Gustavo Salmerón y sus 76 versiones para ganar un Goya

Gustavo Salmerón y sus 76 versiones para ganar un Goya

Hace un año ya del galardón a 'Muchos hijos, un mono y un castillo', documental de culto para los cinéfilos.

Gustavo Salmerón en el Festival Internacional de Cine Iff Panamá

"¿Qué hago yo aquí, si soy insignificante?" decía Julita subida al escenario de la Gala de los Goya 2018. Su hijo Gustavo Salmerón le daba la réplica: "Eres fantástica, mamá". "Eso lo dices tú porque eres mi hijo", clausuraba ella.

Esta escena tan espontánea sucedía mientras ambos recogían el Goya a Mejor Documental que él había ganado como director de Muchos hijos, un mono y un castillo. La escena siguió: "Estoy casi tan feliz como el día que me casé con mi maravilloso marido. Lo siento, Antonio, pero después de ti, el más guapo es Javier Bardem". Al igual que en la película, la situación destilaba naturalidad y encanto, y si en esa gala hubo un momento entrañable a la par que cómico, fue sin duda este, protagonizado por madre e hijo.

Conseguir que medio millón de espectadores pague por ver una película documental en salas de cine españolas no es tarea fácil. Y que dure en cartelera más de ocho meses, tampoco. La propia palabra, 'documental', está cargada de estigmas que la asocian a naturaleza, animales, televisión y sosiego. Pero Julita de sosiego no tiene nada.

Pocas veces se han oído tantas carcajadas en las salas de cine, incluidas las butacas del Festival de San Sebastián. La propia crítica especializada se quedó prendada del carácter de esta exprofesora reconvertida a matriarca protagonista de una película: para Cinemanía era "el personaje del año" en 2018 y Carlos Boyero, mítico crítico de cine de El País, se refería a ella como "mi heroína a perpetuidad". Y es que solo con ver su desternillante tenedor telescópico, se entiende el porqué de esta veneración.

Los 14 años que duró el rodaje de la vida de esta familia dieron para muchísimo material rodado. A los casi tres lustros de grabaciones se sumaban películas caseras de la infancia y adolescencia del director, por lo que el recorrido visual empieza en los años 70.

Pero además se hace un repaso a la historia de España de la mano de la mejor narradora posible: Julita, que según se describe a sí misma, fue falangista, masona, y ahora es republicana y atea. Cumplió los tres deseos con los que soñó desde niña, que son los que le dan título a la película —Muchos hijos, un mono y un castillo—. Y llenó el castillo de innumerables objetos que le dificultan la búsqueda de la vértebra de su abuela asesinada en la guerra civil, el berlanguiano mcguffin que hila la película.

Tenía 400 horas de material e hicimos 76 versiones distintas de montaje. Ha sido enfermizo, una locura.

Con el documental ya comercializado en DVD y tras seguir dando la vuelta al mundo por un sinfín de festivales, al Goya se le sumaron muchos otros premios (el José María Forqué, el Platino, el del festival Karlovy Vary y muchos más) y en medio de ese constante viaje que supuso 2017 y 2018 para Gustavo Salmerón, el director y actor pudo sacar un hueco en el Festival Internacional de Cine Iff Panamá para responder a estas preguntas:

¿Te arrepientes de no haberte dedicado a las artes plásticas?

Me hubiera gustado ser pintor, sí. Pero no me arrepiento del camino elegido. El pintor, el escritor, el poeta, tienen un trabajo muy solitario. El cine es solitario cuando escribes, aunque puedes coescribir, pero después es un trabajo en equipo y eso me gusta más. Me gusta mucho estar solo, pero los trabajos grupales me hacen sentir muy bien porque soy muy de clan.

A mí actuar me encanta, pero que se dé una buena película, un buen guión, un buen director, que te llamen... es complicado

¿Haber ganado dos premios Goya te han hecho replantearte estar mejor detrás de la cámara que delante?

Sí, pero no por los Goya, sino porque obtengo más rédito como director en tanto a mi necesidad de contar historias. Si no lo hago, me siento un poco manco. A mí actuar me encanta, pero que se dé una buena película, un buen guión, un buen director, que te llamen... es complicado. En mi caso, ahora mismo no me llaman tanto como antes, entonces me tira mucho la dirección, pero claro que quiero seguir actuando.

Cuando parecía que íbamos a acabar, aún le quedaba un año de montaje al proyecto

Fuiste actor protagonista en películas como Mensaka, Asfalto, Todo es mentira... ¿Es más fácil ser director habiendo sido previamente actor?

Hay una cosa que ocurre que en la escuela de actores y no en la de cine y es que son muy duros: en la escuela de actores te ponen diariamente en tela de juicio ante tus compañeros. Sales al escenario y hay mucha exposición. Eso hace que te plantees cosas y que haya mucha autocrítica.

Los grandes payasos saben reconocer cuál es su idiota interior y lo ponen al servicio de la comedia. Eso mi madre lo tiene de forma innata.

Tu película es un Boyhood: han sido 14 años de rodaje. ¿Qué te gustó más y qué menos de todo el proceso de la película?

Lo mejor, el rodaje, eso ha sido lo más divertido, además de muy placentero. Ha sido muy dilatado pero con una libertad total, infinita: yo solo, con la cámara, con un micrófono, con mi familia... no hay ningún gasto. Aunque hubo también momentos difíciles en los que estaba un poco perdido, ha supuesto una experiencia muy positiva de búsqueda personal.

Lo más complicado fue el montaje, esto ocurre mucho en el cine documental: tenía 400 horas de material e hicimos 76 versiones distintas de montaje. Ha sido enfermizo, una locura. Primero hubo como cinco o seis montadores, en los 10 primeros años, y los dos últimos años tuve otros dos montadores, Raúl de Torres y Dani Urdiales... y después, como ya se fueron yendo, vinieron otros cuatro o cinco montadores para afinar ciertas cosas.

Hay partes privadas que a mucha gente le darían un poco de pudor, pero al final, para hacer algo bueno, tienes que exponerte.

  Gustavo Salmerón y su madre Julita en la gala de los Goya 2018

¿Y no sentían la necesidad de acabar el proyecto estos montadores?

Sí, pero es que no tenían tiempo. A lo mejor llevaban un año montando, pero les surgían otros trabajos y supongo que, poniéndome en su lugar, ya no sabes realmente qué va a hacer el director, o pierdes un poco de fe en el proyecto por no saber si quedan otros cuatro o cinco meses de montaje. Porque cuando parecía que íbamos a acabar, aún le quedaba un año de montaje al proyecto.

De todas formas, me ha encantado la experiencia de montar con muchos montadores, porque a lo mejor uno te monta algo muy bien y sin embargo otra secuencia se le atraganta, o de pronto llega alguien más inexperto, hace 'pla, pla' y te monta una secuencia que llevabas un año tratando de que funcionara. Hay directores que montan sus propias películas y yo me he ido al extremo opuesto, hacerlo con demasiados montadores, pero creo que para un director es mucho más interesante: se obtienen mejores resultados introduciendo otras miradas. Ha sido duro, pero he disfrutado.

Las cosas buenas, las películas, las canciones, hablan de los fantasmas, los miedos y los demonios de la gente.

¿Te dio miedo exponerte de esa manera?

No, porque creo que es una película muy limpia, que tiene un mensaje esperanzador: es un canto a la vida con mucho sentido del humor y mucha capacidad de reírse de uno mismo, que es algo que hemos heredado de mi madre.

Cuando te ríes de ti mismo, estás dándole pie al otro a que se ría contigo, o de ti. Creo que es maravilloso que se rían de ti: creo que hay una especie de miedo de "¡uy, que se van a reír de mí!", pues claro, de eso se trata, porque eres un cómico, un clown, un bendito payaso. Los grandes payasos saben reconocer cuál es su idiota interior y lo ponen al servicio de la comedia.

Si no cuento historias, me siento un poco manco.

Hay que tener mucha valentía para sacar al idiota profundo. La tenía Buster Keaton, Harold Lloyd, los hermanos Marx... eran muy buenos en eso. Mi madre tiene eso de forma innata, y por eso provoca empatía, porque a fin de cuentas, si los personajes no te producen empatía, desconectas de la película.

Ella es la primera que no tiene ningún problema es exponerse: le da igual. Y al final es catártico contar tu propia historia, pero también está hecho desde el respeto: hay partes privadas que a mucha gente le darían un poco de pudor, pero al final, para hacer algo bueno, tienes que exponerte. En este caso con tu propia familia, pero no hay más remedio. Las cosas buenas, las películas, las canciones, hablan de los fantasmas, los miedos y los demonios de la gente.

¿Cuáles son tus siguientes proyectos?

Necesito parar de acompañar a la película a festivales. Tengo varios encarrilados como director, pero tengo que decidir cuál comienzo.

Al final todas las películas hablan de las relaciones humanas, de las dificultades de entendimiento. Tiene que haber una comprensión profunda del ser humano para ser director de cine.

Ya que estamos en un festival lleno de cinéfilos, ¿un consejo para quienes se quieran dedicar al cine?

Al final es una cuestión de ver mucho cine. No sé si es un consejo, pero creo que la formación cinematográfica tiene que ir de la mano con la formación como persona: para contar historias con cierto rigor tienes que tener una conexión fuerte y un autoconocimiento que tiene que ver con la comprensión del ser humano.

Como decía Stanislavski, el arte es visto y vivido de manera directa. Es decir, te nutres de lo que ves y de lo que vives, de tus propias experiencias. Al final todas las películas hablan de las relaciones humanas, de las dificultades de entendimiento. Tiene que haber una comprensión profunda del ser humano para ser director de cine. Tu mirada sobre la realidad es importante, al igual que lo es la compasión, la falta de prejuicios y el entendimiento.

¿La película os ha unido o ha cambiado vuestra relación?

Nos ha unido mucho. Todos participan en los coloquios, vamos juntos a los festivales... La película ha sido catártica y sanadora para la familia.