La inútil propiedad de los libros electrónicos

La inútil propiedad de los libros electrónicos

La edición digital (los libros y contenidos electrónicos) no son una consecuencia ni una evolución de la edición tradicional, pertenecen a una nueva realidad. Es difícil sentir la propiedad de algo que puede replicarse miles de veces a voluntad del usuario.

El lunes leímos con gran interés en El País un artículo de Daniel Verdú "Su biblioteca digital morirá con usted", título efectista para captar a los profanos en la materia y que levantó suspicacias entre los especialistas al igual que debe ocurrir cuando los científicos leen sobre "La partícula de Dios" en los periódicos. El origen de la noticia venía de EE UU donde, al parecer, Bruce Willis quería demandar a Apple porque le impedían legar su colección de música de iTunes a sus hijas cuando muriera, noticia que fue desmentida más tarde.

El hecho en sí es divertido: la herencia de unos archivos mp3 a unos hijos condenados por los gustos musicales de su padre. ¿Repartirían las canciones al azar? Qué horror si te tocan las caras B de Kiss y las cucharitas de plata del ajuar del actor. ¿Se intentaría reunir discos completos y dividirlos entre cada hijo? Porque aguantar al David Bowie de los 80 tampoco sería plato de buen gusto. ¿Cada hijo tendría el derecho a una copia de cada una de las canciones? Esta opción seguro que no le gustaría a la industria. Para responder a esta pregunta y muchas otras tendremos que esperar a que se muera Bruce (Willis, no Labruce) y abrir su testamento.

Pero volviendo al artículo que nos ocupa, el martes y el miércoles empezamos ya a olernos que este tema iba a dar mucho de qué hablar. Otros articulistas y personalidades del sector del libro (aunque no entendemos muy bien por qué se han dado por aludidos cuando se estaba hablando de música) han dado su opinión llegando al apogeo de José Luis Pardo con su disertación filosófica sobre la condición humana en la sociedad digital.

Como todo lo que huele a Internet es pasto para demonizarlo en los medios de comunicación, este tema también era válido, unido al qué será de nosotros tan de moda en estos días de crisis donde las expectativas y la incertidumbre campan a sus anchas. ¿Qué haremos con nuestro perfil de Facebook cuando ya no estemos, y nuestros correos, y mis fotos de Flickr?

Sin entrar a defender la letra pequeña de los contratos de algunas de estas empresas digitales como Apple o Amazon, en algunos casos con cláusulas abusivas, en el apartado al que nos referimos parece que va más encaminado a eliminar de raíz cualquier burocracia que pueda suponer la gestión de los archivos digitales de gente fallecida. En todo caso, discusión estéril. Algo que olvidan muchos en señalar (no así Lorenzo Silva) es que la transferencia de los archivos a otros usuarios está condicionada por el uso del DRM o sistemas anticopia, de lo cual son responsables autores y editores. Iván Thays, uno de los escritores "indignados" vende su libro Un sueño fugaz con DRM (aunque desconocemos si es su decisión o la de la editorial). Todo esto sin tener en cuenta que posiblemente los beneficiarios de nuestro legado digital no dispondrán ni siquiera de aparatos que le permitan la lectura de dichos archivos.

Resulta contradictorio, cuando no incompatible con la vida, aproximarse a la edición digital desde una perspectiva de la edición tradicional como si la primera fuera una "traducción electrónica" de la segunda. La edición digital (los libros y contenidos electrónicos) no son una consecuencia ni una evolución de la edición tradicional, pertenecen a una nueva realidad, y lo primero que no puede equipararse es el sentimiento de propiedad frente a los archivos digitales. Es difícil sentir la propiedad de algo que puede replicarse miles de veces a voluntad del usuario y que además no es un objeto por sí mismo.

Como usuarios de libros electrónicos la propiedad es un tema que no debe obsesionarnos: a largo plazo cualquier libro electrónico estará disponible de una u otra forma en la red lo que ayudará a la preservación de la cultura y, ojalá, el papel de las bibliotecas públicas sea importante. Otros debates son estériles, aunque divertidos.