El valor social de la filosofía

El valor social de la filosofía

La filosofía necesita horas. Pero también necesita una revisión general de sus contenidos. Si aceptamos que la filosofía puede tener un papel importante que desempeñar en el desarrollo de las personas y sus capacidades reflexivas, debemos trabajar en programas que fomenten esas capacidades.

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Imagen: ISTOCK

En un artículo reciente, el psicólogo Pennycook y sus colaboradores, presentan una investigación sobre los factores que hacen que consideremos que cierta charlatanería pseudoprofunda es sólo eso, charlatanería, o que la veamos como algo realmente profundo y revelador. En su estudio utilizan tanto enunciados generados aleatoriamente ("el significado oculto transforma la belleza abstracta sin paralelo" o "la totalidad silencia los fenómenos infinitos"), como tuits reales de Deepak Chopra, gurú de la autoayuda ("la intención y la atención son los mecanismos de la manifestación"). Sus resultados revelan que las personas menos susceptibles a la supuesta profundidad de enunciados de este tipo son personas en las que prima el pensamiento analítico y que son en general escépticas hacia todo lo que suene a paranormal. El pensamiento analítico, por su parte, lo definen por oposición al pensamiento intuitivo, y es un tipo de pensamiento reflexivo normalmente más lento y costoso, del que muy a menudo todos prescindimos.

Cuando vemos que la filosofía desaparece de los planes de estudios, los filósofos denunciamos el impacto que tal cosa tendrá sobre las capacidades críticas de los alumnos y de la sociedad en general. Sin embargo, decir esto no es decir mucho, y puede incluso que a algunos les suene a charlatanería pseudoprofunda. El estudio de Pennycook y sus colegas da una idea concreta del papel que la filosofía puede tener en la educación y en la sociedad en general. Lo que puede hacer la filosofía es fomentar la capacidad analítica de las personas, hacer que tengan más confianza (fundada) en sus propias capacidades cognitivas y tengan, de ese modo, una actitud menos crédula ante quien se presenta como más dotado, más sabio, o más experto. La capacidad analítica no sirve sólo para detectar que la charlatanería pseudoprofunda mercadea con sinsentidos, sino también para que se enciendan las luces de alerta cuando un razonamiento no sigue las pautas que debería, nos gusten o no sus conclusiones.

Si en nuestros años de formación no invertimos tiempo en aprender a razonar con el paso del buey, cauteloso pero seguro, nos las veremos mal.

Para mucha gente este tipo de defensa de la filosofía le sonará aún poco convincente. Recordarán sus cursos de filosofía en el bachillerato y se preguntarán qué tiene que ver lo que estudiaron con la capacidad analítica de la que hablo. Tal como han estado las cosas hasta muy recientemente, las tareas que la enseñanza de la filosofía ha impuesto sobre los estudiantes han consistido en aprenderse una serie de autores, comenzando con los griegos y terminando, con suerte, con Marx, y en ser mínimamente capaces de hacer un comentario de un texto de alguno de estos autores. La segunda de estas tareas requiere sobre todo saber interpretar los textos, y en un grado menor pensar analíticamente, aunque a los alumnos se les facilita que circunscriban esta actitud a la propia actividad de comentar el texto. Por lo demás, lo que se pide al estudiante es que tenga capacidad memorística.

Recuperar o incrementar el número de horas de filosofía, por tanto, no es suficiente para que la filosofía tenga el impacto que puede tener. Y también hay que tener en cuenta, para complicar más las cosas, que los filósofos profesionales no siempre se dedican a fomentar, o ni siquiera utilizar, la capacidad analítica. En los años treinta del siglo pasado hubo una famosa polémica entre dos filósofos, Carnap y Heidegger. En esencia, Carnap mantenía que cosas que decía Heidegger como "la nada nadea" eran, en los términos de Pennycook et al., charlatanería pseudoprofunda.

Sin entrar en este caso en particular, lo cierto es que una buena parte de lo que se hace en filosofía se acerca bastante al tipo de charlatanería de la que hablan Pennycook y sus colaboradores (otra parte, por si es necesario admitirlo, es pura escolástica). Y es que para algunos filósofos, el espíritu crítico aparejado a la filosofía consiste no en reflexionar sobre las cosas con atención, sino en ir en contra de los supuestos y el lenguaje establecidos, independientemente de si éstos tienen sentido o no, e independientemente de si lo que se dice en su contra es comprensible. Mantener una cierta actitud de sospecha es útil. Sin embargo, la sospecha por sí misma, si no es asentada en y por el pensamiento analítico, no vale demasiado.

Una vez más (en breve) reformaremos los planes de estudios, y una vez más empezará a bailar la asignación de horas a la filosofía. La filosofía necesita horas. Pero también necesita una revisión general de sus contenidos. Si aceptamos que la filosofía puede tener un papel importante que desempeñar en el desarrollo de las personas y sus capacidades reflexivas, debemos trabajar en programas que fomenten esas capacidades. El pensamiento intuitivo es fácil, cómodo. Si en nuestros años de formación no invertimos tiempo en aprender a razonar con el paso del buey, cauteloso pero seguro, nos las veremos mal. No sólo porque, como decía el padre de un amigo, ellos van así [ojos abiertos] mientras que vosotros vais así [ojos entrecerrados]. Esto es, no sólo porque seamos más manipulables por quienes están en condiciones de manipularnos. Se trata de que cuando no pensamos bien las cosas somos más fácilmente rehenes de lo que nos viene dado en general, y así es difícil construir una sociedad activa, cooperativa, cosmopolita, y, por qué no, productiva.