También es cierto que el individuo no funciona igual individualmente que en grupo. Patricia Ramírez, la madre de Gabriel, fue capaz de sopesar la realidad y pedir que la gente dejara trabajar a la justicia", analiza el criminólogo.

En definitiva, para que una persona —que no sea un psicópata— cometa una atrocidad, lo que más pesa es el instinto de supervivencia, que también se puede extrapolar al día a día con otras traducciones más allá del instinto primario por la vida: la lucha por mantener determinadas cosas que consideramos importantes.

Laura Muñoz: "¿Serías capaz de participar en una situación de acoso laboral para que a ti no te tocara?"

En ese caso nuestro comportamiento está sometido a otro tipo de miedos, y entra en juego la valoración personal. "¿Serías capaz de participar en una situación de acoso laboral para que a ti no te tocara? Depende de la presión social en el medio, de tu situación personal, de lo que has ido aprendiendo, de cómo es el mundo de seguro para ti, de tus valores aprendidos en la crianza. Todos esos valores funcionan y pesan hasta determinado nivel", plantea Laura Muñoz. Además, hay familias en las que lo primario es ser buena persona, otras que dan importancia a ser competitivo y llegar lejos, para otros la compasión es muy importante...

Nicolás Toledo: "Queremos sentirnos aceptados y en internet es donde de verdad se ve la maldad de la gente porque no hay límites ni consecuencias"

Nada de esto nos queda lejos. Hoy en día podemos observar todos estos comportamientos a golpe de clic. Como explica Toledo, Internet es como una droga desinhibidora, el experimento de anarquía más grande que se ha hecho jamás: "Es el ser humano en estado puro". Tras un perfil no hay contexto ni presiones, no te sientes observado. Y sirve para ponerse una mascara de cualquier tipo: "En Instagram todo el mundo es modelo y en Twitter todos son doctores. Todo el mundo puede opinar, pero no todo el mundo tiene por qué opinar. Queremos sentirnos aceptados y en internet es donde de verdad se ve la maldad de la gente porque no hay límites ni consecuencias".