Cínicos por tecnólogos

Cínicos por tecnólogos

Aunque hayas sido una marca legendaria, si tu negocio tradicional ya no da beneficios, o te hundes mientras la orquesta sigue tocando o cambias de rumbo para sobrevivir. Renovarse o morir. Parece sensato. De cajón. La aplastante lógica empresarial no parece que sea la lógica política en España. Cuando una y otra vez los informes PISA nos sacan los colores, una piensa que algo debería empezar a cambiar.

Blackberry va a dejar de fabricar teléfonos móviles. El consejero delegado afirma que pierde dinero cada día. Pionera como fue llevando el correo al móvil, habiendo llegado a disfrutar de una cuota de mercado mundial de smartphones del 20% en el 2009, ahora no llega al 2%. ¿Qué hacer? Aunque hayas sido una marca legendaria, si tu negocio tradicional ya no da beneficios, o te hundes mientras la orquesta sigue tocando o cambias de rumbo para sobrevivir. Renovarse o morir. Parece sensato. De cajón.

La aplastante lógica empresarial no parece que sea la lógica política en España. Cuando una y otra vez los informes PISA nos sacan los colores, una piensa que algo debería empezar a cambiar. En el pasado mes de diciembre nos decían que los alumnos españoles quedaban por debajo de los alumnos de los países de la OCDE en materias como Matemáticas, Lectura y Ciencias. Cuatro meses después, nos enteramos de que España se sitúa a la cola de los países de la OCDE porque los niños no saben resolver ni los problemas cotidianos más básicos, y hace dos días leemos que España se mantiene como el país de la UE con mayor tasa de abandono escolar. ¿Qué más tiene que suceder para que algo empiece a cambiar en el sistema educativo español? Por ejemplo, ¿por qué no se plantea incorporar la programación como una asignatura fundamental en el currículum educativo desde la fase infantil, como ya se está haciendo en las escuelas de los países desarrollados de todo el mundo? No porque todos los niños tengan que ser programadores, sino porque la programación enseña a enfrentarse a problemas complejos, enseña a ordenar el pensamiento y, sí, quizá algunos de esos niños descubran que quieren ser ingenieros. Sabiéndolo, ¿por qué no se hace nada?

La semana pasada Adei y Afi presentaron el primer estudio sobre la digitalización de la economía española. En él, Emilio Ontiveros lo resume con claridad meridiana: "La brecha digital limita la mejora de la productividad". Vamos a los datos: en España la economía digital representa solo el 2,5% del PIB, mientras la media europea es del 3,8%. Alto y claro. Por enésima vez. En 2015 habrá más de 900.000 puestos de trabajo sin cubrir por falta de competencia digitales. Con una tasa de paro en 2013 del 26,4% frente al 21,6% en 2011, alguien tendría que empezar a diseñar planes de choque para dirigir a la juventud y al tejido empresarial hacia ese maná de empleo. Pero no, no sucede nada. No-pasa-nada. No se cambia nada.

Ni cambia ni va a cambiar. Quien tiene que provocar estos cambios son los políticos y los políticos no trabajan por mejorar el país ni la sociedad, sino por ganar las próximas elecciones. Por eso siempre olvidan las promesas a sus votantes el día 1 de cada nueva legislatura. Por eso bajan impuestos y promueven planes de empleo cuando faltan seis meses para las elecciones y por eso besan niños mocosos a cuatro semanas vista del paso por las urnas. Por eso sólo escuchamos la verdad de sus labios cuando algún micrófono indiscreto se queda abierto.

Trabajan para ellos haciéndonos creer que trabajan para nosotros. Es tan simple como eso, no sé por qué nos complicamos tanto. No se cambiará el modelo mientras la educación les siga siendo útil como arma arrojadiza. No se desarrollarán programas de retención y atracción del talento investigador e innovador si no sienten la amenaza cierta que, de no hacerlo, perderán votos y por tanto sus regalías. En el próximo informe sobre la inserción de las tecnologías en el tejido industrial o sobre cómo combatir el paro o la desigualdad, por favor, incluyan un apéndice desglosando en cuántos votos se traducirá la puesta en marcha de cada una de esas iniciativas descritas en el dossier y para contestar a la que suele ser su única pregunta: "¿Y yo, con esto, qué gano?". Porque si no, más allá de acudir al acto de presentación y de hacerse la foto, no moverán un dedo.

Dejemos las utopías y los postulados idealistas para cuando podamos permitírnoslos. Si queremos cambiar las cosas hay que jugar a su juego, que sólo es uno: el temor a perder el puesto. Decía Eduardo Madina hace unos días en una conferencia en ESADE que "España necesita un shock de modernidad". Quien necesita el shock y el susto son los partidos políticos, contamos ya con decenas de libros y comités de sabios que repiten hasta la extenuación la labor que en España se tendría que acometer. Lo que nos hace falta son unos cuantos idealistas reconvertidos en cínicos ingeniosos que sean capaces de ganarle la partida y torcer la mano a los cargos electos jugando con sus propias reglas. Que tengan el estómago fuerte y el pragmatismo suficiente como para darse cuenta de que sólo empezarán a cambiar las cosas en el momento en que hallemos la forma para que a los partidos políticos mejorar la sociedad les sea rentable y conveniente.

Llámenme cínica si mi conclusión es que sólo por dinero baila el perro y no por el son que le hace el ciego.