El valor medioambiental de la vivienda como servicio

El valor medioambiental de la vivienda como servicio

Para muchos, el valor sentimental de su vivienda, que representa la historia de su vida, es un asunto sensible y que, por tanto, merece ser tratado con la máxima delicadeza y respeto. Lo que defiendo no es pisotear los sentimientos de la gente, sino tratar de dar la vuelta al concepto de propiedad.

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Foto: EFE

El otro día discutía con mi novia sobre qué es lo que haremos cuando nos vayamos a vivir juntas, si comprar o si alquilar. Ella, como buena danesa, tenía clarísimo que lo razonable era comprar (reflexión presumible teniendo en cuenta que allí las hipotecas están protegidas, y que el gasto mensual de comprar es generalmente más bajo que el de alquilar; además de que, igual que a nosotros, a los daneses les encanta sentirse propietarios); yo, como buena escéptica, sólo quiero alquilar. Decía ella que alquilar es tirar el dinero. Sin embargo, yo no veo la vivienda como una inversión, sobre todo si tengo que endeudarme para pagarla. Quizá es que soy una terrible economista, pero no me gusta jugar con lo que creo que debería ser un derecho fundamental. Así las cosas, se nos empezó a liar la conversación mientras yo sacaba las berenjenas rellenas del horno y ella descorchaba una botella de vino. Le dije: "En realidad, lo que me importa, al margen del evidente conflicto moral en el plano social, es el impacto medioambiental de la propiedad tal como la concebimos".

Las ciudades crecen porque cada vez están más pobladas, y de poco ayuda que los pisos se hagan cada vez más pequeños. Se expande el diámetro de la ciudad y se alargan las líneas de metro. Y esto seguirá siendo así durante un buen tiempo, ya que la ONU estima que en 2050 un 66% de la población mundial vivirá en zonas urbanas. Esto no tiene por qué suponer sólo malas noticias, claro. Por ejemplo, la generación y el intercambio de ideas podrían enriquecerse. También la generación de riqueza, valga la redundancia. Ahora bien, cuando uno compra una casa para vivir en ella (no para especular), frecuentemente lo hace con la idea de vivir en ella toda la vida: criar a sus hijos, jubilarse, y morir en su casa. Eso significa que a lo largo del tiempo la casa, inicialmente llena, se quedará inevitablemente más y más vacía. Así, el espacio que inicialmente ocupaban cuatro o cinco personas, finalmente acaba siendo ocupado por una sola. De este modo, se hace necesario construir nueva vivienda aún más rápido, con el consecuente impacto medioambiental, ya que la población urbana no para de crecer mientras la esperanza de vida aumenta.

Si dejáramos de ver la vivienda como un bien, y empezáramos a verla como un servicio, para muchos sería más sencillo adaptar su situación habitacional a sus necesidades en cada momento de la vida.

Para muchos, el valor sentimental de su vivienda, que representa la historia de su vida, es un asunto sensible y que, por tanto, merece ser tratado con la máxima delicadeza y respeto. Lo que defiendo, por tanto, no es pisotear los sentimientos de la gente, sino tratar de dar la vuelta al concepto de propiedad. Al final, ese vínculo emocional con un bien inmueble está, al menos en parte, fomentado por el incentivo a elegir propiedad frente a alquiler. Si dejáramos de ver la vivienda como un bien, y empezáramos a verla como un servicio, para muchos sería más sencillo adaptar su situación habitacional a sus necesidades en cada momento de la vida, del mismo modo que cambiamos el tipo de vacaciones y viajes que hacemos según en qué momento vital estemos. Y volviendo al tema social, el que cada uno alquile más o menos el espacio que realmente necesita, posiblemente controle mejor los precios que la fiebre propietaria que nos llevó a la burbuja inmobiliaria de la primera década del milenio, ayudando así a garantizar el acceso a la vivienda.

Si no queremos viajar siempre al mismo sitio, no nos compramos el hotel "como inversión". Si no quisiéramos vivir siempre en el mismo sitio, tampoco tendría tantísimo sentido que compremos la casa (no es lo mismo, desde luego, pero por ahí van los tiros). Empezar a ver la vivienda como un servicio requiere un cambio de chip. Y un cambio de mentalidad casi siempre requiere un (¿pequeño?) cambio del marco institucional. No hace falta que haga un listado de ejemplos de intentos de promover el alquiler frente a la compra.

Las berenjenas estaban bien, el vino regular. Total, que al final probablemente el piso lo compre ella y yo le pagaré el alquiler. Eso sí, no será más grande de lo que necesitamos. No es precisamente una victoria, así que a ver si alguien escribe algo pronto sobre cómo cambiarle el chip a quien quiere compartir piso con una.