Cuatrocientas quimeras

Cuatrocientas quimeras

Portada del número 400 de la revista 'Quimera'

Por suerte para nosotros (cuando nosotros significa aquí no muchos, no muchas) hay publicaciones que superan el tinglado cultural y contribuyen decididamente a reforzar ideas más provechosas de cultura. España, y por supuesto el mundo hispanohablante, puede sentir cierta satisfacción, incluso una cierta felicidad, por la extensa vida que ha alcanzado una de las publicaciones más incansables en lo que a literatura se refiere: Quimera ha llegado a los cuatrocientos números en papel, y para celebrarlo, han sacado un número conmemorativo en el que rescatan entrevistas y artículos de un interés incontestable, desde su fundación, allá por 1980.

Sabemos que una quimera es, por un lado, algo que a la imaginación le resulta verdadero y resulta, en definitiva, no serlo, y por otro, aquella bestia con cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón que vomitaba fuego por las antigüedades mitológicas grecolatinas. La revista, para mí, no deja de tener las dos vertientes: una dimensión mítica, puesto que por sus páginas han pasado las palabras de las voces más imaginativas y polimórficas de la literatura mundial, desde García Márquez hasta Saramago, pasando por Borges o Günter Grass; y una filiación quimérica, pues, ¿acaso no es una tarea casi imposible la de apoyarse en tantos colaboradores para que todo se sostenga con cierto éxito, con precario equilibrio?

Es necesario estimar a todas las personas que trabajan para que la cultura no quede en manos de discursos oficiales y de otro tipo de cauces que se arrogan vanguardismos y clarividencias, y que no son más que milongas embotadoras

Este número cuatrocientos de Quimera recopila y despliega un arsenal consistente, compacto: las entrevistas a Julio Cortázar, Jean Genet y António Lobo Antunes, así como la suave y a la vez profunda conversación entre Borges y Susan Sontag, se relacionan de forma casi orgánica, a través de detalles casi insospechados, con los textos de Djuna Barnes sobre Joyce o de Céline sobre sus propias obras. Además, las páginas centrales están para que juegue a sus anchas Juan Goytisolo, con su habitual pulcritud léxica, donde desgrana en pequeñas unidades textuales lo que significa para él ser escritor, ser escritura. Por si esto fuera poco, que no lo es, se hace aún más redondo este número al contar con las reflexiones de Paolo Pasolini sobre la literatura y su carga social, así como otra larga entrevista, cerrando el flexible abanico, a Raúl Zurita.

Recuerdo que el primer número que compré yo de la revista era de enero de 1982. Esto fue hace algo más de un lustro y en una librería de segunda mano, claro. Contenía una entrevista de Philip Roth a Milan Kundera, algunas reflexiones en torno a la obra de Büchner y otros artículos de interés. Pero sin duda, la clave de aquella Quimera estaba en el relato final de Thomas Bernhard, titulado En el asilo. Desde entonces, siempre me he dejado caer en el menú de la casa que, con mayor o menor fortuna, se esfuerza en intentar que España no se quede anémica, descolgada del mundo, de sus múltiples rumbos y propuestas.

Así, es necesario estimar a todas las personas que trabajan para que la cultura no quede en manos de discursos oficiales y de otro tipo de cauces que se arrogan vanguardismos y clarividencias, y que no son más que milongas embotadoras de la percepción y el espíritu crítico. Por eso yo celebro estos cuatrocientos números; esperando, eso sí, que Belerofonte pinche por el camino y aparezca más bien tarde.