Ciudades III: La oportunidad de innovar

Ciudades III: La oportunidad de innovar

CopenhagueGetty

Todas las ciudades en países desarrollados tienen la capacidad de ser líderes en algo (y en algo positivo en particular). Con una envidiable capacidad para invertir en I+D+i y atraer a segmentos de la comunidad científica, cualquier ciudad desarrollada tiene la oportunidad de contribuir al desarrollo del conocimiento de su país y del mundo. Además, en el área medioambiental, pueden contribuir a la mitigación y adaptación al cambio climático y a que los países cumplan con los compromisos adoptados en los diferentes acuerdos internacionales sobre el clima.

La financiación del carbono (carbon finance) es una rama de las finanzas en la que la innovación es constante, y consiste en la creación de instrumentos para financiar investigación, tecnología y políticas sostenibles. Por ejemplo, el Protocolo de Kioto permitía a los países desarrollados cumplir con parte de sus compromisos de reducción de emisiones mediante mecanismos de financiación de carbono. Estos instrumentos, cada vez más populares en la política medioambiental internacional, permiten que la innovación verde se extienda a países en desarrollo, o incluso se genere allá (aunque Naomi Klein en "Esto lo cambia todo" tiene una visión más pesimista de estos mecanismos). Después de haber introducido el importante rol de las ciudadesen la lucha contra el cambio climático, y ejemplos de medidas concretas implementadas en asentamientos urbanos de países en vías de desarrollo, este artículo cierra esta serie sobre ciudades con ejemplos de medidas implantadas en ciudades desarrolladas.

Una medida práctica y concreta que disfruto a diario es la "ola verde" (green wave) de los semáforos del carril bici de Copenhague. La idea de la ola verde es que, viajando a una velocidad constante determinada por las avenidas principales de la ciudad, se puede hacer gran parte del trayecto sin parar (al llegar a todos los semáforos en verde). Esta tecnología en varias ciudades se aplica a los semáforos para coches. La ventaja de aplicarlo a los coches es que, al evitar que paren en los semáforos, se reducen las emisiones de humos, partículas finas y óxidos de nitrógeno en puntos concretos de las calles; además, los coches ahorran combustible al no tener que parar y reiniciar la marcha tantas veces (lo cual, de nuevo, reduce las emisiones).

En Copenhague, sin embargo, se decidió aplicarla en el carril bici. Para los ciclistas es cómodo, rápido y menos cansado que acelerar y frenar todo el viaje, y al hacer el viaje en bici más rápido que el viaje en coche o transporte público (con una combinación de medidas, entre las que se incluye la ola verde), el ayuntamiento de Copenhague incentiva enormemente el uso de la bicicleta. Como decía, todas las ciudades desarrolladas tienen potencial para liderar en algún campo científico o político, y el liderazgo de Copenhague es claramente en planificación urbana sostenible(un liderazgo del que la ola verde es sólo un pequeñísimo ejemplo).

El cambio climático se nos echa encima y se nos ha hecho tarde para dedicarnos a buscar culpables: más que distinguir niveles de responsabilidad, hay que distinguir oportunidades.

Pero las urbes españolas también tienen algo que aportar en este área. Vitoria fue premiada como capital verde europea en 2012 con un conjunto de medidas y propuestas de entre las que destaca el Cinturón Verde que rodea la ciudad. El Cinturón Verde se empezó a crear en los años 90 a base de recuperar descampados, áreas quemadas y humedales drenados que rodeaban la ciudad, y gracias a la inversión de la ciudad en su recuperación, cuando accedieron al premio el cinturón abarcaba 613 hectáreas. De la candidatura de Vitoria también destacó el esfuerzo invertido en implicar a los ciudadanos.

  Vista del Parque Salburua en Vitoria-Gasteiz.Getty Images/iStockphoto

Tras ganar el premio, el ayuntamiento de Vitoria tuvo la oportunidad de participar activamente en diversos foros nacionales e internacionales, compartiendo sus valores y experiencias (incluidos diversos foros de la ONU y la UE). Por su parte, Bilbao (que no iba a ser menos que nadie) ha sido destacado este año en el informe de la Agencia Europea de Medio Ambiente sobre financiación de la adaptación de las ciudades europeas al cambio climático, con un proyecto de financiación mixta para la reconversión de Zorrotzaurre a prueba de inundaciones. También en Euskadi se encuentra el Basque Centre for Climate Change (BC3), que es prácticamente el único centro de investigación sobre cambio climático en el sur de Europa con relevancia internacional.

A diferencia de los ejemplos de países en vías de desarrollo de los que hablaba el mes pasado, las ciudades desarrolladas tienen la oportunidad casi en exclusiva de convertirse en centros de actividad especializados en la lucha contra el cambio climático, como ha hecho Copenhague, el País Vasco, y recientemente también París parece estar tratando de posicionarse. Sin embargo, la inversión en investigación o en grandes obras públicas no es el único ingrediente para crear aportaciones interesantes en política medioambiental.

Proyectos como la eco-aldea de Matavenero (en el valle del Bierzo) experimentan con nuevos modelos económicos y sociales y, aunque su contribución al debate público sea más discreta, aportan evidencia factual sobre cómo funcionaría un orden social alternativo. De nuevo, allí donde las necesidades básicas están cubiertas (incluida la estabilidad política) y donde el desarrollo de los individuos ha sido nutrido con un sistema educativo y un tejido social y familiar capaz de inspirar ideas de un nuevo mundo, hay una gran oportunidad para redefinir la relación con nuestro entorno.

En Ciudades II me refería al principio de CBDR (responsabilidades comunes pero diferenciadas) y cómo este era casi un aliciente para la pereza, ya que los países en vías de desarrollo pueden, como mínimo, implementar a bajo coste ideas desarrolladas en otros sitios. El cambio climático se nos echa encima y se nos ha hecho tarde para dedicarnos a buscar culpables: más que distinguir niveles de responsabilidad, hay que distinguir oportunidades.